Christa
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Subió al escenario ataviada con un traje ajustado y de color carmesí que hacía juego con la sombra de ojos que se había aplicado. Los tacones eran incómodos pero necesarios, y el collar de oro y los aretes de rubíes eran más bien un gusto. Si iba a tocar para gente importante, debía vestirse correctamente para la ocasión. Estaba nerviosa, hacía tiempo que no tocaba para otra gente, pero al mismo tiempo estaba ansiosa por sentarse frente al piano y dejar que sus dedos se deslizaran por las teclas, dejar libre su espíritu como lo hacía de niña. Sin embargo, el concierto era solo un camuflaje para el verdadero objetivo de esa noche: encontrar a Chronos y recuperar a Stormrage.
El interior del club era como mínimo moderno y elegante. El suelo era de una bonita madera blanca que reflejaba las luces cálidas del edificio. Las sillas eran de un pálido color café y los cojines de las mismas seguían el diseño purista del entorno: blancas y sin un diseño ostentoso. Las mesas estaban lo suficientemente separadas para que las conversaciones pudieran ser privadas, aunque todas se congregaban en torno al escenario. La barra, también de un tono claro como el resto de las cosas, se ubicaba del lado opuesto del escenario. Probablemente, esa noche pasaría a segundo plano puesto que todo el interés se lo llevaría la subasta.
Algunos alucinaban con recuperar tesoros perdidos antes de que el Gobierno Mundial y la Marina se separasen; otros querían conseguir armas únicas e inigualables en calidad. Cada hombre que estaba allí tenía un objetivo en la cabeza al pensar en la subasta. La mayoría de esa gente estaba involucrada en uno o más negocios corruptos, pero eso no les importaba mientras pudieran llenarse los bolsillos. Las únicas diferencias entre Dark Dome y una selva cualquiera eran los hombres vestidos elegantemente y los árboles reemplazados por enormes rascacielos, pero imperaba la ley del más fuerte. Christa tenía eso en mente, prefería desconfiar de todas las personas allí presentes, después de todo, y al igual que ella, estaban en el Notte Stellata para satisfacer sus propios intereses.
—Te ves bien —dijo Alexio—. ¿Estás preparada para tocar esta noche?
Alexio era un hombre de treinta años, cabello marrón y ojos verdes que amaba vestir como todo un caballero. Para esa noche había elegido un traje negro que brillaba como la obsidiana, en su muñeca descansaba un reloj de oro con diamantes incrustados, y en cada dedo tenía un anillo ostentoso. Tan solo su vestimenta era más costosa que muchos pueblos que había conocido la princesa. Era esbelto y alto, llegando al metro noventa.
—¡Por supuesto! Es una gran oportunidad para mí —contestó con naturalidad—. Poder tocar en un sitio como este es… maravilloso. Gracias, señor Alexio.
—Oh, vamos, solo dime Alex. Será un gusto escucharte tocar una vez más —continuó Alexio—. Seguro que las chicas ya te explicaron el cronograma, pero te lo recordaré igual. Los invitados disfrutarán de una exquisita cena durante dos horas en la que tú tocarás para ellos lo que estuviste ensayando, y después pasaremos a lo importante: la subasta. Quiero que hagas el cierre con una melodía fascinante, Christa.
—No tocaré mientras presentan los productos a subastar, ¿cierto?
—Cierto.
—¿Y puedo participar? —preguntó con inocencia.
—¿Participar…? Bueno, por supuesto que puedes, pero lo que venderemos aquí… Esta gente es muy muy rica, Christa, no te imaginas cuánto dinero tiene. Te lo digo para que no te lleves una desilusión si notas que no puedes llevarte nada —le comentó Alex con una sonrisa compasiva—. Igual te deseo buena suerte, seguro que consigues algo.
A la princesa no le hacía ilusión gastar parte de su herencia en recuperar a Stormrage, un regalo de su padre, pero era mejor que ganarse un montón de enemigos. Aun así, debía descubrir la identidad de Chronos y hacerle pagar por lo que había hecho, al menos lo suficiente para recuperar el futuro dinero perdido.
El interior del club era como mínimo moderno y elegante. El suelo era de una bonita madera blanca que reflejaba las luces cálidas del edificio. Las sillas eran de un pálido color café y los cojines de las mismas seguían el diseño purista del entorno: blancas y sin un diseño ostentoso. Las mesas estaban lo suficientemente separadas para que las conversaciones pudieran ser privadas, aunque todas se congregaban en torno al escenario. La barra, también de un tono claro como el resto de las cosas, se ubicaba del lado opuesto del escenario. Probablemente, esa noche pasaría a segundo plano puesto que todo el interés se lo llevaría la subasta.
Algunos alucinaban con recuperar tesoros perdidos antes de que el Gobierno Mundial y la Marina se separasen; otros querían conseguir armas únicas e inigualables en calidad. Cada hombre que estaba allí tenía un objetivo en la cabeza al pensar en la subasta. La mayoría de esa gente estaba involucrada en uno o más negocios corruptos, pero eso no les importaba mientras pudieran llenarse los bolsillos. Las únicas diferencias entre Dark Dome y una selva cualquiera eran los hombres vestidos elegantemente y los árboles reemplazados por enormes rascacielos, pero imperaba la ley del más fuerte. Christa tenía eso en mente, prefería desconfiar de todas las personas allí presentes, después de todo, y al igual que ella, estaban en el Notte Stellata para satisfacer sus propios intereses.
—Te ves bien —dijo Alexio—. ¿Estás preparada para tocar esta noche?
Alexio era un hombre de treinta años, cabello marrón y ojos verdes que amaba vestir como todo un caballero. Para esa noche había elegido un traje negro que brillaba como la obsidiana, en su muñeca descansaba un reloj de oro con diamantes incrustados, y en cada dedo tenía un anillo ostentoso. Tan solo su vestimenta era más costosa que muchos pueblos que había conocido la princesa. Era esbelto y alto, llegando al metro noventa.
—¡Por supuesto! Es una gran oportunidad para mí —contestó con naturalidad—. Poder tocar en un sitio como este es… maravilloso. Gracias, señor Alexio.
—Oh, vamos, solo dime Alex. Será un gusto escucharte tocar una vez más —continuó Alexio—. Seguro que las chicas ya te explicaron el cronograma, pero te lo recordaré igual. Los invitados disfrutarán de una exquisita cena durante dos horas en la que tú tocarás para ellos lo que estuviste ensayando, y después pasaremos a lo importante: la subasta. Quiero que hagas el cierre con una melodía fascinante, Christa.
—No tocaré mientras presentan los productos a subastar, ¿cierto?
—Cierto.
—¿Y puedo participar? —preguntó con inocencia.
—¿Participar…? Bueno, por supuesto que puedes, pero lo que venderemos aquí… Esta gente es muy muy rica, Christa, no te imaginas cuánto dinero tiene. Te lo digo para que no te lleves una desilusión si notas que no puedes llevarte nada —le comentó Alex con una sonrisa compasiva—. Igual te deseo buena suerte, seguro que consigues algo.
A la princesa no le hacía ilusión gastar parte de su herencia en recuperar a Stormrage, un regalo de su padre, pero era mejor que ganarse un montón de enemigos. Aun así, debía descubrir la identidad de Chronos y hacerle pagar por lo que había hecho, al menos lo suficiente para recuperar el futuro dinero perdido.
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Para igualar la espiral por la que caía, el mundo había decidido igualar su apuesta con una crueldad vehemente. Primero todo había empezado con un naufragio, luego la caída del ser humano, pasando por una extraña convención y el encontronazo con un monstruo asesino. ¿Qué peldaño le tocaba ahora? Ser capturado, lo que en Dark Dome, era poco más que una sentencia de muerte.
Llevado a rastras y vapuleado, el pobre Jojo encontró la oscuridad en una bolsa sucia que apestaba a su propia sangre. Más la retorcida situación en la que había empezado ya a considerar su muerte, su sacrificio, cambió de repente.
—Mis más sinceras disculpas, J.J. —contestó una voz precedida por un sepulcral silencio. Alguien le quitó la capucha—. No se preocupe...—dijo el pequeño hombre con ojos de serpiente, sacudiendo la afilada mano que había segado las vidas de sus tabajadores—. No permitiré que hagan daño a alguien con tanto talento...
Por supuesto, que aquella situación fuese para mejor o para peor dependía en gran medida en cómo uno se tomaba las cosas.
El Jefe, el Gran Maestro, uno de los grandes señores de las subastas del bajo mundo. Un criminal. Un pequeño hombre lampiño de apenas un metro cuyo cuerpo, y en especial cuyos ojos, dejaba bien claro cuán distante era de la humanidad. Fuese por genética, suerte o elección, aquella criatura era diferente al resto, tan diferente como una extraña obra de arte.
Y así, gacias a los muchos bocetos que Jojo seguía dibujando de sus ojos en un febril impulso de inspiración, el criminal había decidido no matarle pese a su relacción con burdos agentes que irrumpían en sus negocios, sucios asesinos que mancillaban sus calles y locos disfrazados en falsa piel de mink -cuando solo la verdadera era digna de ser vestida. ¡Al fin al cabo él podía reconocer el talento! Uno que, por las buenas o por las malas, iba a ser invertido en inmortalizarle.
Así J.J se arropó en su mecenazgo, aprovechando el momento para olvidar todo cuanto le pasaba por la cabeza para meterse de lleno en su arte. Aquello era todo cuanto existía para él en la noche perpetua de Dark Dome, ocultas sus emociones simplemente en sus muchos trazos.
Pasó a residir, bajo la atenta mirada del mecenas, en una de las plantas más altas de los rascacielos. Una de las plantas cuyas ventanas daban un imposible vertigo incluso a través del cristal. Una de las plantas en las que, con los pies en su borde, Jojo contemplaba el mundo bajo los dedos de sus pies azotado por los fuertes vientos que amenazaban con defenestrarle.
—Hoy no te tires, tenemos una cena especial —mandó el enano, paseándose por el loft con su bata de estampado de leopardo arcoiris daikiri en mano—. Allí podrás conocer a gente interesante, otros artistas... Te vendrá bien para pasar esta etapa lúgrube.
Aunque seguían siendo hermosos, últimamente su última adquisición estaba usando demasiado azul. ¡Quería colores! ¡Quería vida! Le valía incluso un rojo rabioso, o un estilo monocromático, pero nada de más azul. Empezaba a deprimirle vivir rodeado de tanto azul.
Como un fantasma sacado de su castillo, obligado a adecentarse por los trabajadores de su nuevo señor, Jojo apareció en un local falto de color pero no de vida. Paseando como un hombre muerto, el demonio se arrastró por la velada bloc en mano buscando algo que le despertase algún instinto. Y entonces, allí, enmarcada por la silueta del piano, encontró una musa. Una que, al igual que otras tantas personas que había encontrado en su última etapa, le despertaban un irracional instinto.
Llevado a rastras y vapuleado, el pobre Jojo encontró la oscuridad en una bolsa sucia que apestaba a su propia sangre. Más la retorcida situación en la que había empezado ya a considerar su muerte, su sacrificio, cambió de repente.
—Mis más sinceras disculpas, J.J. —contestó una voz precedida por un sepulcral silencio. Alguien le quitó la capucha—. No se preocupe...—dijo el pequeño hombre con ojos de serpiente, sacudiendo la afilada mano que había segado las vidas de sus tabajadores—. No permitiré que hagan daño a alguien con tanto talento...
Por supuesto, que aquella situación fuese para mejor o para peor dependía en gran medida en cómo uno se tomaba las cosas.
El Jefe, el Gran Maestro, uno de los grandes señores de las subastas del bajo mundo. Un criminal. Un pequeño hombre lampiño de apenas un metro cuyo cuerpo, y en especial cuyos ojos, dejaba bien claro cuán distante era de la humanidad. Fuese por genética, suerte o elección, aquella criatura era diferente al resto, tan diferente como una extraña obra de arte.
Y así, gacias a los muchos bocetos que Jojo seguía dibujando de sus ojos en un febril impulso de inspiración, el criminal había decidido no matarle pese a su relacción con burdos agentes que irrumpían en sus negocios, sucios asesinos que mancillaban sus calles y locos disfrazados en falsa piel de mink -cuando solo la verdadera era digna de ser vestida. ¡Al fin al cabo él podía reconocer el talento! Uno que, por las buenas o por las malas, iba a ser invertido en inmortalizarle.
