Palabras predestinadas [Pasado][Privado]

La salud de Astartea era una de estas cosas que variaban. Siempre había sido así, por eso tal vez había escapado de English Garden en un intento de que su húmedo clima no acabara del todo con ella, pero al final uno siempre volvía a casa.

Incluso al calor de la hoguera, al susurro del fuego y comiendo algo caliente notaba su pulso dudar pequeños instantes antes de continuar haciendo su trabajo. Suspira de forma leve mientras sabe que como siga abusando de su akuma de esa manera, un día va a ser incapaz de abrir los ojos y respirar a la vez. Triste, pero digamos que ella misma se lo había buscado después de tanto tiempo.

-¿Hum? Oh no se preocupe, no tengo la mejor salud del mundo, pero soy ciertamente resistente.- Una sonrisa suave pinta sus labios, mientras lleva la taza de té a los mismos con un gesto calmado.- Bicho malo nunca muere, después de todo.-Se encoge de hombros, dejando que el calor de su cuerpo se vaya restaurando. Es molesto, de eso no hay duda, pero es lo que le ha tocado en esta vida. Además no es como si tuviera tiempo para auto compadecerse y llorar en una esquina.

Finalmente deja la taza de té en la mesa, mientras piensa un momento en las palabras del hombre, un gesto tuerce su rostro.- Tendremos que venir de vez en cuando para asegurarnos de que no haya un rebrote, muchos de estos niños necesitan un seguimiento.- Astartea sacó de entre su túnica un den den mushi. Tras una charla breve y concisa de la que no se podría sacar demasiado, se levantó de la silla.- Vendrán a buscarme, me quedaré en mi casa en la capital y vendré aquí periódicamente.- No es que le molestara quedarse en el pueblo o que fuera tan snob como para no quedarse en aquella posada, pero teniendo una mansión de su propiedad a quince minutos en carruaje le parecía una estupidez tener que quedarse allí.

-Si desea quedarse aquí en caso de que suceda una emergencia, en caso de que quiera visitarme, solo debe ir a la capital y preguntar por la familia Von Castle, le dirán donde vivo.- Nuestra dama agarra su túnica, se la coloca en un gesto suave, mira el paraguas con una sonrisa divertida y luego al caballero de ojos claros.- Quédeselo… Le hará más falta que a mí.- Nuestra dama desaparece por la puerta y el carruaje tarda apenas un par de minutos en aparecer para llevársela.

Tal y como le ha informado a Prometeo, pasara cada tres días por el pueblo durante un tiempo total de un mes.

Tenía cosas que solucionar en su ciudad natal y en su hogar de la infancia, quedarse un mes era molesto pero si era con un propósito no sería tan desagradable. Además tenía que aprovechar para analizar las células y todo lo que pudiera del brazo de nuestro querido Prometeo. Nunca se sabe que cosas se pueden sacar de un sujeto tan interesante.

Era consciente de que las habilidades de los usuarios resultaban agotadoras, y podía verlo en el pálido pero hermoso rostro de la señorita Astartea. Sus palabras estaban cargadas de razón, por ningún motivo podría largarse del pueblo antes de asegurarse de que todos y cada uno de los niños estuviesen bien. Y le alegraba que la señorita decidiera regresar de vez en cuando. Podía verse muy ruda e imponente en momentos determinados, como cuando separó el brazo del cuerpo de ese pirata sin siquiera esforzarse, pero Prometeo creía que era una persona de bien, alguien amable y que velaba por el bien de los demás.

—Yo me quedaré en el pueblo, es mejor que haya dos médicos aquí en vez de solo uno. Además, la gente se sentirá más tranquila —contestó con amabilidad—. Estaremos en contacto, señorita Astartea.

