Anochecer En Hallstat. [Galia-Ivan] [Privado]

No se resistió. Al principio se sobresaltó y abrió la boca para gritar, pero eso fue antes de ver sus ojos, aquellos fríos pozos azules. Con la mirada perdida en ellos, se relajó y no se resistió cuando él se acercó y le acarició suavemente la cara. Tan sólo se estremeció y entreabrió ligeramente sus rojizos labios, momentos antes de que él los probara. No supo reaccionar, aturdida por todo lo que estaba sucediendo, sin saber cómo asimilarlo. No conocía a aquel hombre de nada, ni mucho menos le hubiese dejado hacer eso en otras condiciones, pero algo la impulsaba a dejarse llevar y confiar en él. A simplemente disfrutar de la situación y corresponderle... por eso no se resistió cuando sus manos exploraron su cuerpo, ni cuando sus labios comenzaron a acariciar su cuello, para repentinamente, mordérselo con pasión y furia. Y no pudo evitar que un gemido se escapara de sus labios, embargada por una cálida sensación. Las piernas le temblaron, incapaz de contenerse por el placer que aquel simple beso le causaba, pero él la sujetó con sus brazos, casi con delicadeza. Sentía oleadas de frío y calor, mientras lentamente notaba cómo perdía fuerzas y le costaba cada vez más pensar. Pero el placer era mayor a todas esas sensaciones, embotando sus sentidos y abotargando su juicio. Sin entender lo que sucedía, alzó torpemente los brazos para acariciarle y trató de pegarse más a él... y finalmente, con un suspiro, expiró. El joven apartó su boca ensangrentada de su cuello y dio un suspiro de placer.

- Podría pasarme haciendo esto toda la eternidad...

Nunca se cansaba de escuchar los últimos látidos, de vivir sus últimos momentos. Cada persona moría de una manera diferente y eran los pequeños matices los que volvían aquellos momentos únicos. Los que hacían que aquellos mereciera la pena, más allá del placer que le reportaba beberse su sangre. Cada nueva víctima era un instante de felicidad que atesoraba para siempre. Estaba empezando, sin embargo, a pensar que tal vez iba demasiado deprisa. En lugar de disfrutarlos y de alargar el momento, los devoraba ansiosamente sometiéndose a la bestia. Observó el cuerpo inerte de ella entre sus brazos y pasó un dedo por su rostro, recorriendo sus bellas facciones. Definitivamente debería haber aprovechado algo más la situación. Hubiese sido aquella una noche bastante más entretenida y hubiese disfrutado en más sentidos. Además aún tenía en la lista de cosas pendientes algunas cosas que podría haber probado de habérsela llevado consigo. Suspiró algo apenado, pensando en las posibilidades. Vaya, ahora se había quedado con ganas. Dirigió una última mirada falta de emotividad a la mujer, antes de alzar la mano y pasarla sobre su rostro. Con un movimiento mecánico y artificial, ella se incorporó y le dirigió una mirada vacía. Ivan se la devolvió y ella dio media vuelta y salió caminando del callejón tranquilamente. Él esperó unos minutos, antes de salir también y aspirar el aire nocturno, estirándose. La noche estaba llena de posibilidades, sólo tenía que salir a buscarlas. ¿Qué sería lo siguiente? ¿Ir a beber a alguna tasca hasta caer redondo? ¿Probar cosas más fuertes que el alcohol?

- O seguir ese dulce aroma. Una segunda cena nunca viene mal.

Era un olor nostálgico, intenso y delicado. De mujer, por lo que le decía su experiencia. Al momento y sin haberla visto, la deseó. Deseó poseer aquel exquisito perfume para él, hacerla suya en cuerpo, vida y muerte. Siguió el rastro como un hambriento atraído por el olor de un banquete hasta llegar a un parque. Y al instante lo comprendió todo. Pues claro que le resultaba evocativo y nostálgico: era SU olor. Entrecerró los ojos y se deslizó silenciosamente hacia la chica, disfrutando de la visión de su figura. La vio agacharse a beber en una fuente y aprovechó el momento para situarse bastante cerca de ella, justo a su espalda. No hacía demasiado de su último encuentro, pero con todo el tema de la guerra no habían tenido tiempo para hablar. Y aquella escoria, Ryuken... había estado a punto de arruinarlo todo. Pero aquel era el momento de enmendar su error y reclamarla para sí. Le daba igual lo que sucediera luego; no era como si estuviese interesado en ella en otros aspectos; sólo la ambicionaba para sí. Con una sonrisa, contestó a sus palabras:

- O tal vez deberías quedarte. Las puertas del castillo siempre estarán abiertas para ti.

En cuanto se girase, ampliaría su sonrisa y abriría sus brazos en un gesto cálido para abrazarla. El juego había comenzado.

Con una sonrisa, disfrutó del momento del abrazo. Era evidente que había hecho grandes progresos; ya no necesitaba la hipnosis para lograr que confiase tanto en él como para abrazarle. Si seguía a ese ritmo, pronto lograría su objetivo y la tendría para sí. "Es una Markov. Se merece a alguien mejor que un sucio revolucionario." Le acarició el pelo y le sonrió cuando esta lo miró, sintiendo su orgullo crecer al escuchar sus palabras. ¿Ángel de la guarda? Una elección de palabras irónica, pero sí. Al fin y al cabo no hacía otra cosa que preocuparse por el bien de ella como Markov que era, ¿no? La había protegido, acogido en su castillo y cuidado. Hasta su pelea con Ryuken había sido por su bien... al menos en parte.

- ¿Estás segura de que llamarme ángel es lo correcto? - contestó con una sonrisa maliciosa, dándole un toque con el dedo en la punta de la nariz - Eres una Markov. Siempre que necesites ayuda, estaré a tu disposición.