Así J.J se arropó en su mecenazgo, aprovechando el momento para olvidar todo cuanto le pasaba por la cabeza para meterse de lleno en su arte. Aquello era todo cuanto existía para él en la noche perpetua de Dark Dome, ocultas sus emociones simplemente en sus muchos trazos.
Pasó a residir, bajo la atenta mirada del mecenas, en una de las plantas más altas de los rascacielos. Una de las plantas cuyas ventanas daban un imposible vertigo incluso a través del cristal. Una de las plantas en las que, con los pies en su borde, Jojo contemplaba el mundo bajo los dedos de sus pies azotado por los fuertes vientos que amenazaban con defenestrarle.
—Hoy no te tires, tenemos una cena especial —mandó el enano, paseándose por el loft con su bata de estampado de leopardo arcoiris daikiri en mano—. Allí podrás conocer a gente interesante, otros artistas... Te vendrá bien para pasar esta etapa lúgrube.
Aunque seguían siendo hermosos, últimamente su última adquisición estaba usando demasiado azul. ¡Quería colores! ¡Quería vida! Le valía incluso un rojo rabioso, o un estilo monocromático, pero nada de más azul. Empezaba a deprimirle vivir rodeado de tanto azul.
Como un fantasma sacado de su castillo, obligado a adecentarse por los trabajadores de su nuevo señor, Jojo apareció en un local falto de color pero no de vida. Paseando como un hombre muerto, el demonio se arrastró por la velada bloc en mano buscando algo que le despertase algún instinto. Y entonces, allí, enmarcada por la silueta del piano, encontró una musa. Una que, al igual que otras tantas personas que había encontrado en su última etapa, le despertaban un irracional instinto.
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Cuando sus dedos tocaron las primeras teclas fue golpeada por una bomba de recuerdos que la convocaban en un elegante salón, tocando para duques y barones. ¡Cuán orgullosos estaban sus padres en esos momentos! El piano era como una escapatoria a un lugar tranquilo en donde sus emociones podían fluir sin importar las consecuencias. ¿El público estaba sintiendo lo mismo que Christa sentía? La melodía transmitía una dicotómica combinación entre nostalgia y alegría. El sonido del piano transportaba a esos momentos en que las cosas eran más fáciles y no había que estar peleando todos los días para sobrevivir.
La continuación de la composición transmitía lo que era tomar una decisión difícil y seguir hacia delante, darse cuenta de que esos momentos no regresarían y continuar peleando. Cada nota que tocaba Christa mantenía cautiva a la audiencia, llevándola por un tren de sentimientos que hasta el más duro criminal debió haber sentido alguna vez. Añoranza, frustración, determinación… La balanceaba como si fuera parte de una ola, sacudiéndola con fuerza y abrazándola con delicadeza.
En ese momento, cuando Christa estaba frente al piano, lo único que importaba era ella y la música. Que el mundo supiera que la infame hija de la Reina Bruja estaba tocando en el Notte Stellata. Había hecho suyo ese momento y podía sentirse libre para expresar todo lo que tenía dentro. ¿La música no era para eso? ¿Para liberarse? Y tan intensa era la melodía de su piano que ningún hombre había cogido el tenedor para comenzar la cena. Quizás lo que los mantenía tan encantados era el sentimiento de expresar algo tan humano como el amor, la decepción y el miedo. Criminales, piratas o ciudadanos honorables; eso da lo mismo: el sufrimiento golpea a todos por igual.
Después de diez minutos se detuvo con el corazón latiendo de la emoción y con la mirada puesta en la gente; si su intención era pasar desapercibida, ya no había nada que hacer. Algunos se pusieron de pie y aplaudieron eufóricamente; otros, los más retraídos, felicitaron la música de Christa a su manera. Todos estaban emocionados por la melodía del piano, todos excepto una persona. Era un hombre bien vestido y de aspecto afeminado, con el cabello rubio perfectamente peinado y una sonrisa tan falsa que daba escalofríos.
Por respeto hacia su público, Christa se levantó del asiento y caminó hacia el centro del escenario para agradecer la recepción. ¿Cómo no iba a sentirse agradecida si habían recibido tan abiertamente sus sentimientos? La única forma que tenía la princesa para expresar lo que sentía era a través de la música, y normalmente estaba entrenando o peleando como para detenerse a tocar el piano o el violín. Por eso es que ese momento significaba tanto para Christa.
La cena continuó con la bien disfrutada música de la princesa, quien antaño solía tocar en eventos reservados para la nobleza de su país. Había detenido la intensidad, pero aun así había hombres que se detenían a escucharle con atención. Ojalá todas las audiencias fueran así de consideradas con la persona que tocaba para ellas. El tiempo pasó y los comensales acabaron sus exquisitos platillos elaborados con total dedicación. Faltaba poco tiempo para que la subasta diera comienzo; se les había dado tiempo a los hombres para que discutieran sus asuntos personales y descansaran la cena. Alexio hacía un estupendo trabajo organizando eventos importantes como ese, no por nada era el dueño de uno de los clubes más importantes de Dark Dome.
—Lo que has hecho esta noche es… ¡Es que ni siquiera tiene nombre! Conozco a varios de estos hombres y nunca los he visto así de atraídos por algo, es como si hubieras despertado en ellos algo que dormía hace mucho tiempo —le felicitó Alexio, dándole un fuerte abrazo sin poder esconder lo emocionado que estaba—. Tenía pensado pagarte quinientos mil, pero mereces mucho más que eso. Disfruta del evento, Christa, y no te preocupes por nada: la casa invita.
—De verdad muchísimas gracias por esto —contestó la princesa desde el corazón—, necesitaba tocar para gente que de verdad quiera escucharme. No sé quiénes son estos hombres, pero me hicieron sentir muy feliz cuando toqué para ellos.
—Me alegra escuchar eso, has hecho un gran trabajo animando el ambiente para la subasta y eso lo recordaré por siempre. Fue bueno haberte encontrado en el restaurante de esta tarde, es como si el destino o el universo nos hubiera querido juntar.
—Una bonita coincidencia —aseguró Christa con una sonrisa—. Si me disculpas, iré a por agua. Tocar tanto rato hizo que me diera sed… No sé si tiene mucha relación una cosa con la otra, pero supongo que funciono distinto —terminó.
La princesa se acercó a la barra y le pidió un vaso de agua al mesero; no es que no quisiera algo con alcohol, pero de verdad necesitaba humectar la garganta. Ni siquiera había cantado y ya se sentía así. Bueno, debía decir, por cierto, que esos hombres no habían escuchado lo mejor de Christa. El piano y el violín eran instrumentos fascinantes y hermosos, pero el canto y la guitarra acústica tenían un estilo único. Era tan distante de la realeza y todas esas estúpidas etiquetas que le hacía sentir como si las cadenas no existieran.
La continuación de la composición transmitía lo que era tomar una decisión difícil y seguir hacia delante, darse cuenta de que esos momentos no regresarían y continuar peleando. Cada nota que tocaba Christa mantenía cautiva a la audiencia, llevándola por un tren de sentimientos que hasta el más duro criminal debió haber sentido alguna vez. Añoranza, frustración, determinación… La balanceaba como si fuera parte de una ola, sacudiéndola con fuerza y abrazándola con delicadeza.
En ese momento, cuando Christa estaba frente al piano, lo único que importaba era ella y la música. Que el mundo supiera que la infame hija de la Reina Bruja estaba tocando en el Notte Stellata. Había hecho suyo ese momento y podía sentirse libre para expresar todo lo que tenía dentro. ¿La música no era para eso? ¿Para liberarse? Y tan intensa era la melodía de su piano que ningún hombre había cogido el tenedor para comenzar la cena. Quizás lo que los mantenía tan encantados era el sentimiento de expresar algo tan humano como el amor, la decepción y el miedo. Criminales, piratas o ciudadanos honorables; eso da lo mismo: el sufrimiento golpea a todos por igual.
Después de diez minutos se detuvo con el corazón latiendo de la emoción y con la mirada puesta en la gente; si su intención era pasar desapercibida, ya no había nada que hacer. Algunos se pusieron de pie y aplaudieron eufóricamente; otros, los más retraídos, felicitaron la música de Christa a su manera. Todos estaban emocionados por la melodía del piano, todos excepto una persona. Era un hombre bien vestido y de aspecto afeminado, con el cabello rubio perfectamente peinado y una sonrisa tan falsa que daba escalofríos.
Por respeto hacia su público, Christa se levantó del asiento y caminó hacia el centro del escenario para agradecer la recepción. ¿Cómo no iba a sentirse agradecida si habían recibido tan abiertamente sus sentimientos? La única forma que tenía la princesa para expresar lo que sentía era a través de la música, y normalmente estaba entrenando o peleando como para detenerse a tocar el piano o el violín. Por eso es que ese momento significaba tanto para Christa.
La cena continuó con la bien disfrutada música de la princesa, quien antaño solía tocar en eventos reservados para la nobleza de su país. Había detenido la intensidad, pero aun así había hombres que se detenían a escucharle con atención. Ojalá todas las audiencias fueran así de consideradas con la persona que tocaba para ellas. El tiempo pasó y los comensales acabaron sus exquisitos platillos elaborados con total dedicación. Faltaba poco tiempo para que la subasta diera comienzo; se les había dado tiempo a los hombres para que discutieran sus asuntos personales y descansaran la cena. Alexio hacía un estupendo trabajo organizando eventos importantes como ese, no por nada era el dueño de uno de los clubes más importantes de Dark Dome.
—Lo que has hecho esta noche es… ¡Es que ni siquiera tiene nombre! Conozco a varios de estos hombres y nunca los he visto así de atraídos por algo, es como si hubieras despertado en ellos algo que dormía hace mucho tiempo —le felicitó Alexio, dándole un fuerte abrazo sin poder esconder lo emocionado que estaba—. Tenía pensado pagarte quinientos mil, pero mereces mucho más que eso. Disfruta del evento, Christa, y no te preocupes por nada: la casa invita.
—De verdad muchísimas gracias por esto —contestó la princesa desde el corazón—, necesitaba tocar para gente que de verdad quiera escucharme. No sé quiénes son estos hombres, pero me hicieron sentir muy feliz cuando toqué para ellos.
—Me alegra escuchar eso, has hecho un gran trabajo animando el ambiente para la subasta y eso lo recordaré por siempre. Fue bueno haberte encontrado en el restaurante de esta tarde, es como si el destino o el universo nos hubiera querido juntar.
—Una bonita coincidencia —aseguró Christa con una sonrisa—. Si me disculpas, iré a por agua. Tocar tanto rato hizo que me diera sed… No sé si tiene mucha relación una cosa con la otra, pero supongo que funciono distinto —terminó.
La princesa se acercó a la barra y le pidió un vaso de agua al mesero; no es que no quisiera algo con alcohol, pero de verdad necesitaba humectar la garganta. Ni siquiera había cantado y ya se sentía así. Bueno, debía decir, por cierto, que esos hombres no habían escuchado lo mejor de Christa. El piano y el violín eran instrumentos fascinantes y hermosos, pero el canto y la guitarra acústica tenían un estilo único. Era tan distante de la realeza y todas esas estúpidas etiquetas que le hacía sentir como si las cadenas no existieran.
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Había tenido la misma sensación otras dos veces, ambas con dos demonios de horrible aspecto, pero que aquella emoción aflorara contemplando a una joven... Aquello le preocupó. No solo por el miedo innato que le inspiraba la muchacha, por esa sensación de depredación, de monstruosidad innata, de peligro... Si no por el odio. El ímpetu en su corazón por y para arrancar la vida de aquella criatura de un plumazo. Su trazo se detuvo, terminada aquella horrible inspiración en tinta de un cuerpo ajado, roto, abusado y muerto.
Y mientras todos se sentían conmovidos por la música que le había permitido volver a ser más que una cáscara rancia y llena de desconsuelo y odio, Jojo se sintió enfermo. Aquello, aceptó con una sonrisa tras el desagradable amargor y el pequeño pánico del tirón hacia la realidad, era mucho mejor que lo que antes sentía -si es que a aquella bruma se le podía llamar sentir.
Volvió a su asiento en donde su comida se enfriaba disculpándose de nuevo con su gesto y observando, aún encontrándose a sí mismo, el horrible acto impregnado en tinta. No sabía si debía destruirlo o dejarlo allí como un recordatorio.
