[Misión épica] Salón de armas [Yarmin-Midorima]

Definitivamente había engalanado demasiado su informe. Había intentado mantener un cierto nivel de pulcritud, evitando salidas de tono tales como "cuerpos mutilados", "sangre por todas partes" o "violencia gratuita" al tiempo que concedía a Shintaro -ahora conocía su nombre completo- un mérito que realmente no tenía. En realidad sabía que cualquiera de los dos en solitario podría haber neutralizado la amenaza sin mayores contratiempos, pero estaba claro quién de los dos había aportado más. No obstante para Issei el papel del agente parecía haber sido tan relevante que se lo había asignado como compañero.

- Es un agente auxiliar, ¿no? -había dicho con toda convicción mientras Yarmin asentía perezosamente-. Y tú no tienes pareja...

Y tuvo que conceder. Arcturus había muerto mucho tiempo atrás, y tanto Bellatrix como Gellert formaban parte de la rama de infiltración -nunca había terminado de comprender que uno de los mejores luchadores del Cipher Pol se dedicase al espionaje directo-. Técnicamente llevaba años sin cumplir una norma tan básica como que los agentes nunca debían acudir a un operativo en solitario, aunque a nadie había parecido importarle hasta el momento... Y ahora decidían castigarlo por todos esos años trabajando junto a un zote de dimensiones astronómicas.

- Límpiate los pies antes de subir -le había pedido mientras cargaba el maletero con víveres, agua limpia y desinfectantes varios-, no quiero tener que frotar cuando acabemos con esto.

Una orden. Una sencilla orden que el maldito Midorima Shintaro no era capaz de cumplir. No estaban viajando en una nuez cedida por el Cipher Pol, sino en una obra de ingeniería única en el mundo tal vez apenas igualada por las locuras que en el Nuevo Mundo creaba Dexter Black, y aun así el peliverde no podía asegurarse de no manchar las alfombrillas. Habría entendido una leve marca, los zapatos transportaban el polvo al pisarlo y una sombra de huella habría sido comprensible, pero para lo que había armado ahí tenía que hacerlo a propósito. ¡Había ensuciado sus zapatos a propósito! Era la primera vez que un viaje en el Red poison se le hacía largo, y eso que apenas había tenido que conducir durante un par de horas.

Buscó un acceso por el litoral, y aunque no fue difícil dar con el lugar apropiado aún tuvo que avanzar un poco hasta encontrar el lugar apropiado donde dejar el vehículo con cierta discreción. Se trataba de una pequeña caverna en medio del baldío, apenas a un kilómetro de la única ciudad de la isla y lo bastante alejada de cualquier vegentación como para ser hogar de animales gandes -lo cual no quería decir peligrosos-. Mientras Midorima avanzaba a lo loco, Yarmin se aseguró de que ninguna alimaña se escondiera en la gruta y, una vez comprobado, lo siguió con un par de botellas de agua y una pequeña bolsa botiquín.

- Tú, Pelomoco -interpeló, lanzando una al instante-, piensa rápido.

La misión en teoría resultaba complicada, necesitando infiltrarse en medio de una rama del mercado negro para desarticular el tráfico de armas que se llevaba a cabo desde ahí. Por experiencia propia sabía que el Bajo Mundo era la clase de espacio en la que uno debía moverse con suma discreción y cuidado, pero para alguien como Yarmin preguntar directamente era una opción tan válida como una exhaustiva investigación preliminar. Aunque en aquella ocasión tenía que ser muy cuidadoso dado que, por primera vez, lo acompañaba un agente que desconocía el poder de su fruta. Aunque por otro lado ya había sido testigo de su capacidad como hipnotista, no tenía por qué ser muy descabellado que pudiese aplicarlo al interrogatorio.