Podía ser egoísta, cruel y retorcido, pero sus palabras eran ciertas. Pese a que si contravenía a sus intereses era capaz de ignorar cualquier clase de moral o código, su sentido de la familia era muy fuerte. Se sentía un miembro de la familia Markov de pleno derecho pese a su origen ilegítimo, pero, ¿qué importancia tenía eso cuando una bastarda se sentaba en el trono de Hallstat? Pensó con una mezcla de melancolía y tristeza en Ili, pero rápidamente se quitó aquellos pensamientos de su mente. Aquella noche no era en ella en quien debía pensar. Aceptó la rosquilla y la comió rápidamente, pero sin perder sus modales. Estaba buena, pero acostumbrado a ser mimado como noble que era había probado dulces mucho mejores. Con una sonrisa traviesa, desapareció y reapareció a la espalda de Galia, riéndose suavemente. Entonces trató de cogerla en brazos, tras lo que de un salto se propulsaría a los aires y echaría a volar. Mientras daría una orden mental a su manto de sombras, que cambiaría de forma cubriéndolos a ambos. Con aquella capa nadie los vería sobrevolar el cielo nocturno, y además cubriría a la chica del frío del cielo. De todos modos, no creía que las bajas temperaturas fuesen un problema para ella... como tampoco lo eran para él.

- Pronto llegaremos a Markovia. Gracias por elegir aerolíneas Ivan - comentó, riéndose.

Pronto dejaron la ciudad atrás, sobrevolando un espeso bosque y poco después el pueblo que había a los pies de la colina del castillo. Estaba oscuro y silencioso, como si nadie viviera en él. No había luz en ninguna de las casas, ni las chimeneas echaban humo. El joven no le dedicó más una mirada de reojo, antes de aumentar la velocidad y dirigirse a una de las torres del castillo. Deceleró a medida se acercaba a la ventana, para aterrizar suavemente sobre el alféizar y abrirla con una mano. Estaban en una habitación pequeña, una sala de estar secundaria llena de cuadros y con sillones y sofás rojos de aspecto lujoso. Tras dejar a la joven en el suelo y dedicarle una reverencia burlona, se dirigió a uno de los asientos y se acomodó en este, apoyando una de las piernas en el reposabrazos.

- ¿Quieres tomar algo, Galia-chan? ¿Té, café, un refresco? Los criados nos darán lo que quieras.

No pudo contenerse y comenzó a reírse al escucharla. Era demasiado irónico... ¿algo que le gustara? Ya tenía al alcance de la mano exactamente lo que quería. Otra cosa era que pudiera acceder a ello ya mismo. Estiró la mano hacia una mesita auxiliar y tomó una campanilla, agitándola para llamar al servicio. Entonces ella lo miró y él le devolvió el gesto, observando sus hermosos ojos. Era bella y pálida, como una flor de invierno. Una vez más sintió cuánto deseaba poseerla para sí, ser el único que pudiera disfrutar de aquella belleza. ¿Y por qué no lo hacía? ¿Por qué no reclamarla para sí para toda la eternidad como su eterna compañera de la noche? No le quitó la mirada de encima mientras ella hablaba, en parte pendiente de sus palabras, en parte sumido en sus oscuros pensamientos. Sin embargo, en cuanto asumió qué era lo que había dicho ella, eso lo descolocó totalmente. ¿Metas? ¿Objetivos? La verdad era que rara vez se había planteado algo así. Desde que había dejado Lvneel su gran meta había sido superar a su padre, y una vez murió, obtener su akuma no mi y reclamarla para sí. Pero, ¿qué le movía ahora? ¿Tenía un objetivo real? Se quedó totalmente en silencio, confuso.

- Yo... - le fallaron las palabras y se calló unos segundos. Luego sacudió la cabeza y desvió la mirada - No lo sé.

Se levantó bruscamente y se acercó a la ventana, algo molesto. ¿Una meta? ¿Necesitaba algo así? Pensó en decirle que él simplemente era libre, que iba a donde le llevaba el viento. ¿Pero era realmente así? En el fondo sabía que no, que desde que Thelor se había ido era como un niño perdido. Sin guía, sin un fin, se había limitado a vagar por el mundo saciando sus deseos inmediatos, segando vidas, buscando más y más placeres y distracciones que lo mantuvieran saciado y feliz. Alimentándose de las vidas y el sufrimiento ajeno para acallar el propio. Para ocultar que era poco más que un cascarón vacío. Ni siquiera había ido a buscar a su otra mitad, a la persona que le había hecho encontrar un motivo por el que vivir y morir. Ya no recordaba la última vez que había sonreído de verdad, de pura alegría desde el corazón, y no en medio de un arranque de sadismo o mientras saciaba uno de sus oscuros deseos. Se mordió el labio con rabia, y cuando el criado entró ni siquiera se giró a mirarle.

- Una gaseosa de limón para la señorita - esperó a que el criado hubiese salido de nuevo - No, no estoy casado - dijo, en un tono de voz hastiado y algo decaído - No busco instalarme y cambiar mi barco y el mar por una única mujer y andar cambiando pañales. Tal vez en un futuro... no lo sé. No es algo que me haya planteado nunca.

Suspiró, algo más calmado. Tampoco es como si todo estuviera perdido, ¿verdad? Tenía la eternidad por delante y aún podía encontrar un nuevo motivo por el que vivir. Aún podía sentir placer, sufrir, amar, crear, destruir... cerró los ojos y dejó que sus fantasmas se desvanecieran. Hasta aquel momento había estado cerrando los ojos ante sus propios deseos más auténticos, cegándolos con placer. ¿Qué quería realmente, pues? Dejó que su propio corazón le respondiera, y este no le hizo esperar. Quería poder, fama, reconocimiento. Quería recuperar a su hermana. Quería que el mundo temblara ante su poder. Encontrar y matar al asesino de su padre. Pero además de todo, quería dejar de estar solo. Quería... ¿amigos? ¿familia? Alguien en quien poder confiar y con quien compartir los buenos y los malos momentos. Escuchó la puerta abrirse de nuevo y captó el olor del criado, que dejó la bebida, hizo una reverencia y volvió a irse. Acto seguido se giró y miró a Galia. Ahora la idea de convertirla había cobrado un nuevo significado. Se acercó a la chica sin dejar de mirarla a los ojos y alzó la mano, apenas rozándole la mejilla en un gesto casi cariñoso. Era sangre de su sangre y... en la familia podías confiar, ¿no? Al menos cuando no se trataba de él mismo. Cerró los ojos y emitió un suspiro casi inaudible.

- Hace un momento decías algo de tomar algo que me gustara - esbozó una ligera sonrisa - También me preguntaste si hay algo que ansíe.

