La Espada del Destino [Priv. Alistar - Annie]

El viento chocaba chocaba contra mi piel con fuerza. Me sentía con energía aquel día. Cuando corría una sensación de libertad me inundaba, una sensación en la que nadie podía pararme. Era como si lo que me rodeaba me otorgase alas para impulsarme mucho más, pero las alas no eran más que imaginación mía. Cerré los ojos mientras corría por la llanura y un fuerte viento comenzó a levantarse a mis espaldas gracias a mí. Este era cada vez más intenso y me dio fuerzas para continuar corriendo. Creo que durante un momento no toqué el suelo o a lo mejor habían sido imaginaciones mías...

La diversión duró poco. Las llanuras se habían terminado y era hora de trabajar. Llevaba un par de días vagando entre la ciudad y el campo, la gente era muy extraña y no me inspiraba confianza así que el bosque, como siempre, terminaba siendo lo único que tenía. Cuando estaba en la ciudad intentaba hacer pequeños trabajos con tal de tener un poco de dinero; robar estaba bien, pero no era suficiente. Informándome en tabernas me hablaron de una especie de monstruo, pero para obtener más información debía ir a una taberna. Su nombre era la truch... trucha sa-saltari... na ¡La trucha saltarina!

Esta vez no era mi culpa leer mal, el papel que me habían dado con indicaciones simplemente estaba mal escrito. Por suerte tuve buena orientación y logré llegar a mi destino. Al entrar me encontré con un ambiente cálido y, de sus cocinas, salía un aroma que hacía la boca agua, pero no era el momento de comer, tenía que cumplir mi objetivo si quería obtener esa jugosa recompensa, después si eso me daría algún capricho.

Me senté en el taburete que había al lado de un tío con pelo blanco. Lo miré de arriba abajo de reojo y luego llamé al tabernero. El vino encantado a hablarme.

-Vengo en busca del monstruo que temen los pueblerinos, necesito información.

-No sabemos su ubicación exacta... solo que está en la parte este. - Respondió algo amedrentado. Me mordí el labio inferior, esa información ya la tenía de otra gente. ¿Es que nadie me iba a servir de ayuda? Yo sola no podría encontrar un monstruo. Era muy valiente por mi parte ir en busca de la muerte, así lo llamaban los ciudadanos, pero para mí era un reto importante que quería superar.

-Espero que la recompensa sea buena. No quiero perder el tiempo.

El tabernero asintió rápidamente con una sonrisa aunque parecía nervioso. El hombre se fue hacer sus cosas y yo me quedé allí sentada durante un buen rato con mis manos entrelazadas como si estuviese jugueteando con ellas, pero simplemente pensaba sobre qué hacer. A lo mejor era una locura ir tras aquel bicho...

Las palabras de aquel hombre se quedaron clavadas en mi mente. El hombre tenía los cabellos blancos y una cicatriz cruzaba parte de su rostro. Me quedé mirándole durante unos segundos y luego volví la vista hacia el mostrador. Finalmente se retiró y lo miré de reojo mientras se iba. Era el único que se había ofrecido a ayudarme para ir en busca de aquel monstruo. Mordí mi labio inferior de nuevo, se estaba volviendo una extraña manía eso.

-Bien, ¡volveré con la cabeza de ese monstruo!- Dije mientras me ponía de pie.

El tabernero se dio la vuelta sorprendido. El resto de clientes me miraron y comenzaron a cuchichear, por lo que pude escuchar eran palabras sueltas como pobre, muerte o desgracia. Estaba acostumbrada a que hablasen a mis espaldas así que unos simples comentarios no me iban a detener ni deprimir. ¡Yo podría deprimirlos a ellos con mi arco! Suspiré.

Salí de la taberna a toda prisa. Una vez fuera fui en busca de Alistar. Cuando estaba a su lado saqué mi arco y le coloqué una flecha. Era siempre muy anticipada a todo, pero no podía esperar.

-Dijiste... dijiste que me ayudarías. Conozco bien geográficamente la isla, así que vamos. - Mis modales nunca eran los mejores para entablar conversación con alguien, pero se podía notar lo borde que era cuando no conocía bien a alguien. Quizás por eso siempre estuviese sola, cosas de la vida.

Empecé a caminar con paso lento, para que Alistar me siguiese. Había un silencio incómodo y difícil de romper entre los dos; sin embargo no fue muy difícil. Mirando a los laterales de las calles, las paredes estaban en muy mal estado y en una de ellas había un cartel. El papel tenía dibujado la cara de un hombre, parecía casi una imagen, pero aquellos rasgos describían a la perfección a ese tío. Me acerqué un poco más y lo examiné.

-¿Eres un criminal? - Me giré alterada hacia Alistar y le apunté con el arco. - ¡No me mientas o te atravieso con una flecha! ofrecen una buena cantidad de dinero por tí. - Si lo buscaban era por algo, así que no me fiaría.

Tenía un gran problema y era que la ira siempre podía conmigo en estas situaciones. Siempre terminaba respirando agitadamente y apuntando a alguien con el arco. Nunca cambiaría. Estuve un buen rato mirando a Alistar y luego al arco, no sabía si fiarme de un criminal. ¡Si tenían esa recompensa era por algo! Supuestamente serían malvados... aunque no me creía que todos lo fueran.