- Recuérdalo bien, Shintaro -dijo, aprovechando su superioridad jerárquica-. Representamos a un comprador muy importante, buscamos armar una milicia de siete mil personas y necesitamos artillería pesada. Si es que tienen. Espero que hayas dejado la placa en el Poison y mientras estemos aquí llámame Shelley; recuerda que mi nombre es bastante conocido.

- Tampoco nos interesa el jefe de jefes, al menos por el momento -respondió Yarmin con cierta seguridad-. Normalmente estas organizaciones tienen una cabeza de suma importancia, pero están descentralizadas. Acabar con el líder hoy implicaría desarticular dos redes mañana. Debemos atajar este problema por medios menos ortodoxos.

Yarmin conocía bien las organizaciones criminales; no en vano dirigía una. Si querían acabar con el tráfico de armas no necesitaban a los jefes, sino a los distribuidores. Estos normalmente sí estaban formados por un grupo pequeño de gente con no mucho que perder, lo cual era un arma de doble filo: Para empezar eran gente discreta, pero no dejaban de ser mercenarios; con un poco de dinero o la suficiente intimidación terminarían retirándose. No obstante esa opción no le permitía sacar ningún rédito. No ampliaba mercado, no podía realizar un informe a su favor, no moría el Peliverde... Con un poco de ingenio podía conseguir dos de ellas, y de momento la menos rentable era matar al cabeza repollo. Tenía que deliberar pausadamente.

- Vale, ahora solo debemos encontrar al contacto -dijo, caminando ya entre las calles de la casi fantasmagórica única ciudad de Yellow Spice-. Según me han informado está esperándonos en la "Bella Betsy", una taberna de mala muerte por esta zona. -Sabía que las paredes podían tener oídos, y si estaban siendo escuchados debían dar a conocer sus planes con la mayor naturalidad posible-. Necesitamos entrar en el bazar.

Abrió la puerta frente a él y accedió a una taberna de aspecto viejo y desvencijado, anacrónica hasta el punto de que viejos artilugios y una decoración antigua se combinaban con tuberías de vapor cubiertas, mayoritariamente, de moho negro. No era la clase de lugar en la que uno entrase por placer, pero allí no buscaba placer. De momento.

- ¿Con quién tengo que hablar para tomarme un buen café? -preguntó, sentándose a la barra, mientras se quitaba el polvo de su chaqueta.

- Sé que la cafeína en dosis elevadas puede provocar palpitaciones -respondió Yarmin mientras el café llegaba a su mesa-, pero no querría quedarme dormido antes de conseguir nuestro material de oficina. Verás, Epstein -mencionó, exclusivamente para darle un nombre al peliverde-, no quiero estar ni un minuto más de lo imprescindible en este agujero, y cuanto más café tome antes podremos terminar.

Haciendo caso de Midorima miró a su espalda mientras bebía un primer sorbo del café más horrible que jamás había probado, y en cierto modo allí se encontraba su objetivo: Dos hombres algo menos sucios que el resto, pero con las mismas malas pintas y una constante mirada que alternaba entre unos y otros paisanos. Cuando la cruzaron con él no disimularon una sonrisa algo pícara... Vaya, ¿tan dispuestos estaban ya? Tal vez simplemente se hubiesen dado cuenta de que era irresistible, pero no creía poder haber provocado un cambio tan grande en ellos... Bueno, o sí. Pero no estaba allí para eso. Él quería armas.

- Sí, parece que sí -admitió-. Reza para que sean educados. ¿Azúcar, por favor?

El azúcar enmascaraba el sabor del café y, aunque no terminaba de convencerle la combinación, lo hacía mucho más pasable. Al menos lo suficiente como para llevárselo consigo una vez decidió levantarse y acercarse a los dos mangantes que, sentados en la parte trasera, vigilaban desde las sombras.

- Buenas tardes, caballeros. -dejó suavemente la taza sobre la mesa, sentándose tras posarlo-. Mi compañero y yo llevamos un tiempo buscando equipo de desratización. Representamos a una compañía de gestión de plagas -mencionó, como si pretendiese hacer una torpe metáfora-, y según mis informes nos enfrentamos a una muy grande.