Volvió a mirarla directamente a los ojos, con una mirada extrañamente emotiva y sincera para él. ¿Hasta qué punto Galia confiaría en él? ¿Hasta qué punto estaría dispuesta a estar a su lado, a apoyarle y a ayudarle? Era irónico que la mujer a la que había planeado someter y llegar a violar si se resistía fuese a la que pretendiera confiarle todo aquello... no, irónico se quedaba corto. Era descabellado, una jodida locura. "Estoy como una jodida cabra" contuvo una risa demente y se limitó a soltar un ligero soplido y sonreír "pero, ¿qué es la vida sin un poco de locura?" Esta vez no pretendía manipularla. No usaría la hipnosis, si ella aceptaba debía ser por propia voluntad, demostrando qué pensaba realmente de él. Avanzó un paso más hacia ella, tendiéndole una mano para ayudarla a levantarse en caso de que siguiera sentada, quedando casi pegado a ella. Observó sus ojos, de aquel pálido y suave azul, y trató de expresarle con su mirada sus sentimientos. Su soledad, su deseo de calor humano, lo perdido que se sentía.

- En este mundo... estamos solos. No puedes saber en quién confiar. Mi padre adoptivo me repudió tras descubrir que no era su hijo y me miró con asco. Mi verdadero padre me clavó una espada en el pecho y me cortó los brazos.

Se retiró las mangas y dejó sus antebrazos al descubierto, mostrando las cicatrices de los puntos de sutura y de los puntos donde Vanator le había seccionado ambas extremidades. Se quedó callado por un instante, recordando aquella fatídica noche. ¿Hacía lo correcto corriendo a los brazos de Galia, en lugar de volver a por Iliana? Apretó los dientes por un instante y suspiró para calmarse. Sí... sí que lo hacía. Lo que importaba era el momento, y en aquel momento era Galia la que estaba a su lado. Podría haber ido a buscar de una vez a su hermana aquella misma noche, pero por algún motivo el destino lo había juntado con aquella otra chica. ¿Quién era él para contradecirlo? Nada le impedía ir a por Ili en otro momento. Miró nuevamente a los ojos a Galia y le pasó una mano por detrás de la espalda, atrayéndola hacia él.

- Olvidémonos de todo por una noche. De las luchas, del sufrimiento, de la soledad... sólo importa el momento. ¿Qué me dices?

Apretó sus brazos en torno a ella, sintiendo un ciento de emociones contradictorias al hacerlo. Alivio, una alegría reconfortante, ganas de llorar, hambre, lujuria... podía sentir el calor de su cuerpo a través de las escasas capas de ropa que los separaban. Podía escuchar el latido de su corazón, invitándole a probar de la fuente de su vida y saciarse con ella. Pero también escuchaba su suave voz, calmándole y llenándole de paz. Era como un bálsamo que sanaba las heridas de su alma. Hacía mucho, mucho tiempo que nadie lo trataba de aquella manera, que le hablaban así. ¿Tres, cuatro años? Lo había sentido como si fuese mucho más. Estaba muy seguro por cómo había hablado y su forma de reaccionar que ella no había entendido sus verdadera intenciones, pero su respuesta había sido lo que realmente necesitaba. Eran exactamente la clase de palabras que podían devolverle la fuerza que necesitaba para ser él mismo, el orgulloso cazador que no dejaba que nada se interpusiera entre él y sus deseos. Así pues, suavemente le acarició la mano y trató de quitarle la bebida de la mano para dejarla en la mesa, empujándola con delicadeza a continuación hacia el sofá. Tenía claro lo que quería e iba a tomarlo. Pero se aseguraría de que fuese una noche inolvidable para ambos, y de que ella disfrutara tanto como él tenía pensado hacerlo. Le dirigió una mirada enigmática y le tomó la mano entre las suyas.

- ¿Hasta qué punto estarías dispuesta a ir para ayudarme? - sus ojos brillaron con un destello dorado - ¿Hasta qué punto confías en mí?

Tomó aire por la nariz, aspirando su dulce aroma y embriagándose en él. Le dedicó una media sonrisa a la chica y agachó su cabeza para depositarle un suave beso en la mano.

- Como dije... antes dijiste algo de que sólo tomarías algo si yo también bebía algo que me gustara, ¿no? El problema es que aunque pueda beber lo mismo que una persona normal, no es lo que realmente me gusta ni lo que quiero - le dirigió una intensa mirada - Me viste pelear cuando nos conocimos y en Síderos. Viste mi forma completa, ¿no sabes lo que soy?

Su piel comenzó a palidecer hasta un punto que no pareció la de una persona sana... o viva, siquiera. Entonces sonrió, mostrando su boca mientras su transformación se completaba y sus colmillos se alargaban y afilaban, revelando su verdadera naturaleza. Era posible que aquello la estremeciera un poco, pero no creía que fuera a asustarse con tan poco. Ella no era así.

- Galia... nunca he pedido esto. Siempre lo he tomado cuando he querido y de quien me ha apetecido. Si te lo pido voluntariamente es por lo que te aprecio. No te asustes, no te haré daño. Tengo suficiente autocontrol para evitarlo. Y créeme, no te dolerá en absoluto, más bien al contrario.

Si para entonces aún no había entendido a lo que se refería, entonces lo comprendería. Aún no le había soltado la mano, y ahora se la levantaría para acercar su muñeca a su boca, parándose antes para ver su reacción por si le molestaba que continuara. Entonces, en un gesto suave y casi cariñoso, rozó su piel con sus labios. Apenas parecería que le estaba dando un beso... al menos al principio.

Le costó no perder la cabeza y empezar a beber sin control. Aquel sabor era embriagadora, y cada trago era mejor que el anterior. Continuó succionando, bebiendo lentamente para disfrutar del sabor de cada gota. El sonido del corazón de ella acelerándose y sus gemidos comenzaron a encenderle, aumentado más la emoción del momento. Llevaba meses soñando con aquello y sus expectativas no habían llegado a acercarse lo más mínimo a la realidad. Desde que había captado su olor sabía que era exactamente su tipo, pero no se había esperado aquel aroma, potente, complejo y delicado al mismo tiempo. Lentamente apartó su boca de la muñeca de ella y la soltó, lamiéndose los labios para limpiarlos de sangre. Así como retiró los colmillos, la herida del antebrazo de la chica se cerró. Le devolvió la sonrisa y se incorporó ligeramente, para agarrarla por el hombro y tratar de tumbarla en el sofá. Acto seguido se subió colocándose sobre ella y acariciándole la cara.

