Prometheus D. Katyon
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Tal vez sea por la sensación de libertad que confiere, pero me gusta mucho el mar. Cada vez que surco aguas embravecidas, una sensación de éxtasis de apodera de mí y soy incapaz de bajarme del barco. Miro a lo lejos, hacia la difusa línea de tierra que poco a poco crece ante mis ojos y me preparo para lo que pueda encontrar. Toda travesía acaba en tierra, y es en la tierra donde se encuentran los problemas.
Miro por encima del hombro a la cobarde tripulación con la que he estado viajando los últimos días; una panda de pescadores inútiles y llorones que no hacían más que balbucear sobre sus esposas e hijos, cómo si a mí eso me importara. Nada ni nadie es capaz de detenerme en mi camino a la grandeza, y menos un hatajo de nenazas que sólo son útiles para manejar un barco. Seguro que hasta sus esposas me agradecían el haberles dado un tiempo sin estos cenutrios.
—Y-Ya... Ya estamos llegando a Jaya, señor Katyon... —dijo uno de ellos, Nick, el cabecilla. Era un llorica cómo los otros, pero también el único capaz de dirigirme la palabra—. H-Hemos cumplido con nuestra parte del trato...
El trato. El dichoso trato. Sí, cuándo abordé su pobre barco pesquero y estuve a punto de quitárselos por la fuerza, comenzaron una negociación: ellos me traerían hasta mi destino a cambio de perdonarles la vida y dejarles libres. Desde luego que acepté, no soy tonto. Soy tan capaz de navegar como cualquiera, pero la mano de obra siempre es útil, y con estos tarados me bastaba con apretar con fuerza mi kanabo para que no rechistaran. Eso sí, seguían siendo demasiados débiles para una tripulación pirata. Si quería formar mi propia tripulación no me iba a servir cualquier idiota, no, necesitaba a gente tan valiente y osada como yo mismo. Nada de docilidad, necesitaba rebeldía en estado puro, fuerza y poder, astucia y falta de escrúpulos. Necesitaba gente arriesgada que no se detuviese ante nada, sin miramientos, y a los que no los atara nada.
Por eso me dirigía a Jaya.
—Claro, vuestra parte del trato —dije en un tono neutro—. Y ahora querréis que yo cumpla con la mía, ¿verdad? Seguro que estáis deseosos de libraros de mí y volver con vuestras queridas familias.
Suelto una grave risotada y les miro fijamente, esbozando una sonrisa diabólica. Despliego las alas, mi espalda se prende en llamas, y levanto el kanabo que sujeto con firmeza.
—Vuestra vida es vuestra y de nadie más —digo muy seriamente—. ¡Al igual que vuestra libertad! —Grito al tiempo que dejo caer el kanabo, golpeando con todas mis fuerzas el mástil del barco, que se parte en dos, mientras agito las alas para tomar altura—. Intentad ahora volver con vuestros seres queridos—. Y lanzo otra risotada, aún más grave y cruel que la anterior, mientras me dirijo volando a la isla.
«Me pregunto qué encontraré en Jaya» pienso mientras me acerco cada vez más a tierra firme.
Miro por encima del hombro a la cobarde tripulación con la que he estado viajando los últimos días; una panda de pescadores inútiles y llorones que no hacían más que balbucear sobre sus esposas e hijos, cómo si a mí eso me importara. Nada ni nadie es capaz de detenerme en mi camino a la grandeza, y menos un hatajo de nenazas que sólo son útiles para manejar un barco. Seguro que hasta sus esposas me agradecían el haberles dado un tiempo sin estos cenutrios.
—Y-Ya... Ya estamos llegando a Jaya, señor Katyon... —dijo uno de ellos, Nick, el cabecilla. Era un llorica cómo los otros, pero también el único capaz de dirigirme la palabra—. H-Hemos cumplido con nuestra parte del trato...
El trato. El dichoso trato. Sí, cuándo abordé su pobre barco pesquero y estuve a punto de quitárselos por la fuerza, comenzaron una negociación: ellos me traerían hasta mi destino a cambio de perdonarles la vida y dejarles libres. Desde luego que acepté, no soy tonto. Soy tan capaz de navegar como cualquiera, pero la mano de obra siempre es útil, y con estos tarados me bastaba con apretar con fuerza mi kanabo para que no rechistaran. Eso sí, seguían siendo demasiados débiles para una tripulación pirata. Si quería formar mi propia tripulación no me iba a servir cualquier idiota, no, necesitaba a gente tan valiente y osada como yo mismo. Nada de docilidad, necesitaba rebeldía en estado puro, fuerza y poder, astucia y falta de escrúpulos. Necesitaba gente arriesgada que no se detuviese ante nada, sin miramientos, y a los que no los atara nada.
Por eso me dirigía a Jaya.
—Claro, vuestra parte del trato —dije en un tono neutro—. Y ahora querréis que yo cumpla con la mía, ¿verdad? Seguro que estáis deseosos de libraros de mí y volver con vuestras queridas familias.
Suelto una grave risotada y les miro fijamente, esbozando una sonrisa diabólica. Despliego las alas, mi espalda se prende en llamas, y levanto el kanabo que sujeto con firmeza.
—Vuestra vida es vuestra y de nadie más —digo muy seriamente—. ¡Al igual que vuestra libertad! —Grito al tiempo que dejo caer el kanabo, golpeando con todas mis fuerzas el mástil del barco, que se parte en dos, mientras agito las alas para tomar altura—. Intentad ahora volver con vuestros seres queridos—. Y lanzo otra risotada, aún más grave y cruel que la anterior, mientras me dirijo volando a la isla.
«Me pregunto qué encontraré en Jaya» pienso mientras me acerco cada vez más a tierra firme.
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En uno de los barcos del puerto, una galera para ser exactos con velas de color blanco adornadas con franjas rojas, para mostrar la bandera de comercio de las empresas SPME "Sociedad pesquera y mercaderes exóticos" Conocidos en el bajo mundo por caza de animales indiscriminada y venta de esclavos, había una mercancía especial, en la bodega, repleta de jaulas, las cuales llevaban a humanos de todo tipo, hombres, mujeres, niños, ancianos, con recompensa, marines pero, en especial uno al fondo en una jaula más pequeña para reducir su movilidad y atado con cadenas en brazos y piernas, más una extra en el cuello que los demás no tenían, había una mercancía destinada a ciertos nobles... En la jaula, vestido con un simple pantalón, estaba Tilikum, quien al no llevar camisa mostraba su marca de esclavo en la espalda grabada al rojo vivo...
Había sido rescatado de una muerte segura, curado y restaurado para volver a ser vendido, irónico... Claramente habría preferido morir a volver pero parecía que la muerte era un privilegio no al alcance de cualquiera... Miraba a su alrededor, era patético, los humanos entre ellos mismos no hacían distinciones como lo iban a hacer con un gyojin...
Los tripulantes tenían prohibido acercarse a la jaula del gyojin, le habían alimentado bien y el no tenía problemas en comer, eso era lo que les producía desconfianza, normalmente los esclavos no ingerían alimentos por propia voluntad, solo querían morir, pero Tilikum devoraba todo lo que le daban, lo que resultaba en un mejor cuerpo, mejor imagen, incremento del valor ¿Por qué lo hacía? Estaba claro, en su mente aún cabía la posibilidad de escapar y débil le costaría mucho más... Esa energía fue la causante de que ahora le lanzaran la comida, cuando uno de los tripulantes se acercó a la jaula y el gyojin le atrapó el brazo, no le soltó hasta arrancárselo a bocados, demostrando así que no había sucumbido, que tenía energías y que no se lo pondría fácil.
El encargado de "proteger la mercancía" bajó y se paró a dos metros de la jaula del tiburón -En cuanto salgamos de aquí, solo te quedarán unos pocos días para ser vendido, ya tenemos las coordenadas donde el tenryuubito estará aguardando para comprar a su nueva mascota... ¿Seguirás comiendo hasta entonces?- Preguntó para luego reírse -Un solo error... Y lo pagarás con tú vida...- ¿Amenaza? No, aviso, aprovecharía cualquier momento, cualquier agujero, cualquier situación para darle la vuelta y salir libre de ahí, el barco surcaba el mar, su elemento, un simple error y el pez volvería a sus corrientes...
Había sido rescatado de una muerte segura, curado y restaurado para volver a ser vendido, irónico... Claramente habría preferido morir a volver pero parecía que la muerte era un privilegio no al alcance de cualquiera... Miraba a su alrededor, era patético, los humanos entre ellos mismos no hacían distinciones como lo iban a hacer con un gyojin...
Los tripulantes tenían prohibido acercarse a la jaula del gyojin, le habían alimentado bien y el no tenía problemas en comer, eso era lo que les producía desconfianza, normalmente los esclavos no ingerían alimentos por propia voluntad, solo querían morir, pero Tilikum devoraba todo lo que le daban, lo que resultaba en un mejor cuerpo, mejor imagen, incremento del valor ¿Por qué lo hacía? Estaba claro, en su mente aún cabía la posibilidad de escapar y débil le costaría mucho más... Esa energía fue la causante de que ahora le lanzaran la comida, cuando uno de los tripulantes se acercó a la jaula y el gyojin le atrapó el brazo, no le soltó hasta arrancárselo a bocados, demostrando así que no había sucumbido, que tenía energías y que no se lo pondría fácil.
El encargado de "proteger la mercancía" bajó y se paró a dos metros de la jaula del tiburón -En cuanto salgamos de aquí, solo te quedarán unos pocos días para ser vendido, ya tenemos las coordenadas donde el tenryuubito estará aguardando para comprar a su nueva mascota... ¿Seguirás comiendo hasta entonces?- Preguntó para luego reírse -Un solo error... Y lo pagarás con tú vida...- ¿Amenaza? No, aviso, aprovecharía cualquier momento, cualquier agujero, cualquier situación para darle la vuelta y salir libre de ahí, el barco surcaba el mar, su elemento, un simple error y el pez volvería a sus corrientes...
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Había decidido visitar uno de los mayores puertos piratas del océano con una intención: reunir una gran tripulación.
«Ya sé, desafiaré a todos los que me encuentre y pelearé contra los más valientes, los que se atrevan a hacerme frente. Y a los que aguanten más tiempo los compensaré permitiéndoles vivir bajo mi servicio» pensaba mientras volaba hacia Jaya.
Sin embargo, durante mi vuelo hacia la isla, encontré un barco que se estaba acercando a la costa, al igual que yo. «Empecemos por aquí» me dije mientras giraba ligeramente en el aire.
Tomé una corriente ascendente y, empuñando con fuerza una vez más mi kanabo, cierro las alas para dejarme caer sobre la embarcación. El aterrizaje fue forzoso e inesperado, al menos para los tripulantes. Yo me encontraba envuelto en mis llamas, obteniendo una protección natural imposible de igualar.
Pegué una risotada y descargué un golpe contra la baranda del barco, arrancando varios metros de madera. Los tripulantes parecían estremecerse con mi presencia, aunque no tardaron en moverse y organizarse.
—¡Capitán! —llamó uno de ellos—. ¡Rápido capitán!
De pronto, me encontré rodeado de varios marineros, algunos armados con sables y pistolas, y otros, con redes y fisgas. Al que llamaban «capitán» apareció rápidamente, blandiendo un látigo terminado en siete puntas.
—Capitán, ¿qué hacemos con él? —preguntó uno de los tripulantes.
—¿Acaso no es obvio? —dijo con una sonrisa cruel y maliciosa, más villanesca que la mía—. ¡Es un gran ejemplar! Lo capturaremos y lo venderemos por una gran suma.
No tardé mucho en comprender que se trataba de un barco esclavista. En aquel instante cambié de opinión: iba a pelear contra ellos, pero no para dejar que se unieran a mí tripulación, sino para acabar con tan asquerosa escoria. Sólo los dioses tenían la potestad para esclavizar a los seres inferiores, y en aquel barco no había ningún dios. Salvo yo.