- ¿Cómo de grande? -preguntó uno de ellos, calvo y con bastante aspecto de malas pulgas. Sin embargo ni una mención a que se sentase sin permiso; todo iba bien.

- Siete mil efectivos. Con equipamiento completo, y tal vez herramientas de control de grandes áreas.

El más joven, un muchacho delicado con gabardina de pana, se quedó pensando durante un instante. Parecía dubitativo.

- No tenemos tanto. Sin embargo, si tenéis un adelanto puedo daros una dirección.

- ¿Cuánto?

- Diez millones.

Negó con la cabeza.

- Cinco. Es más de un veinte por ciento, creo que más es abusar dado que no me dais ninguna garantía.

Y aceptaron. Tras un largo silencio de miradas cómplices escribieron en una servilleta la dirección de lo que describieron como una "taberna con clase". Suspiró. A saber lo que querían decir con eso.

-Bien, muchas gracias. Volveremos a hablar pronto.

Marchó hacia el lugar indicado.

Midorima hacía demasiadas preguntas. Se habían pasado muy poco tiempo allí, era cierto, pero no estaban buscando a un criminal cualquiera; estaban comerciando con hombres de negocios que, aun fuera del cómodo marco de la ley, eran hombres de negocios. Cinco millones como adelanto para una organización que tal vez cobrase veinte o veinticinco por operación era un tesoro importante, aún más creyendo que podrían ganar doscientos. Al final todos estaban en el mismo barco, tan solo habían logrado subir un pequeño escalón hasta una vía de servicio más capaz; aunque parecía que la estupidez de Midorima, sumado a una suspicacia bastante propia de la agencia, le estaba llevando por el camino de la desconfianza. Y eso no era bueno.

- Si hablas así por la calle tal vez deberíamos esperárnosla -cortó, recordándole con el dedo que las paredes tenían oídos-. Mientras tengamos dinero para comprar y una causa noble que defender, las buenas gentes de por aquí recibirán nuestra donación gozosos.

"Causa noble" era un buen eufemismo bajo el que, en el Inframundo, cualquier señor del crimen que pretendiese darse un aire de legalidad o nobleza debía trabajar: No financiaban terroristas, sino justicieros; no armaban rebeliones, daban esperanza a un pueblo... Y así con todo. El peliverde tenía mucho que aprender todavía, pero tenía la sensación de que siendo tan imbécil iba a durar poco antes de tener que matarlo.

- Mi secreto, Midorima Shintaro -dijo, torciendo el gesto hacia él-, es que soy mago. -Hizo un gesto con la mano mientras chispas verdes salían de ella-. Y eso implica conocer a tu público, jugar con él, y sobre todo manipular su ilusión. Todas las personas del mundo, sin excepción, quieren sentirse como niños por un momento; tener un minuto de fantasía, poder soñar... -Sonrió-. Además, soy psicólogo. Y muy bueno, por cierto. Conozco las pautas de comportamiento de la gente con solo observarla, y aprendo a fluir a través de ella. Es por eso que sin ser demasiado fuerte he llegado a lo más alto. Tú, sin embargo... No tengo muy claro cuánto durarás.

Sonrió con cierta maldad antes de comprobar la dirección a la que se dirigían. Se trataba de otra taberna, aunque en esa ocasión dentro de los arrabales ricos dentro de Yellow Spice -si es que se podía considerar rico un arrabal, o cualquier cosa en esa isla-, hasta la que pudieron llegar fácilmente. Tenía la puerta verde y unos interesantes detalles dorados, por lo que abrió la puerta y dejó aquella vez a Midorima entrar delante.

- Inténtalo tú, si quieres tener futuro.