- Galia...

Acto seguido se agachó sobre ella y comenzó a recorrer su cuello con besos, mordiéndoselo juguetonamente sin clavarle los colmillos. En ningún momento habían dicho nada sobre hacerlo, pero si había algún momento era aquel. Podía sentir que ella estaba tan excitada como él y percibía perfectamente que su temperatura corporal había aumentado. Deslizó un brazo bajo ella, abrazándola, y con la otra mano buscó la de ella y entrelazó sus dedos. Entonces detuvo sus besos por un instante, antes de volver a morderla, apasionadamente. La sangre fluyó por la herida, y él se afanó por no derramar ni una gota. La deseaba, la deseaba más que nunca. Se incorporó levemente y tiró su capa a un lado, quitándose a continuación la camisa de un tirón, reventando los botones. Sin importarle lo más mínimo el desastroso estado en que estaba dejando su ropa, la echó a un lado también. Su torso, atlético y definido, quedaba sólo deformado por algunas cicatrices de batalla que había recibido antes de comer su fruta. Volvió a agacharse sobre ella y comenzó a acariciarla.

- Creo que es mi turno de darte algo a ti - le dijo, esbozando una media sonrisa.

Sin perder más el tiempo, le dirigió una mirada llena de lujuria y pasión. Llevaba retrasando aquel momento a sabiendas, con la única intención de ponerla a tono para ello, de preparar el ambiente. Con una mano le apartó cariñosamente el pelo de la cara, para luego mirarla con intensidad. Dejó pasar un instante, dejando que la emoción creciera por sí sola. Estaba extasiado y eufórico, totalmente controlado por la situación. Lentamente acercó su rostro al de ella y acarició sus labios con los suyos, suavemente. Apartó la cabeza un poco, le sonrió pícaramente y entonces volvió a bajarla, esta vez con intención de ir a por más.

El vampiro suspiró, con el corazón aún a mil por hora. Había sido intenso, muy intenso... observó el respaldo a su lado, destrozado por las garras de ella. Él también se había llevado unos cuantos arañazos, pero lejos de haber sido inconveniente aquello sólo lo había puesto más a tono. Ahora estaban los dos tumbados desnudos sobre el sofá, con ella sobre él. Sonrió suavemente y le pasó una mano por el pelo, acariciándola con suavidad. La espera había merecido la pena al final, pese a todo. Sentía cansancio al tiempo que una sensación de bienestar y calma, totalmente relajado. Hacía tiempo que no disfrutaba tanto de algo así, pero es que pese a su evidente inexperiencia se habían compenetrado bien en la cama. "Ya mejorará con el tiempo" pensó irreflexivamente, para luego darse cuenta de lo que ello implicaba. ¿Continuarían con aquello? ¿Estaría Galia de acuerdo? Y más importante aún, ¿e Iliana qué? Frunció el ceño, algo molesto por el pequeño ataque de remordimientos que le había dado. Que ella estuviera por ahí no tenía que importarle, era su hermana, no su pareja. Más aún, él era un cazador, era libre de tomar lo que quisiera sin rendirle cuentas a nadie. Bastante tenía ella con contar con su aprecio y su cariño. Quitándose aquellos pensamientos de la mente, observó a la chica que tenía sobre él y sonrió.

- Te dije que no era precisamente un ángel, ¿o no? - le guiñó un ojo - No te conviene bajar la guardia, Galia-chan. Podrían morderte.

Soltó un suave bufido, divertido por su propio comentario. Observó a la luna por la ventana y estiró los brazos bostezando. Pese a la extenuación, se sentía totalmente despierto y activo. Había comido en abundancia y la suave luz nocturna contribuía a que se sintiera despejado, pues a diferencia de una persona normal su akuma le hacía estar más despierto por las noches y cansado bajo la luz del sol. Aunque su anillo le ayudara a resistir los efectos de este, esto no quitaba que su cuerpo ahora estuviese habituado a otro ritmo de vida. Respiró profundamente y disfrutó del olor que desprendía la joven, dejando que este lo inundara. No podía evitarlo, pero ella tenía algo... no es que fuese la única persona que despertara su sed de aquella manera. Además, encontraba una especie de placer perverso en aquello, ¿era porque eran familia? ¿Por el tabú? ¿O porque le ocultaba su verdadera identidad? Entrecerró los ojos, decidiendo que aquello carecía de importancia. Había algo más urgente en su mente en aquel momento, una necesidad. Era ese sonido repetitivo que quería extinguir. Apenas sin darse cuenta de lo que hacía se incorporó y clavó su mirada en ella.

- ¿Lo oyes?

Era como un tamborileo. ¿Era esa una buena definición? Siempre rítmico, aunque a ratos cambiante. Ahora parecía haberse acelerado... notó la saliva en su boca, mientras en su mente el deseo de extinguir aquel sonido se incrementaba. Su piel comenzó a palidecer aún más mientras sus ojos se volvían dorados. Su pelo empezó a perder el color, volviéndose de un tono plateado de blanco. Ahora percibía aquel martilleo con mayor intensidad y sabía dónde estaba. Y percibía sus ecos, extendiéndose y reverberando. Entreabrió la boca, mostrando sus blancos colmillos, mientras se preparaba para el momento de hacer caer el ocaso como tantas otras veces. No fue consciente de lo que hacía, y era ya demasiado tarde para pararse, cuando guiado por su instinto asesino sus colmillos descendieron sobre la yugular de Galia.

No podía ¿o no quería? parar. Las quejas de la chica eran apenas un ruido de fondo para él, un sonido cuyo significado no acababa a discernir. En aquel momento todo cuanto cabía en su mente era la presa que sujetaba entre sus brazos y que se debatía débilmente contra él. Afianzó el agarre y comenzó a succionar el líquido con más ímpetu y ansia, decidido a matar aquel sonido que poco a poco iba apagándose. El calor que desprendía el cuerpo de ella, su olor, su sabor, el placer de alimentarse, los latidos del corazón cada vez más débiles, sus desperados intentos de soltarse, el dolor de las garras hundiéndose en su espalda... todo se unía creando una bella e imperfecta sinfonía de muerte. Nada era capaz de distraer en aquel momento al vampiro de su siniestra tarea. Alzó las manos y agarró las muñecas de ella, tratando de inmovilizar sus brazos para que dejara de hacerle daño. A pesar de que tenían una fuerza similar, la pérdida de sangre la había debilitado e impedía que pudiera resistirse apropiadamente. Notando la debilidad de su presa, Ivan dio un gruñido de triunfo y comenzó a destrozar a mordiscos la garganta de ella, impaciente porque la sangre brotara más rápido. Ella se iba enfriando gradualmente y poco a poco empezó a dejar de moverse. Su corazón perdió fuerzas y su latido se volvió más y más débil. Su muerte ya era inevitable.