—¡Intentadlo si podéis! —bramé con fuerza.
Apagué las llamas de mi espalda y, usando mi gran velocidad, tracé un arco paralelo al suelo con mi arma que lanzó por los aires a los hombres con armas de fuego. Una vez me había encargado de la amenaza principal, pateé la cabeza del primero que se acercó hasta mí y lo empujé contra dos de sus compañeros, cayendo todos contra el suelo.
—¿Esto es todo lo que tenéis? —pregunté, riéndome con sorna.
Sonó un restallido y noté cómo mi garganta era oprimida. El capitán del barco había osado levantar su arma contra mí, como si fuera una bestia salvaje a la que intentase domar.
—¡No! ¡Quieto! ¡Sienta! —ordenaba mientras tiraba de su látigo.
Clavé el kanabo en los maderos del suelo y, haciendo uso de ambos brazos, sujeté el látigo y comencé a tirar de él, como si fuera una cuerda. El capitán ofreció resistencia, pero poco a poco sus pies comenzaron a deslizarse sobre la cubierta. Lo que pasó cuando lo tuve a mi alcance, ya os lo podéis imaginar.
Había tardado más de lo que pensaba, pero al fin me había desecho de las alimañas. Ahora que al fin estaba solo, era hora de buscar sake. Y comida. El estómago me empezaba a rugir, y durante la travesía con los pescadores no había podido disfrutar ni de lo uno ni de lo otro.
Bajé a la bodega del barco erguido, ya que era demasiado pequeña para un lunario de seis metros como yo, pero para mi sorpresa no encontré comida, al menos no una que me apeteciera en aquel momento.
Había por lo menos media docena de jaulas, repletas de hombres y mujeres, niños y ancianos, todos apestosos. Apenas tenían espacio para permanecer de pie en esas jaulas, y el suelo estaba plagado de sus meados y excrementos. Daba asco.
Por último, al fondo, alejada de las otras, había una jaula más, pero distinta de todas la demás. Pasé andando entre los esclavos enjaulados en dirección a aquella jaula. La mitad de los esclavos se apartaba todo lo que podía, asustados, mientras que la otra mitad me pedía que los liberase. Una mirada de enojo bastó para que se callaran y me dejaran en paz.
—¿Y qué demonios eres tú? —pregunté al ser encerrado. Era grande y musculoso, al menos más que los humanos, y parecía un monstruo. Quizás fuera lo único que valiese la pena de aquel barco. ¿Podría entretenerme a pesar de ser un mero esclavo? Es que lo iba a averiguar.
«Ya sé, desafiaré a todos los que me encuentre y pelearé contra los más valientes, los que se atrevan a hacerme frente. Y a los que aguanten más tiempo los compensaré permitiéndoles vivir bajo mi servicio» pensaba mientras volaba hacia Jaya.
Sin embargo, durante mi vuelo hacia la isla, encontré un barco que se estaba acercando a la costa, al igual que yo. «Empecemos por aquí» me dije mientras giraba ligeramente en el aire.
Tomé una corriente ascendente y, empuñando con fuerza una vez más mi kanabo, cierro las alas para dejarme caer sobre la embarcación. El aterrizaje fue forzoso e inesperado, al menos para los tripulantes. Yo me encontraba envuelto en mis llamas, obteniendo una protección natural imposible de igualar.
Pegué una risotada y descargué un golpe contra la baranda del barco, arrancando varios metros de madera. Los tripulantes parecían estremecerse con mi presencia, aunque no tardaron en moverse y organizarse.
—¡Capitán! —llamó uno de ellos—. ¡Rápido capitán!
De pronto, me encontré rodeado de varios marineros, algunos armados con sables y pistolas, y otros, con redes y fisgas. Al que llamaban «capitán» apareció rápidamente, blandiendo un látigo terminado en siete puntas.
—Capitán, ¿qué hacemos con él? —preguntó uno de los tripulantes.
—¿Acaso no es obvio? —dijo con una sonrisa cruel y maliciosa, más villanesca que la mía—. ¡Es un gran ejemplar! Lo capturaremos y lo venderemos por una gran suma.
No tardé mucho en comprender que se trataba de un barco esclavista. En aquel instante cambié de opinión: iba a pelear contra ellos, pero no para dejar que se unieran a mí tripulación, sino para acabar con tan asquerosa escoria. Sólo los dioses tenían la potestad para esclavizar a los seres inferiores, y en aquel barco no había ningún dios. Salvo yo.
—¡Intentadlo si podéis! —bramé con fuerza.
Apagué las llamas de mi espalda y, usando mi gran velocidad, tracé un arco paralelo al suelo con mi arma que lanzó por los aires a los hombres con armas de fuego. Una vez me había encargado de la amenaza principal, pateé la cabeza del primero que se acercó hasta mí y lo empujé contra dos de sus compañeros, cayendo todos contra el suelo.
—¿Esto es todo lo que tenéis? —pregunté, riéndome con sorna.
Sonó un restallido y noté cómo mi garganta era oprimida. El capitán del barco había osado levantar su arma contra mí, como si fuera una bestia salvaje a la que intentase domar.
—¡No! ¡Quieto! ¡Sienta! —ordenaba mientras tiraba de su látigo.
Clavé el kanabo en los maderos del suelo y, haciendo uso de ambos brazos, sujeté el látigo y comencé a tirar de él, como si fuera una cuerda. El capitán ofreció resistencia, pero poco a poco sus pies comenzaron a deslizarse sobre la cubierta. Lo que pasó cuando lo tuve a mi alcance, ya os lo podéis imaginar.
Había tardado más de lo que pensaba, pero al fin me había desecho de las alimañas. Ahora que al fin estaba solo, era hora de buscar sake. Y comida. El estómago me empezaba a rugir, y durante la travesía con los pescadores no había podido disfrutar ni de lo uno ni de lo otro.
Bajé a la bodega del barco erguido, ya que era demasiado pequeña para un lunario de seis metros como yo, pero para mi sorpresa no encontré comida, al menos no una que me apeteciera en aquel momento.
Había por lo menos media docena de jaulas, repletas de hombres y mujeres, niños y ancianos, todos apestosos. Apenas tenían espacio para permanecer de pie en esas jaulas, y el suelo estaba plagado de sus meados y excrementos. Daba asco.
Por último, al fondo, alejada de las otras, había una jaula más, pero distinta de todas la demás. Pasé andando entre los esclavos enjaulados en dirección a aquella jaula. La mitad de los esclavos se apartaba todo lo que podía, asustados, mientras que la otra mitad me pedía que los liberase. Una mirada de enojo bastó para que se callaran y me dejaran en paz.
—¿Y qué demonios eres tú? —pregunté al ser encerrado. Era grande y musculoso, al menos más que los humanos, y parecía un monstruo. Quizás fuera lo único que valiese la pena de aquel barco. ¿Podría entretenerme a pesar de ser un mero esclavo? Es que lo iba a averiguar.
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De pronto un gran ruido se escuchó, del techo empezó a caer polvo y arena, parecía que algo se había chocado con el barco ¿Otra tripulación? Luego empezó a llegar a los oídos del gyojin ruido claramente de batalla, gritos de valor, luego de dolor, algo estaba pasando arriba que provocaba bastante desconcierto ¿La marina? Eso sería un problema para el tritón, pero no lo parecía, solo se escuchaba ruido de los tripulantes, no habían ordenes ni ruidos organizados, no parecía la marina... Las dudas se despejaron cuando a la bodega accedió algo que sinceramente nadie se esperaba ¡ESO ERA UN MALDITO HUMANO GIGANTE! No, claramente no era un humano ¿¡Que puñetas!? ¿De donde había salido este gigante? ¿Lo habían capturado? No, no tenía ningún esclavista detrás, parecía ir solo, tampoco tenía magulladuras ni cadenas, no daba la sensación de prisionero. Cuando se acercó a Tilikum y le preguntó lo que le preguntó, no pudo evitar reír brevemente... -¿Y tú precisamente, me preguntas que "demonios" soy yo? De los dos quien parece más diabólico no soy yo precisamente...- El gyojin se acercó al limite de la jaula provocando el ruido metálico de las cadenas -Yo soy el maldito rey del océano- Sí, claramente no era la mejor frase por su situación, pero aún así, lo era... Quizás no estaba pasando por su mejor reinado, pero el orgullo no le iba a permitir mostrarse débil. El gyojin miró hacia las espaldas del gigante -No hay nadie detrás tuyo... ¿Te has cargado a esos molestos humanos?- Quizás, solo quizás era una oportunidad -Liberarme y este rey te deberá una- Mostró sus muñecas al frente, claramente los grilletes eran gruesos, tanto como el de los tobillos o cuello, pero ahí estaba, sin ser derrotado...
-¡Es un sucio tritón, nosotros te seremos más útiles!- Gritó uno -Ese es un pirata, con recompensa, fuerte, experimentado... Sería una buena adquisición...- Comentó Tilikum, era consciente que habían personas más "peligrosas" -¡Exacto, yo soy capitán de una tripulación temida! Eso es un insignificante gyojin, no es un hombre, solo es medio hombre... Además, tiene la marca de esclavo en su espalda, no es más que un jugete roto de los nobles...- ¿Juguete roto? -Su recompensa está marcada por sus actos... No por su potencial...- Se sentó en el suelo a la espera de la decisión del monstruo que acababa de entrar... -¿Por que no demostramos quien es el más fuerte? Quizás sea ese gran capitán pirata.. o quien sabe... Este "juguete roto"- La ira le estaba poseyendo ¿Ese ser insignificante se atreve a juzgarle, insultarle? Merecía morir inmediatamente... -Gigante, no te seguiré, yo no tengo dueño, el sí te servirá, pero... Dejame demostrarte... Quien diablos soy...- La vena de la cabeza se le marcó, era evidente que se había molestado....
-¡Es un sucio tritón, nosotros te seremos más útiles!- Gritó uno -Ese es un pirata, con recompensa, fuerte, experimentado... Sería una buena adquisición...- Comentó Tilikum, era consciente que habían personas más "peligrosas" -¡Exacto, yo soy capitán de una tripulación temida! Eso es un insignificante gyojin, no es un hombre, solo es medio hombre... Además, tiene la marca de esclavo en su espalda, no es más que un jugete roto de los nobles...- ¿Juguete roto? -Su recompensa está marcada por sus actos... No por su potencial...- Se sentó en el suelo a la espera de la decisión del monstruo que acababa de entrar... -¿Por que no demostramos quien es el más fuerte? Quizás sea ese gran capitán pirata.. o quien sabe... Este "juguete roto"- La ira le estaba poseyendo ¿Ese ser insignificante se atreve a juzgarle, insultarle? Merecía morir inmediatamente... -Gigante, no te seguiré, yo no tengo dueño, el sí te servirá, pero... Dejame demostrarte... Quien diablos soy...- La vena de la cabeza se le marcó, era evidente que se había molestado....
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No pude contener la risa. Una carcajada gutural y profunda como un abismo atravesó mi boca e invadió la estancia de los esclavos. Aquellos hombres lo habían perdido todo a manos de su propia raza, pero la bestia era el único que mantenía su orgullo y arrogancia. Y eso me gustaba. Se veía tal y como me podría ver yo en el caso de ser un esclavo, algo imposible, desde luego.
—Esos humanos no fueron ni un aperitivo.
Los esclavos a mis espaldas comenzaron a armar jaleo. Todos querían ser libres, pero a mis ojos ninguno se había ganado esa libertad, ni siquiera la bestia. Fieros y susceptibles, se habían quedado atrás en el escalafón al rogar por su piedad, como los mendigos que piden alimentos o los drogadictos que se arrastran prometiendo hacer cualquier cosa para satisfacer sus necesidades. Esos hombres reñían, se daban empujones y discutían sobre quién era mejor, y esos eran los mejores. Los peores se habían rendido y se encontraban agachados esperando por una muerte que pronto llegaría en forma de hambre y deshidratación. Malditos enclenques cobardes.