Midorima finalmente abrió la puerta, pero por alguna razón decidió irse corriendo. Le pareció escuchar algo de un apretón, aunque prefirió no hacer demasiado caso a lo que el peliverde hubiese dicho. La verdad, el simple hecho de tener que compartir con él una misión le desagradaba terriblemente, y que se fuera solo le importaba en la medida en que el imbécil ese fuera capaz de intentar cagar en el coche. Pero los mayores tenían trabajo por hacer, y no se iba a quedar de brazos cruzados mientras esas armas estaban... Es más, que Midorima se hubiese ido le permitía hacer las cosas con total libertad e incluso implicar al Servicio Secreto. Todo eran ventajas. Dio un paso hacia el interior.

Se trataba de un lugar acogedor y amplio, poco que ver con la estancia anterior y si no veía mal se trataba de un espacio con dos pisos. Lo lógico sería pensar que en el superior estarían los VIP's, aquellos que solo con invitación podían pasar, pero la visión de una especie de animalejo extraño correteando por los pasillos balconados casi le hizo dudar. En cualquier caso se acercó a la barra con una sonrisa tranquila y la mirada más amable que sus ojos rubí podían transmitir. Frente a él una mujer muy atractiva y exuberante saludaba con la cortesía que era debida en aquel local:

- ¡Binvenido, caballero! ¿Qué desea tomar?

- Buenas tardes -respondió, sentándose a la barra despacio. Trató de no perder el contacto visual con aquellos ojos esmeralda mientras sacaba una tarjeta de su chaqueta; se trataba de un número de nueve cifras y una petición simple-. Me gustaría probar el mejor whisky que tengas, y si es posible una sala reservada. Ah, y que no olvides venir conmigo.

Tras eso simplemente esperó a que sus peticiones fueran atendidas sentado en la banqueta, coqueteando un poco con la muchacha y tratando de analizar con la mirada todo el local. ¿Dónde estaría el sujeto al que quería comprar?

Un grupo de seis hombres apareció de pronto, acorralándolo. Yarmin se mantuvo a la espera tranquilamente, fingiendo ignorarlos mientras daba un trago. No iban a atacarle por la espalda, y si lo hiciesen tendrían más problemas que facilidades cuando uno de esos gorilas metiese la cabeza de otro en el culo de un tercero. No tenía claro que pudiese encarar el tres para uno restante, pero estaba seguro de poder escabullirse sin dificultad.

- Disculpe, caballero -le instó uno de ellos, haciendo que voltease la cabeza hacia él-. ¿Me haría el favor de acompañarnos? Alguien desea hablar con usted.

"Sí que vuelan las noticias", pensó Yarmin antes de asentir parcamente y levantarse. Habían tardado poco más de diez minutos en ir de una taberna a otra, y en ese tiempo ya habían dado con su imagen para hacerlo subir de inmediato en cuanto pusiese un pie en el lugar. Si fuese una trampa no podría haber caído más de lleno, pero tenía un plan B que iba a utilizar casi con total seguridad.

Cuando estuvo arriba y una vez sentado el que debía ser el mandamás dio un discurso que, francamente, decepcionó a Yarmin. Si hubiese sido un putero o simplemente solo desease intimidad ahora estaría delante de un hombre de lo más intimidante que, sin embargo, tenía correteando un pompón rosa por su local. Suspiró, defraudado.

- Mi nombre es Shelley -respondió, ignorando al hombre del mostacho obviamente postizo-. Represento a una compañía de eliminación de plagas y a mis jefes les placería mucho contar con equipamiento de última generación para unos siete mil efectivos contra una plaga de ratas muy... -Paladeó bien la palabra antes de decirla-. Escurridizas. He sido informado de que es usted el único que puede conseguir el instrumental en poco tiempo, por lo que mi organización se sentiría muy agradecida si tuviese a bien estimar esta oferta. -Le pasó un papel por encima de la mesa-. Léalo solo usted, y luego lo hablamos a fondo. No me gustaría que nadie interviniese en nuestra negociación.