—Déjame verlo —ordenó con tono de amable petición su señor, cortando el filete de pingüino que tanto se había puesto de moda. Tras un lento girar de la ilustración, el pequeño monstruo sonrió—. Me gusta. ¿Planeas dejarlo así o usarlo para otra creación en rojos? Porque no creo que uses sangre azul, ¿verdad?
Jojo negó. Entonces, ya por fin consciente de si mismo, se preguntó cuando acabaría aquella extraña etapa que estaba viviendo. ¿Sanarían sus moratones antes? ¿Terminaría de hacerlo su alma? Porque bien sabía que aquella repentina recuperación podía ser simplemente una falsa predisposición para hacerle confiarse, cayendo luego irremediablemente enfermo hasta la completa defunción de su humanidad.
Echando un vistazo alrededor, más que nada por intentar huir de la inquisitiva y ofidia mirada de su mecenas, Jojo buscó en los rostros de los allí presentes algo para distraer su vista, ocupados ya el resto de sus sentidos en la comida y la buena música. Alli´, otros tantos como él, habían caído en el embrujo de la curiosa criatura que les regalaba una experiencia desafortunadamente corta en el tiempo. Quizá aquello lo hacía más hermoso, reflexionó, más valioso que sus simples dibujos y estatuas, fijos en el tiempo.
—Después de comer tengo asuntos que atender, J.J. confío en que encontrarás algo con lo que entretenerte, ¿verdad?
Jojo asintió, queriendo hacerse el distraido.
—Bien, bien.
Y tras comer, tras la música, tras la partida de su jefe a algún lugar que realmente no queria conocer, Jojo se acercó a la barra como muchos otros jóvenes que habían decidido antes que él ir a conocer a la dama. Ah, el drama de la juventud... Uno en el que un personaje mudo no tenía oportunidad alguna de tener conversación alguna.
Y mientras todos se sentían conmovidos por la música que le había permitido volver a ser más que una cáscara rancia y llena de desconsuelo y odio, Jojo se sintió enfermo. Aquello, aceptó con una sonrisa tras el desagradable amargor y el pequeño pánico del tirón hacia la realidad, era mucho mejor que lo que antes sentía -si es que a aquella bruma se le podía llamar sentir.
Volvió a su asiento en donde su comida se enfriaba disculpándose de nuevo con su gesto y observando, aún encontrándose a sí mismo, el horrible acto impregnado en tinta. No sabía si debía destruirlo o dejarlo allí como un recordatorio.
—Déjame verlo —ordenó con tono de amable petición su señor, cortando el filete de pingüino que tanto se había puesto de moda. Tras un lento girar de la ilustración, el pequeño monstruo sonrió—. Me gusta. ¿Planeas dejarlo así o usarlo para otra creación en rojos? Porque no creo que uses sangre azul, ¿verdad?
Jojo negó. Entonces, ya por fin consciente de si mismo, se preguntó cuando acabaría aquella extraña etapa que estaba viviendo. ¿Sanarían sus moratones antes? ¿Terminaría de hacerlo su alma? Porque bien sabía que aquella repentina recuperación podía ser simplemente una falsa predisposición para hacerle confiarse, cayendo luego irremediablemente enfermo hasta la completa defunción de su humanidad.
Echando un vistazo alrededor, más que nada por intentar huir de la inquisitiva y ofidia mirada de su mecenas, Jojo buscó en los rostros de los allí presentes algo para distraer su vista, ocupados ya el resto de sus sentidos en la comida y la buena música. Alli´, otros tantos como él, habían caído en el embrujo de la curiosa criatura que les regalaba una experiencia desafortunadamente corta en el tiempo. Quizá aquello lo hacía más hermoso, reflexionó, más valioso que sus simples dibujos y estatuas, fijos en el tiempo.
—Después de comer tengo asuntos que atender, J.J. confío en que encontrarás algo con lo que entretenerte, ¿verdad?
Jojo asintió, queriendo hacerse el distraido.
—Bien, bien.
Y tras comer, tras la música, tras la partida de su jefe a algún lugar que realmente no queria conocer, Jojo se acercó a la barra como muchos otros jóvenes que habían decidido antes que él ir a conocer a la dama. Ah, el drama de la juventud... Uno en el que un personaje mudo no tenía oportunidad alguna de tener conversación alguna.
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Los primeros que se le acercaron fueron los más intrépidos. Unos pocos presumieron de sus negocios con la intención de llamar la atención de la pianista, mientras que otros se dedicaron a halagar la melodía que los había hecho viajar a tiempos mejores. Si la princesa estuviera interesada en los asuntos del Bajo Mundo, habría aprovechado esa oportunidad para generar unas cuantas conexiones. Sin embargo, el único propósito que la mantenía en el Notte Stellata era la subasta en donde se ofrecería uno de los regalos más importantes que le había hecho su padre antes de fallecer.
Trató con amabilidad a cada uno de los tipos que intentaron cortejarla para después rechazarlos con la sutileza de una dama que sabía cómo abordar el corazón de un hombre. Algunos eran apuestos y no tenía duda de que podría pasar una buena noche, pero la mente de Christa urgía temas más importantes y trascendentales. Estaba viajando por el Paraíso no para conocer el mundo, sino reunir las piezas restantes del puzzle que le permitiría regresar a su hogar; era lo único que deseaba.
Se fijó en un hombre que tenía un par de cuernos en la cabeza; si bien no destacaba por su altura, era bastante más alto que la princesa. Tenía unos profundos ojos esmeraldas distintos a los de los hombres que acababa de conocer. No es que tuviera un sexto sentido con las personas, pero estaba segura de que él era diferente a los señores del bajo mundo. ¿También esperaba el momento para acercarse a hablar sobre las habilidades de la pianista? ¿Querría cortejarla como los demás lo habían hecho? ¿O guardaba intenciones mucho más… oscuras?
Le dio un profundo sorbo al vaso y acercó la mano a una bandeja con quesos exquisitos y finos. Ciertamente había sujetos interesantes reunidos en el Notte Stellata, desde el joven con los cuernos hasta el rubio de la sonrisa hipócrita quien, por cierto, se había mantenido apartado de la pianista, pero echando un ojo cada tanto. También había dos figuras emblemáticas del bajo mundo, aunque Christa esperaba no tener que involucrarse con esa gente. Solo había escuchado rumores sobre el hombre de metro ochenta que estaba sentado en una esquina, y ninguno era bueno. Una joven de cabellos rubios y ojos turquesas contestaba con cortesía los saludos de los sujetos que pasaban a su lado. Por decirlo de alguna forma, esos dos eran los verdaderos tiburones de la sala.
—¿También te gusta la música? —le preguntó de pronto al hombre de los cuernos—. Tocaré después de que la subasta haya terminado, aunque me parece que no habrá mucha gente para entonces.
Solo una necia se dejaría ilusionar por la fantasía de que los hombres se tomarían todo el tiempo del mundo en escuchar a la pianista por segunda vez. Era cierto que habían la habían halagado, pero todo cambiaría durante y después de la subasta: la presencia de Christa así lo determinaba.
Trató con amabilidad a cada uno de los tipos que intentaron cortejarla para después rechazarlos con la sutileza de una dama que sabía cómo abordar el corazón de un hombre. Algunos eran apuestos y no tenía duda de que podría pasar una buena noche, pero la mente de Christa urgía temas más importantes y trascendentales. Estaba viajando por el Paraíso no para conocer el mundo, sino reunir las piezas restantes del puzzle que le permitiría regresar a su hogar; era lo único que deseaba.
Se fijó en un hombre que tenía un par de cuernos en la cabeza; si bien no destacaba por su altura, era bastante más alto que la princesa. Tenía unos profundos ojos esmeraldas distintos a los de los hombres que acababa de conocer. No es que tuviera un sexto sentido con las personas, pero estaba segura de que él era diferente a los señores del bajo mundo. ¿También esperaba el momento para acercarse a hablar sobre las habilidades de la pianista? ¿Querría cortejarla como los demás lo habían hecho? ¿O guardaba intenciones mucho más… oscuras?
Le dio un profundo sorbo al vaso y acercó la mano a una bandeja con quesos exquisitos y finos. Ciertamente había sujetos interesantes reunidos en el Notte Stellata, desde el joven con los cuernos hasta el rubio de la sonrisa hipócrita quien, por cierto, se había mantenido apartado de la pianista, pero echando un ojo cada tanto. También había dos figuras emblemáticas del bajo mundo, aunque Christa esperaba no tener que involucrarse con esa gente. Solo había escuchado rumores sobre el hombre de metro ochenta que estaba sentado en una esquina, y ninguno era bueno. Una joven de cabellos rubios y ojos turquesas contestaba con cortesía los saludos de los sujetos que pasaban a su lado. Por decirlo de alguna forma, esos dos eran los verdaderos tiburones de la sala.
—¿También te gusta la música? —le preguntó de pronto al hombre de los cuernos—. Tocaré después de que la subasta haya terminado, aunque me parece que no habrá mucha gente para entonces.
Solo una necia se dejaría ilusionar por la fantasía de que los hombres se tomarían todo el tiempo del mundo en escuchar a la pianista por segunda vez. Era cierto que habían la habían halagado, pero todo cambiaría durante y después de la subasta: la presencia de Christa así lo determinaba.
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Akuma no mi
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El destino no le escogió, lo hizo la chica. Por un momento se sintió afortunado, nervioso, aislado pero feliz, y luego llegaron esas preocupaciones típicas de cualquier muchacho, agraviadas más aún por las inseguridades que en su caso tenían como respaldo unas taras mucho más palpables que las de la mayoría. Tardó en responder unos segundos, asintiendo casi como un acto reflejo mientras su cara aún permanecía paralizada en una mueca entre el estupor y la agradable sorpresa.
Luego se echó a un lado, como si temiera importunar el paso de la dama u otro comensal, como si estuviese acostumbrado a estorbar, y levantando un dedo mientras sacaba su cuaderno pidió un par de segundos. ¿Qué iba a escribir a trés páginas del horrible dibujo de aquella musa? ¿Qué?
"Me llamo J.J, ¿cómo te llamas?" No, demasiado simple.
"Me gusta todo lo que es bello" Sugerente, pero demasiado atrevido para el mojigato de Jojo.
"No puedo esperar para volver a escucharos" Verdadero, pero muy sumiso, incluso ñoño.
¿Cuáles eran las palabras que tanto estaba buscando? ¿Cuál era la composición de letras correcta? El diablo escribió las dos partes, tapando con su índice la final, la importante.
"¿Puedo hacerte una pregunta un poco... rara?"
Aquello, la curiosidad de lo que estaba oculto, el encanto de lo ignoto, era una buena opción para suscitar su interés. Como poco se quedaría a la segunda parte, y si todo salía a pedir del cornudo, quizás incluso todo llegaría a algo con verdadera importancia. Pero claro, aquella segunda parte no iba a ser expuesta a todo ojo atento, depie a apenas empezar la subasta, no, necesitaba algo de privacidad.
El muchacho esperó la respuesta cerrando el cuadernito, mirando un par de veces alrededor dándose finalmente cuenta que su señor había abandonado la mesa que antes ocupaban -dejandole pues a él una perfecta excusa y asiento. Señalando con el brazo, que no con la mano, la dirección de la mesa, y inclinándose de manera cómica con un movimiento de brazos, el agente invitó a la pianista a seguirle, pero esperó su confirmación antes de dar el siguiente paso.
Y después, en caso de aceptar su invitación, andaría hasta allí tomando asiento para luego levantarse torpe y rápidamente para hacer como si no se le hubiera olvidado la descortesía de no sujetarle la silla -en la que, probablemente, ya habría tomado asiento.
Solo cuando estuviesen los dos allí, en relativa soledad, mostraría de nuevo la hoja al completo.
"¿Por qué siento ira con solo verte?"
Luego se echó a un lado, como si temiera importunar el paso de la dama u otro comensal, como si estuviese acostumbrado a estorbar, y levantando un dedo mientras sacaba su cuaderno pidió un par de segundos. ¿Qué iba a escribir a trés páginas del horrible dibujo de aquella musa? ¿Qué?
"Me llamo J.J, ¿cómo te llamas?" No, demasiado simple.
"Me gusta todo lo que es bello" Sugerente, pero demasiado atrevido para el mojigato de Jojo.
"No puedo esperar para volver a escucharos" Verdadero, pero muy sumiso, incluso ñoño.
¿Cuáles eran las palabras que tanto estaba buscando? ¿Cuál era la composición de letras correcta? El diablo escribió las dos partes, tapando con su índice la final, la importante.
