Salem Nizar
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fuerza
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Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Salem se dejó flotar en lo profundo de la bañera. Sus brazos reposaban sobre su pecho en forma de cruz y, a pesar del malestar en los ojos, los mantenía bien abiertos, observando el techo de la estancia. Él se quedaba en la más absoluta quietud todo el tiempo que pudiera para que las ondas de agua no distorsionasen lo que había al otro lado. Era una vista de lo más hermosa. Un techo totalmente negro del que colgaba una luz fría y sosa, las paredes eran también negras, con azulejos, mientras que en cada esquina se veia una ornamentada decoración de madera. El suelo, obviamente, no podía verlo. Tenía que apreciar la más absoluta sobriedad y la estoica estancia, lo aburrido que era le resultaba cautivador, un cambio en su día a día.
Se había logrado escabullir al baño a solas y había llenado la bañera con agua de mar que encargaba a veces y guardaba en sus aposentos. En momentos como estos podía volver a ser él mismo. Salem Nizar, un chico de 19 años, promesa de la familia Nizar para convertirse en un respetado y temido alto oficial de La Legión. Bueno, tras la vida a la que la facción le había obligado a llevar, ya no estaba tan seguro si esa última parte seguía en sus intereses. La fruta del diablo que le habían regalado con promesas de poder había destrozado su mente y, por consiguiente, su cuerpo. En momentos como estos en los que sus poderes se veían totalmente anulados por el contacto con el agua del mar era cuando los fragmentos rotos de su mente volvían a unirse. Recordaba quién era, quién era de verdad, y veía el mundo como realmente era. Sin embargo, era solo temporal y pronto tendría que abandonar este remanso de paz, olvidar esta calma. La sensación de falta de aire en los pulmones le estaba empezando a recordar que el momento llegaría más pronto de lo que le gustaría.
Apretó la mandíbula, ¿y si acababa con aquello? Estaba solo, no podían impedirlo. Podría irse de este mundo como él mismo y descansar por fin. Sacó los brazos afuera y notó el frío de la estancia contra su piel mojada. Con fuerza agarró los bordes de la bañera y se empujó más al fondo para asegurarse de terminar el trabajo. Cuando finalmente se quedó sin aire y abrió la boca, el agua empezó a entrar. Todo su cuerpo, sus instintos más básicos, gritaban a todo pulmón diciéndole que saliese de ahí, que viviera. Tuvo que usar toda su fuerza de voluntad para no ceder, cuando recordó en quién se convertiría y que vería al salir de este santuario, le costó menos. El ardor no tardó en hacerse presente y con una lógica que la adrenalina del momento no le había permitido pensar antes, se dio la vuelta para cuandos e desmayase no saliera a flote su boca y nariz. Miró eufórico el fondo de la bañera, por fin, por fin lo haría.
Oyó entonces, de forma apagada, un gran golpe en el baño y en apenas unos segundos unos brazos los sacaron de su lecho de muerte. Comenzó a toser por reflejo puro, sacando el agua que había entrado mientras que notaba el frío aire abrirse paso por su interior hasta llegar a sus exigentes pulmones. Como pudo, agonizando desnudo en el suelo del baño, se giró para mirar más allá de la puerta derribada. El mundo parecía tan ordinario en ese mustio pasillo con un suelo de madera de caoba perfectamente normal, unos cuadros en las paredes perfectamente feos, la perfecta mirada horrizada de una sirvienta por su intento de suicidio, el perfectamente aburrido legionario en uniforme que su familia había contratado para mantenerlo vigilado. Pronto pensaría que era su mejor amigo y olvidaría que era más bien su carcelero.
Vio como el techo blanco del baño empezaba a deformarse hasta convertirse en unas nubes que se mecían con alegría de un lado a otro, la bombilla que colgaba se transformó en un adorable sol con gafas de sol que le sonreía y daba brincos arriba y abajo por el cable que lo conectaba al techo. Los azulejos de las paredes pasaron a ser brillantes escamas de dragón y en las esquinas los adornos de madera pasaron a ser milenarios árboles que silbaban una tonadilla alegre. Conforme el mundo volvía a su usual estridencia, Salem notó cómo su mente se iba entumeciendo, una sensación muy parecida a la que se sentía cuando estabas en un sueño. Rápidamente su malestar y su miedo fueron desapareciendo, su ser empezaba a vibrar en sintonía con el mundo distorsionado. Y así, de nuevo, perdió la cordura.
Noté cómo me tiraban una toalla encima, lo cual agradecí porque hacía fresquito en el suelo. Me envolví en ella, sacando la cabeza del tumulto de tela morada y sonreí mostrando todos los dientes a Pipo. Pipo era mi mejorísimo mejor amigo, siempre me seguía a todos lados y me ayudaba a recordar qué tareas tenía que hacer en el día. Me acerqué hasta donde estaba mi ropa, silbando en conjunto con los amables árboles que me cuidaban cuando me bañaba. Oí entonces como Pipo se acercó a la bañera y desenroscó el tapón. Vi cómo el agua de mar se desvanecía y, por algún motivo, ¡me sentí un poco mal! ¡Increíble! La verdad es que por alguna razón ese agua siempre me llamaba la atención, además, era lo único que no se veía igual que el resto de mi maravilloso país de las maravillas. Me encogí de hombros sin darle mucha importancia y empecé a cambiarme. Me gustaba mi ropa, era el uniforme de la Legión. Ser de la Legión era un honor, los buenos que defendían a los malos de robar chuches a los niños. Adoraba los colores estrambóticos del uniforme, casi como un arcoíris. Luego, me puse el abrigo por encima, me ayudaba a mantenerme calentito, aunque quizá me fuese demasiaaaado grande. Por último, puse la máscara que alguien me había regalado una vez, no lo recordaba bien, en el cinturón con un enganche. La máscara era increíble, se parecía mucho a un zorrito, me encantaban esos animalitos. Sabían jugar al ajedrez muy bien.