El papel tenía una exorbitada cifra escrita, más de lo que había calculado podría ganar en un año, con el único objetivo de hacerle cometer un error de cara al futuro.

- Y usted, caballero, ¿a qué se dedica? -preguntó al tipo del bigote.

"Fácil". Yarmin sonrió discretamente mientras acompañaba a la comitiva de camino al exterior del local. Allí esperaba un vehículo cuanto menos extraño: Ocho patas, como si se tratase de una araña, una cabina cónica y una extraña antena parabólica sobre esta. No terminaba de comprender demasiado bien para qué podía servir aquel artefacto, pero pronto comenzó a encaramarse por montañas y a cruzar ríos de aguas turbulentas. Era extraño ver el paisaje tórrido desde aquella araña mecánica.

Sin embargo, no dejó que se viese su sorpresa. Simplemente se mantuvo callado y expectante mientras se acercaban poco a poco a una cueva donde, presumiblemente, todas las armas del mercader debían encontrarse. Discretamente se llevó la mano al bolsillo y activó su localizador; en poco tiempo llegaría, ya cuando él se hubiese marchado, el Servicio Secreto para ocuparse de las armas.

Poco a poco la gran araña se metió en una cueva bastante estrecha, apenas consiguiendo acceder a través de las grandes paredes de roca, pero prontamente se detuvo en lo que era el almacén más grande que había visto nunca, dejando aparte las armerías del Gobierno Mundial... Ni siquiera los almacenes de Oasis estaban tan nutridos, por ahora.

- Bienvenidos, amigos míos, a mi mayor orgullo. -A medida que iban bajando su anfitrión iba señalando zonas del lugar, dándoles nombres y haciendo hincapié en sus contenidos-. En la bóveda Wano poseemos armas blancas, las mejores que se pueden hacer a este lado de la Red Line, y en la bóveda Punk Hazard disponemos de tóxicos dignos del mismísimo...

Mientras el tipo decía pamplinas una serie de gatos se iban presenciando por todas partes, agazapados entre las sombras. Algunos maullidos antes de que un par de guardias marchasen hacia las profundidades de la galería, mientras otros acariciaban con su cola a algunos trabajadores. Alguno miró hacia ellos con cierto recelo, pero si a alguien le sorprendió tanto animal allí no dijo nada. Yarmin, de nuevo, sonrió.

- Y dígame, ¿qué es lo mejor que guardan aquí? -preguntó, interesado.

Observar a la competencia para aprender nunca estaba de más, aunque habida cuenta de que Midorima había abandonado la misión por una urgencia podía cumplir con su supuesto cometido al tiempo que blindaba los negocios del Servicio Secreto: Todos los agentes de seguridad estaban, uno a uno, marchándose lentamente. Yarmin iba de un lado a otro con la mirada, fijándose en cada uno de ellos sin desatender a los acompañantes que habían llegado sobre el vehículo. El hombre del mostacho, un pony y el jerifalte del lugar eran los únicos que todavía no estaban bajo el encanto del príncipe, que escuchaba atento las explicaciones de su guía. Pero "Bigotín", como había decidido llamarlo temporalmente hasta descubrir su identidad, también tenía algo que decir.

- Muchas plagas son usualmente molestias mayores, animales en turba que amenazan el organismo sano que debe ser una sociedad -respondió, sin dejar de mirar hacia cada lugar donde podía posar su mirada-. Y me han dicho que este es un buen lugar para solicitar material de oficina. Sin embargo...

¿Era momento de ganar un nuevo cliente? ¿Iba a arriesgarse por ello? En realidad, cuando se fijaba en que todos a su alrededor eran siervos... Bueno, no se trataba de un riesgo real.

- El mercado solo está limitado a lo que uno pueda soñar -dijo, finalmente, posando sus pupilas en las de Bigotín-. Represento a un grupo con un nutrido departamento de desarrollo, bastante más eficiente que lo que parece verse por aquí. -En realidad Yarmin no era ingeniero, pero sí tenía claro que nada de lo que había por ahí distaba demasiado de la normalidad-. Aunque seguramente haya sorpresas si se mira bien. Aunque para eso...