"¿Puedo hacerte una pregunta un poco... rara?"
Aquello, la curiosidad de lo que estaba oculto, el encanto de lo ignoto, era una buena opción para suscitar su interés. Como poco se quedaría a la segunda parte, y si todo salía a pedir del cornudo, quizás incluso todo llegaría a algo con verdadera importancia. Pero claro, aquella segunda parte no iba a ser expuesta a todo ojo atento, depie a apenas empezar la subasta, no, necesitaba algo de privacidad.
El muchacho esperó la respuesta cerrando el cuadernito, mirando un par de veces alrededor dándose finalmente cuenta que su señor había abandonado la mesa que antes ocupaban -dejandole pues a él una perfecta excusa y asiento. Señalando con el brazo, que no con la mano, la dirección de la mesa, y inclinándose de manera cómica con un movimiento de brazos, el agente invitó a la pianista a seguirle, pero esperó su confirmación antes de dar el siguiente paso.
Y después, en caso de aceptar su invitación, andaría hasta allí tomando asiento para luego levantarse torpe y rápidamente para hacer como si no se le hubiera olvidado la descortesía de no sujetarle la silla -en la que, probablemente, ya habría tomado asiento.
Solo cuando estuviesen los dos allí, en relativa soledad, mostraría de nuevo la hoja al completo.
"¿Por qué siento ira con solo verte?"
Christa
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No pudo ocultar la sorpresa cuando vio que el joven de los cuernos sacaba un cuaderno y comenzaba a escribir. Así que era mudo. Su nombre era J.J, un hombre demasiado formal para el gusto de la princesa, aunque agradecía que tuviera modales. Mientras que el resto se había dedicado a halagar superficialmente la música de la pianista, J.J tuvo un interés genuino en saber sobre la composición de la melodía que había tocado para ellos. Sin embargo, la respuesta era demasiado complicada para cualquiera que no tuviera idea de música.
—Eso es un secreto —se limitó a contestar con una sonrisa amable—, aunque si de verdad estás interesado, puedo pasarte la partitura de la melodía.
Al final, hizo una pregunta que ya de por sí era extraña. La gente normalmente no pedía permiso para hacer una pregunta, solo soltaba lo que tenía en la cabeza y ya. Christa se encogió de hombros y le dijo que no había problema en preguntar, aunque le anticipó que no estaba obligada a responder nada que no quisiera responder. Siguió a J.J y, después de unos largos segundos de tensión, reveló lo que había escrito en su cuaderno y la princesa estalló de la risa.
—¿Y cómo voy a saberlo? Despierto muchas emociones en las personas: miedo, furia, respeto e incluso admiración; todo depende de los ojos que me vean. No voy a negar que hay gente que quiere darme una paliza solo por ser yo, pero tengo un truco para esos casos. ¿Quieres conocerlo? —le preguntó, posando su mirada sobre J.J y sonriendo con malicia. Christa no miraba como una chica de veintiún años, sino como una bestia hambrienta que podría arrancar cualquier cabeza de un bocado—. Eres un hombre raro, pero me caes bien así que no te metas en problemas, ¿va?
A medida que Christa y J.J conversaban, los comensales terminaban sus cenas para dar comienzo al evento más importante de la noche: la subasta. De pronto, las luces se apagaron y tras un segundo de incertidumbre se encendieron. En el escenario había un hombre vestido de mayordomo con un micrófono en la mano, junto a una enorme caja oculta bajo un paño púrpura y puesta sobre un mueble de madera. La princesa podía sentir la emoción en el ambiente, podía sentir la curiosidad en la atmósfera: todo el mundo estaba ansioso por conocer lo que el presentador estaba escondiendo.
Ya no tenía la misma expresión despreocupada de antes, sino que se notaba incluso más ansiosa que el resto de los invitados. Cualquiera que tuviera un mínimo de empatía se daría cuenta de que estaba preocupada y molesta. Bueno, tampoco era demasiado difícil leer las emociones de la princesa, quien era casi como un libro abierto.
—¡Buenas noches, estimados invitados! Mi nombre es Maximilian Dretch y tendré el honor de dirigir esta subasta, así que pido que se pongan cómodos para dar comienzo a lo que todos han estado esperando con paciencia —anunció el hombre, modulando cada palabra con elegancia. A continuación explicó las reglas de la subasta y por fin comenzó.
—Eso es un secreto —se limitó a contestar con una sonrisa amable—, aunque si de verdad estás interesado, puedo pasarte la partitura de la melodía.
Al final, hizo una pregunta que ya de por sí era extraña. La gente normalmente no pedía permiso para hacer una pregunta, solo soltaba lo que tenía en la cabeza y ya. Christa se encogió de hombros y le dijo que no había problema en preguntar, aunque le anticipó que no estaba obligada a responder nada que no quisiera responder. Siguió a J.J y, después de unos largos segundos de tensión, reveló lo que había escrito en su cuaderno y la princesa estalló de la risa.
—¿Y cómo voy a saberlo? Despierto muchas emociones en las personas: miedo, furia, respeto e incluso admiración; todo depende de los ojos que me vean. No voy a negar que hay gente que quiere darme una paliza solo por ser yo, pero tengo un truco para esos casos. ¿Quieres conocerlo? —le preguntó, posando su mirada sobre J.J y sonriendo con malicia. Christa no miraba como una chica de veintiún años, sino como una bestia hambrienta que podría arrancar cualquier cabeza de un bocado—. Eres un hombre raro, pero me caes bien así que no te metas en problemas, ¿va?
A medida que Christa y J.J conversaban, los comensales terminaban sus cenas para dar comienzo al evento más importante de la noche: la subasta. De pronto, las luces se apagaron y tras un segundo de incertidumbre se encendieron. En el escenario había un hombre vestido de mayordomo con un micrófono en la mano, junto a una enorme caja oculta bajo un paño púrpura y puesta sobre un mueble de madera. La princesa podía sentir la emoción en el ambiente, podía sentir la curiosidad en la atmósfera: todo el mundo estaba ansioso por conocer lo que el presentador estaba escondiendo.
Ya no tenía la misma expresión despreocupada de antes, sino que se notaba incluso más ansiosa que el resto de los invitados. Cualquiera que tuviera un mínimo de empatía se daría cuenta de que estaba preocupada y molesta. Bueno, tampoco era demasiado difícil leer las emociones de la princesa, quien era casi como un libro abierto.
—¡Buenas noches, estimados invitados! Mi nombre es Maximilian Dretch y tendré el honor de dirigir esta subasta, así que pido que se pongan cómodos para dar comienzo a lo que todos han estado esperando con paciencia —anunció el hombre, modulando cada palabra con elegancia. A continuación explicó las reglas de la subasta y por fin comenzó.
Hush
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"No,no,no,no,no" negó levantando las manitas cómicamente, como buen payaso que era. Lo último que quería era ponerse a pelear contra alguien que le resultaba, no solo interesante, si no una fuente de sentimientos y sensaciones lo suficientemente sinceras como para haberle sacado del atolladero. ¿Que era rabia y se sentíua un poco raro? Sabía que no tardaría en cambiar aquella situación, simplemente, conociéndola.
Era interesante cómo el simplemente conocer gente, conocerlas de verdad, cambiaba la perspectiva del mundo. Pero, por supuesto, como muchacho algo torpe socialmente, y sintiendo más de una miradilla de desdén de los lejanos moscones a los que había abandonado para irse a sentar con él, Jojo se sentía un tanto nervioso. Empezo con las preguntas típicas y banales de cuánto llevaba tocando, si le gustaba la ciudad sumida siempre en las tinieblas en las que se encontraban, pero poco a poco fue buscando las respuestas a las preguntas que realmente se hacía. Las preguntas importantes. ¿Qué piensa tu familia de tu trabajo? Porque a mi no me terminan de aceptar mi trabajo como artista; no creen que sea trabajo. De ahi intentó pasar a las viscisitudes propias de los creadores de arte, la búsqueda de inspiración, la dificultad muchas veces de publicitarse -cosa que parecía no ocurrir con la dama, por razones obvias-. Y, finalmente, intentó colar las cosas que ya no eran una introducción a la pura verdad que buscaba.
Mas el hombre comenzó a hablar, y aquella frase quedó encerrada en el cuadernito, que Jojo volvio a cerrar con sus manos. Era aún demasiado pronto... pero el pobre hombre de corazón de oro y sonrisa de sol solía confiar demasiado temprano su alma a los extraños.
Aunque la atención del público debía estar puesta en las reglas, no demasiado complicadas y las que Jojo habiá tenido ya la oportunidad de escuchar en la misión que tuvo que realizar con anterioridad, todo el mundo estaba atento a la caja. Aquella caja podía ser cualquier cosa. Podía ser una katana legendaria, podía ser un arco atroz, una bestia enjaulada, una fruta del diablo, un libro que explicase la historia antes del gran siglo vacío. En tierra de criminales, en la oscura Dark-Dome, no había restricción alguna a lo que podía o no venderse. Jojo se puso serio, aunque su mente también estaba capturada en aquel ignoto contenido que podía ser lo que él más desease...
¿Pero qué bien material podría desear el mudo?
Era interesante cómo el simplemente conocer gente, conocerlas de verdad, cambiaba la perspectiva del mundo. Pero, por supuesto, como muchacho algo torpe socialmente, y sintiendo más de una miradilla de desdén de los lejanos moscones a los que había abandonado para irse a sentar con él, Jojo se sentía un tanto nervioso. Empezo con las preguntas típicas y banales de cuánto llevaba tocando, si le gustaba la ciudad sumida siempre en las tinieblas en las que se encontraban, pero poco a poco fue buscando las respuestas a las preguntas que realmente se hacía. Las preguntas importantes. ¿Qué piensa tu familia de tu trabajo? Porque a mi no me terminan de aceptar mi trabajo como artista; no creen que sea trabajo. De ahi intentó pasar a las viscisitudes propias de los creadores de arte, la búsqueda de inspiración, la dificultad muchas veces de publicitarse -cosa que parecía no ocurrir con la dama, por razones obvias-. Y, finalmente, intentó colar las cosas que ya no eran una introducción a la pura verdad que buscaba.
Mas el hombre comenzó a hablar, y aquella frase quedó encerrada en el cuadernito, que Jojo volvio a cerrar con sus manos. Era aún demasiado pronto... pero el pobre hombre de corazón de oro y sonrisa de sol solía confiar demasiado temprano su alma a los extraños.
Aunque la atención del público debía estar puesta en las reglas, no demasiado complicadas y las que Jojo habiá tenido ya la oportunidad de escuchar en la misión que tuvo que realizar con anterioridad, todo el mundo estaba atento a la caja. Aquella caja podía ser cualquier cosa. Podía ser una katana legendaria, podía ser un arco atroz, una bestia enjaulada, una fruta del diablo, un libro que explicase la historia antes del gran siglo vacío. En tierra de criminales, en la oscura Dark-Dome, no había restricción alguna a lo que podía o no venderse. Jojo se puso serio, aunque su mente también estaba capturada en aquel ignoto contenido que podía ser lo que él más desease...
¿Pero qué bien material podría desear el mudo?
Christa
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Las reglas de la subasta eran sencillas: el precio base sería dado por la organización; los participantes debían pujar de cincuenta mil en cincuenta mil, como mínimo; y los pagos se harían una vez terminada la subasta. El presentador también mencionó otras reglas, aunque la princesa no prestó demasiada atención, pues ya sabía lo que le interesaba saber.
Luego de un discurso plagado de eufemismos y florituras propias de un poeta, el presentador les pidió a sus ayudantes, dos chicas atractivas y delgadas, que quitaran el paño púrpura que cubría la caja. Sobre un atril de madera podía verse un libro de tapa negra con letras plateadas. Una historia oscura. Según el presentador, lo había escrito la antigua Emperatriz del Mar, Katharina von Steinhell, y sus páginas narraban parte de sus aventuras. La princesa se sorprendió, no porque fuese un libro de su madre, sino porque jamás había escuchado de él. Era el manuscrito de una obra que jamás había sido publicada lo que la hacía extraordinariamente valiosa, sobre todo para la hija de la difunta Reina Bruja.
—Es una obra única que esconde muchos de los secretos de una de las mujeres más aterradoras que ha visto la humanidad —continuó el presentador—. Comenzaremos con un precio de cien mil berries.