Mis ojos, rebosantes de una ira insana, se posaron sobre los desdichados enjaulados, acallando sus griteríos. Ahora era yo quién tenía el destino de estos hombres bajo su control, y sería yo quién decidiera qué hacer. No ellos.
—Los humanos, siempre tan egoístas y arrogantes, sois como una sucia enfermedad. ¿Habéis dicho que es un tritón? ¿Por qué os creéis mejor que una bestia más fuerte y poderosa que vosotros y que no puede morir ahogada bajo el mar?
Alcé mi arma y descargué un golpe que contenía toda mi fuerza sobre un barril. Estalló en una explosión astillas y tablas de madera.
—Si quisiera, podría hacer lo mismo con vuestras cabezas —advirtió a los esclavos—, pero quizás me podáis entretener. Sí, hagámoslo, será entretenido. ¡Un combate a muerte!
Golpeando con el kanabo las cerraduras de las jaulas liberé a los prisioneros, quiénes salieron a tropel del interior de estas. Me interpuse entre ellos y la salida de la bodega antes de que pudieran subir a la cubierta y me volví a dirigir a ellos:
—Pero este combate no será un combate normal, será... —extendí los brazos y las alas a la vez que prendía en llamas mi espalda; un poco de dramatismo podía venir bien—. ¡Una Batalla Real! Será un todos contra todos y solo le otorgaré la libertad al ¡último que quede en pie!
De inmediato subí a la cubierta, dejando a los esclavos abajo asimilando lo que acaba de decir. Me situé en el centro de la cubierta, apoyando las dos manos sobre el mango de mi kanabo que permanecía vertical sobre el piso. Estaba pendiente de cualquier movimiento; si alguien intentaba huir sin participar, acabaría con él.
—Esos humanos no fueron ni un aperitivo.
Los esclavos a mis espaldas comenzaron a armar jaleo. Todos querían ser libres, pero a mis ojos ninguno se había ganado esa libertad, ni siquiera la bestia. Fieros y susceptibles, se habían quedado atrás en el escalafón al rogar por su piedad, como los mendigos que piden alimentos o los drogadictos que se arrastran prometiendo hacer cualquier cosa para satisfacer sus necesidades. Esos hombres reñían, se daban empujones y discutían sobre quién era mejor, y esos eran los mejores. Los peores se habían rendido y se encontraban agachados esperando por una muerte que pronto llegaría en forma de hambre y deshidratación. Malditos enclenques cobardes.
Mis ojos, rebosantes de una ira insana, se posaron sobre los desdichados enjaulados, acallando sus griteríos. Ahora era yo quién tenía el destino de estos hombres bajo su control, y sería yo quién decidiera qué hacer. No ellos.
—Los humanos, siempre tan egoístas y arrogantes, sois como una sucia enfermedad. ¿Habéis dicho que es un tritón? ¿Por qué os creéis mejor que una bestia más fuerte y poderosa que vosotros y que no puede morir ahogada bajo el mar?
Alcé mi arma y descargué un golpe que contenía toda mi fuerza sobre un barril. Estalló en una explosión astillas y tablas de madera.
—Si quisiera, podría hacer lo mismo con vuestras cabezas —advirtió a los esclavos—, pero quizás me podáis entretener. Sí, hagámoslo, será entretenido. ¡Un combate a muerte!
Golpeando con el kanabo las cerraduras de las jaulas liberé a los prisioneros, quiénes salieron a tropel del interior de estas. Me interpuse entre ellos y la salida de la bodega antes de que pudieran subir a la cubierta y me volví a dirigir a ellos:
—Pero este combate no será un combate normal, será... —extendí los brazos y las alas a la vez que prendía en llamas mi espalda; un poco de dramatismo podía venir bien—. ¡Una Batalla Real! Será un todos contra todos y solo le otorgaré la libertad al ¡último que quede en pie!
De inmediato subí a la cubierta, dejando a los esclavos abajo asimilando lo que acaba de decir. Me situé en el centro de la cubierta, apoyando las dos manos sobre el mango de mi kanabo que permanecía vertical sobre el piso. Estaba pendiente de cualquier movimiento; si alguien intentaba huir sin participar, acabaría con él.
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Ese ser era de lo más peligroso, había dictado una batalla a muerte entre todos los presentes, todos fueron liberados de las jaulas incluso yo, quien con tranquilidad abrí mi puerta mientras me acariciaba las muñecas marcadas por los grilletes, todos empezaron a quejarse, muchos intentaron salir pero por lo que se escuchó a continuación no era la mejor idea que se podía tener, por una vez mis instintos coincidían con una orden, habían dicho "muerte a los humanos" y mis tripas me decían que así debía ser... Poco tardaron ellos mismos en empezar a matarse a pura fuerza, no habían armas pero a alguien como yo no le hacían falta, de pequeño había sido instruido en el Gyojin Karate y en mis años de prisión lo había memorizado al repasarlo una y otra vez, sin nada mejor que hacer, estaba oxidado y quizás mi técnica no estaba depurada, pero me acordaba de como tenía que defenderme...
Tenía a un humano frente a mi, asustado por la situación que envolvía la bodega, claramente no quería morir y parecía querer esconderse, me acerqué lentamente sin intentar siquiera ser sigiloso, una vez a mi alcance, estiré las dos manos agarrando su cabeza y con un giro rápido de estas, había un alma menos bajo cubierta. Un par vieron lo que hice, claramente sabían que era la mayor amenaza ahí abajo por lo que intentaron acabar conmigo cuanto antes... Pobres idiotas, estaba deshidratado, necesitaba más fuerza ¿Como conseguirla? Es una respuesta fácil ¿no?
De los dos que venían, decidí y me lancé contra ellos al primero le arreé un puñetazo el cual bloqueó pero aún así conseguí tirarle al suelo de culo, al otro humano lo acarré cual abrazo del oso y de un bocado directo al cuello conseguí que brotara la sangre, no era la mejor forma de hidratarse, pero ayudaba, aún con el humano gritando, asustado al ver como se le escapa la vida, levanté al ser inferior y me bañe en su sangre para luego lanzarlo a lo lejos, quedaba el que estaba sentado en el suelo quien al ver la propia muerte personificada decidió salir corriendo...
No tardamos mucho, entre lo que hacían ellos más lo que hacía yo, los gritos cada vez se escuchaban menos y cuando me quise dar cuenta, estaba cansado, bañado en sangre y delante del pirata que me había desafiado desde un principio... -Tú... ¿A quien llamaste insignificante?- Mis ojos estaban inyectados en sangre, lo que no sabría decir si mía o de ellos, pero estaba claro quien pretendía morir por su libertad... Minutos más tarde solo se escuchaban a dos, él y yo, unos gritos que no fueron por parte mía claramente, golpes fuertes y tranquilidad absoluta...
De la cubierta la cual hacía ya tiempo que nadie intentaba escapar salió el cadáver del pirata con mayor recompensa, le faltaba un brazo y tenía mordiscos por todos lados, hasta dientes clavados, nada importante pues los regeneraba en segundos, segundos fue lo que tardé en mostrar una mano en cubierta para luego mi cuerpo bañado en sangre... Estaba cansado, jadeaba, lo de abajo no había sido moco de pavo pero aún tenía mi orgullo... -Bien... No se qué eres, claramente un humano no, ¿Fuego y alas? Gigante tampoco, seas lo que seas solo tengo dos preguntas... ¿Tengo ahora que enfrentarme a ti para no volver a ser esclavo? y segunda... ¿Podemos quemar esta mierda de barco? Aún hay humanos vivos escondidos bajo los cuerpos de otros o en los rincones oscuros... De aquí no sale nadie vivo...- Mi ira era suficiente para quemar el mundo pero físicamente no podía ni incendiar el barco... Tenía pinta que el gigantón sí
Tenía a un humano frente a mi, asustado por la situación que envolvía la bodega, claramente no quería morir y parecía querer esconderse, me acerqué lentamente sin intentar siquiera ser sigiloso, una vez a mi alcance, estiré las dos manos agarrando su cabeza y con un giro rápido de estas, había un alma menos bajo cubierta. Un par vieron lo que hice, claramente sabían que era la mayor amenaza ahí abajo por lo que intentaron acabar conmigo cuanto antes... Pobres idiotas, estaba deshidratado, necesitaba más fuerza ¿Como conseguirla? Es una respuesta fácil ¿no?
De los dos que venían, decidí y me lancé contra ellos al primero le arreé un puñetazo el cual bloqueó pero aún así conseguí tirarle al suelo de culo, al otro humano lo acarré cual abrazo del oso y de un bocado directo al cuello conseguí que brotara la sangre, no era la mejor forma de hidratarse, pero ayudaba, aún con el humano gritando, asustado al ver como se le escapa la vida, levanté al ser inferior y me bañe en su sangre para luego lanzarlo a lo lejos, quedaba el que estaba sentado en el suelo quien al ver la propia muerte personificada decidió salir corriendo...
No tardamos mucho, entre lo que hacían ellos más lo que hacía yo, los gritos cada vez se escuchaban menos y cuando me quise dar cuenta, estaba cansado, bañado en sangre y delante del pirata que me había desafiado desde un principio... -Tú... ¿A quien llamaste insignificante?- Mis ojos estaban inyectados en sangre, lo que no sabría decir si mía o de ellos, pero estaba claro quien pretendía morir por su libertad... Minutos más tarde solo se escuchaban a dos, él y yo, unos gritos que no fueron por parte mía claramente, golpes fuertes y tranquilidad absoluta...
De la cubierta la cual hacía ya tiempo que nadie intentaba escapar salió el cadáver del pirata con mayor recompensa, le faltaba un brazo y tenía mordiscos por todos lados, hasta dientes clavados, nada importante pues los regeneraba en segundos, segundos fue lo que tardé en mostrar una mano en cubierta para luego mi cuerpo bañado en sangre... Estaba cansado, jadeaba, lo de abajo no había sido moco de pavo pero aún tenía mi orgullo... -Bien... No se qué eres, claramente un humano no, ¿Fuego y alas? Gigante tampoco, seas lo que seas solo tengo dos preguntas... ¿Tengo ahora que enfrentarme a ti para no volver a ser esclavo? y segunda... ¿Podemos quemar esta mierda de barco? Aún hay humanos vivos escondidos bajo los cuerpos de otros o en los rincones oscuros... De aquí no sale nadie vivo...- Mi ira era suficiente para quemar el mundo pero físicamente no podía ni incendiar el barco... Tenía pinta que el gigantón sí
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La confusión se apoderó rápidamente de los esclavos. Los más ruines aprovecharon el momento inicial de desconcierto para comenzar a traicionar a sus compañeros, mientras que los menos despreciables caían a manos de estos. Los gritos del interior de la bodega eran como música para mis oídos. Hacía mucho que no me divertía de aquella forma, y cuando un grupo de insignificantes humanos apareció, no pude evitar mostrar una grotesca sonrisa.
—Si acabamos contigo... ¡Todos seremos libres! —gritó uno de ellos, el que parecía encabezarlos.
Eran cinco en total. Para ser humanos parecían fuertes, pero las penurias de la esclavitud habían dejado marcas visibles en su cuerpo, como las ojeras bajo sus ojos o los huesos que se marcaban bajo la piel, producto del hambre. Sabían que no eran rivales para mí, pero iban a pelear por liberar a todos su compañeros. Me pareció estúpido: sin duda iban a morir, aunque no pude evitar admitir para mis adentros que eran valientes. Valientemente estúpidos.
Derrotarlos no me llevó más que unos pocos segundos, tras los cuáles todos yacían muertos o moribundos a mis pies. Ni siquiera tuve que hacer uso de mi arma, me bastaron mis propias manos.