No completó la frase. Antes de que ninguno pudiese reaccionar Yarmin disparó contra el cráneo de su anfitrión, que lo recibió sin apenas darse cuenta. Sin embargo, cuando la bala cayó al suelo pudo ver el pequeño punto de sangre en su frente mientras fruncía el ceño. Lo había subestimado.

- ¿Cómo puede atreverse alguien a atacarme en mi propia casa? Vas a morir, mequetrefe. -Yarmin soltó un respingo ante esa tranquilidad antinatural-. ¡Guardias!

Pero nadie acudió.

Yarmin sonrió. Por fuerte que fuese aquel tipo no necesitaba mucho para ocuparse de un solo hombre. Y si convencía a Bigotín eran dos contra uno.

- Estamos solos tú y yo -dijo, emulando una seguridad que no sentía-. Y tú estás acabado.

Vació su cargador en él, esperando que una bala perdida le atravesase el ojo.

El tipo parecía bastante confiado en su resistencia, lo cual era hasta cierto punto coherente: De ocho disparos que había descargado sobre él, ni siquiera el primero había sido capaz de atravesar su piel. Le había hecho sangrar levemente, eso era todo, y el enardecimiento del traficante al recibir las balas era notorio. Su cara enrojecida, sus puños apretados y una sonrisa crispada completaban un cuadro que alertó a Yarmin casi con más eficiencia que el Haki. Aunque el Haki le dijo qué iba a suceder.

- Muchos han intentado estafarme -dijo, contrayendo los músculos por un momento para expulsar las siete balas restantes, que cayeron al suelo como notas musicales-. E incluso han tratado de acabar conmigo. Pero ninguno se ha atrevido a hacerlo en mi propia casa. -Miró a los lados, buscando a los guardias. Sin embargo, solo vio gatos y a Bigotín corriendo de un lado a otro como un pollo sin cabeza-. ¡Así que este era vuestro plan! ¡Voy a mataros! -Clavó la vista en Yarmin-. A ti el primero...

Fue rápido como un relámpago, y con la velocidad del soru se plantó donde un instante antes estaba él, también desplazado gracias al rokushiki. Podrían haber iniciado una persecución estúpida que durase horas, pero Yarmin guardó el arma y se lanzó también a la carga. Cuando chocaron, el puño del hombre se encontró su mano. Era demasiado débil como para frenarlo, pero mientras todo su cuerpo retrocedía por la fuerza del impacto la palma comenzó a brillar de oro.

- ¡Detente! -gritó, para acto seguido tirarlo con una llave al suelo.

Con las mismas mientras bajaban al suelo aprovechando el momentum ambas manos del agente, pegadas al cuerpo de su objetivo, brillaron de un rojo escarlata por un instante antes de hacerlo chillar de dolor. Tan fuerte era el sufrimiento que Yarmin provocaba en ese sujeto que apenas sí podía convulsionar mientras se movía hacia su cuello, sin separarse ni un milímetro de él.

- Seguro que es la primera vez que sale bien -le dijo, con una sonrisa, mientras soltaba espumarajos por la boca a causa de un dolor que él conocía bien: Cortes en cada articulación. Kaito Kazuki le había dejado un regalo al torturarlo de aquella forma. El cruel conocimiento, la plena sapiencia de cuánto podía llegar a doler el perfecto corte... Yarmin apenas podía evitar reírse como un maníaco mientras el tipo dejaba de respirar.

Pero pasó pronto.

Yarmin se levantó, limpiándose las manos en la americana del cadáver, y trató de explorar las bóvedas; el Servicio Secreto estaba a punto de llegar y, a juzgar por los tiros lejanos, andaba incluso más cerca de lo esperado. Era momento de coger todo lo que pudiese cargar.