Estuvo en el comedor de la posada hablando con la duquesa hasta que el sueño comenzó a apoderarse de su cuerpo. Los ojos se le caían por sí solos y soltaba bostezos cada vez más seguidos. A pesar de querer quedarse con ella, debía hacer caso a sus propias necesidades biológicas y se despidió educadamente, esperando volverla a ver lo antes posible. Subió las escaleras y entró a su cuarto previamente ordenado por el señor Hugh. Estaba tan cansado que ni siquiera se quitó las ropas, sino que se lanzó sobre la cama y cayó dormido antes de darse cuenta.


Los siguientes tres días fueron aún más duros que el primero. Cada uno de sus pacientes mostraba una mejoría importante que le motivaba a continuar atendiéndoles. Prometeo no era esa clase de médico que se marchaba fríamente luego de acabar la atención, sino que se interesaba por sus pacientes e intentaba aconsejarles lo mejor que podía. Así había conocido a un montón de niños maravillosos quienes jugaban con el revolucionario tras sentirse mejor. Tampoco se había olvidado del hijo del pirata, no porque se preocupase de que pudiera haber problemas en el pueblo, sino porque era igual de importante que el resto de sus pacientes.

Su control sobre las Llamas de la Inmortalidad había mejorado considerablemente, ya no sólo le cansaba menos usarla para aliviar la enfermedad que aquejaba el pueblo, sino que actuaba más deprisa. Los niños habían dejado de sorprenderse luego de ver esas cálidas llamas por enésima vez, lo cual no significaba que no les fascinasen. ¿Y cómo no? Era fuego que no quemaba; era cálido, sí, pero no hacía daño. Prometeo parecía manipular sus propias llamas con una destreza impresionante, rebuscando en el organismo del paciente y atacando directamente al responsable de la enfermedad. Sanar una herida era algo más o menos fácil, pero tratar un virus era una cuestión bastante más complicada. Y si no estuviese practicando hacía ya más de una semana probablemente más de algún niño hubiera muerto.

Prometeo se hallaba mirando el vasto mar casi en el borde del acantilado, sintiendo la brisa marina en el rostro. El sabor de la sal se le metía en la boca, pero no le molestaba: todo lo contrario. Tanto su chaqueta como su cabello ondeaban con el viento.

—Eres un gran médico, ¿sabes? —le mencionó Darius luego de darle una calada al cigarrillo—. No sólo ayudaste a mi chico, sino a todos los del pueblo. Me gustaría contar con alguien como tú en mi barco, ¿qué dices?

—No se olvide de la señorita Astartea, por favor. Si no fuera por ella estaríamos lamentando muchas muertes —respondió amigablemente con las manos en los bolsillos del pantalón—. Lo siento, señor Sharp, pero debo rechazar su propuesta. Creo…, creo que sirvo a mi propio propósito y quiero ver el mundo por mi cuenta. Puede sonar egoísta, pero…

—Hombre, no. Pensar en uno mismo está bien, de egoísta nada —le interrumpió el pirata—. Me gustaría recompensarte por todo lo que has hecho, y también a tu compañera. Es arrogante y pesada, no me va la gente con aires de grandeza, pero también le debo mucho. Te espero dentro de una hora en la playa y no te olvides de ir con la chica.

Cada tres días aparecía por aquella entrada del pueblo, bajándose con la seguridad y la calma de una reina mientras atendía a todos los muchachos que aun siguieran con una fiebre demasiado elevada. Durante varios días, casi semanas se pasó controlando la temperatura de un bebe al cual la fiebre le dificultaba el poder tomar las medicinas, era complicado y pesado, pero al final acababa por quedarse dormida en alguna esquina de su carruaje, mientras esperaba a que la llevaran de vuelta a casa.

Con el pasar del tiempo la gente se había acostumbrado a ella, a su forma de ser, a esa sonrisa maliciosa, a esa forma de picarlos y tirarlos, los niños seguían sintiéndose atraídos a ella como si fuera un imán y para ella era natural. Encargarse de que su cuadro médico mejorara y que a medida que los días la fiebre se controlara, era su deber. Cierto era que la marina había recibido su reporte sobre la partida de los piratas y habían dejado finalmente el pueblo en paz.
Mientras aquellos hombres se fueran y no hicieran nada malo a la gente de aquel lugar, no tendría problema. La verdad es que no tenía demasiadas ganas de volver a meterse en follones.