Hubo muchos criminales que no mostraron especial interés por el libro de su madre, aunque también había otros que parecían especialmente atraídos por este. Uno de ellos aumentó de inmediato su valor a doscientos mil. Christa, por su parte, necesitaba saber qué estaba escrito en el libro y por qué su madre no lo había publicado ni le había hablado de él. Sabía que, una vez iniciara la primera puja, levantaría sospechas puesto que una pianista “cualquiera” no debería ser dueña de tales recursos. Sin embargo, la curiosidad la impulsaba a actuar sin medir las consecuencias de sus actos.
—¡Pero qué sorpresa! ¡Nuestra pianista favorita acaba de ofrecer quinientos mil por Una historia oscura! —comentó el presentador, provocando que Christa fuera el centro de atención. La princesa sintió un par de miradas hostiles, pero se mantuvo firme—. Quinientos mil a la una, quinientos mil a las dos, quinientos mil a las tres y… ¡Vendido a nuestra pianista!
El joven de cabellos rubios que había sonreído falsamente antes le dirigió una mirada rebosante de curiosidad a la princesa. No había hostilidad en ella, pero tampoco significara que fuera algo bueno. Christa no solo escapaba de aquellos que le querían hacer daño, sino también de otros que querían involucrarle en sus planes de restauración. ¿Cuándo se darían cuenta de que el Imperio de su madre jamás sería restaurado?
—Me gustan mucho los libros —le dijo a Jojo, el joven mudo que aún estaba junto a ella—. Creo que este será muy interesante.
Los siguientes objetos ofrecidos por la subasta fueron enormemente impresionantes. Desde gemas preciosas que escondían leyendas maravillosas hasta tesoros de épocas lejanas. Alexio había conseguido un montón de artículos interesantes, aunque la subasta recién comenzaba.
—A todo esto, ¿por qué estás aquí? —le preguntó a Jojo.
Luego de un discurso plagado de eufemismos y florituras propias de un poeta, el presentador les pidió a sus ayudantes, dos chicas atractivas y delgadas, que quitaran el paño púrpura que cubría la caja. Sobre un atril de madera podía verse un libro de tapa negra con letras plateadas. Una historia oscura. Según el presentador, lo había escrito la antigua Emperatriz del Mar, Katharina von Steinhell, y sus páginas narraban parte de sus aventuras. La princesa se sorprendió, no porque fuese un libro de su madre, sino porque jamás había escuchado de él. Era el manuscrito de una obra que jamás había sido publicada lo que la hacía extraordinariamente valiosa, sobre todo para la hija de la difunta Reina Bruja.
—Es una obra única que esconde muchos de los secretos de una de las mujeres más aterradoras que ha visto la humanidad —continuó el presentador—. Comenzaremos con un precio de cien mil berries.
Hubo muchos criminales que no mostraron especial interés por el libro de su madre, aunque también había otros que parecían especialmente atraídos por este. Uno de ellos aumentó de inmediato su valor a doscientos mil. Christa, por su parte, necesitaba saber qué estaba escrito en el libro y por qué su madre no lo había publicado ni le había hablado de él. Sabía que, una vez iniciara la primera puja, levantaría sospechas puesto que una pianista “cualquiera” no debería ser dueña de tales recursos. Sin embargo, la curiosidad la impulsaba a actuar sin medir las consecuencias de sus actos.
—¡Pero qué sorpresa! ¡Nuestra pianista favorita acaba de ofrecer quinientos mil por Una historia oscura! —comentó el presentador, provocando que Christa fuera el centro de atención. La princesa sintió un par de miradas hostiles, pero se mantuvo firme—. Quinientos mil a la una, quinientos mil a las dos, quinientos mil a las tres y… ¡Vendido a nuestra pianista!
El joven de cabellos rubios que había sonreído falsamente antes le dirigió una mirada rebosante de curiosidad a la princesa. No había hostilidad en ella, pero tampoco significara que fuera algo bueno. Christa no solo escapaba de aquellos que le querían hacer daño, sino también de otros que querían involucrarle en sus planes de restauración. ¿Cuándo se darían cuenta de que el Imperio de su madre jamás sería restaurado?
—Me gustan mucho los libros —le dijo a Jojo, el joven mudo que aún estaba junto a ella—. Creo que este será muy interesante.
Los siguientes objetos ofrecidos por la subasta fueron enormemente impresionantes. Desde gemas preciosas que escondían leyendas maravillosas hasta tesoros de épocas lejanas. Alexio había conseguido un montón de artículos interesantes, aunque la subasta recién comenzaba.
—A todo esto, ¿por qué estás aquí? —le preguntó a Jojo.
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¡Un libro! Una de los mejores inventos del ser humano. Un testamento de la vida de alguien, de su experiencia, de sus vivencias, de su forma de pensar, de sus miedos, de su ira, de su vida, de todo lo que pretendía dejar para otros. El súmun de la expresión humana. Un legado. Uno de los personajes más importantes de la historia reciente.
Jojo arqueó las cejas con interés. Como muchos conocía lo temible que había sido aquella pirata a la cual se le habían atribuído -probablemente- más méritos de los que había cumplido, y desde luego menos calamidades. No era el único que estaba interesado, ya que allí, en la oscura sala de subastas en la aún más oscura Dark-Dome yacían apetitos que añoraban lo ignoto. Desgraciadamente era el único allí presente que no podía permitirse comprar nada.
No es que no tuviera dinero. Desde luego tenía bastante más que el ciudadano medio -las ventajas de estar en las filas del gobierno mundial- pero aquello no podía rivalizar con las riquezas que atesoraban las fortunas que les rodeaban. Sirviéndose un poco del agua que había dejado en la jarra en su anterior estancia en la mesa, Jojo bebió para bajar el mal trago de la vivencia.
Entonces el subastador hizo alusión directa a su compañera, y la friolera cantidad de dinero le hizo atragantarse. Cubriéndose con educación tosió y tosió, intentando recuperar el aliento que tan poco sutilmente le había arrancado el líquido que se le había desviado hacia los pulmones. Sus ojos estaban abiertos, no solo por el pánico de quedar ahogado, si no por la súbita impresión y la posterior revelación. Una revelación que trajo consigo pensamientos digamos... intrusivos.
Sonrió un poco ante la aclaración de su acompañante. Ante su excusa. Ante aquel comentario que le hacía sentirse -cuanto menos- enfermo. Pero Jojo raramente perdía la sonrisa. Incluso atrapado en aquella emoción, mientras sus dedos tomaban nota en el cuaderno de las distintas obras y las cantidades de los licitadores acompañadas de un pequeño y rápido boceto de sus rostros.
Entonces, tras aquel largo silencio privado pero no público, Lady -así es como la había denominado J.J dado su nombre incierto- le hizo la pregunta que le arrolló como un maremoto. ¿Por qué estaba allí? Lo sabía, pero no lo sabía de verdad.
"Voy hacia Shabaody, y Dark Dome era una parada". Escribió en una hoja completamente nueva, pero en su perfecta y amable sonrisa había una cierta preocupación. Porque, realmente ¿qué estaba haciendo él allí? Si era algo más que un accesorio, el Jefe debería haberselo llevado consigo. Si era un objeto a pujar, como mínimo, deberían haberle secuestrado ya para llevarle a escena. ¿Qué hacía allí?
Quizás solo le habían traído para animarle. Para evitar que hiciese alguna locura estando solo.
"¿Alguna vez has pensado en invertir dinero para la caridad?" - Preguntó de forma escrita.
—¡Y ahora tenemos un objeto especial! ¡Parte pistola, parte espada, doblemente mortífera!
Jojo arqueó las cejas con interés. Como muchos conocía lo temible que había sido aquella pirata a la cual se le habían atribuído -probablemente- más méritos de los que había cumplido, y desde luego menos calamidades. No era el único que estaba interesado, ya que allí, en la oscura sala de subastas en la aún más oscura Dark-Dome yacían apetitos que añoraban lo ignoto. Desgraciadamente era el único allí presente que no podía permitirse comprar nada.
No es que no tuviera dinero. Desde luego tenía bastante más que el ciudadano medio -las ventajas de estar en las filas del gobierno mundial- pero aquello no podía rivalizar con las riquezas que atesoraban las fortunas que les rodeaban. Sirviéndose un poco del agua que había dejado en la jarra en su anterior estancia en la mesa, Jojo bebió para bajar el mal trago de la vivencia.
Entonces el subastador hizo alusión directa a su compañera, y la friolera cantidad de dinero le hizo atragantarse. Cubriéndose con educación tosió y tosió, intentando recuperar el aliento que tan poco sutilmente le había arrancado el líquido que se le había desviado hacia los pulmones. Sus ojos estaban abiertos, no solo por el pánico de quedar ahogado, si no por la súbita impresión y la posterior revelación. Una revelación que trajo consigo pensamientos digamos... intrusivos.
Sonrió un poco ante la aclaración de su acompañante. Ante su excusa. Ante aquel comentario que le hacía sentirse -cuanto menos- enfermo. Pero Jojo raramente perdía la sonrisa. Incluso atrapado en aquella emoción, mientras sus dedos tomaban nota en el cuaderno de las distintas obras y las cantidades de los licitadores acompañadas de un pequeño y rápido boceto de sus rostros.
Entonces, tras aquel largo silencio privado pero no público, Lady -así es como la había denominado J.J dado su nombre incierto- le hizo la pregunta que le arrolló como un maremoto. ¿Por qué estaba allí? Lo sabía, pero no lo sabía de verdad.
"Voy hacia Shabaody, y Dark Dome era una parada". Escribió en una hoja completamente nueva, pero en su perfecta y amable sonrisa había una cierta preocupación. Porque, realmente ¿qué estaba haciendo él allí? Si era algo más que un accesorio, el Jefe debería haberselo llevado consigo. Si era un objeto a pujar, como mínimo, deberían haberle secuestrado ya para llevarle a escena. ¿Qué hacía allí?
Quizás solo le habían traído para animarle. Para evitar que hiciese alguna locura estando solo.
"¿Alguna vez has pensado en invertir dinero para la caridad?" - Preguntó de forma escrita.
—¡Y ahora tenemos un objeto especial! ¡Parte pistola, parte espada, doblemente mortífera!
Christa
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La pregunta de su compañero le sacó una sonrisa.
Es curioso que las personas que menos dan son las que más piden, pensó para sí misma. No tenía intención de malgastar su fortuna en otros. Desde luego, Christa era distinta a su madre y el norte de su brújula moral apuntaba hacia otro lado, pero también era egoísta y pensaba primero en ella y luego en los demás; o más bien en su objetivo. Gastaría su herencia en ayudar a su propio pueblo, a esa gente que sufría injustamente todos los días a manos del Gobierno Mundial; el resto no era tan relevante.
—Por supuesto que no —respondió con una frialdad sincera que se contradecía con su hermosa sonrisa—. Cada uno se rasca la espalda con sus propias manos, ¿no crees?
El anuncio del presentador capturó la atención de la princesa. Se acomodó en su asiento y sus ojos se clavaron en el hombre con el micrófono. Casi parecía un puma a punto de saltar sobre su presa.
—El lithium es un mineral que se extrae en el Nuevo Mundo del cual la humanidad conoce realmente poco, aunque lo suficiente para fabricar armas tan poderosas como esta maravilla —continuó el presentador, apuntando la espada de filo dorado—. El Gobierno Mundial afirma que el contacto con el lithium provoca enfermedades mortales en los seres humanos, pero lo cierto es que ningún hombre del ejército de la Reina Bruja murió enfermo. Puede ser verdad o no, quién sabe. La única certeza que tenemos es que un soldado equipado con una arma de lithium equivale a cien soldados bien entrenados.
¡Eso es una maldita mentira! El lithium no enferma a nadie ni es tan poderoso como dicen que es, gruñó dentro de sus pensamientos. Era un mineral muy valioso y útil debido a sus propiedades (como una increíble conductividad eléctrica), pero sin el refinamiento adecuado era solo eso, un trozo de piedra brillante a coleccionar en cualquier estantería.
Hacía un gran esfuerzo por controlarse, pero un observador cuidadoso se daría cuenta de lo fuerte que sostenía el vaso de agua y lo profundo que miraba el arma en el mostrador. Cerró los ojos y se concentró en su respiración, recordando que debía mantenerse serena. Había causado una buena impresión gracias a su modesto concierto, pero también había llamado innecesariamente la atención al dejarse una fortuna en un libro interesante para unos pocos. La gente comenzaría a hacer preguntas. ¿De dónde había sacado el dinero? ¿Y por qué estaba tan interesada en adquirir ese libro? ¿Acaso representaba a un señor poderoso? ¿Quién era realmente la pianista? Por suerte, no todo el mundo conocía el rostro de la hija de Katharina, pero sí el suficiente para que exponerse de esa forma acabara en problemas.