- Tu vida es mía - proclamó, con una voz ronca y grave.

Entonces notó un escalofrío al escucharse y recuperó en parte la consciencia. ¿Qué estaba comiendo? ¿A quién se estaba comiendo? Abrió mucho los ojos, aterrado, y se apartó de ella al percatarse de lo que estaba pasando. "No..." Cogió por los hombros el cuerpo inerte de ella y comenzó a sacudirla para intentar espabilarla. Estaba helada, tenía la vista perdida y unas horribles heridas en su cuello. Un sentimiento de culpa y miedo como rara vez en su vida había sentido lo invadieron. Había frivolizado sobre matarla en sus pensamientos y hasta había fantaseado con ello, pero ahora... "No quiero que mueras. No quiero matarte. ¡Joder! Prometiste que ibas a estar conmigo. ¡No puedes morir aún!" Comenzó a darle bofetadas, intentando en vano mantenerla consciente. Podía percibir perfectamente cómo la vida se escapaba del cuerpo de ella lentamente y ya no le quedaba mucho tiempo de vida.

- Galia... no te mueras, por favor. ¡Lo siento! Yo... no quería...

Comenzó a morderse el labio inferior con tanta fuerza que se hizo una herida, pero ni ese dolor ni el que sentía por los cortes de su espalda eran comparables al que le desgarraba por dentro. Ella era una de las pocas personas que se habían abierto a él de aquella manera, y... acababa de matarla. ¿Por qué? ¿Por qué tenía que doler tanto? Nunca le había importado arrebatar vidas. ¿Por qué aquella? Notó cómo la rabia y la impotencia crecían en su pecho y se agolpaban, luchando por salir de su cuerpo. Y gritó, gritó con todas sus fuerzas. Gritó tan fuerte la estancia tembló, el suelo se agrietó y las presencias cercanas a él se desvanecieron. Gritó hasta que notó que se quedaba sin aliento y se hacía daño. Algo cálido rodaba por sus mejillas y caía de ellas, empapando la ropa de la chica. ¿Lágrimas? No... sangre. Lágrimas de sangre. "¿De qué sirve llorar ya? No voy a solucionar nada... ¡joder!" Pero no podía evitarlo. Abrazó el cuerpo de Galia y lloró, lloró por su pérdida, por la impotencia, porque volvía a quedarse solo en el mundo. Lloró y maldijo por primera vez su maldición, su hambre de vidas. Sus manos sólo traían desgracias al mundo. Sólo sabía arrebatar a otros cuanto podía para él mismo. Una cálida lágrima carmesí cayó sobre su mano y entonces cayó en la cuenta. "Sangre... espera. Se supone que... que puedo hacerlo. Padre podía hacerlo... ¿no? Eso hizo con lord Anthony y otros." Algo más sereno, miró a la joven y dijo, con la voz partida:

- Te devolveré la vida que te he quitado. Lo prometo. A partir de hoy compartiremos una noche eterna.

No tenía muy claro como, pero inconscientemente sabía lo que hacer. Alguna novela que había leído en su juventud mencionaba algo sobre el tema, pero evidentemente ni se centraba en detalles ni eran muy creíbles. Los cuentos eran cuentos, al fin y al cabo. Alzó su brazo derecho y sacando las garras con su otra mano, se hizo unos profundos cortes en la muñeca. Entonces acercó esta a la boca de Galia y dejó la sangre cayera sobre esta. Si todo iba bien, ella debía reaccionar... ¿no? Eso quería creer, eso deseaba con todas sus fuerzas. Desesperado y creyendo que no sería suficiente, apartó un momento su muñeca, desenvainó su daga y profundizó uno de los cortes, haciendo que más sangre brotara. La suya manaba más lenta que la de un humano debido a su propia condición, y no quería arriesgarse a perderla por no darle suficiente. "Al fin y cabo... yo no moriré por algo como esto." Apretando la herida contra la boca de ella, le agarró por la nuca y la hizo incorporarse ligeramente.

- Bebe... bebe, maldita sea. Te estoy dando una nueva vida.

Parecía que reaccionaba, pero seguía débil. Es más, la transformación aún no estaba surtiendo efecto, mantenía aún su calor corporal... es decir, el escaso que le quedaba. ¿O es que los transformados retenían características humanas? No, no tenía sentido. Estaba haciendo algo mal. Frunció el ceño y empezó a darle vueltas a las historias que conocía de los vampiros, intentando recordar algún dato que se le estuviera escapando. Pero no había nada, al menos que él supiera. "Mierda..." Notó un picor en el labio y la espalda mientras sus heridas se cerraban y siguió dándole vueltas a la cabeza. No podía ser algo tan simple como darle su sangre sin más. Cuando levantaba ghouls y zombies tenía que imponer sus voluntad sobre sus cuerpos muertos, emplear su poder para animarlos. ¿Tendría que hacer algo similar? Puso su mano libre sobre la frente de Galia y comenzó a canalizar su poder. Apartó por un instante el otro brazo de la boca de ella y se reabrió la herida, en proceso de cerrarse, a mordiscos ignorando el dolor. Entonces se la volvió a poner en la boca y le dijo:

- No dejes de beber, hagas lo que hagas.