El tema de manejar la temperatura corporal de alguien o incluso la propia había sido algo que había conseguido y vamos a ser sinceros, empezó a aplicar con ella misma. Cuando el frío la golpeaba de una manera abrupta, solo tenía que alzar su propia temperatura un par de grados y el frio dejaba de molestar. Era algo constante, su energía era drenada de forma parcial pero no podía evitar desear controlar algo tan simple y sencillo como aquello.

Ella que era más sensible al calor que los demás, que era más frágil que nadie, se mezclaba entre gente enferma, enfermedades que de tener ella la matarían en apenas minutos, segundos. Es claro que sin embargo parece que su sed de conocimientos es tan infinita como la falta de cariño por su vida.

Al final lo que quedaba aquel día era ir a ver a Prometeo donde le había pedido, al parecer habían quedado en la playa para algo y ella pues había decidido acudir. El tema de que se fuera a encontrar con ese hombre no le importó demasiado, Astartea era consciente de los pros y los contras de todas las cosas, pero igual que no quería nada en concreto de aquella persona, quería lo que fuera a darle.

¿La razón? Molestarle, ella simplemente había sido de esa manera presa de la molestia que él mismo le había creado con su presunta superioridad secuestrando a todos los médicos mientras el resto de niños se morían. Era egoísta, egocéntrico y Dios y Satán sabe que ella misma lo hubiera ahorcado mientras dormía de no ser clara la razón para no hacerlo.
No pensaba ni mancharse las manos ni doblarse las uñas por un hombre tan poco interesante como él.

-Y yo que esperaba que me hubieras invitado para una bonita cita, Prometeo, me rompes el corazón.- Con una sonrisa angelical, dulce y divertida, las manos cruzadas a la espalda y un bonito vestido color gris, la dama miró a los caballeros allí reunidos en la playa, esperando que comenzaran con lo importante.

Algunos decían que los días nublados eran tristes, algunos decían que traían consigo recuerdos que jamás volverían, lugares que nunca visitarían otra vez. El viento soplaba fuertemente desde el interminable mar, sacudiendo los cabellos de Prometeo sin ninguna clase de suavidad. El movimiento en vaivén de las grandes olas era atrapante, una especie de hipnosis que le invitaba a relajarse, a sentir que no había nada de qué preocuparse. ¿Y qué hacía el joven revolucionario allí, completamente solo? Bueno, esperar. Le había dicho a la señorita Astartea que se reuniesen en la playa puesto que el pirata Sharp tenía algo que darles.

Había mucha gente que creía que los piratas eran mala gente y no respetaban ni siquiera los horarios, pero el capitán de esa banda había llegado a tiempo. Sus hombres le acompañaban, cargando un pesado cofre. Se preguntaba qué tenían planeado, después de todo, Darius D. Sharp había dicho que le recompensaría de alguna manera. En lo personal, ya había sido recompensado lo suficiente con saber que los niños del pueblo y el hijo del pirata estaban bien, lejos de las garras de la muerte. Como médico no podía pedir más que eso. Y fue entonces que llegó la señorita, luciendo un vestido tan hermoso como ella misma. Era normal que los acompañantes de Sharp le mirasen embobados, como si hubiesen sido capturados por una especie de embrujo.

—¿Una cita…? ¿Romperle el corazón…? Oh, lo siento muchísimo, señorita Astartea… Yo… Eh… —Con una sola frase esa chica había dejado sin palabras al homúnculo; en serio, no tenía ni una sola idea de cómo responder a eso. Si no hubiera sido por la carcajada que soltó el pirata, se habría pasado el resto de la tarde titubeando.

—Tu lengua debería ser tan hábil como tus dedos, sensei —comentó con una sonrisa amigable, y entonces se volteó hacia Astartea—. Saludos, jovencita. Entiendo que aún tienen mucho trabajo por delante, así que seré breve. Quiero recompensarlos a los dos por haber ayudado a mi chico —anunció con firmeza en la mirada—. En este cofre hay tanto oro como para despreocuparse de las cosas una buena temporada. Y ninguno puede rehusarse.