—Nosotros... acabaremos... contigo... —murmuró el cabecilla antes de expirar su último aliento. Aplasté su cabeza con el pie mientras observaba a mi siguiente víctima salir de la bodega.
Mi decepción fue palpable al ver cómo uno de los esclavos, al que habían tachado de pirata con gran reputación, subía los escalones hasta la cubierta caminando lentamente, casi sin vida. Su cuerpo estaba hecho un desastre: golpes, mordiscos, cortes y arañazos lo adornaban por doquier, le faltaba una extremidad y estaba cubierto de sangre. Dio unos pocos pasos y se desplomó sobre el piso. Detrás suyo salió la bestia arrogante, el autoproclamado «Rey del Mar». No parecía estar en un buen estado, pero había logrado sobrevivir a la matanza de allí abajo, y no tardé en comprender que era él quién había acabado con el pirata esclavizado.
— ¿«Seas lo que seas» dices? —gruñí, airado—. Soy un lunario, un ser de una raza superior. En los viejos tiempos controlábamos los cielos y dominábamos el fuego. No lo olvides, hombre pez.
Odiaba el desconocimiento del mundo sobre mi raza. Durante años había sido perseguido y discriminado debido a que la gente no recordaba que una vez habíamos sido dioses, pero yo iba a hacer que eso cambiase.
—Si eres el último en pie, eres libre, tal y como proclamé. Yo cumplo mi palabra —Lo miré fijamente, intentando ver qué ocultaba su rostro monstruoso—. Y si quieres retarme a un combate... Hazlo cuando te hayas repuesto. Tengo hambre, y quiero aplastarte la cara contra el suelo cuando tengas tus fuerzas por completo. De lo contrario, no sería divertido.
Acto seguido recogí un tablón destrozado del suelo. En mi mano era pequeño, pero sería suficiente. Lo llevé a las llamas que ardían en mi espalda y lo dejé ahí hasta que prendió por completo. Entonces lo arrojé sobre el suelo de madera, donde el fuego comenzó a extenderse lenta pero inexorablemente.
—Ahí tienes tu respuesta. Ahora dime, ¿qué piensas hacer con tu recién adquirida libertad? —No podía negar que aquel ser había llamado mi atención. Había viajado hasta aquel lugar para encontrar a una tripulación poderosa y terrorífica, y tal vez ese monstruo marino fuera una buena adquisión.
—Si acabamos contigo... ¡Todos seremos libres! —gritó uno de ellos, el que parecía encabezarlos.
Eran cinco en total. Para ser humanos parecían fuertes, pero las penurias de la esclavitud habían dejado marcas visibles en su cuerpo, como las ojeras bajo sus ojos o los huesos que se marcaban bajo la piel, producto del hambre. Sabían que no eran rivales para mí, pero iban a pelear por liberar a todos su compañeros. Me pareció estúpido: sin duda iban a morir, aunque no pude evitar admitir para mis adentros que eran valientes. Valientemente estúpidos.
Derrotarlos no me llevó más que unos pocos segundos, tras los cuáles todos yacían muertos o moribundos a mis pies. Ni siquiera tuve que hacer uso de mi arma, me bastaron mis propias manos.
—Nosotros... acabaremos... contigo... —murmuró el cabecilla antes de expirar su último aliento. Aplasté su cabeza con el pie mientras observaba a mi siguiente víctima salir de la bodega.
Mi decepción fue palpable al ver cómo uno de los esclavos, al que habían tachado de pirata con gran reputación, subía los escalones hasta la cubierta caminando lentamente, casi sin vida. Su cuerpo estaba hecho un desastre: golpes, mordiscos, cortes y arañazos lo adornaban por doquier, le faltaba una extremidad y estaba cubierto de sangre. Dio unos pocos pasos y se desplomó sobre el piso. Detrás suyo salió la bestia arrogante, el autoproclamado «Rey del Mar». No parecía estar en un buen estado, pero había logrado sobrevivir a la matanza de allí abajo, y no tardé en comprender que era él quién había acabado con el pirata esclavizado.
— ¿«Seas lo que seas» dices? —gruñí, airado—. Soy un lunario, un ser de una raza superior. En los viejos tiempos controlábamos los cielos y dominábamos el fuego. No lo olvides, hombre pez.
Odiaba el desconocimiento del mundo sobre mi raza. Durante años había sido perseguido y discriminado debido a que la gente no recordaba que una vez habíamos sido dioses, pero yo iba a hacer que eso cambiase.
—Si eres el último en pie, eres libre, tal y como proclamé. Yo cumplo mi palabra —Lo miré fijamente, intentando ver qué ocultaba su rostro monstruoso—. Y si quieres retarme a un combate... Hazlo cuando te hayas repuesto. Tengo hambre, y quiero aplastarte la cara contra el suelo cuando tengas tus fuerzas por completo. De lo contrario, no sería divertido.
Acto seguido recogí un tablón destrozado del suelo. En mi mano era pequeño, pero sería suficiente. Lo llevé a las llamas que ardían en mi espalda y lo dejé ahí hasta que prendió por completo. Entonces lo arrojé sobre el suelo de madera, donde el fuego comenzó a extenderse lenta pero inexorablemente.
—Ahí tienes tu respuesta. Ahora dime, ¿qué piensas hacer con tu recién adquirida libertad? —No podía negar que aquel ser había llamado mi atención. Había viajado hasta aquel lugar para encontrar a una tripulación poderosa y terrorífica, y tal vez ese monstruo marino fuera una buena adquisión.
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Lunario... Lunario... -No conozco a los Lunarios, no he escuchado hablar de ellos, pero claramente no eres humano, me informaré bien sobre los lunarios, lo prometo, por lo menos haré eso para darte las gracias por liberarme- No deber nada a nadie y aún que en realidad mi libertar me la había ganado yo a tortas, el había abierto la cerradura de mi celda. Observé como llevó un madero a su espalda donde creó fuego... ¿Gigante, con alas funcionales y genera fuego? Claramente no era un humano, quizás podía salvarse de recibir mi desprecio o parte de el... Dejó caer el llameante trozo de madera sobre el barco el cual empezó a prender poco a poco y mientras aún no era una amenaza, me apoyé contra la borda del barco para descansar un poco y respondí -Lo primero que haré con mi reciente libertad será comer y conseguir algo de ropa... Luego, ya que se me ha dado la oportunidad, creo que les devolveré el favor por tan hermoso tatuaje que me hicieron esos nobles mundiales... Creo que les haré lo mismo cuando me recupere- Había soñado entre barrotes el aparecer y quemarles con el mismo hierro en sus espaldas la marca que va ha acompañarme toda la vida...
Me separé de la borda, me dí la vuelta y mostré la cicatriz hecha a fuego y hierro -Esta es la marca del esclavo, esta marca será el recordatorio de mi ira, iré a sus casas y les quemaré la misma marca... Y a todo el que se me ponga por medio acabarán como los de la bodega... Muertos y a las puertas del infierno...- Volví a darme la vuelta para mirar el fuego que iba creciendo - En todos estos años de esclavo solo he pensado en pagar con la misma moneda... Ni siquiera pensé una vez en quitarme la vida como hicieron todos, simplemente busqué una forma de escapar, una luz que me guiara o un solo instante para aplastar la cabeza de uno de esos desgraciados... Pero no he tenido la oportunidad hasta ahora... Lo aprovecharé, aprovecharé el momento y les devolveré tan grato regalo...- El humo empezaba a molestar, me aparté un poco y miré al grandullón -No pelearé contigo si no impides mi libertad, además en estas condiciones quizás no sea lo mejor...- Me asomé por la borda y observé con ojos golosos el agua -Los mataré... Los destrozaré... El gobierno, la marina, lo saben y no hacen nada... También acabaré con ellos, voy a ser la pesadilla de esos seres despreciables hasta que se suiciden ellos mismos o pueda llegar a ellos un servidor...- Mis intenciones eran claras, no tenía problema en divulgarlo, este hombre claramente no era de la marina o del gobierno, aún que eran peor que yo, no actuaban sin estar orgullosos de portar o mencionar a los amos que les tienen atados...
Me separé de la borda, me dí la vuelta y mostré la cicatriz hecha a fuego y hierro -Esta es la marca del esclavo, esta marca será el recordatorio de mi ira, iré a sus casas y les quemaré la misma marca... Y a todo el que se me ponga por medio acabarán como los de la bodega... Muertos y a las puertas del infierno...- Volví a darme la vuelta para mirar el fuego que iba creciendo - En todos estos años de esclavo solo he pensado en pagar con la misma moneda... Ni siquiera pensé una vez en quitarme la vida como hicieron todos, simplemente busqué una forma de escapar, una luz que me guiara o un solo instante para aplastar la cabeza de uno de esos desgraciados... Pero no he tenido la oportunidad hasta ahora... Lo aprovecharé, aprovecharé el momento y les devolveré tan grato regalo...- El humo empezaba a molestar, me aparté un poco y miré al grandullón -No pelearé contigo si no impides mi libertad, además en estas condiciones quizás no sea lo mejor...- Me asomé por la borda y observé con ojos golosos el agua -Los mataré... Los destrozaré... El gobierno, la marina, lo saben y no hacen nada... También acabaré con ellos, voy a ser la pesadilla de esos seres despreciables hasta que se suiciden ellos mismos o pueda llegar a ellos un servidor...- Mis intenciones eran claras, no tenía problema en divulgarlo, este hombre claramente no era de la marina o del gobierno, aún que eran peor que yo, no actuaban sin estar orgullosos de portar o mencionar a los amos que les tienen atados...
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Escuché con atención el discurso del ser marino, cosa poco habitual en mí. Aunque no solía darse la situación, cuando los demás me hablaban acerca de su vida yo no solía prestar atención. Sin embargo, su historia me recordó vagamente a la mía. Perseguido, capturado y torturado por humanos y seres tan retorcidos que solo miran por su propio interés, había desarrollado un profundo odio hacia sus captores y todo lo que ellos representaban.
Al girarse me mostró su espalda y observé la extraña marca que estaba grabada con fuego y hierro en su espalda: una garra representada con formas geométricas en su espalda. Un círculo acompañado de cuatro triángulos, tres en la parte superior y uno en la inferior. No conocía la marca, ni tampoco a esos llamados «nobles mundiales», pero comprendía a la perfección el odio de la criatura. De joven, hace no tanto tiempo, había sido apresado por científicos del Gobierno Mundial y usado para realizar sus asquerosos experimentos. En mi caso las marcas que me habían dejado no eran visibles, pero seguían ahí, recordándome mi objetivo, día a día.
El ansia de sangre, la ira en sus ojos, el odio que no podía evitar escupir con cada palabra... No solo lo entendía, sino que lo compartía. En mi interior no solo deseaba volver a situar a la tribu lunaria en el lugar que le correspondía, sino que además quería ver arder a los causantes de la decadencia de mi raza, y destruir con mis propias manos todo lo que habían construido hasta que ya nadie les recordase.
El fuego comenzaba a extenderse cada vez con más esmero, adentrándose por las escaleras que conducían hacia el interior del barco. Si quedaba alguien vivo como había dicho el ser marino, moriría. Sin embargo él y yo sobreviviríamos. Me pareció un buen augurio de nuestro futuro.
—Tú, hombre pez —comencé a decir. El viento sopló y las llamas comenzaron a avivarse. Unas pocas cenizas se alzaron en el aire, prendiendo una de las velas del barco. Las llamas comenzaron a iluminar la cubierta con una luz roja y siniestra. Mi sombra se extendió sobre el piso en dirección de la criatura a la vez que yo me llevaba el kanabo al hombre con el brazo derecho mientras que me señalaba con el pulgar izquierdo en el pecho—. Voy a fundar una tripulación pirata, la más grande que se haya visto jamás. Voy a traer una era de miedo y terror, de fuego y destrucción. Una era de caos dónde me vengaré de este mundo y en el que todo ser viviente me temerá —Extendí mi brazo libre y adopté mi característica sonrisa cruel—. ¡Únete a mí, Prometheus D. Katyon, y conquistemos el mundo!