Finalmente bajé el arco. Intentaba imitar una cara de enfado extremo, pero no se me daba bien, en esos momentos solo quería imponer por sí trataba de hacerme daño. Escuché atentamente toda su historia, no me importaba lo larga que fuese, tenía todo el tiempo del mundo.

Su historia, en cierto modo, me apenó un poco. Era muy triste ver a un ex-esclavo tratando de sobrevivir en un reino tan injusto. Esto me hizo pensar que tuve un poco de suerte al ser tratada como una sierva, al menos tenía techo y comida buena para vivir, lo único malo eran los trabajos forzados y el desprecio... En el fondo éramos casi iguales. Mi forma de mirar a Alistar cambió.

-Vaya... jo... lo siento - Le respondí un poco apenada por haberle hecho hablar eso, aunque en el fondo era bueno contar cosas así... O eso me había dicho la mujer de Skellige que trataba a la personas en sillones.

Guardé mi arco en la espalda y me froté las manos. Sonreí alegremente. - ¡Bueno! ¡Vamos allá! - Siempre había sido un poco gritona y tras este percance miré a todos lados por si nos había escuchado alguien. - Por cierto, me llamo Annie. - Dije mirándolo de reojo mientras me ponía a caminar. ¡No podíamos perder el tiempo! Ese monstruo no nos esperaría eternamente.

Ambos presentados, era el momento de iniciar la marcha. Caminamos un trecho hasta que llegamos cerca de un campo. Este estaba vallado, pero la cerca estaba rota. Se veían las astillas de madera y cachos grandes esparcidos por la hierba. Alistar era el que se encargaba de ir primero y, también de hablar. No es que yo fuese una experta en el trato con la gente, pero no quería meter la pata.

Él se encargó de todo. Ambos mantenían una charla sobre guardias, pero en cuanto escuché la palabra mercenario mi mirada se iluminó. Nunca había oído hablar de ellos, pero tenían un no sé qué, que me gustaba. Quizás yo fuese una buena mercenaria... A lo mejor en un futuro era una muy reconocida.

Mientras el campesino nos llevaba hasta la zona en la que el monstruo se había comido a media oveja me fijé en las huellas que había en el suelo, también había lana de las ovejas suelta.Volví hacia donde estaba Alistar y él me comentó que era. Nos trajo el animal. Un fuerte hedor inundó todo. Pasé la mano por la nariz, pero era demasiado fuerte. ¿Cuántos días llevaba esta oveja aquí?

La miré de arriba abajo con pena. Menuda bestia, ha sido capaz de llevarse a varias y masacrar a una así... La hierba estaba teñida de sangre seca. Tragué saliva, el olor me repugnaba e incluso me daba arcadas.

Y yo que pensaba que era un simple animal salvaje del que la gente tenía miedo, pues al final sí que había monstruo. Lo peor es que no sabía que era un basilisco, no sabía nada sobre criaturas extrañas. Me crucé de brazos y miré a Alistar.

-Fíjate en el suelo, está todo tan mojado que se puede apreciar como esta la hierba aplastada. Además, hay lana en aquella dirección. Quizás si seguimos su rastro nos lleve hasta él. ¿Qué opinas?

Desde mi punto de vista, Alistar era un hombre bastante peculiar. ¿Cómo podía saber todo eso mediante el olfato? Parecía ser muy inteligente. Ahora solo teníamos que ir en busca del monstruo. El granjero fue muy amable y nos prestó dos caballos. A Alistar le tocó una yegua llamada Epona y a mí, un semental llamado Othar.

Era precioso. Cogí las riendas de mi caballo y acaricié su hocico. Su pelaje era muy suave, además era blanco como la nieve. Pero había un problema: Nunca monté en un caballo. El granjero sin embargo, comentó una estupidez. ¿Yo hija de Alistar? ¡Pero si era un desconocido para mí! Además, ¿quién confunde con familia por el color del pelo? ¿Acaso el granjero era familiar de todos los hombres y mujeres que vi con el pelo negro? Tsk...

Dejé de pensar en eso y miré a Othar, este subía y bajaba la cabeza, como si me mandase subir de una vez. Lo acaricié una vez más y apoyé el pie izquierdo en el estribo. Casi no llegaba mi pierna para subir. Después, me di impulso suficiente y lo logré. Apoyé la pierna en el estribo y agarré las riendas con fuerza.

No iba a negar que tuviese miedo, pero tampoco me fiaba de que era manso sin apenas conocerlo. Tenía cierta desconfianza con algunos animales a pesar de llevarme bien con ellos.

-Bueno... - Dije mirando hacia abajo. Nunca me había abierto tanto de piernas, seguramente mañana tuviese un montón de agujetas por culpa de esto.

Le di con el estribo en la barriga para que comenzase a caminar. Iba despacito. Aún no sabía muy bien cómo controlarlo.