Sintió su voluntad y su energía fluyendo hacia ella, y pareció haber alguna especie de respuesta. La chica empezaba a perder calor rápidamente y su pulso empezaba a ralentizarse, pero su cuerpo reaccionaba al contrario que sus signos vitales, fortaleciéndose. Podía notarlo en cómo se movía y bebía, cada vez con mayor avidez. Y sin embargo, el proceso aún no había acabado. "Menos mal que he me he alimentado de sobra hoy, o sino me habría dejado seco." Le apartó el pelo de la frente en un gesto casi cariñoso y la miró con una calidez impropia en él. Aquella chica se las había apañado para llamar su atención y lograr incluso que se preocupara por ella... menudo descaro. Esbozó una sonrisa al pensarlo y negó con la cabeza. ¿Qué hubiera pensado Derian? Lo habría llamado débil presa. Le hubiese dicho que le faltaba carácter. "Te equivocabas, padre. Hay una diferencia entre no tener el carácter de un cazador y amar. Tú carecías de la capacidad de apreciar a las personas más que como instrumentos para tus fines." A partir de aquella noche él y Galia estarían vinculados por algo más profundo que ser familiares. Compartirían sangre y destino. ¿En qué los convertía eso? ¿La convertía en su hija adoptiva? ¿En su hermana? ¿En su compañera?

- Es inútil buscarle un nombre apropiado entre esos conceptos, supongo - murmuró, con un bufido.

Estaba dando resultado, pero algo le decía que la transformación aún tomaría su tiempo. Y él estaba cansado tras todas las emociones y actividad de la noche. Debían retirarse a descansar... lo que les ponía en un problema. Habían hecho mucho ruido y seguramente los criados empezarían a pensar cosas raras. "Tendré que cargármelos. Puedo encontrar sirvientes nuevos en cualquier momento." Se dispuso a coger a la chica en brazos cuando recordó que ambos seguían totalmente desnudos. Y no podían dormir en aquella habitación, o cuando se hiciese de día el sol los sorprendería a ambos. Se puso a rebuscar entre sus ropas tiradas y cogió el manto de sombras, echándoselo por los hombros. Entonces tomó a Galia en brazos y cerró el manto para cubrirlos a ambos, dirigiéndose a la puerta y saliendo lo más sigilosamente que pudo. Fue directo a su cuarto, donde depositó a la chica en la cama y sacó un ataúd de debajo de la cama. "Hacía tiempo que no tenía que usar esto..." El anillo había simplificado su vida, pero ella carecía de uno, y a partir de ahora tendría que vivir de noche. Tras cerrar con llave la puerta, abrió el recipiente desvelando un interior acolchado y con manta y almohada. Que su padre hubiese preparado aquel castillo había sido una ventaja cuando él lo había reclamado como propio. Se metió con ella en el interior y tras cerrar la tapa y asegurarla con un cierre interno, se abrazó a Galia para seguir transmitiéndole su poder.

- Cuando te levantes, despertarás a una nueva vida. Una vida eterna en la noche. Serás mucho más poderosa que el común de los mortales y mucho más letal. Ahora descansa, mi querida Galia.

Pasó la noche, el día siguiente entero y el sol volvió a caer. Durante ese tiempo Ivan esperó pacientemente, transmitiéndole su poder a la chica. El proceso estaba siendo lento por su inexperiencia, pero funcionaba. Podía percibir con su fino olfato cómo su cuerpo iba cambiando y transformándose. Su aroma acabó siendo uno menos atrayente, diferente al que tenía como mortal, pero igualmente agradable. ¿Podría alimentarse de la sangre de una vampiresa? ¿Cómo sabría? Sentía mucha curiosidad al respecto, pero no quería arriesgarse a arruinar la transformación y matarla definitivamente. En el peor caso podía revivirla como ghoul, pero eso no tendría gracia. Apestaría a muerto y sería... excesivamente servicial. Una esclava sin voluntad propia no tenía gracia, él quería a una que pudiese emplear como compañera. La quería a ella a su lado. En alguna parte de su podrido y malévolo corazón aún podía sentir aprecio, cariño e incluso amor. Y ella había logrado despertar en él algunas de esas cosas. No era que la amase, sino que sentía una mezcla de cariño, apego y posesividad hacia Galia. Al caer la noche estaba algo exhausto, nuevamente sediento y deseando salir de una vez del ataúd. La chica al fin había cambiado, y sólo faltaba que despertara de su largo sueño. Alzó la mano y le acarició suavemente la cara:

- Despierta, Galia. Es hora de que abraces la noche y despiertes a tu nueva vida.

Mientras hablaba, apartó la tapa del ataúd y se incorporó levitando, sin hacer ruido ni ningún movimiento innecesario. En cuanto la chica despertara percibiría todo de una forma totalmente nueva. Sus sentidos se habrían agudizado, y tanto el cansancio como necesidades vitales como respirar habrían desaparecido para siempre. Acababa de hacerle el mayor de los regalos que podía conceder: mientras él viviera, si nadie la mataba la vida de Galia duraría eternamente. Nunca envejecería ni enfermaría. Eternamente joven. Observó sus rasgos, en esencia los suyos propios y a la vez totalmente diferentes. Su piel ahora era pálida como la suya y sus facciones parecían más estilizadas, más bellas.

- Dime.... ¿lo sientes ya? Aspira el aroma de la noche. ¿No lo notas? Cuando las sombras dominan el mundo es cuando nosotros reinamos. Busca los frutos de la caza y sacia tu sed.

Llevaban un día entero en aquel ataúd. A aquellas alturas y recién transformada, Galia debía estar muriéndose de sed. Y sin controlar aún sus instintos, aquella podía ser una noche muy divertida. "Planeaba deshacerme igualmente de los sirvientes, así que este será un dos por uno." Si lo hacía bien, podía acabar convirtiendo a la buena y amable chica en una cazadora de vidas como él. Sólo tenía enseñarle a disfrutar de la caza, a deleitarse con el sabor de la sangre y la sensación de reclamar una vida para sí mismo.

Decepcionante... aunque en parte ya se lo esperaba. Le agarró con firmeza las manos cuando intentó tocarle y se las apartó, mirándole con una expresión indescifrable. Observó la lucha interna de la nueva vampiresa con cierta curiosidad, preguntándose cómo aún habiendo sido bendecida con aquel don podía seguir sintiendo compasión por las presas. ¿Sentían pena los humanos por los animales a los que sacrificaban para comer? ¿Los lobos lloraban por los ciervos? Cierto era que hasta un día atrás ella era también humana y que cambiar el pensamiento de toda una vida no era tarea sencilla, pero, ¿en serio iba a negarse en redondo a beber? Pues bien, eso no iba a tolerarlo. No iba a permitir que una conversa por él fuese tan débil. Quisiera o no, aprendería a cazar. ¿Que no quería matar? Era inevitable. La primera vez la sensación era demasiado arrolladora, sobrecogedora y seductora como para resistirse. En cuanto Galia comenzara a alimentarse de alguien cedería a sus instintos asesinos y mataría a ese ser. Por eso no podía dejar que se descontrolara bebiendo de él, y además si deseaba no matar primero debería aprender a cazar. Luego sería cosa suya aprender a domar sus instintos y beber lo justo para no matar a la persona. Miró con dureza a la chica y esbozó una mueca de desdén y asco:

- ¿Una vampiresa que suplica? ¿Qué te crees que estás haciendo? - la ira brilló en sus ojos - Ninguna de mis creaciones se degradará a tal nivel. Levántate - le ordenó, recurriendo a su dominio sobre ella.