Al girarse me mostró su espalda y observé la extraña marca que estaba grabada con fuego y hierro en su espalda: una garra representada con formas geométricas en su espalda. Un círculo acompañado de cuatro triángulos, tres en la parte superior y uno en la inferior. No conocía la marca, ni tampoco a esos llamados «nobles mundiales», pero comprendía a la perfección el odio de la criatura. De joven, hace no tanto tiempo, había sido apresado por científicos del Gobierno Mundial y usado para realizar sus asquerosos experimentos. En mi caso las marcas que me habían dejado no eran visibles, pero seguían ahí, recordándome mi objetivo, día a día.
El ansia de sangre, la ira en sus ojos, el odio que no podía evitar escupir con cada palabra... No solo lo entendía, sino que lo compartía. En mi interior no solo deseaba volver a situar a la tribu lunaria en el lugar que le correspondía, sino que además quería ver arder a los causantes de la decadencia de mi raza, y destruir con mis propias manos todo lo que habían construido hasta que ya nadie les recordase.
El fuego comenzaba a extenderse cada vez con más esmero, adentrándose por las escaleras que conducían hacia el interior del barco. Si quedaba alguien vivo como había dicho el ser marino, moriría. Sin embargo él y yo sobreviviríamos. Me pareció un buen augurio de nuestro futuro.
—Tú, hombre pez —comencé a decir. El viento sopló y las llamas comenzaron a avivarse. Unas pocas cenizas se alzaron en el aire, prendiendo una de las velas del barco. Las llamas comenzaron a iluminar la cubierta con una luz roja y siniestra. Mi sombra se extendió sobre el piso en dirección de la criatura a la vez que yo me llevaba el kanabo al hombre con el brazo derecho mientras que me señalaba con el pulgar izquierdo en el pecho—. Voy a fundar una tripulación pirata, la más grande que se haya visto jamás. Voy a traer una era de miedo y terror, de fuego y destrucción. Una era de caos dónde me vengaré de este mundo y en el que todo ser viviente me temerá —Extendí mi brazo libre y adopté mi característica sonrisa cruel—. ¡Únete a mí, Prometheus D. Katyon, y conquistemos el mundo!
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El calor cada vez era más notorio, empezaba a quemarme y llevaba días sin el agua suficiente como para hidratarme correctamente, por lo que la idea de tirarme al mar era tentadora no, lo siguiente, es más diría que hasta necesaria, de pronto algo más extraño sucedió y no eran los gritos de dolor y desesperación que empezaban a venir de la bodega, era la propuesta de ese ser que parecía tener el mismo odio que yo. -¿Prometheus D. Katyon? ¿Unirme a ti?- Dudé, no lo negaré, pero al ver la situación del barco, se me pasó por la mente que este ser, no humano claramente, tenía unas ideas parecidas a las mías, pero había algo que me lo impedía -Te seré sincero, aún que no miento nunca... ¿Unirme a ti? Lo veo plausible si tus ideas es diezmar a los humanos, pero para que luego no hayan malos entendidos, nadie volverá a controlarme nunca más, nadie estará por encima mío, nadie será superior a mi ante mis ojos, ¿Quieres que me una? Aunemos fuerzas, pero no seré un subdito de nadie- La idea no me parecía mal, pero si fuese una empresa, yo necesitaba ser uno de los creadores, no iba a seguir ordenes de nadie, quizás consejos o "sujerencias" pero ¿Ordenes? No... Ya había desperdiciado toda mi vida en eso, no iba a ser igual -No son peticiones ni condiciones, es un contrato justo, primero, seremos compañeros, no quiero ser el capitán de nadie, pero no seré súbdito. Segundo, yo te ayudo con tu objetivo y tú con el mío que parecen coincidir. Tercero, aceptaré si estás conforme porque no me gusta deber nada a nadie y por mi mala elección de confianza he necesitado ser liberado por ti, te debo a mi criterio la libertad, usa esa moneda de cambio ahora. Y por último aún que no sea una clausula de contrato es la siguiente explicación... Me han traicionado todos y cada uno de los que me han acompañado, si tú o cualquiera de la tripulación me hace sentir ese sentimiento tan odioso, acabaré con esa vida sea lo importante que sea para ti o la tripulación ¿Entiendes? La traición se paga con sufrimiento y dolor...- Sí, quizás era más egocentrico de lo que la situación me permitía, pero no, no sería un perro con cadena, sería un rey marino desbocado, además si era tan arrogante como parecía, seguro que preferiría no ponerle bozal a un compañero, era mejor alguien igual a ti que otro súbdito sumiso
Me puse de pie sobre la borda decidido a saltar, el calor era demasiado para mi -Piénsalo, nunca hay dos alfas en una manada, pero si un alfa es peligroso, imagina dos con el mismo objetivo... Soy el rey del mar, tú puedes serlo del cielo y la tierra, si nos ponemos poéticos, contigo podemos tocar la cima y conmigo dominar el fondo...- Dios... ¿Soy yo, o es la mejor frase que podía haber dicho? -Piensalo, necesito hidratarme- Comenté mientras daba un paso para caer al agua...
Me puse de pie sobre la borda decidido a saltar, el calor era demasiado para mi -Piénsalo, nunca hay dos alfas en una manada, pero si un alfa es peligroso, imagina dos con el mismo objetivo... Soy el rey del mar, tú puedes serlo del cielo y la tierra, si nos ponemos poéticos, contigo podemos tocar la cima y conmigo dominar el fondo...- Dios... ¿Soy yo, o es la mejor frase que podía haber dicho? -Piensalo, necesito hidratarme- Comenté mientras daba un paso para caer al agua...
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La oferta caló hondo en la mente del monstruo marino. Sabía que junto a mí podía llevar a cabo su venganza, y aquello le tentaba. El poder atrae al poder, y yo era el más poderoso. Las propuestas para dominar el mundo no ocurrían todos los días, y sabía que tenía que tomarla. Sin embargo, sus condiciones fueron arrogantes. Demasiado arrogantes. No ser súbdito de nadie... Por un momento me vi a mí mismo, diciendo las mismas palabras. ¿Qué habría hecho yo en su situación? No lo sabía, mi libertad no había dependido nunca de nadie, solo de mis propias manos.
Aquella criatura continuó hablando. ¿Se creía que estábamos formando un contrato? Supongo que en cierto sentido era así, pero tanta habladuría de condiciones y cláusulas me desagradaba. Aunque no lo pareciera por mi aspecto, era dado al dramatismo, y la seriedad del ser le quitaba cierta gracia a la situación. ¿Qué le costaba arrodillarse, decir que sí, y rendir pleitesía? Aunque sí que coincidían en una cosa: la traición debía pagarse con sangre.
Y a pesar de todo, sabía que si le permitía caminar a mi lado estaba tomando una buena decisión. Sus ímpetu orgulloso, su sed de sangre... Podía ser monstruoso y despiadado, igual que yo. Y lo más importante: yo no buscando a perritos falderos que me siguieran allá por dónde iba. Yo buscaba auténticas criaturas inhumanas capaces de arrasar con todo lo que se interpusiera en su camino. Y lealtad. Buscaba una lealtad inexpugnable. Quizás el hombre pez no fuera capaz de seguir órdenes, pero... ¿Qué más daba eso? Gente que siga órdenes hay en todas partes, pero gente que te debe la libertad... No, eso no lo encuentras todos los días.
—Ja, bien dicho —dije reaccionando a su comentario final. Sí, aquello era la dosis de dramatismo que necesitaba. «¿Expandir nuestra ambición del fondo del mar hasta lo más alto de los cielos?» pensé con una mueca de satisfacción. Sí, aquello era lo que estaba buscando. Si yo solo era capaz de lograr toda clase de proezas, juntos... Juntos nos haríamos con el mundo entero.
Finalmente el ser marino se tiró al agua, como era de esperar. Yo me di la vuelta para observar las llamas, e imaginé así nuestro futuro. Fulguroso y ardiente. Mi futuro. Había dado el primer paso para volver a engrandecer a mi raza, el primero de muchos, pero uno de los más importantes.
El barco comenzó a crujir y bambolearse. No aguantaría mucho más en pie, y el humo comenzaba a ser molesto e irritante. Desplegué las alas y levanté el vuelo. En cuanto la orca mostró su cara desde el mar, le señalé la isla frente a nosotros, Jaya, y volé hasta ella. Era el momento de hacer nuestro primer acto de presencia como piratas.
Aquella criatura continuó hablando. ¿Se creía que estábamos formando un contrato? Supongo que en cierto sentido era así, pero tanta habladuría de condiciones y cláusulas me desagradaba. Aunque no lo pareciera por mi aspecto, era dado al dramatismo, y la seriedad del ser le quitaba cierta gracia a la situación. ¿Qué le costaba arrodillarse, decir que sí, y rendir pleitesía? Aunque sí que coincidían en una cosa: la traición debía pagarse con sangre.
Y a pesar de todo, sabía que si le permitía caminar a mi lado estaba tomando una buena decisión. Sus ímpetu orgulloso, su sed de sangre... Podía ser monstruoso y despiadado, igual que yo. Y lo más importante: yo no buscando a perritos falderos que me siguieran allá por dónde iba. Yo buscaba auténticas criaturas inhumanas capaces de arrasar con todo lo que se interpusiera en su camino. Y lealtad. Buscaba una lealtad inexpugnable. Quizás el hombre pez no fuera capaz de seguir órdenes, pero... ¿Qué más daba eso? Gente que siga órdenes hay en todas partes, pero gente que te debe la libertad... No, eso no lo encuentras todos los días.
—Ja, bien dicho —dije reaccionando a su comentario final. Sí, aquello era la dosis de dramatismo que necesitaba. «¿Expandir nuestra ambición del fondo del mar hasta lo más alto de los cielos?» pensé con una mueca de satisfacción. Sí, aquello era lo que estaba buscando. Si yo solo era capaz de lograr toda clase de proezas, juntos... Juntos nos haríamos con el mundo entero.
Finalmente el ser marino se tiró al agua, como era de esperar. Yo me di la vuelta para observar las llamas, e imaginé así nuestro futuro. Fulguroso y ardiente. Mi futuro. Había dado el primer paso para volver a engrandecer a mi raza, el primero de muchos, pero uno de los más importantes.
El barco comenzó a crujir y bambolearse. No aguantaría mucho más en pie, y el humo comenzaba a ser molesto e irritante. Desplegué las alas y levanté el vuelo. En cuanto la orca mostró su cara desde el mar, le señalé la isla frente a nosotros, Jaya, y volé hasta ella. Era el momento de hacer nuestro primer acto de presencia como piratas.
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Paz, es lo que sentí nada más entrar en contacto con el agua, cerré los ojos y me mantuve ahí suspendido escuchando el ruido del océano, había vuelto a mi libertad que tanto echaba de menos, todo, el ruido de fondo, la temperatura, el movimiento de las corrientes que mecen las olas y el cuerpo. Abrí los ojos observando la tierra, no pude resistirme a bajar y agarrar con mi puño un buen montón de arena la cual se me escapaba lentamente, podía decir... Que estaba feliz.
Salí hacia la superficie, sacando la cabeza para ver al gigantón señalarme la isla y ver como se dirigía hacia ella. Si no fuera por que le debía la libertad ahora mismo había tomado otro rumbo, pero solo tenía unos pantalones rotos negros a lo hulk, por lo que, un poco de roba y comida irían bien. Con velocidad puse rumbo hacia la civilización.
