Roland & Parkos vs. Eduard Jefferson

Nota Aclaratoria: Comienza el que quiera de los dos. Voy a tratar de realizar rondas de 48-72 horas como máximo. ¿Qué podéis saltar pasado ese tiempo? Sí. ¿Que yo como moderador puedo saltar? También, aunque no creo que lo haga.

Roland se aclaró la garganta cuando empezó a dolerle por culpa de tanto grito. Dio un buen trago a la petaca para humedecer la lengua, soltó un gargajo de los cargados hacia abajo, donde dio en la calva de un tío, y retomó su enérgica llamada a Jefferson. Sin tener ni idea de si acertaba o no, se lanzó de cabeza a por el primer pringado que le miró un poco raro. La robusta calavera de reno, con los faros encendidos a toda potencia, se dirigió con toda la brutalidad que el motor y el gordo que lo gobernaba le permitían para abrirle el cráneo a ese saco de dinero con forma humana.

Quién iba a decirle a Roland que ese tío detendría su moto con una mano.

-Su puta madre -se quejó Roland.

¿Es que no había nadie normal en la jodida carrera? Unos paraban balas, otros desaparecían, otros convertían sus barcos en los delirios de un adicto al crack, y ahora otro que paraba a la poderosa Black Rodolfus con sus manos desnudas. Qué mundo... Si un hombre ya no podía confiar en la fuerza de las balas y los motores, ¿a qué podía aferrarse? A este paso iba a tener que liarse a garrotazos con todo el mundo.

Y lo más frustrante fue que otra moto apareció de la nada y sí que lo arrolló. Ahh, no, eso sí que no. Su Rudolf no iba a quedar por debajo de la chatarra de algún mamonazo entrometido.

-¿Por qué no te vas a...? ¡Coño!

¿Qué carajos era esa puta cosa? Parecía como si la polla infectada de un reno medio muerto hubiese cobrado forma casi humana y se hubiese hecho un traje con un accidente de tráfico. Y esos dos caniches enfermos y apestosos que lo acompañaban no ayudaban a que Roland se sintiese menos inclinado a mandarlo a la mierda.

-¿Qué...? ¿Qué clase de bicho eres tú? -Roland vio de reojo cómo Jefferson se levantaba. Porque iba a suponer que había acertado y era Jefferson de verdad-. Bah, da igual. Vuélvete a la morsa muerta que te haya vomitado y no me toques los cojones.

Intentando que el aspecto de esa cosa no le desconcertase mucho, volvió a arrancar para encarar a Jefferson y atropellarlo... otra vez. La gente solía decir que Roland no era muy imaginativo, pero si algo había aprendido era que si alguien no se caía con el primer puñetazo, le dabas otro. Buscar tácticas enrevesadas era para los que habían terminado la primaria. Así que empezó a vaciar el tambor de Lulú para convertir el cuerpo de Jefferson en un colador con agujeros del tamaño de una naranja. Y si el tío se las arreglaba para detener de nuevo a Rudolf... bueno, pues le saltaría él encima y a tomar por culo.

Roland contempló horrorizado el humeante cadáver de Rudolf. Aquella aberración no tenía nombre. Era demasiado cruel, demasiada maldad como para existir en ese mundo. Una pobre moto inocente que casi nunca había hecho daño a nadie que no se lo mereciera un poco. Se quitó las gafas de sol y las tiró a un lado después de partirlas con dos dedos inconscientemente, como a una ramita.

Jefferson no le dejó lamentarse en paz. Ese cagarro humano, un simple enano del tamaño del muslo de Roland, agitó su estúpida hacha y le lanzó algún tipo de mierda de luz brillante y de aspecto peligroso. Roland, que seguía tirado en el suelo después de que su pobre moto hubiese sido utilizada como un escudo, se tiró de morros al suelo jabonoso. Una burbuja empezó a brotar de la tierra y envolvió su cabeza mientras el extraño ataque del pirata le pasaba por encima.

O eso creía él. Roland era tan grande que incluso estando tumbado abultaba lo bastante como para ofrecer un blanco fácil. La onda de luz le golpeó directamente en el costado y en la cacha izquierda y lo lanzó rodando sin control. Para cuando quiso detenerse, una maldita burbuja le rodeada la cara y el culo le dolía como aquella vez que su primera ex-mujer le atacó con la desbrozadora.