Ningún no muerto creado por él, con voluntad o sin ella, tenía poder para resistirse a sus órdenes. Si en aquel momento se lo ordenara, Galia mataría a todo el castillo sin vacilar quisiera o no. Estaba totalmente a su merced, hasta tal punto que su voluntad y libre albedrío estaban limitados por la voluntad de Ivan. Siendo consciente de su posición de poder absoluto, esbozó una media sonrisa mientras sus ojos destellaban. Había tantas cosas que podía hacer... ¿pero realmente quería? Una parte de él no deseaba hacer pasar por aquel trauma a Galia, a la chica que se había abierto a él y le había dado su cariño, su sangre y su apoyo. Pero otra parte le decía que la forzara como la esclava que era y la obligara a alimentarse, para luego tomarla una y otra vez hasta aburrirse. La segunda parte era muy tentadora y decidiera obligarla a obedecerle o no... una segunda ronda como la de la noche pasada era algo demasiado tentador como para dejarlo pasarla. Y ahora la chica ya no se cansaría, así que las posibilidades de juegos eran mucho mayores. En cuanto a la alimentación era un tema más complicado.

- ¿No quieres matar a nadie? Bien... aprende a cazar. Captura a tus presas y aliméntate de ellas sin matarlas. Sin embargo deberías desprenderte de esa clase de innecesarios escrúpulos. ¿Sentías pena como humana por las vacas matadas para hacer los filetes que te comías?

Se acercó a ella y alzó una mano, acariciándole suavemente la mejilla, en un gesto frío, como quien toca los pétalos de una flor peculiarmente hermosa. Inmediatamente tras eso se apartó de ella y abrió la puerta, dejando que la corriente de aire arrastrara el aroma de los criados. Pronto Galia sucumbiría al hambre, o eso creía él, y en ese momento podrían divertirse cazando juntos. Si los instintos la superaban aquella noche podría llegar a ser muy divertida. Sería su primera cacería acompañado, un agradable cambio que sumaba toda clase de posibilidades a la experiencia. Nunca lo había hecho sobre los cadáveres de sus víctimas. O hacerlo mientras uno de los dos se alimentaba, o tantísimas otras posibilidades. Volvió a sonreír, siniestramente, mientras los planes más perversos iban tomando forma en su diabólica y retorcida mente. Salió al pasillo aspirando el olor del ambiente, dejando de sus propios instintos fuesen adueñándose de él y preparándose para matar y alimentarse hasta quedar lleno.

- Vamos, querida... sé que lo estás deseando. ¿No percibes ese aroma? Te estoy invitando a tomar una exquisita cena conmigo - dijo, con una sonrisa avisa - Y luego hagámoslo una y otra vez hasta el amanecer.

La visión que tenía de aquella dulce e inocente chica cambió totalmente en cuestión de segundos. Tras un instante de sorpresa, sonrió al ver qué rápido los ideales morían, sucumbiendo a los placeres de la sangre. Siseó y se relamió los labios, disfrutando con la escena y aumentando su propia hambre. Pero además de su sed también comenzó a excitarse al ver a la vampiresa devorando al criado. Encontraba un placer perverso en corromper a una criatura pura como Galia y arrastrarla con él a la oscuridad, en ver cómo disfrutaba con aquel acto y le arrancaba la vida ansiosamente al desafortunado mortal. Podía escuchar perfectamente con qué avidez sorbía la sangre, tan rápido que seguramente lo desangraría antes de matarlo del todo. Se rió suavemente para sí, pensando que en algún momento él había sido igual, antes de aprender a disfrutar de la muerte y arrebatar lentamente la vitalidad a sus presas, escuchando cómo sus corazones iban perdiendo fuerza. Era como una magnífica sinfonía acercándose lentamente a su inevitable final... algo que había aprendido a disfrutar con el tiempo. Aparte tal y como lo hacía la neófita no llegaba a aprovecharse tanto el sabor. Cuando ella se levantó, era diferente en todos los sentidos a la anterior Galia. El vampiro la miró con intensidad, como si la mirara por primera vez. "Es simplemente hermosa." La dejó hacer, y en el momento en que olisqueó su cuello apretó los dientes en un gesto casi imperceptible. Si tuviese en forma humana o híbrida, su cuerpo hubiera delatado lo que su mente estaba maquinando.

- Jovenzuela... - se rió por lo bajo - Tendré que recordarte quién manda aquí.

La intentó atraer hacia sí tirándole del brazo, encarándose a ella y mirándola directamente a los ojos. Le gustaba aquella nueva mirada, y ese bello tono sangre. Entonces, sin previo aviso, comenzó a besarla apasionadamente, saboreando la sangre directamente de su boca. Con un brazo la cogió por la cintura, mientras con la otra mano hundía los dedos en su pelo y le acariciaba la nuca. Todo aquello era nuevo para él; eran toda una serie de nuevas experiencias que pensaba disfrutar al máximo. El placer que sentía al alimentarse era una sensación única, pero en cierto modo similar al sexual. Combinar ambas experiencias era algo que siempre le había atraído, pero probar la sangre de la boca de una vampiresa... ¿por qué no lo habría pensado antes? Se separó de ella, conteniéndose para no continuar, y le lamió la sangre que tenía en la comisura de los labios. Tras eso esbozó una sonrisa y se separó de ella, haciendo un gesto sobre el criado con la mano. Este se levantó, y con un lamento comenzó a caminar erráticamente. El castillo se había convertido en su propio macabro buffet libre, y sus zombies en los perros a los que tiraría los restos de la cena. "No puedo dejar que nadie huya..." Mandó una orden mental a sus esclavos no muertos en los alrededores del castillo para que lo rodearan y devoraran a cualquier humano que se atreviera a salir de este.