El presentador continuó hablando hasta anunciar el precio de entrada: diez millones de berries. Christa empalideció y por la cabeza se le pasaron ideas terribles. Tenía el dinero, pero suponía más de la mitad de su herencia; para recuperarse tendría que vender otros bienes que había heredado de su madre. No era justo. ¿Por qué tenía que entregar tanto por algo que era suyo? Le sobraban ganas de abalanzarse sobre el presentador, coger a Stormrage y huir de la subasta. Sin embargo, incluso la princesa sabía que, de hacer algo tan imprudente e irrespetuoso, firmaría un contrato inmediato con la muerte.
—Trece millones —pujó uno de los magnates presentes. Christa no conocía el nombre del tipo delgado y de aspecto serio que estaba sentado cerca del escenario.
¿Qué opciones tengo? Debo gastar mis últimos berries; decidió y, cuando estaba a punto de levantar el letrero para aumentar la puja, una mano enguantada acompañada de una dulce fragancia se posó suavemente sobre la de la princesa.
—No es una buena idea meterse en el camino de ese hombre, querida —susurró una voz fina, casi angelical. Christa giró la cabeza y se encontró con el hombre de la sonrisa falsa—. Puedes hacerlo si ese es tu deseo, pero te meterás en graves problemas.
—¿Por qué me dices esto? —le preguntó con recelo.
—Porque soy un hombre altruista, por supuesto —respondió con una sonrisa divertida—. Antes de proseguir me gustaría saber si el caballero viene contigo —continuó mientras unos pocos necios se atrevían a enfrentar al magnate del salón.
La princesa miró al chico de los cuernos por un momento. Parecía alguien agradable, pero su sexto sentido le decía que había algo en él, algo que había sentido en otros hombres.
—¿Proseguir en qué? ¿Quién eres y por qué te importa saber si esta persona está conmigo?
—¡Dieciocho millones a la una, dieciocho millones a las dos…!
—¡Pero cuánta desconfianza! De cierto modo lo entiendo: aquí todo el mundo duda hasta de su sombra. Mi nombre es William Crowley, un simple comerciante local que ha tenido la suerte de presenciar algo… emocionante —contestó. La puja continuaba subiendo—. Ese hombre es John Inferno, un reconocido traficante de armas y, desde luego, alguien a quien no quieres hacer enojar. Esas pobres almas que siguen pujando… Ay, espero que tengan una muerte rápida.
¿No es un poco dramático? ¿Y por qué, de entre todas las personas de este lugar, es en quién menos me fío? Christa era especialmente desconfiada; había excepciones, por supuesto, pero por regla general prefería no creer en las buenas intenciones de las personas. Tampoco pensaba mal de todo el mundo, pero los hombres que hablan demasiado no eran la excepción.
—¡Veintidós millones! ¡El señor Inferno desea de todo corazón esta pieza única! —animaba el presentador mientras Christa hablaba con Crowley, mirando de reojo cada tanto a Jojo—. ¡Veintidós millones a la una…!
—¿Realmente importa quién sea? Ya estoy fuera: no puedo competir contra esa fortuna. A una pianista no le pagan lo suficiente para estar a la altura de un traficante de armas —dijo resignada, estando atenta por si alguien prestaba atención a sus palabras—. Bueno, ha sido un gusto, pero es momento de que me retire: quiero descansar antes de cerrar la noche. Espero que te quedes hasta el final, Jojo, esta vez tocaré algo más emocionante —se despidió para luego darse la vuelta y comenzar a caminar.
—¿Qué dirías si te propusiera “adquirir” esa preciosa arma sin que el señor Inferno se dé cuenta? —La sorpresiva pregunta de Crowley hizo que la princesa se girara para mirarle a los ojos—. Y ahora que lo he dicho me temo que tú también estás involucrado, señor silencioso —agregó, dedicándole una falsa sonrisa a Jojo.
Es curioso que las personas que menos dan son las que más piden, pensó para sí misma. No tenía intención de malgastar su fortuna en otros. Desde luego, Christa era distinta a su madre y el norte de su brújula moral apuntaba hacia otro lado, pero también era egoísta y pensaba primero en ella y luego en los demás; o más bien en su objetivo. Gastaría su herencia en ayudar a su propio pueblo, a esa gente que sufría injustamente todos los días a manos del Gobierno Mundial; el resto no era tan relevante.
—Por supuesto que no —respondió con una frialdad sincera que se contradecía con su hermosa sonrisa—. Cada uno se rasca la espalda con sus propias manos, ¿no crees?
El anuncio del presentador capturó la atención de la princesa. Se acomodó en su asiento y sus ojos se clavaron en el hombre con el micrófono. Casi parecía un puma a punto de saltar sobre su presa.
—El lithium es un mineral que se extrae en el Nuevo Mundo del cual la humanidad conoce realmente poco, aunque lo suficiente para fabricar armas tan poderosas como esta maravilla —continuó el presentador, apuntando la espada de filo dorado—. El Gobierno Mundial afirma que el contacto con el lithium provoca enfermedades mortales en los seres humanos, pero lo cierto es que ningún hombre del ejército de la Reina Bruja murió enfermo. Puede ser verdad o no, quién sabe. La única certeza que tenemos es que un soldado equipado con una arma de lithium equivale a cien soldados bien entrenados.
¡Eso es una maldita mentira! El lithium no enferma a nadie ni es tan poderoso como dicen que es, gruñó dentro de sus pensamientos. Era un mineral muy valioso y útil debido a sus propiedades (como una increíble conductividad eléctrica), pero sin el refinamiento adecuado era solo eso, un trozo de piedra brillante a coleccionar en cualquier estantería.
Hacía un gran esfuerzo por controlarse, pero un observador cuidadoso se daría cuenta de lo fuerte que sostenía el vaso de agua y lo profundo que miraba el arma en el mostrador. Cerró los ojos y se concentró en su respiración, recordando que debía mantenerse serena. Había causado una buena impresión gracias a su modesto concierto, pero también había llamado innecesariamente la atención al dejarse una fortuna en un libro interesante para unos pocos. La gente comenzaría a hacer preguntas. ¿De dónde había sacado el dinero? ¿Y por qué estaba tan interesada en adquirir ese libro? ¿Acaso representaba a un señor poderoso? ¿Quién era realmente la pianista? Por suerte, no todo el mundo conocía el rostro de la hija de Katharina, pero sí el suficiente para que exponerse de esa forma acabara en problemas.
El presentador continuó hablando hasta anunciar el precio de entrada: diez millones de berries. Christa empalideció y por la cabeza se le pasaron ideas terribles. Tenía el dinero, pero suponía más de la mitad de su herencia; para recuperarse tendría que vender otros bienes que había heredado de su madre. No era justo. ¿Por qué tenía que entregar tanto por algo que era suyo? Le sobraban ganas de abalanzarse sobre el presentador, coger a Stormrage y huir de la subasta. Sin embargo, incluso la princesa sabía que, de hacer algo tan imprudente e irrespetuoso, firmaría un contrato inmediato con la muerte.
—Trece millones —pujó uno de los magnates presentes. Christa no conocía el nombre del tipo delgado y de aspecto serio que estaba sentado cerca del escenario.
¿Qué opciones tengo? Debo gastar mis últimos berries; decidió y, cuando estaba a punto de levantar el letrero para aumentar la puja, una mano enguantada acompañada de una dulce fragancia se posó suavemente sobre la de la princesa.
—No es una buena idea meterse en el camino de ese hombre, querida —susurró una voz fina, casi angelical. Christa giró la cabeza y se encontró con el hombre de la sonrisa falsa—. Puedes hacerlo si ese es tu deseo, pero te meterás en graves problemas.
—¿Por qué me dices esto? —le preguntó con recelo.
—Porque soy un hombre altruista, por supuesto —respondió con una sonrisa divertida—. Antes de proseguir me gustaría saber si el caballero viene contigo —continuó mientras unos pocos necios se atrevían a enfrentar al magnate del salón.
La princesa miró al chico de los cuernos por un momento. Parecía alguien agradable, pero su sexto sentido le decía que había algo en él, algo que había sentido en otros hombres.
—¿Proseguir en qué? ¿Quién eres y por qué te importa saber si esta persona está conmigo?
—¡Dieciocho millones a la una, dieciocho millones a las dos…!
—¡Pero cuánta desconfianza! De cierto modo lo entiendo: aquí todo el mundo duda hasta de su sombra. Mi nombre es William Crowley, un simple comerciante local que ha tenido la suerte de presenciar algo… emocionante —contestó. La puja continuaba subiendo—. Ese hombre es John Inferno, un reconocido traficante de armas y, desde luego, alguien a quien no quieres hacer enojar. Esas pobres almas que siguen pujando… Ay, espero que tengan una muerte rápida.
¿No es un poco dramático? ¿Y por qué, de entre todas las personas de este lugar, es en quién menos me fío? Christa era especialmente desconfiada; había excepciones, por supuesto, pero por regla general prefería no creer en las buenas intenciones de las personas. Tampoco pensaba mal de todo el mundo, pero los hombres que hablan demasiado no eran la excepción.
—¡Veintidós millones! ¡El señor Inferno desea de todo corazón esta pieza única! —animaba el presentador mientras Christa hablaba con Crowley, mirando de reojo cada tanto a Jojo—. ¡Veintidós millones a la una…!
—¿Realmente importa quién sea? Ya estoy fuera: no puedo competir contra esa fortuna. A una pianista no le pagan lo suficiente para estar a la altura de un traficante de armas —dijo resignada, estando atenta por si alguien prestaba atención a sus palabras—. Bueno, ha sido un gusto, pero es momento de que me retire: quiero descansar antes de cerrar la noche. Espero que te quedes hasta el final, Jojo, esta vez tocaré algo más emocionante —se despidió para luego darse la vuelta y comenzar a caminar.
—¿Qué dirías si te propusiera “adquirir” esa preciosa arma sin que el señor Inferno se dé cuenta? —La sorpresiva pregunta de Crowley hizo que la princesa se girara para mirarle a los ojos—. Y ahora que lo he dicho me temo que tú también estás involucrado, señor silencioso —agregó, dedicándole una falsa sonrisa a Jojo.
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Como aquella mujer había tantos otros, gente a al que no parecía siquiera importarle -aun cuando eran conscientes- de que su fortuna podría haber satisfecho las necesidades básicas de reinos enteros. Aunque claro, toda economía era en verdad poco más que un falseamiento del poder de los que se consideraban poderosos. Jojo permaneció serio, casi decepcionado, mientras su odio maceraba en el interior sabiendo cuantos millones se estaban gastando en algo que -por desgracia- no sería usado para ninguna otra cosa que para mantener la hegemonía del mejor postor por métodos puramente violentos.
Las armas, aunque útiles, seguían siendo solo una forma para ejercer la violencia.
No era la primera ni la última vez que Jojo daba vueltas a las consideraciones filosóficas de la naturaleza "humana". Lamentablemente los seres humanos estaban más dispuestos a luchar entre sí que unirse bajo una misma bandera, un mismo propósito, porque así era la desagradable naturaleza de unos pocos que, como la mujer, como todos los presentes, eran verdaderamente egoístas.
El mudo, en cierta manera, también lo era; aunque quizá algo menos.
Atrapado como un personaje de segunda clase en una trama llena de entresijos, puñaladas y, por supuesto, peligro, Jojo quedó mirando la conversación en su acostumbrado silencio con un gesto de desaprobación. Dark Dome era una jungla de acero y cristal, una en que las bestias criminales debián aprovechar cada momento para sobrevivir y alejarse de la escoria que seguían siendo en esencia. Aquella verdad le hizo considerar si la pianista por la que era acompañado no era, de alguna forma u otra, una perpetradora de actos en contra de las leyes de alguna nación. Y si, dentro de esta amplia posibilidad, de algo que realmente fuera más moralmente reprochable que su puro egoísmo.
El agente sintió la necesidad de golpear al muchacho con una silla, repetidas veces, con todas sus fuerzas, hasta hacerlo nada más que una pulpa. Aquello era una coacción directa, una hecha con tal mala baba y falta de consideración que no merecía otra respuesta. Pero Jojo solo sonrió con amabilidad, acostumbrado a ser vapuleado por el mundo en contra de sus propios intereses.