Poco a poco salí del agua andando por la fina y blanquecina arena, mi apariencia no ayudaba, quizás tendría que haber robado algo de ropa a los muertos del barco -Necesito ropa decente- Comenté sin hablar con nadie en específico, simplemente era un pensamiento en voz alta. Observé una caseta de pescadores, con un barco anclado sin nadie alrededor, ¿Habría algo de abrigo? Con tranquilidad y acariciando mis muñecas sin creerme que ya no había hierro en ellas, abrí la puerta y analicé el interior -Red, cañas, mochilas... ¿Un chubasquero? Mejor esto que nada...- Agarré el chubasquero que hacía de abrigo grande y lo dejé abierto mostrando el pecho pero ocultando la marca de esclavo para salir buscando al gigantón -¿Cual es tu plan?- Me interesaba saber como iba a proceder pues si requería mi ayuda necesitaba algo de información.
No pensaba, se podía resumir, mi cerebro no tenía la suficiente atención, después de tantos años, estaba caminando como quería, por donde quería, haciendo lo que me daba la gana sin que nadie con un látigo o con las cadenas que me ataban en la mano me dictasen camino, sabía que era mi propia locura pero ni el aire tenía el mismo olor, este salitre, esta brisa, dios ¿Era libre de verdad o nuevamente estaba en un sueño?
A lo lejos de nuestra posición podían verse pequeños indicios de civilización, que hasta ahora no había pensado en lo que significaba del todo... ¿Humanos? ¿Como reaccionaría yo al encontrarme con un humano en igualdad de condiciones? Bueno, igualdad... Estaba hecho mierda... Oh, y tenía mucha hambre...
Salí hacia la superficie, sacando la cabeza para ver al gigantón señalarme la isla y ver como se dirigía hacia ella. Si no fuera por que le debía la libertad ahora mismo había tomado otro rumbo, pero solo tenía unos pantalones rotos negros a lo hulk, por lo que, un poco de roba y comida irían bien. Con velocidad puse rumbo hacia la civilización.
Poco a poco salí del agua andando por la fina y blanquecina arena, mi apariencia no ayudaba, quizás tendría que haber robado algo de ropa a los muertos del barco -Necesito ropa decente- Comenté sin hablar con nadie en específico, simplemente era un pensamiento en voz alta. Observé una caseta de pescadores, con un barco anclado sin nadie alrededor, ¿Habría algo de abrigo? Con tranquilidad y acariciando mis muñecas sin creerme que ya no había hierro en ellas, abrí la puerta y analicé el interior -Red, cañas, mochilas... ¿Un chubasquero? Mejor esto que nada...- Agarré el chubasquero que hacía de abrigo grande y lo dejé abierto mostrando el pecho pero ocultando la marca de esclavo para salir buscando al gigantón -¿Cual es tu plan?- Me interesaba saber como iba a proceder pues si requería mi ayuda necesitaba algo de información.
No pensaba, se podía resumir, mi cerebro no tenía la suficiente atención, después de tantos años, estaba caminando como quería, por donde quería, haciendo lo que me daba la gana sin que nadie con un látigo o con las cadenas que me ataban en la mano me dictasen camino, sabía que era mi propia locura pero ni el aire tenía el mismo olor, este salitre, esta brisa, dios ¿Era libre de verdad o nuevamente estaba en un sueño?
A lo lejos de nuestra posición podían verse pequeños indicios de civilización, que hasta ahora no había pensado en lo que significaba del todo... ¿Humanos? ¿Como reaccionaría yo al encontrarme con un humano en igualdad de condiciones? Bueno, igualdad... Estaba hecho mierda... Oh, y tenía mucha hambre...
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Alcancé la isla y me dejé caer, batiendo levemente las alas para descender. Pisé tierra firme y me reuní con el bicho marino. «Joder, dirigirme a está criatura sin un nombre es una mierda». Y es que, si iba a formar parte de mi tripulación, no estaría de más conocer su nombre, si es que lo tenía.
—Oye, dime tu nombre, hombre pez.
Hice una mueca al escucharlo. Era un nombre raro, pero tampoco podía decir mucho; en sí era una criatura rara. Además, siempre podía llamarle Sardina.
—¿Quieres saber cuál es el plan? —pregunté, con un atisbo de codicia. En verdad no tenía ni idea, pero no era difícil improvisar uno—. Vamos a comer, que tengo hambre. Estoy harto de tanto pescado —no, no iba con sorna—, quiero un puñetero filete tamaño extra grande. Y ya si eso después buscar bronca y ver quién manda en la isla. ¡Venga!
Me colgué el kanabo a la espalda, que aún mantenía agarrado con mi brazo derecho, y comencé a caminar hacia la zona poblada de la isla. Por lo que había oído, se trataba de una isla por y para piratas, y estaba convencido de que aquel sería un buen lugar para comenzar. De la sangre de los piratas caídos brotaría la más grandiosa tripulación que el mundo habría visto jamás. Aunque primero la comida. No se puede conquistar el mundo con el estómago vacío. Y sake. Cantidades ingentes de sake.
—Oye —llamé a Tilikum—. Quiero saber más de ti. He visto cómo has acabado con un atajo de humanos en ese barco, pero aquellos no eran ningún amenaza. Estaban débiles y habían perdido la voluntad de vivir, viviendo en la autocompasión —Escupí al suelo, asqueado—. Quiero saber qué eres exactamente y de qué eres capaz. Te he acogido bajo mis alas porque te veo futuro y potencial, pero no me tomes por un tonto descerebrado. Ahora, habla.
Le escuché atentamente. Pocas cosas suelen llamar mi atención, es más, la gran mayoría me aburre. No soporto a la gente que te cuenta su vida porque se siente sola y triste, o los espectáculos y actuaciones de los que se hacen llamar artistas. Y de la poesía mejor ni hablemos. Pero están contento, aunque no lo pareciera, por haber conseguido a mi primer tripulante, y lo cierto es que quería saber de qué era capaz. Quizás hasta la acabase retando una vez hubiera descansado.
Finalmente, cuando terminamos de hablar, alcanzamos un poblado. Parecía tener un tamaño decente. Varias chozas de madera, algunas de varias plantas, y camino con transeúntes. Algo me decía que la comida estaba cerca.
—Oye, dime tu nombre, hombre pez.
Hice una mueca al escucharlo. Era un nombre raro, pero tampoco podía decir mucho; en sí era una criatura rara. Además, siempre podía llamarle Sardina.
—¿Quieres saber cuál es el plan? —pregunté, con un atisbo de codicia. En verdad no tenía ni idea, pero no era difícil improvisar uno—. Vamos a comer, que tengo hambre. Estoy harto de tanto pescado —no, no iba con sorna—, quiero un puñetero filete tamaño extra grande. Y ya si eso después buscar bronca y ver quién manda en la isla. ¡Venga!
Me colgué el kanabo a la espalda, que aún mantenía agarrado con mi brazo derecho, y comencé a caminar hacia la zona poblada de la isla. Por lo que había oído, se trataba de una isla por y para piratas, y estaba convencido de que aquel sería un buen lugar para comenzar. De la sangre de los piratas caídos brotaría la más grandiosa tripulación que el mundo habría visto jamás. Aunque primero la comida. No se puede conquistar el mundo con el estómago vacío. Y sake. Cantidades ingentes de sake.
—Oye —llamé a Tilikum—. Quiero saber más de ti. He visto cómo has acabado con un atajo de humanos en ese barco, pero aquellos no eran ningún amenaza. Estaban débiles y habían perdido la voluntad de vivir, viviendo en la autocompasión —Escupí al suelo, asqueado—. Quiero saber qué eres exactamente y de qué eres capaz. Te he acogido bajo mis alas porque te veo futuro y potencial, pero no me tomes por un tonto descerebrado. Ahora, habla.
Le escuché atentamente. Pocas cosas suelen llamar mi atención, es más, la gran mayoría me aburre. No soporto a la gente que te cuenta su vida porque se siente sola y triste, o los espectáculos y actuaciones de los que se hacen llamar artistas. Y de la poesía mejor ni hablemos. Pero están contento, aunque no lo pareciera, por haber conseguido a mi primer tripulante, y lo cierto es que quería saber de qué era capaz. Quizás hasta la acabase retando una vez hubiera descansado.
Finalmente, cuando terminamos de hablar, alcanzamos un poblado. Parecía tener un tamaño decente. Varias chozas de madera, algunas de varias plantas, y camino con transeúntes. Algo me decía que la comida estaba cerca.
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Le miré, se creía un dios... ¿Había hecho bien en juntarme con alguien así? Creo que iba de mal a peor... -Tilikum- Ni apellidos, ni apodos, ni más nombres, ya no había familia, nadie me conocía, solo me tenía a mi y a mi nombre, nadie iba ni podía quitarme el nombre... -Estaría bien saber que camino vamos a tomar...- Respondí a lo de conocer el plan, miré algo desconcertado de reojo con lo de "estar harto de pescado" pensé que era un intento de chiste mezclado con humor negro o algo por el estilo, pero no estaba yo para reír las gracias de nadie, me encontraba famélico... Luego mientras caminaba a mi paso al lado del gigantón le expliqué -No hay gran cosa que contar, de pequeño me secuestraron, viví bastantes años como esclavo de esos malditos nobles mundiales, tienen bastantes formas de retenerte, la mejor es el maldito collar que te ponen, si te alejas o les llevas la contraria, te revientan la cabeza, te torturan y hacen cualquier cosa que quieran, tienen complejo de dioses, tras bastantes torturas me dieron por muerto, me quitaron el collar para ponérselo a otro y me tiraron al mar... Mi odio me hizo sobrevivir, me rescató lo que creí una tripulación de "buenas personas" me curaron, alimentaron, me volvieron a encerrar y me iban a vender nuevamente a los nobles... Y tú me has salvado- Resumí, dí algún que otro detalle más tarde pero finalicé con tono serio e imperativo -No moriré sin ponerles uno de esos collares tan bonitos en el cuello a los mal nacidos... Quiero ver el miedo en sus ojos...- Tenía una rabia interna que solo de pensar o hablar del tema me incendiaba, me calentaba, me habían jodido la vida, ahora les joderé yo los sueños...
Llegamos al poblado, la verdad es que todas las miradas estaban dirigidas hacia nosotros -¿Comeremos fuera?- Pregunté, no sabía si había algún local con el techo lo suficiente alto como para guarecer a este individuo, aún que estando fuera todo dios nos miraría... Por una parte me sentía bien, la verdad que el noventa por ciento de las miradas eran dirigidas al hombre gigante alado... Supongo que eso llama más la atención que un tritón que dentro de lo que cabe es más "común" -La verdad que un buen plato de carne me comía... Pero no tengo dinero- Eso él ya lo sabía pero lo dejé claro puesto que no tenía dinero para pagar lo que pedía. Supuse que él no pediría permiso o daría dinero para comer pero por si acaso lo explique, no quería problemas, en mi condición no aguantaría mucho...
Por lo que podía ver, la gente de aquí era de la piratería, no había estado navegando para saberlo, pero eran esclavos muy normales entre mis "dueños" puesto que eran especialistas en piratas con recompensas bastante algas...
Llegamos al poblado, la verdad es que todas las miradas estaban dirigidas hacia nosotros -¿Comeremos fuera?- Pregunté, no sabía si había algún local con el techo lo suficiente alto como para guarecer a este individuo, aún que estando fuera todo dios nos miraría... Por una parte me sentía bien, la verdad que el noventa por ciento de las miradas eran dirigidas al hombre gigante alado... Supongo que eso llama más la atención que un tritón que dentro de lo que cabe es más "común" -La verdad que un buen plato de carne me comía... Pero no tengo dinero- Eso él ya lo sabía pero lo dejé claro puesto que no tenía dinero para pagar lo que pedía. Supuse que él no pediría permiso o daría dinero para comer pero por si acaso lo explique, no quería problemas, en mi condición no aguantaría mucho...
Por lo que podía ver, la gente de aquí era de la piratería, no había estado navegando para saberlo, pero eran esclavos muy normales entre mis "dueños" puesto que eran especialistas en piratas con recompensas bastante algas...