—Agradezco su amabilidad, señor Sharp, pero como médico no puedo-

—¡Por supuesto que puedes! Y lo harás, Prometeo. Sé que eres de los que piensa que la vida no puede medirse en oro, pero no se me ocurre otra manera de agradecer su ayuda.

El revolucionario inclinó ligeramente su dorso en señal de agradecimiento. A él no le interesaba el dinero, pero tampoco podía negar que era útil. El mundo se peleaba por él, sacrificaba vidas y levantaba guerras por él, era sinónimo de poder. Y con su parte podría ayudar al pueblo, comprar materiales para construir casas más resistentes o incluso un hospital. Ya lo vería, pero tenía claro que no lo usaría para beneficiarse a sí mismo, algo así no tendría sentido.

Los piratas de Sharp se despidieron y abandonaron English Garden. Quién sabe cuándo se volverían a encontrar, pero algo le decía a Prometeo que no sería la primera vez que vería a ese hombre.

—Ha sido un honor haber trabajado a su lado, señorita Astartea. Es de las mejores doctoras que he conocido en mi vida, eso se lo puedo asegurar —comentó con una sonrisa amigable, buscando la mirada de la chica—. Tengo pensado quedarme una temporada en este pueblo y ayudar en lo que más pueda. Pretendo usar este dinero en levantar viviendas más dignas, aunque aún no lo tengo del todo claro. Quizás nos volvamos a encontrar en el futuro, quién sabe.

Le encantaba sacar a la gente de sus esquemas, ver cómo sus caras hacían una mueca indescifrable mientras eran incapaces de comportarse presas de la situación. Prometeo no resultó muy diferente, y la sonrisa ligeramente traviesa siguió en los finos labios de la dama de orbes de sangre. Negó de manera suave mientras que los piratas comenzaron con sus palabras burdas y su actitud gañan, lejos de asustarse la dama simplemente dio un paso hacía delante. Caminó hasta llegar al lado del médico y clavó suavemente los ojos en el cofre que los hombres llevaban.- Si es un intento de soborno, soy más cara que eso.- Pestañea de forma suave y divertida, pero sabe de sobra que no es tal cosa.

Aunque no le gusta especialmente recibir dinero de los piratas, sabe que se lo darán quiera ella o no y que de otra manera no conseguirá sacarlos de aquella ciudad. Por eso simplemente se cruza de brazos y niega de forma suave.- Mientras tu hijo esté bien, daré mis servicios por cumplidos...Pero recuerda que a la próxima, tal vez no sea tan amable.- Seguía siendo miembro de la marina, y les había avisado de que pasaría si no se marchaban. Habían dejado la costa y se habían adentrado parcialmente en el mar, lo suficiente como para que el gobierno considerara que era asunto de otro el perseguirlos. Ella por su parte había logrado cumplir su misión, aunque a su manera.

No se había infiltrado en la banda pirata, pero había conseguido que se fueran de aquel pueblo y entrar dentro del barco para ver aquello que le interesaba.

Las palabras de Prometeo hicieron que le mirara, su orbes como el rubí se mostraron tranquilo e impasibles mientras que sus palabras llegaban a su oído.- Igualmente ha sido un placer trabajar a tu lado, definitivamente te llamaré si me surge algún problema o encuentro algo interesante en tu muestras.- Una suave inclinación de cabeza y nuestra dama se prepara para irse de aquel lugar. Tiene al cochero esperando y sabe de sobra que lo que más desea es poner tierra de por medio entre English Garden y ella.

Ese pueblo donde había enterrado tantas cosas, donde había tantos cadáveres ocultos con su nombre se quedaría tranquilo mientras ella desaparecía en el horizonte. Y aunque sin duda es una historia interesante, es mejor que se cuente otro día, ahora mismo es un momento feliz y alegre y eso es lo que importa.