Esperó con interés a la respuesta de la damisela, más intrigado por lo qué haría que por que su respuesta condicionara directamente a la suya. Le pareción tremendamente interesante que la chica tenía una clara preferencia en la temática de los objetos. ¿Qué escondía? ¿Cuáles eran los intereses de la pianista? ¿Y qué pretendía aquel diablo que había irrumpido en escena en verdad?
Las armas, aunque útiles, seguían siendo solo una forma para ejercer la violencia.
No era la primera ni la última vez que Jojo daba vueltas a las consideraciones filosóficas de la naturaleza "humana". Lamentablemente los seres humanos estaban más dispuestos a luchar entre sí que unirse bajo una misma bandera, un mismo propósito, porque así era la desagradable naturaleza de unos pocos que, como la mujer, como todos los presentes, eran verdaderamente egoístas.
El mudo, en cierta manera, también lo era; aunque quizá algo menos.
Atrapado como un personaje de segunda clase en una trama llena de entresijos, puñaladas y, por supuesto, peligro, Jojo quedó mirando la conversación en su acostumbrado silencio con un gesto de desaprobación. Dark Dome era una jungla de acero y cristal, una en que las bestias criminales debián aprovechar cada momento para sobrevivir y alejarse de la escoria que seguían siendo en esencia. Aquella verdad le hizo considerar si la pianista por la que era acompañado no era, de alguna forma u otra, una perpetradora de actos en contra de las leyes de alguna nación. Y si, dentro de esta amplia posibilidad, de algo que realmente fuera más moralmente reprochable que su puro egoísmo.
El agente sintió la necesidad de golpear al muchacho con una silla, repetidas veces, con todas sus fuerzas, hasta hacerlo nada más que una pulpa. Aquello era una coacción directa, una hecha con tal mala baba y falta de consideración que no merecía otra respuesta. Pero Jojo solo sonrió con amabilidad, acostumbrado a ser vapuleado por el mundo en contra de sus propios intereses.
Esperó con interés a la respuesta de la damisela, más intrigado por lo qué haría que por que su respuesta condicionara directamente a la suya. Le pareción tremendamente interesante que la chica tenía una clara preferencia en la temática de los objetos. ¿Qué escondía? ¿Cuáles eran los intereses de la pianista? ¿Y qué pretendía aquel diablo que había irrumpido en escena en verdad?
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Sus ojos se detuvieron en William como intentando descifrar la verdad que escondía, y luego saltaron a JJ, quien se limitaba a sonreír como si en realidad nada le importara. ¿Era la ventaja de tener una boca muda? ¿O esa era su verdadera personalidad? Como sea, tampoco eran preguntas relevantes para el plan que tenía en mente; bueno, si es que podía llamarse plan.
—Hablaremos después —respondió y volvió a girarse para dirigirse a los vestidores detrás del escenario.
La subasta continuó sin ningún acontecimiento que hubiera llamado la atención de la princesa. Lo único que le interesaba era Stormrage, y ahora estaba en manos de un importante traficante de armas. No hacía falta que nadie se lo dijera para saber que, de meterse en el camino de ese hombre, su vida correría grave peligro, ¿pero no era siempre así? Se había acostumbrado a vivir en constante peligro como si no conociera otro estilo de vida. Además, era tan cabezota que jamás se retiraría de una batalla, mucho menos de una que ni siquiera había comenzado.
La pianista intentó camuflar su preocupación, pero las notas musicales no mentían: todos los sentimientos eran transmitidos con absoluta pureza. Su melodía no resultó ser tan impresionante como la que dio bienvenida a la subasta, aunque tampoco fue mala. Tocó cada nota con la perfección de alguien que practica a diario, no obstante, cualquiera que se detuviera en la música se daría cuenta de la desconexión entre la pianista y el piano. La mente de Christa estaba lejos, muy lejos.
Esperaba a Crowley en las cercanías del Notte Stellata. Había encontrado un callejón ausente de vagabundos y suciedad. Estaba poco iluminado y el ruido de la avenida ocultaría sus palabras. No le había dado ninguna dirección exacta al hombre, pero suponía que aparecería. Había algo extraño en él, más extraño que en todos los demás. No parecía ser un mafioso peligroso, de hecho, no manaba ninguna sensación de peligro y eso era lo que más le asustaba.
Tampoco se había olvidado de JJ, el misterioso hombre incapaz de soltar ninguna palabra. Era igual o más preocupante que Crowley. Esa sonrisa que tenía parecía la de un hombre demasiado… bueno. Y Christa desconfiaba de las buenas personas. Esa clase de gente se escondía tras una máscara de amabilidad y valores aceptables para luego soltar una dolorosa puñalada. Ya le había pasado y, si no tenía cuidado, le volvería a suceder. Además, ¿por qué lo había involucrado Crowley en su loquísima idea de robarle a un hombre tan peligroso como Inferno? ¿Acaso sabía algo que Christa no? Era de esperar pues la princesa llevaba poco tiempo en la isla y apenas conocía un par de rumores.
—¡Aquí estás, querida! ¡Te he estado buscando por todos lados! Por un momento pensé que no aparecerías y comenzaba a preocuparme de que fueras a delatarme —dijo Crowley con esa voz tan fina y angelical, mostrando una sonrisa despreocupada y amable—. Le he dicho a tu amigo que nos acompañe esta noche: un hombre con sus habilidades nos vendrá bien. ¿Quieres esperarlo para comenzar?
—Primero déjame hacerte un par de aclaraciones: JJ no es mi amigo y yo no confío en ti, ¿de acuerdo? —le dijo sin pelos en la lengua, buscando los ojos de Crowley—. Lo único que sé de ti es que apareciste de la nada con una propuesta demasiado… oportuna. No creo que seas un simple comerciante local ni me parece que esa sonrisita tuya sea auténtica. ¿Por qué me estás ayudando?
—¿Dudas de todos los hombres que están dispuestos a ayudarte? No todas las personas tienen dobles intenciones ni se ocultan tras una máscara —respondió William sin borrar la sonrisa de su rostro, aunque se notaba… ofendido—. Te estoy ayudando porque eres la única persona lo suficientemente valiente o estúpida, depende del punto de vista, para enfrentarse a Inferno por si las cosas salen mal. Ese hombre… Bueno, digamos que tengo asuntos pendientes con él. De verdad, ¿no quieres esperar a tu no-amigo antes de continuar? Estoy seguro de que le interesará mi propuesta.
—Hablaremos después —respondió y volvió a girarse para dirigirse a los vestidores detrás del escenario.
La subasta continuó sin ningún acontecimiento que hubiera llamado la atención de la princesa. Lo único que le interesaba era Stormrage, y ahora estaba en manos de un importante traficante de armas. No hacía falta que nadie se lo dijera para saber que, de meterse en el camino de ese hombre, su vida correría grave peligro, ¿pero no era siempre así? Se había acostumbrado a vivir en constante peligro como si no conociera otro estilo de vida. Además, era tan cabezota que jamás se retiraría de una batalla, mucho menos de una que ni siquiera había comenzado.
La pianista intentó camuflar su preocupación, pero las notas musicales no mentían: todos los sentimientos eran transmitidos con absoluta pureza. Su melodía no resultó ser tan impresionante como la que dio bienvenida a la subasta, aunque tampoco fue mala. Tocó cada nota con la perfección de alguien que practica a diario, no obstante, cualquiera que se detuviera en la música se daría cuenta de la desconexión entre la pianista y el piano. La mente de Christa estaba lejos, muy lejos.
*****
Esperaba a Crowley en las cercanías del Notte Stellata. Había encontrado un callejón ausente de vagabundos y suciedad. Estaba poco iluminado y el ruido de la avenida ocultaría sus palabras. No le había dado ninguna dirección exacta al hombre, pero suponía que aparecería. Había algo extraño en él, más extraño que en todos los demás. No parecía ser un mafioso peligroso, de hecho, no manaba ninguna sensación de peligro y eso era lo que más le asustaba.
Tampoco se había olvidado de JJ, el misterioso hombre incapaz de soltar ninguna palabra. Era igual o más preocupante que Crowley. Esa sonrisa que tenía parecía la de un hombre demasiado… bueno. Y Christa desconfiaba de las buenas personas. Esa clase de gente se escondía tras una máscara de amabilidad y valores aceptables para luego soltar una dolorosa puñalada. Ya le había pasado y, si no tenía cuidado, le volvería a suceder. Además, ¿por qué lo había involucrado Crowley en su loquísima idea de robarle a un hombre tan peligroso como Inferno? ¿Acaso sabía algo que Christa no? Era de esperar pues la princesa llevaba poco tiempo en la isla y apenas conocía un par de rumores.
—¡Aquí estás, querida! ¡Te he estado buscando por todos lados! Por un momento pensé que no aparecerías y comenzaba a preocuparme de que fueras a delatarme —dijo Crowley con esa voz tan fina y angelical, mostrando una sonrisa despreocupada y amable—. Le he dicho a tu amigo que nos acompañe esta noche: un hombre con sus habilidades nos vendrá bien. ¿Quieres esperarlo para comenzar?
—Primero déjame hacerte un par de aclaraciones: JJ no es mi amigo y yo no confío en ti, ¿de acuerdo? —le dijo sin pelos en la lengua, buscando los ojos de Crowley—. Lo único que sé de ti es que apareciste de la nada con una propuesta demasiado… oportuna. No creo que seas un simple comerciante local ni me parece que esa sonrisita tuya sea auténtica. ¿Por qué me estás ayudando?
—¿Dudas de todos los hombres que están dispuestos a ayudarte? No todas las personas tienen dobles intenciones ni se ocultan tras una máscara —respondió William sin borrar la sonrisa de su rostro, aunque se notaba… ofendido—. Te estoy ayudando porque eres la única persona lo suficientemente valiente o estúpida, depende del punto de vista, para enfrentarse a Inferno por si las cosas salen mal. Ese hombre… Bueno, digamos que tengo asuntos pendientes con él. De verdad, ¿no quieres esperar a tu no-amigo antes de continuar? Estoy seguro de que le interesará mi propuesta.
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"No."
Aquel monosílabo escrito en una página nueva era la única respuesta que Jojo iba a dignarse a darle al rubio. No le interesaba meterse en líos. No le interesaba ganarse la enemistad de un señor del crimen. No le interesaba, de hecho, siquiera estar allí. Se había visto simplemente arrastrado por la voluntad de otros, algo que había sido inevitabla al acabar él mismo sin la voluntad de enfrentarse a una realidad que había erosionado su alma hasta roer la médula. Sea como fuere, ahora que se había recuperado, no iba a permitir que se aprovecharan de su debilidad bajo una burda coacción sin peso.
Desafortunadamente, momentos después, cuando todos fueron por su camino y Jojo buscaba a su buen mecenas entre la gentuza que abandonaba la subasta, tras la decepción de no volver a encontrar la sintonía en la mujer pero despidiéndose de ella sin querer hacer de aquello algo más evidente de lo que ya era, el rubio le demostró el peso de sus palabras.
Poco podía importar cuánto sabía en verdad y cuánto era mera suposición, simplemente el amenazarle con tirar de los hilos, allí, en Dark-dome, bajo la sombre de su mecenas criminal, hizo reconsiderar a Jojo la oferta. Enseñado una vez la vara, como buen negociador, el diablo rubio le mostró al demonio la zanahoria. Era curva, casi retorcida, para nada jugosa, pero desde luego aquello, aunque se le antojaba más bien poco, era mucho mejor que el golpe. Ante aquello, para aderezarla, el mudo solo puso una condición. No iba a hacerle daño a nadie.
Ambos hombres sabían que aquello, en cierta manera, podía volverse imposible dadas las circustancias. ¿Pero quién no miente al hacer un trato? Aquello era lo que debía hacerse por pura cortesia.
Las instrucciones que le dio eran claras, y sin ninguna queja Jojo volvió a su vida de artista hasta el momento oportuno en el que debía transformarse en otro de sus aspectos. Subido a una de las escalinatas de incendios que las ratas usaban para moverse por la ciudad, el mudo esperó apoyado en el negro metal con su maltrecho traje de segunda mano. Aquello y la bolsa era lo único que llevaba aparte de sus zapatos, pues no le hacía falta nada más para cumplir el que esperaba fuera su corto pero crucial papel en aquella historia.