-Alistar, ¡te sigo! - Exclamé emocionada. Si él echaba a correr, intentaría aprender de cómo se hacía. No podía ser tan difícil controlar un caballo. - Vamos, Othar.

Retiraba lo dicho. Yo quería controlar a Othar, pero resulta que el iba a su manera. Finalmente, con las riendas conseguí enderezarlo y en poco tiempo alcancé a Alistar. Este iba al trote. Me situé a su lado. Después miré por la granja. Cada vez se quedaba más atrás, perdiéndose en la lejanía.

Escuché a Alistar atentamente. La verdad es que sus palabras me habían asustado. ¿Pero qué iba hacer un basilisco contra mí? ¡No había un solo animal que se me resistiera! No por algo era tan buena cazadora con el arco. Sin embargo, todo cambió cuando me habló de la mirada de aquel animal. Nunca había visto nada igual y, no sé si sería capaz de lograr aquello.

-Haré lo que pueda... - No sonaba muy confiada, pero no podía hacer mucho más.

Después de un buen rato cabalgando, nos detuvimos. Miré a Alistar para saber qué hacer. Al parecer teníamos que dirigirnos la entrada de aquella cueva. Menudo sitio... Bajé de Othar y lo llevé junto a Epona. Ambos estaban lo suficientemente alejados para que no les ocurriese nada.

Era el momento de subir. Yo iba detrás de Alistar, preocupada, claro. Tenía que tener en mente todo el rato que no podía mirarlo a los ojos, pero ¿cómo iba a disparar si no? Llegamos hasta la entrada de la cueva. Un hedor a animal muerto provenía de ahí dentro. Ugh...

-Lo primero será atraerlo - Le comenté antes de entrar. - Esperaré aquí, en cuanto salga le heriré en un ojo, mientras se lamenta de dolor dejarlo ciego en el otro. ¿Vale?

Bajé el montículo de piedras y tensé el arco. En cuanto escuchase los gritos del basilisco cerraría los ojos y dispararía. Era arquera, la puntería era lo mío.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo en cuanto escuché el fuerte grito del basilisco, un sonido ensordecedor. El ruido se expandió por el eco de la cueva y, más tarde, por todo el lugar. Estoy segura de que se llegó a escuchar en un pequeño poblado. Algo así no podía pasar desapercibido. El bicho tardaba en salir. Me estaba asustando y no sabía cómo reaccionar en cuanto apareciese. Lo más importante era no mirarle a los ojos. ¡Nunca! Era mi perdición si lo hacía.

La puntería era lo mío, ¿pero con los ojos cerrados? No era una maestra del arco. Posiblemente antes de acertar en algún ojo suyo fallase un par de veces. Sentí los choques contra la piedra de la cueva, estaba cerca, un poco más... solo un poco más. Cerré los ojos y Alistar gritó.

Mi mente me gritaba que disparase ya, pero ¿cómo? Debía guiarme por el sonido. Abrí los ojos en dirección al suelo y con los brazos alzados disparé. No pasó nada. Me iba moviendo, pues quedarme quieta no hacía más que convertirme en un blanco fácil. Otro intento... agh, fallé de nuevo. Levanté la vista y vi su cola moverse en el aire, le costaba volar, pues a ratos tenía que tocar el suelo.

Sin embargo, los gañidos de un águila captaron mi atención. ¿Ayden? Él siempre me seguía desde el cielo, nunca lo llevaba a mi lado en ciudad, solo en el mar. El basilisco rugía con fiereza, mi águila era el doble de ágil. Trataba de seguir a Ayden con la mirada, que alzaba el vuelo y en cuanto caía en picado hacia donde estuviese el basilisco apartaba la mirada.

Corrí hacia el montículo de piedras para subirme en ellas. Mi respiración estaba muy agitada. A mis espaldas Ayden y el basilisco se enfrentaban, supongo que mi mascota trataba de dejarle ciego de un ojo y lo habría conseguido, o eso esperaba. Miré hacia arriba y vi al águila volar hacia otro lado. Llevaba el pico lleno de sangre. No sé si eso era buena señal, pero los gritos del basilisco eran de dolor.

Me dí la vuelta con los ojos cerrados. Apreté el arco con mucha fuerza. Estaba temblando. Sentí la respiración del basilisco y me fui moviendo con cuidado sobre el montículo. Un golpe atravesó las rocas a mi izquierda. El bicho me estaba atacando y no sabía cómo defenderme. Disparé, Disparé las flechas seguidas y podía escuchar como rebotaban, pero lo logré. Una flecha logró alcanzar su ojo cuando éste gritó y por el sonido, se alzaba. Abrí los ojos y vi como se retorcía en el aire.

De repente, venía hacia mí con la boca abierta. Traté de moverme hacia un lado pero un colmillo rasgó parte de la piel del brazo. La herida parecía hecha por fuego del dolor que me provocaba. El arco cayó al suelo junto con las flechas. Llevé la mano a la herida, el dolor era inaguantable. El basilisco seguía retorciéndose de dolor. Intenté bajar del montículo, pero me propició un golpe con su cola y me arrastró contra el suelo.

Creo que Alistar se tendría que encargar del resto ahora... agh, duele...