- ¿Qué prefieres, querida? ¿El mayordomo o la ama de llaves? Oh, ¿o qué tal los cocineros? Tú puedes quedarte al hombre y yo a la mujer.

Tras escuchar la respuesta de la chica, se rió suavemente y comenzó a deslizarse rápidamente por los pasadizos sin emitir el más mínimo ruido. Cuando abrió la puerta de las dependencias, nadie despertó. Lo supo por el sonidos de sus respiraciones y latidos, inalterados. A pesar de la oscuridad podía verles perfectamente en su cama, profundamente dormidos. Se acercó a ellos en completo silencio y se colocó junto a la mujer, aspirando su fragancia. Era una mujer de mediana edad, pelo castaño y cuerpo voluptuoso, además de un olor atrayente, mezclado con el de la harina de amasar. Suspiró, deleitándose con el momento, y le apartó el pelo de la cara susurrándole en un tono casi dulce al oído:

- Despierta, mi dulce flor.

Cuando ella abrió los ojos se encontró con los de Ivan clavados en ella, y no pudo evitar caer en su influjo. Había algo en ellos que le impedía, pese a que su sentido común le decía que algo iba mal, ver que el joven estuviera haciendo nada mal. Le sonrió algo desorientada, y este le devolvió una sonrisa, antes de echarse sobre ella y rasgar su pijama. Ahí fue cuando se asustó, pero para cuando quiso avisar a su marido los colmillos del vampiro descendieron sobre su cuello. Todo dejó de carecer de importancia salvo aquel enloquecedor contacto. No le importaba el ruido que había al lado suya, ni que el hombre que mordía su cuello estuviera acariciando su cuerpo desnudo con su marido al lado. Simplemente se rindió al placer y poco a poco su vida fue escapándosele, sin que hiciera nada por evitarlo. Sin embargo, no murió. Ivan se apartó de ella dejándola moribunda, y miró lo que estaba haciendo Galia. Su chica tenía que comer bien, así que la dejaría alimentarse algo más que él.

- ¿Quieres un tercer plato? No tengo prisa... el castillo entero está lleno de deliciosos bocados. Y no tengo prisa por la atracción principal de la noche - añadió, mirando con lascivia a la pelirrosa.

Innecesario, totalmente innecesario. ¿Y a qué venía eso de que ella no merecía semejante honor? ¡Ese no era el caso! Era su comida y podía hacer con ella lo que deseara. La vampiresa estaba demostrando un instinto homicida que le gustaba, una actitud mucho mejor que la que había tenido hasta hacía unos minutos. Sin embargo tampoco le convencía del todo. Era fiera, incontrolable, ruidosa y desperdiciaba la comida destrozando de aquella manera a los criados en lugar de alimentarse de ellos. Iba a tener que adiestrarla si quería que aprendiera a comportarse de una manera más digna a su posición actual. Le dedicó una mirada gélida y severa mientra una siniestra neblina comenzaba a brotar de debajo de su capa, invadiendo la habitación. Clavó su mirada en sus ojos, intentando hacerla sentirse incómoda y que comprendiera que había cometido un terrible error. Le había ofrecido comida, de SU comida y la había rechazado. Aún no comprendía que él era su maestro, su creador, la persona a la que debía su vida. Se acercó a ella y sin mediar palabra alzó rápidamente la mano para intentar cogerla por el cuello y tirarla a un lado, empleando su poder sobre ella para obligarla a no resistirse.

- Te he dado comida, de MI propia comida y tú la has desperdiciado. ¿Sabes que le hago a mis criados cuando me desprecian, Galia?

Su voz era peligrosamente calmada, pero con un tono autoritario. Se acercó a ella caminando, mientras extraía una daga de entre sus ropas. En el caso de que estuviera tirada aún, se sentaría sobre ella y trataría de agarrarla por el pelo, para luego acercar la daga a su cara y dejar que el acero acariciara su piel, trazándole un corte a lo largo de la mejilla. Por mucho que ahora fuera una vampiresa, aún podía sentir dolor. Esa era la maldición de los vampiros: eternamente jóvenes, con un cuerpo inmortal y capaz de sanar cualquier herida... pero a diferencia de los otros no muertos, sentían el dolor tanto como cualquier otro. Más que un humano de hecho, pues ellos no podían quedar inconscientes por exceso de él. Con una sonrisa sádica, se relamió los labios y alzó la daga, disponiéndose a atravesarle la mano derecha con ella y clavarla al suelo. Nuevamente emplearía sus poderes para obligarla a no resistirse, y sacando otra daga le intentaría clavar la otra mano al suelo. Acto seguido comenzó a reírse suavemente mientras negaba con la cabeza, pasándole un dedo por la herida de la cara (de habérsela hecho) y luego lamiendo la sangre de este.

- Voy a tener que enseñarte disciplina... por las buenas o por las malas. Dime Galia, ¿quién es tu señor? Pide perdón y tal vez decida ser benevolente y sólo me divertiré un rato.

Aún seguía desnuda, dado que ni ella se había vestido ni le había dado ropa alguna. Aquello facilitaría el proceso. Con una sonrisa cruel, sacó otro de sus cuchillos y le dio la orden mental de abrirse piernas, mientras él se levantaba y se colocaba entre ambas. Miró a los ojos a Galia sin dejar de sonreír mientras deslizaba el cuchillo hacia su entrepierna, deteniéndose a centímetros de esta.

- Te prohíbo quejarte o resistirte - declaró, empleando su poder sobre ella - Aunque puedes suplicar.

Y entonces trazó el corte, con intención de destrozar su feminidad. Siseó y se relamió los labios, lamiendo la sangre de la daga. Ya que había perdido la oportunidad de alimentarse más para darle a ella, le tocaba recuperar lo que era suyo. Metió la cara entre las piernas comenzando a beber la sangre, procurando no emplear sus colmillos. No quería provocarle placer; aquello era un castigo. De aquella manera además evitaba emocionarse succionando y drenarla. No sabía qué ocurría si drenaba a un vampiro, pero no le apetecía averiguarlo. Muerta (si es que era posible) no le servía de nada.

- ¿Qué me dices, Galia? ¿Volverás a despreciar a tu maestro, o a jugar con la comida?