Estalló la pompa de un manotazo y se puso en pie lentamente, decidido a vengar a su fiel máquina. La sangre le bajaba caliente por los michelines y la pierna, manchando de rojo oscuro su bota. No le importaba. Estaba tan concentrado en su propia rabia que un poco de sangre se le antojaba irrelevante. Una mezcla de ira y grasas saturadas recorría sus machacadas arterias a toda velocidad y hacían a su corazón tocar un frenético ritmo de guerra. Cada latido prometía muerte y venganza, fuego y furia. Rudolf no iría sola al infierno.

-Ahora vas a ver, cabronazo -dijo a Jefferson, un aciago y poderoso susurro que quemaba como el fuego. Luego se giró hacia el engendro, el que había disparado hasta destrozar la Black Rodolfus-. Y tú... ¿No te dije que te fueras a la mierda?

En realidad, Roland mandaba a la mierda a casi todo el mundo, por lo que estaba seguro de que sí lo había hecho con aquel bicho verde. Si le hubiera hecho caso, su moto seguiría entera y Jefferson ya estaría muerto. Estaba seguro de ello. Lo bastante seguro como para dedicar unas cuantas de las preciosas balas de su pistolón en liquidar a aquel puto entrometido. Estaba tan cabreado que siguió apretando el gatillo incluso durante unos segundos antes de darse cuenta de que Lulú a no tenía nada que decir. La había vaciado contra Jefferson. Roland devolvió el arma a su funda con un bufido y metió la mano en el saco, dejando para luego lo de matar a esa cosa.

-He sido bueno, coño. Dame algo decente.

Tuvo que sacar tres regalos para encontrar lo que quería: una preciosa escopeta recortada que encajaba a la perfección en su mano y que venía con una conveniente cajita de cartuchos. Arrancó el papel que la envolvía y lo tiró con los dos regalos previos, una caja de plástico llena de macedonia -fruta, puta fruta; y eso que había sido bueno- y un cubo de basura. Pisoteó el lazo cuando empezó a avanzar hacia Jefferson, decidido a meterle esa hacha por donde amargan los pepinos.

-¡AHHH! -bramó mientras empezaba a disparar.

Soltó un tiro tras otro según recortaba distancias con el pirata. Cuando tuvo que recargar, descolgó de su cinturón una de las granadas de colores que trincase allá en el gremio de cazadores, cuando le abrieron la puerta de la armería. Quitó la anilla con sus dorados dientes, sin dejar de andar a buen ritmo hacia el pirata, y la lanzó. Solo entonces vio que era la roja. ¿Por qué la habrían pintado? Daba igual. Aprovechó ese momento para recargar y se dispuso a reventar a balazos lo que quedase después de que el explosivo estallase.

-Joder, quién me iba a decir a mí que eso era lo que hacía.

Roland se partía de risa delante de la rojiza estatua de Jefferson. En lugar de una explosión normal, la granada roja lo había cubierto de una especie de asquerosidad roja que Roland no quería ni podía reconocer. Ni siquiera se molestó en seguir recargando después de descerrajarle dos tiros al inmóvil pirata, sino que le invadieron las carcajadas y empezó a rebuznar de risa.

-¿Tanto para eso? -exclamó. Había gente que no se burlaría de un enemigo caído, pero Roland no era de esos-. Pagan mucho por un mierdecilla como tú. ¡Y ahora van a tener que sacarte de esa cosa antes de encerrarte, hohoho!

Eso le recordaba que iba a tener que llevárselo de algún modo. Si lo dejaba ahí, cualquiera podría pasar y llevárselo. Seguro que Braud o los otros estaban deseando trincar a Jefferson y quedarse con el mérito y con la recompensa. Eso no podía permitirlo. Pensó en llevárselo a cuestas, pero no quería tocar esa cubierta roja y amarilla. ¿Estaba brillando? Bueno, sería cosa de la granada. Iría a coger el cubo de basura que le había dado el saco. Ahí podría meterlo y entregarlo.