Mirando los reflejos de la cruda realidad escondida entre aquellos callejones de la ciudad atrapada en la noche, Jojo rumió su fuero interno a la espera de que sus compañeros hiciesen pie en escena.
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El plan era sencillo: recuperar a Stormrage antes de que los hombres de Inferno lo reclamasen. Eso significaba ir en contra de Alexio. A Christa le desagradaba la idea de robarle a un hombre que se había portado bien con ella, pero, en primer lugar, esa arma nunca debió haber sido subastada en el Notte Stellata. Era un regalo de su padre, uno de los pocos recuerdos que había dejado antes de partir. Estaba en la obligación de recuperarlo, incluso si significaba hacer una alianza con un hombre sospechoso y enfadar a un contrabandista de armas peligroso. Desde un principio había aceptado las consecuencias sin importar cuáles fueran.
William había mostrado tener un amplio conocimiento sobre cómo funcionaba la subasta de Alexio detrás de escena. Los objetos no los tenía ni los entregaba directamente en el Notte Stellata, sino que los guardaba en una bóveda “secreta” y luego eran entregados frente a un testigo de fe; incluso los mafiosos respetaban cierto grado de burocracia. Christa le había preguntado cómo sabía todo eso, a lo que William había respondido que era parte de su trabajo saber cosas: un comerciante debía conocer la competencia. Sin embargo, todo el conocimiento de William no bastaría para que el hurto fuera completamente efectivo.
Es un hombre astuto: quiere causar problemas entre Alexio e Inferno, aunque esto puede salir muy mal y, en vez de lidiar con un solo hombre peligroso, tendríamos que vernos con los dos al mismo tiempo, había reflexionado Christa poco antes de aceptar la propuesta de William. Al final, la princesa sabía que era esa clase de hombre que manipulaba a los demás. Tanto ella como JJ eran piezas claves en su juego maquiavélico. Christa esperaba que ser consciente de que estaba siendo manipulada supusiera un cambio importante en el curso de los hechos.
—¿Por qué viniste, JJ? —le preguntó a su nuevo compañero mientras terminaba de colocarse la armadura; no iría a un lugar peligroso ataviada con un vestido de gala—. Tengo mis razones para hacer esto, pero tú… Como sea, supongo que ahora queda claro que no soy una pianista cualquiera: ninguna pianista habría gastado un millón de berries en un libro, ¿verdad?
Creo que mejor me ahorraré ese millón, dictaminó tras colocarse la última pieza de su armadura. Se acomodó la capa mágica y sintió su peso: estaba llena de diales, armas e instrumentos útiles. Uno de los más importantes era P.A.N.D.A., un puño que la protegería de cualquier daño. Esperaba no tener que enfrentarse a nadie, pero rara vez sucedía algo así.
Christa le dio un buen sorbo al odre de cuero y luego se lo colgó en la cintura junto a otros dos.
—Ya estoy lista: podemos partir cuando ustedes quieran —anunció, colocándose la capucha.
William había mostrado tener un amplio conocimiento sobre cómo funcionaba la subasta de Alexio detrás de escena. Los objetos no los tenía ni los entregaba directamente en el Notte Stellata, sino que los guardaba en una bóveda “secreta” y luego eran entregados frente a un testigo de fe; incluso los mafiosos respetaban cierto grado de burocracia. Christa le había preguntado cómo sabía todo eso, a lo que William había respondido que era parte de su trabajo saber cosas: un comerciante debía conocer la competencia. Sin embargo, todo el conocimiento de William no bastaría para que el hurto fuera completamente efectivo.
Es un hombre astuto: quiere causar problemas entre Alexio e Inferno, aunque esto puede salir muy mal y, en vez de lidiar con un solo hombre peligroso, tendríamos que vernos con los dos al mismo tiempo, había reflexionado Christa poco antes de aceptar la propuesta de William. Al final, la princesa sabía que era esa clase de hombre que manipulaba a los demás. Tanto ella como JJ eran piezas claves en su juego maquiavélico. Christa esperaba que ser consciente de que estaba siendo manipulada supusiera un cambio importante en el curso de los hechos.
—¿Por qué viniste, JJ? —le preguntó a su nuevo compañero mientras terminaba de colocarse la armadura; no iría a un lugar peligroso ataviada con un vestido de gala—. Tengo mis razones para hacer esto, pero tú… Como sea, supongo que ahora queda claro que no soy una pianista cualquiera: ninguna pianista habría gastado un millón de berries en un libro, ¿verdad?
Creo que mejor me ahorraré ese millón, dictaminó tras colocarse la última pieza de su armadura. Se acomodó la capa mágica y sintió su peso: estaba llena de diales, armas e instrumentos útiles. Uno de los más importantes era P.A.N.D.A., un puño que la protegería de cualquier daño. Esperaba no tener que enfrentarse a nadie, pero rara vez sucedía algo así.
Christa le dio un buen sorbo al odre de cuero y luego se lo colgó en la cintura junto a otros dos.
—Ya estoy lista: podemos partir cuando ustedes quieran —anunció, colocándose la capucha.
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Tardó mas de lo que esperaba en verles venir. Incluso habiéndole comunicado el rubio por dónde iban a llegar, los callejones y la falta de luz repercutían demasiado en su visión como para que el contraste hubiera sido claro desde el primer momento. Bajando con cuidado de su particular atalaya, Jojo se unió al dueto sin portar consigo la sonrisa que siempre llevaba puesta. Aquello no le agradaba nada en absoluto, menos aún teniendo en cuenta la disposición de los otros dos miembros a llevar a cabo cualquiera de las atrocidades que ya vislumbraba en su mente.
Se sentía impotente, y eso que aún no tenía nada que hacer, pero solo el prospecto era abrumador. ¿Cuántas personas morirían aquella noche? Miles. Millones. Porque allí, en Dark-Dome, la oscuridad era eterna...
La pregunta de la dama le cogió de improvisto. Frunció el ceño, más aún de lo que ya estaba fruncido en comparación con su mueca usual, y desviando la mirada hacia el destino pensó como podría responder... Aunque realmente no pudiese. Se limitó a señalar con el pulgar al coyote que le había metido en todo esto, el cual, a su vez, mostró sus largos y afilados dientes.
—Un buen comerciante también tiene sus influencias—se jactó simplemente por el gusto de hacerlo, sin dar información que no había sido pactada en ningún trato.
¿Estaba Jojo loco? ¿Era un inocente soñador? ¿¡Cómo podía llegar a pensar que su papel en aquella historia debía e iba a limitarse a dar remiendos y asistir a los caídos?! ¡Además, eran criminales! ¡Ladrones, gangsters, traficantes de armas, de drogas, de carne! Cualquier CP en pleno derecho, y en plena determinación de sus deberes, debía de actuar deacuerdo a la Justicia. Pero él... el planeaba limitarse a actuar deacuerdo a su desmesurada humanidad.
Repugnante. Tanto o más como previsible. Quizá por ello a el rubio no le importaba en absoluto qué pasaría con aquel peón, que solo estaba allí para ser sacrificado y como seguro por si, Dios ni él lo quisiesen, acababa con alguna herida.
—Vámonos pues. Nos espera una noche entretenida...
Por supuesto el plan no podía conllevar el ataque a la bóveda secreta; aquel lugar disponía de una seguridad que solo un ejército podría desmantelar. Debían ir a interceptar al testigo de confianza, testigo que debía ser secreto y solo conocido por ambas partes del trato... A menos que, claro está, alguien supiese más cosas de las que debía saber. Y William era una de esas malditas personas.
Se sentía impotente, y eso que aún no tenía nada que hacer, pero solo el prospecto era abrumador. ¿Cuántas personas morirían aquella noche? Miles. Millones. Porque allí, en Dark-Dome, la oscuridad era eterna...
La pregunta de la dama le cogió de improvisto. Frunció el ceño, más aún de lo que ya estaba fruncido en comparación con su mueca usual, y desviando la mirada hacia el destino pensó como podría responder... Aunque realmente no pudiese. Se limitó a señalar con el pulgar al coyote que le había metido en todo esto, el cual, a su vez, mostró sus largos y afilados dientes.
—Un buen comerciante también tiene sus influencias—se jactó simplemente por el gusto de hacerlo, sin dar información que no había sido pactada en ningún trato.
¿Estaba Jojo loco? ¿Era un inocente soñador? ¿¡Cómo podía llegar a pensar que su papel en aquella historia debía e iba a limitarse a dar remiendos y asistir a los caídos?! ¡Además, eran criminales! ¡Ladrones, gangsters, traficantes de armas, de drogas, de carne! Cualquier CP en pleno derecho, y en plena determinación de sus deberes, debía de actuar deacuerdo a la Justicia. Pero él... el planeaba limitarse a actuar deacuerdo a su desmesurada humanidad.
Repugnante. Tanto o más como previsible. Quizá por ello a el rubio no le importaba en absoluto qué pasaría con aquel peón, que solo estaba allí para ser sacrificado y como seguro por si, Dios ni él lo quisiesen, acababa con alguna herida.
—Vámonos pues. Nos espera una noche entretenida...
Por supuesto el plan no podía conllevar el ataque a la bóveda secreta; aquel lugar disponía de una seguridad que solo un ejército podría desmantelar. Debían ir a interceptar al testigo de confianza, testigo que debía ser secreto y solo conocido por ambas partes del trato... A menos que, claro está, alguien supiese más cosas de las que debía saber. Y William era una de esas malditas personas.
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Jojo se retrasó con respecto al dueto. Cinco minutos. Ese era el tiempo que debía esperar antes de entrar, en escena, algo de lo que se estaba arrepintiendo mientras escuchaba el fragor de la batalla desde el callejón anexo. Quienes iban a morir probablmente lo harían. Quienes podían hacerlo, aún así dependian de la suerte. Intentó contentarse pensando que eran criminales, y como tal debían asumir ese riesgo en sus vidas al cometer actos de dudosa moralidad y indudable alegalidad. Deseaba poder contentarse con salvar a los que, de otra manera, hubieran acabado muertos si o si.
Pero sabía que ni aún así podría salvar a todos. Sin sangre ni los medios, lo único que podía hacer era ganar tiempo mientras llegaban los refuerzos -criminales, sin duda- para salvar a sus compañeros. Si es que acaso venían para ello en lugar de, bueno, saquear lo que quedaba.
Aquellas consideraciones pasaron por la cabeza de Jojo como preocupaciones leves en comparación a la salvación de vidas ajenas. Algo verdaderamente encomiable, todo sea dicho, pero no menos estúpido. Para cuando quiso darse cuenta, entre remiendos y agitadas operaciones en los interiores destrozados del edificio que acababa de abandonar la pareja, tenía más de una pistola encañonándole.
—¡Para ahora mismo! —lo habían repetido ya unas cuantas veces.
El disparo rebotó contra la piel convenientemente endurecida, y girando su cabeza, el médico hasta el codo de sangre ajena miró al gángster.
—¿Qué demonios ha pasado aquí? ¡¿Tú quien eres?! —exigió saber, acercándosele con un brazo firme más que dispuesto a volver a disparar a bocajarro.
En la pared, Jojo hizo un único símbolo. Una cruz roja.
—Por el amor de dios, déjale trabajar.—gruñó otro más paciente que se había quedado detrás, encendiéndose un cigarro.
Pero sabía que ni aún así podría salvar a todos. Sin sangre ni los medios, lo único que podía hacer era ganar tiempo mientras llegaban los refuerzos -criminales, sin duda- para salvar a sus compañeros. Si es que acaso venían para ello en lugar de, bueno, saquear lo que quedaba.
Aquellas consideraciones pasaron por la cabeza de Jojo como preocupaciones leves en comparación a la salvación de vidas ajenas. Algo verdaderamente encomiable, todo sea dicho, pero no menos estúpido. Para cuando quiso darse cuenta, entre remiendos y agitadas operaciones en los interiores destrozados del edificio que acababa de abandonar la pareja, tenía más de una pistola encañonándole.
—¡Para ahora mismo! —lo habían repetido ya unas cuantas veces.
El disparo rebotó contra la piel convenientemente endurecida, y girando su cabeza, el médico hasta el codo de sangre ajena miró al gángster.
—¿Qué demonios ha pasado aquí? ¡¿Tú quien eres?! —exigió saber, acercándosele con un brazo firme más que dispuesto a volver a disparar a bocajarro.
En la pared, Jojo hizo un único símbolo. Una cruz roja.
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