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—Destruiremos a esos Nobles Mundiales, sean quiénes sean —le dije a mi recién adquirido compañero—. Tu venganza es ahora mi venganza, y no permitiré que acaben tus días sin verla cumplida.
Al fin y al cabo, ahora teníamos un pacto, y aunque no siempre lo hago, hay promesas que sí cumplo. Como la de buscar una buena comida.
En el pueblo la gente no podía dejar de mirarme, como era habitual, pero aquí más que temerme me tenían asco. Algunos escupían al suelo nada más verme, mientras que otros hasta me desafiaban con la mirada, sin dejarse de preguntar qué coño era yo. A cambio, les devolvía una mirada aún más abismal, haciendo que bajasen la suya propia. ¡Ja, debiluchos! Al menos el pescado no se había asustado de mi presencia, eso ya era un decir.
—¿Dinero? ¿Y a quién le importa si tienes dinero? —pregunté, extrañado. Nunca le había dado demasiada importancia al hecho de tener dinero. Normalmente cogía lo que quería cuando quería, y si a alguien le disgustaba... Bueno, hacía que no le disgustase tanto como perder las piernas—. A mí no, y a ti tampoco debería.
Se me hacía raro andar con alguien. Llevaba mucho tiempo, quizás demasiado, solo y sin mantener conversaciones más allá de insultos y amenazas de muertes. En contraste, la perspectiva de mantener una conversión normal y fluida era extraña. Un sentimiento de incomodidad se apoderó de mí y no me dejó decir mucho más.
Observé que un grupo extraño venía en sentido contrario al nuestro desde el otro lado de la calle. Digo extraño, porque no parecían de aquel lugar. Todos iban lo que los humanos considerarían «bien vestidos», y no había ninguno entre ellos que no llevase gafas de sol. Parecían copias calcadas. Tuve un mal presentimiento sobre aquellos hombres, pero mi estómago rugía cada vez más y más, llamando la atención de algunos transeúntes incluso. Tenía que buscar un sitio donde comer lo antes posible.
—Aquí estará bien —dije cuando alcanzamos un local con una gran terraza. Aparte bruscamente un banco de una mesa alargada y me senté en el suelo, cruzando las piernas para mayor comodidad—. Vamos Tilikum —Mira que tenia un nombre raro el jodido—, siéntate y pide lo que quieras.
En cuanto trajeron la comida empecé a devorarla, casi literalmente. Tenía mucha hambre, y alguien tan grande como yo tenía que comer mucho, sobre todo si quería convertirme en el Rey de los Piratas.
Al fin y al cabo, ahora teníamos un pacto, y aunque no siempre lo hago, hay promesas que sí cumplo. Como la de buscar una buena comida.
En el pueblo la gente no podía dejar de mirarme, como era habitual, pero aquí más que temerme me tenían asco. Algunos escupían al suelo nada más verme, mientras que otros hasta me desafiaban con la mirada, sin dejarse de preguntar qué coño era yo. A cambio, les devolvía una mirada aún más abismal, haciendo que bajasen la suya propia. ¡Ja, debiluchos! Al menos el pescado no se había asustado de mi presencia, eso ya era un decir.
—¿Dinero? ¿Y a quién le importa si tienes dinero? —pregunté, extrañado. Nunca le había dado demasiada importancia al hecho de tener dinero. Normalmente cogía lo que quería cuando quería, y si a alguien le disgustaba... Bueno, hacía que no le disgustase tanto como perder las piernas—. A mí no, y a ti tampoco debería.
Se me hacía raro andar con alguien. Llevaba mucho tiempo, quizás demasiado, solo y sin mantener conversaciones más allá de insultos y amenazas de muertes. En contraste, la perspectiva de mantener una conversión normal y fluida era extraña. Un sentimiento de incomodidad se apoderó de mí y no me dejó decir mucho más.
Observé que un grupo extraño venía en sentido contrario al nuestro desde el otro lado de la calle. Digo extraño, porque no parecían de aquel lugar. Todos iban lo que los humanos considerarían «bien vestidos», y no había ninguno entre ellos que no llevase gafas de sol. Parecían copias calcadas. Tuve un mal presentimiento sobre aquellos hombres, pero mi estómago rugía cada vez más y más, llamando la atención de algunos transeúntes incluso. Tenía que buscar un sitio donde comer lo antes posible.
—Aquí estará bien —dije cuando alcanzamos un local con una gran terraza. Aparte bruscamente un banco de una mesa alargada y me senté en el suelo, cruzando las piernas para mayor comodidad—. Vamos Tilikum —Mira que tenia un nombre raro el jodido—, siéntate y pide lo que quieras.
En cuanto trajeron la comida empecé a devorarla, casi literalmente. Tenía mucha hambre, y alguien tan grande como yo tenía que comer mucho, sobre todo si quería convertirme en el Rey de los Piratas.
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Me senté, cuando vino el camarero con unos ojos de desprecio total nos tomó nota -La verdad es que tengo un poco de hambre... Tres platos de entrecot de ternera, dos costillares de cordero, dos conejos enteros y un cochinillo, una ensalada de pimientos al horno y tres merluzas asadas con limón.- Si este hombre quería hacerse un nombre, estar bien alimentado era esencial para no pillar escorbuto en plena travesía -Plato que os dejéis, plato que pagáis por tres- Comentó el sin sustancia dueño del local... Me gusta el local... Mientras empezó el camarero a traer sus la comanda de los dos la conversación era clara -Creo, que tenemos un problema... O más bien un entretenimiento para ti- Comenté al saber su gran ego -Ese grupo de pingüinos vestidos de negro y juntitos, eran del gobierno, o eso me parecía, iban vestidos iguales que los que protegían y servían a los Tenriubitos, no creo que sean los mismos, pero si lo son actualmente estamos en problemas, si son simples soldados y meten sus narices en nosotros, no serán gran cosa pero la repercusión puede ser... Cuantiosa...- Por no decir que enfrentarse al gobierno era algo bastante peligroso se tenga la fuerza que se tenga...
De los doce platos, nada más acabar las frases habían diez -¿Y como vamos a proceder de ahora en adelante? No se mucho de como funciona el mundo ahí fuera, pero por las historias que he ido escuchando y lo que he ido viendo, el dinero mueve el mundo, los ejércitos son poder, se pagan y mantienen con dinero y la fama es dar el mayor espectáculo y para eso... Dinero...- Miré al "hombre" directamente -Esos Tenriubitos, eran los seres más ricos de la tierra... Se escuchan cosas... Sus barcos transportan bienes muy preciados, desde frutas del diablo, armas mitológicas, inventos tecnológicos innovadores hasta esclavos resabiados y poderosos... Lo malo que sus barcos están protegidos por el gobierno y la marina, igual que sus casas...- Ahora mismo solo podíamos soñar con vencerles, era algo imposible pero... Con la suficiente paciencia, fuerza y estrategia, nada era inalcanzable... Siete platos...
-Sabes... Intentaré ocuparme del problema del dinero... Este bar... Cocina bien, está muy bueno, usan la medida justa, no son novatos... Tienen experiencia...- En ese momento mi ambición empezó a salir a flote... -¡Camarero!- Grité para que viniera, el hombre se acercó con cara de habernos cagado en su comida -¿Que quieres...?- Preguntó a desgana -Estos platos están muy buenos, les falta mejor calidad de los ingredientes pero se nota que se hacen con la inteligencia suficiente como para saber cuanto y qué mezclar... ¿Lo has cocinado tú?- Pregunté, ¿Como sabía tanto? ¡No sabía una mierda! Llevo toda mi vida comiendo los restos de los restos, llevo años sin probar cosas así, si no fuera por que no quiero mostrar debilidad y que estoy deshidratado, lloraría... -Mis trabajadores, ya les diré...- Me servían -¿Podría hablar con ellos?- El tipo miró con muy mala cara, pero con esa cara como de oler a defecación, pero bueno... Salió dos de ellos, parecían ser tres, ¡Ha por cierto! No hay platos. -¿Vosotros cocináis esto?- Pregunté -Sí señor- Eran más respetuosos para ser escoria -¿Os pagan bien?- Comenté -Lo normal señor- ¡Bingo! -Entiendo, ¿Y si os ofreciera el mismo puesto, mismo trabajo, mismo lugar pero más dinero?- Se miraron entre ellos -Decirselo al tercero, os ofrezco un buen puesto- Me vine arriba, la compañía del grandullón no era buena...
Mientras esperaba respuesta -¿Y bien? ¿Que tienes pensado?- Si se necesitaba dinero lo íbamos a tener, pero tenía que saber para que necesitábamos la economía. No sabía si podría pero no tenía nada que perder, iba a intentar ser más que esos nobles de mier...
De los doce platos, nada más acabar las frases habían diez -¿Y como vamos a proceder de ahora en adelante? No se mucho de como funciona el mundo ahí fuera, pero por las historias que he ido escuchando y lo que he ido viendo, el dinero mueve el mundo, los ejércitos son poder, se pagan y mantienen con dinero y la fama es dar el mayor espectáculo y para eso... Dinero...- Miré al "hombre" directamente -Esos Tenriubitos, eran los seres más ricos de la tierra... Se escuchan cosas... Sus barcos transportan bienes muy preciados, desde frutas del diablo, armas mitológicas, inventos tecnológicos innovadores hasta esclavos resabiados y poderosos... Lo malo que sus barcos están protegidos por el gobierno y la marina, igual que sus casas...- Ahora mismo solo podíamos soñar con vencerles, era algo imposible pero... Con la suficiente paciencia, fuerza y estrategia, nada era inalcanzable... Siete platos...
-Sabes... Intentaré ocuparme del problema del dinero... Este bar... Cocina bien, está muy bueno, usan la medida justa, no son novatos... Tienen experiencia...- En ese momento mi ambición empezó a salir a flote... -¡Camarero!- Grité para que viniera, el hombre se acercó con cara de habernos cagado en su comida -¿Que quieres...?- Preguntó a desgana -Estos platos están muy buenos, les falta mejor calidad de los ingredientes pero se nota que se hacen con la inteligencia suficiente como para saber cuanto y qué mezclar... ¿Lo has cocinado tú?- Pregunté, ¿Como sabía tanto? ¡No sabía una mierda! Llevo toda mi vida comiendo los restos de los restos, llevo años sin probar cosas así, si no fuera por que no quiero mostrar debilidad y que estoy deshidratado, lloraría... -Mis trabajadores, ya les diré...- Me servían -¿Podría hablar con ellos?- El tipo miró con muy mala cara, pero con esa cara como de oler a defecación, pero bueno... Salió dos de ellos, parecían ser tres, ¡Ha por cierto! No hay platos. -¿Vosotros cocináis esto?- Pregunté -Sí señor- Eran más respetuosos para ser escoria -¿Os pagan bien?- Comenté -Lo normal señor- ¡Bingo! -Entiendo, ¿Y si os ofreciera el mismo puesto, mismo trabajo, mismo lugar pero más dinero?- Se miraron entre ellos -Decirselo al tercero, os ofrezco un buen puesto- Me vine arriba, la compañía del grandullón no era buena...
Mientras esperaba respuesta -¿Y bien? ¿Que tienes pensado?- Si se necesitaba dinero lo íbamos a tener, pero tenía que saber para que necesitábamos la economía. No sabía si podría pero no tenía nada que perder, iba a intentar ser más que esos nobles de mier...
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—El Gobierno, la Marina, o quién sea... Nada de eso me preocupa —dije tranquilamente—. Yo hago lo que quiero, como quiero y cuando quiero. Al fin y al cabo soy libre para hacerlo, y tú también.
Cogí la pata de jamón del cochinillo que había pedido la orca y le di una gran mordida.