La luz dorada se hizo más fuerte mientras el rojo se desvanecía. Roland se protegió los ojos con el brazo, preguntándose si por fin iba a explotar. Casi prefería que no lo hiciera. Una buena explosión le gustaba como al que más, pero le habían advertido de que el cuerpo tenía que ser mínimamente reconocible si quería cobrar. Una bolsa llena de trozos de carne triturada no colaría como Jefferson.

No iba a explotar. La sombra del pirata, cargando con su hacha -mucho más grande y varonil que él mismo-, se abalanzó sobre él. Roland interpuso el brazo en la trayectoria del arma. No habría sabido decir por qué, realmente. Tal vez porque estaba acostumbrado a pararlo todo de un manotazo, o quizás porque incluso él entendía que era mejor sangrar por un brazo que por la cabeza. Ni siquiera tuvo tiempo de estar furioso. Destrozaba su moto y luego pretendía decapitarlo, y lo único que se le ocurrió pensar fue "¿Cómo coño está brillando este cabrón?"

Alzó la escopeta y le disparó, pero, cómo no, había estado muy ocupado cachondeándose como para recargar. Roland se giró un poco para intentar protegerse, más instinto que otra cosa. El hacha se hundió en el enorme y gordo jamón sucio y musculoso que Roland tenía por tríceps. Estuvo a punto de cortarle a Sandy, la gorda striper que tenia tatuada, su preciosa cabellera. En vez de eso, le dejó un tajo que le rozó el hueso. Roland quiso retroceder, pero solo consiguió caer de culo, lo que probablemente evitó que perdiera el brazo izquierdo. En vez de eso, tan solo le quedó inservible. Ráfagas de un dolor atroz le azotaban desde el destrozo que el hacha le había provocado, una herida fea, profunda y enorme por la que sangraba como un cerdo.

Consciente de que el siguiente golpe lo mataría, ni se molestó en intentar levantarse. Tiró la escopeta y metió la mano que aún podía mover en el saco, que colgaba, grande, viejo y manchado de sangre, a la izquierda de su cinturón. No tenía ni idea de lo que sacaría, pero, fuese lo que fuese, lo usaría para atizarle a Jefferson -que estando de pie era más o menos tan alto como él sentado-. Mientras sus dedos se cerraban sobre el papel de regalo, Roland no dejaba de repetirse lo bueno que había sido, para que el saco lo supiera y no le tocase mucho los huevos. Más le valía que lanzarle el regalo le diese uno o dos segundos de ventaja.

Arrojó el regalo contra el pirata sin haberlo desenvuelto siquiera. No tenía tiempo para ello. Su vida estaba en juego en mitad de un emocionante combate... y eso no le gustaba. Mazazo aplastaba, no las pasaba putas contra un mamonazo al que le brillaban las pelotas. Echó mano a todas las granadas de colores que le quedaban, arrancándolas de su cinturón y agarrándolas a puñados con su enorme manaza. Una de las verdes se le escurrió, pero había podido agarrar las dos azules, la amarilla y la otra verde. Iba a ser un petardazo de la ostia.

Roland se incorporó, mareado y dolorido, con un brusco y desmañado salto con el que se abalanzó sobre Jefferson.

Al cuerno ir con cuidado. Si quedaba irreconocible al menos se conformaría con haberlo matado. Roland pensaba estamparle los dos explosivos en la cara con tanta fuerza como para que reventaran sin necesidad de quitarles ni las anillas. Y si se dejaba unos cuantos dedos por el camino lo consideraría un pequeño precio a pagar con tal de darle su merecido. Él era Mazazo, el terror de los callejones nevados, el campeón de las tabernas y los suburbios. Si todos los locos y maricones del mar podían detener las balas, si cualquier piratucho era capaz de resistir cañonazos casi por arte de magia, él también lo haría. Llevaba consigo el peso de largas y numerosas décadas de lucha y orgullo. Si no podía sobrevivir a algo asi, nadie volvería a respetarle nunca. Cuando volviese a Ártica contaría la historia de cómo se cargó al pirata Jefferson.

A ver cómo usaba su hacha cuando la monstruosa mole que era Roland von Klauswitz se le echase encima y le metiese las granadas por el puto gaznate.