—Desde luego cualquier otra persona es libre de meterse en mi camino, y es ahí cuando interviene la fuerza. No soy tan arrogante para creer que soy la persona más fuerte y poderosa del mundo, pero a la hora de la verdad mis habilidades nunca me han fallado y no le tengo miedo a nadie. Esos «pinguinos», como tú mismo has dicho, no son una preocupación. Si se interponen en mi camino, solo tengo que deshacerme de ellos, ¿verdad?
Solté una carcajada y continué comiendo. Quizás tanto tiempo enjaulado le había vuelto más miedoso, pero estaba convencido de que se le pasaría en cuanto saborease la libertad en su pleno esplendor.
Entonces el hombre pez me preguntó por sus planes, y me quedé callado momentáneamente, pensado. En realidad no tenía ningún plan como tal. Sí, tenía objetivos, y muy ambiciosos, pero no la forma de conseguirlos más allá del uso de la fuerza bruta. Y ahora que lo pensaba, tampoco se me ocurrían muchas alternativas. A fin de cuentas, el poder es poder, y eso es lo que importa. Pero sí que tenía algunas ideas.
—Buena pregunta, chavalín —dije sin saber si era más pequeño o no que yo—. El plan es simple: buscar a más gente, cuanto más fuerte mejor, reunir un grupo aterrador que cambie la balanza de poder y salir victoriosos contra el mundo. De los matices nos podemos encargar a medida que vayan surgiendo. Por ejemplo, si hace falta dinero lo cogemos de cualquier otra persona y listo.
Sin embargo, el recién liberado esclavo tenía otros planes. Afirmando ser capaz de encargarse del asunto del dinero, mantuvo una extraña conversación con los encargados del local, la cuál me dejó confuso, pero también curioso.
—¿Y tú? ¿Cuál es tu plan? —pregunté con los ojos abiertos—. ¿Cómo puedes ofrecer esas condiciones si este local no es tuyo? Y a juzgar por como nos han tratado, no creo que quieran dártelo.
De repente, me di cuenta de lo que estaba planeando. Una cruel sonrisa volvió a posarse en mi boca, y nuevamente solté una carcajada, más burlona que la anterior.
—Me gusta como piensas; cuenta conmigo.
Cogí la pata de jamón del cochinillo que había pedido la orca y le di una gran mordida.
—Desde luego cualquier otra persona es libre de meterse en mi camino, y es ahí cuando interviene la fuerza. No soy tan arrogante para creer que soy la persona más fuerte y poderosa del mundo, pero a la hora de la verdad mis habilidades nunca me han fallado y no le tengo miedo a nadie. Esos «pinguinos», como tú mismo has dicho, no son una preocupación. Si se interponen en mi camino, solo tengo que deshacerme de ellos, ¿verdad?
Solté una carcajada y continué comiendo. Quizás tanto tiempo enjaulado le había vuelto más miedoso, pero estaba convencido de que se le pasaría en cuanto saborease la libertad en su pleno esplendor.
Entonces el hombre pez me preguntó por sus planes, y me quedé callado momentáneamente, pensado. En realidad no tenía ningún plan como tal. Sí, tenía objetivos, y muy ambiciosos, pero no la forma de conseguirlos más allá del uso de la fuerza bruta. Y ahora que lo pensaba, tampoco se me ocurrían muchas alternativas. A fin de cuentas, el poder es poder, y eso es lo que importa. Pero sí que tenía algunas ideas.
—Buena pregunta, chavalín —dije sin saber si era más pequeño o no que yo—. El plan es simple: buscar a más gente, cuanto más fuerte mejor, reunir un grupo aterrador que cambie la balanza de poder y salir victoriosos contra el mundo. De los matices nos podemos encargar a medida que vayan surgiendo. Por ejemplo, si hace falta dinero lo cogemos de cualquier otra persona y listo.
Sin embargo, el recién liberado esclavo tenía otros planes. Afirmando ser capaz de encargarse del asunto del dinero, mantuvo una extraña conversación con los encargados del local, la cuál me dejó confuso, pero también curioso.
—¿Y tú? ¿Cuál es tu plan? —pregunté con los ojos abiertos—. ¿Cómo puedes ofrecer esas condiciones si este local no es tuyo? Y a juzgar por como nos han tratado, no creo que quieran dártelo.
De repente, me di cuenta de lo que estaba planeando. Una cruel sonrisa volvió a posarse en mi boca, y nuevamente solté una carcajada, más burlona que la anterior.
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Los dos pipiolos se fueron a la cocina, estaban entre asustados y sorprendidos, claramente se me notaban las intenciones, no pasó mucho rato cuando vino el encargado, dueño o lo que fuera... -¿¡Intentas robarme a mis chicos!?- Preguntó, por lo que simplemente me levanté, realicé una acción como si aplaudiera, pero en vez de chocar palma con palma coqué una sola vez con la cabeza del encargado, la cual agarré con mis enormes manos y con el pulgar de cada una apliqué fuerza en la cavidad cóncava de sus ojos sin ejercer mucha presión a la par que con las pocas fuerzas que me quedaban levantaba al hombrecillo del suelo mientras me puse a dar un bonito discurso -Bien, para el que lo quiera saber, voy a hablar en privado con mi amigo, quizás queráis largaros antes de que os eche a patadas del local...- No dudó ni un alma, todos los clientes se largaron, los tres cocineros quedaron detrás de la barra -Simple, ¿Que habéis decidido?- Los tres aceptaron con la cabeza por lo cual, estaba todo dicho -Bien, enhorabuena acabáis de ser ascendidos, vosotros tres llevaréis este local, os subiré el sueldo pero nadie se puede enterar que esto es mío- Comenté entre los gritos del antiguo dueño -¡Y una mierda, esto es mio maldita escoria!- Fue ahí cuando empecé a apretar más los pulgares y los chillidos se agudizaron -Bien, como iba diciendo, este local ahora me pertenece, diréis que un par de asesinos se llevaron el alma de este desgraciado quien os cedió en sus últimos momentos las escrituras del local como bonito gesto por intentar defenderle... Si alguien toca el local, volveré, los mataré y punto- Empecé a apretar con rabia hasta que el hombre dejó de gritar, luego lo solté en el aire y cayó redondo haciendo un ruido seco -Bien, limpiar esto, todo el dinero que recabéis lo guardaréis hasta que yo llegue o envié a alguien, en un tiempo cambiaréis el nombre a "Exocoetidae" apuntarlo, no lo olvidéis... Y os iré llamando o visitando para agregar platos estrella, no solo serviremos carne a la brasa, hay manjares con más nivel que la gente agradecerá... Hacerle caso a este viejo gyojin...- Sí, uno de mis sueños de pequeño era tener un restaurante... Pero me lo jodieron, por lo que ahora tendré una maldita cadena entera... -Y otra cosa más, os informaré de todo, pero si algún aliado nuestro viene, le dais cobijo, afinar las orejas, quiero saber todos los cotilleos y compraros gafas, quiero estar informado de todo el que entra en la isla.. ¡¿Está claro?!- Asintieron asustados y empezaron a recoger el cuerpo del antiguo dueño... -¿Y que hacemos con el cadáver? últimamente hay muchas patrullas del gobierno, la basura no es una opción...- Comentó, a lo cual le miré con cara de "¿En serio?" -¿Estás tonto? Esto es un restaurante, aquí no se tira nada...- La verdad que su cara fue un poema...
Me senté nuevamente con Katyon esperando terminar de comer -Un local donde descansar, donde sacar beneficio, donde recibir rumores y controlar al personal, lo escuché de un pirata preso por los nobles, el tipo tenía sesos, me contó muchas historias, lastima que fuera un simple humano y acabase muriendo...- aclaré
Me senté nuevamente con Katyon esperando terminar de comer -Un local donde descansar, donde sacar beneficio, donde recibir rumores y controlar al personal, lo escuché de un pirata preso por los nobles, el tipo tenía sesos, me contó muchas historias, lastima que fuera un simple humano y acabase muriendo...- aclaré
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El espectáculo fue agradable; corto, pero agradable. No me gustó demasiado el hecho de que el pez tomara la iniciativa, pero tampoco podía negar que su idea fuera buena. Nunca había considerado tener un restaurante como base, pero si se parecía a algunas de esas tabernas con habitaciones para pasar la noche podría ser una buena adquisición. Y tener ojos y oídos de más tampoco sonaba mal.
Me levanté lentamente, sin dejar de observar a los empleados, mientras en mis labios se dibujaba una pérfida sonrisa.
—Y más os vale hacer reformas —les dije mientras Tilikum hacía explotar los ojos de aquel desdichado—. No me gustaría tener que romper las paredes para entrar porque no habéis puesto una puerta más grande.
Un buen local, adaptado para lunarios y toda clase de criaturas, con buena comida y una cama en la que pasar la noche sonaba muy bien. Sobre todo teniendo en cuenta que se trataba de una pequeña base en una gran isla pirata. Una gran ventaja con la que no todos podían contar. Pero claro, se trataba de mí mismo, el próximo futuro Rey de los Piratas. Aspirar a menos era inconcebible, y pensaba llegar aún más lejos.
—Muy bien, todo aclarado —zanjé en cuanto Tilikum acabó de dar las órdenes concernientes al cadáver—. Y recordad mi nombre: ¡Prometheus D. Katyon! Este lugar ahora está bajo mi protección y la de mi futura banda. Como dice la orca, ante cualquier problema vendremos y haremos pagar a cualquiera que ose rayar la madera del suelo. Y para los asuntos gastronómicos, dirigíos a la orca. ¡Y más vale que seáis puntuales pagando!
Me pareció que a los chicos les había quedado todo claro, así que me dirigí al hombre pez.
—Listo, nos vamos. Si quieres cumplir tu sueño de hacer pagar a esos nobles por todo lo que te hicieron, no creo que te quieras quedar aquí sentado. Robemos un barco y zarpemos hacia la siguiente isla. Con suerte habrá un par de mastuerzos que se lo tendrán demasiado creído a los que podremos atizar con ganas. Suena divertido, ¿no?
Me levanté lentamente, sin dejar de observar a los empleados, mientras en mis labios se dibujaba una pérfida sonrisa.
—Y más os vale hacer reformas —les dije mientras Tilikum hacía explotar los ojos de aquel desdichado—. No me gustaría tener que romper las paredes para entrar porque no habéis puesto una puerta más grande.
Un buen local, adaptado para lunarios y toda clase de criaturas, con buena comida y una cama en la que pasar la noche sonaba muy bien. Sobre todo teniendo en cuenta que se trataba de una pequeña base en una gran isla pirata. Una gran ventaja con la que no todos podían contar. Pero claro, se trataba de mí mismo, el próximo futuro Rey de los Piratas. Aspirar a menos era inconcebible, y pensaba llegar aún más lejos.
—Muy bien, todo aclarado —zanjé en cuanto Tilikum acabó de dar las órdenes concernientes al cadáver—. Y recordad mi nombre: ¡Prometheus D. Katyon! Este lugar ahora está bajo mi protección y la de mi futura banda. Como dice la orca, ante cualquier problema vendremos y haremos pagar a cualquiera que ose rayar la madera del suelo. Y para los asuntos gastronómicos, dirigíos a la orca. ¡Y más vale que seáis puntuales pagando!
Me pareció que a los chicos les había quedado todo claro, así que me dirigí al hombre pez.
—Listo, nos vamos. Si quieres cumplir tu sueño de hacer pagar a esos nobles por todo lo que te hicieron, no creo que te quieras quedar aquí sentado. Robemos un barco y zarpemos hacia la siguiente isla. Con suerte habrá un par de mastuerzos que se lo tendrán demasiado creído a los que podremos atizar con ganas. Suena divertido, ¿no?
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- Escalera al cielo [Privado][Katharina][Viper]
- Primeros pasos en el cielo (Privado) [Haxter, Mazinger, Salvio D. Vinorum]
- Tres ángeles en el Paraíso. La Isla del Cielo aguarda. [Privado Alexandra-Kasai Kuro-Yoko][Pasado]
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- [Pasado] En el cielo (Libre)
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