-Salem, le toca turno otra vez en la sala de interrogatorios, hay un prisionero al que podríamos sacarle información sobre un alijo de armas de los revolucionarios. Sus habilidades son requeridas. -Comentó en un tono solemne.
Bueno, lo único que a veces no me gustaba de Pipo era que podía ser de lo más cascarrabias. Yo hice un puchero, no me apetecía ahora… Sin embargo, ya sabía que quejarme no me iba a servir de nada así que simplemente asentí con ilusión y me puse en marcha. No me preocupé en mirar si mi amiguito me seguía, siempre lo hacía. Fue saludando con alegría a todo aquel que me miraba, ya sabéis, sirvientas, empleados, guardias, armarios, mesitas, sillas… Aunque desgraciadamente no me dejaban tocar prácticamente nada… Por una parte lo entendía, mis chulísimas habilidades hacían que todo lo que tocase, si entraba en el torrente sanguíneo de alguien, lo llevara a mi mundo. Bueno, no exactamente, a veces, si me sentía un poco travieso, los llevaba a otros sitios. Pero bueno, seguro que vosotros también habéis sido un poco juguetones cuando no debíais, ¿a que sí?
Fui tarareando con diversión por todo el camino, incluso mientras íbamos a la parte tétrica de mi mansión. Aquí a veces se veían fantasmas, aunque por otra parte podías disfrutar de unos conciertos de cuerda muy buenos por parte de las señoras araña; siempre me tenían guardado un sitio en primera fila por ser su mayor fan. Cuando dejamos de ir por los pasillos fríos y sucios, entramos a la sala de interrogación. Pasaba mucho tiempo aquí, mi familia decía que había nacido por este trabajo. Es raro, yo creía que había nacido por mi madre. Vi al pobre diablillo en la silla de tortura. Era horrible, la silla tenía a los lados enormes plumeros con los que hacerle cosquillas y en el cabecero había dedos mojados para metérselos en las orejas. Era un poco cruel, pero a veces había que ser cruel para defender al mundo de los malvados. Pipo se quedó en la puerta, de brazos cruzados, y yo avancé hasta sentarme en mi taburete de trabajo, donde empecé a dar vueltas de un lado a otro. Era simplemente inevitable hacerlo cuando te subías a un taburete.
-¡Malo maloso! ¡Desembucha! ¿Dónde está ese alijo de armas que escondes? ¿No te da vergüenza? A mí se me parte el corazón solo de pensar que está por ahí solo, perdidito, sin nadie que le lea un cuento antes de dormir…- Me llevé una mano al corazón, quizá así entendiese lo triste que era.
-¿Que…? ¿Por qué me habéis traído a un crío? Si esto es una broma…
-¡No soy un crío!- Le interrumpí de inmediato-. Ahora dime de una vez lo de las armas, que quiero ir a tomar un chocolate caliente para desayunar.
-Mira, no sé si esto es una broma estúpida de la Legión, pero va a hacer falta más que un mocoso para hacer que hable.- Miró entonces a Pipo, como si yo no estuviera ahí-. Hay que ser patético para pensar que un crío me ablandaría para hablar.
Inflé las mejillas, pensando un poco en la situación que tenía delante. Pasé el aire de la mejilla izquierda, a la derecha, y luego miré a Pipo. Se me quedó mirando, me gustaría decir que es por mis alucinantes ojos naranjas, pero sabía muy bien lo que me quería decir en ese momento. Cuando lo miraba en este tipo de situaciones era para saber una cosa. El tiempo. ¿Teníamos tiempo? Pues me dedicaba a hablar con mi nuevo amiguito para intentar saber más sobre él, cosas importantes como por ejemplo por qué pie empezaba a ponerse los zapatos, si le gustaban más los perros o los gatos… Entonces cogía uno de mis caramelos y le imbuía una buena alucinación, una que usase esta información para manipularlo. A veces la usaba con Pipo para que me dejase repetir postre o unos momentos a solas en el baño. Cada vez colaba menos. Ahora bien, ¿no teníamos tiempo? Pues tocaba usar un tipo distinto de alucinación. Esta era más destructiva, más general. Enfrentaba a la persona a sus mayores miedos e inseguridades, ya sabéis, como ir en ropa interior a clase o decirle mamá a una desconocida por error. Por suerte esta vez iba a ser más sencillo, ya me habían hecho parte del trabajo. Las dos eran muy efectivas, solo que con el método que iba a usar igual el hombre se rompería… En fin, ajo y agua.
-Tienes todo lo que hemos averiguado de él, debería ser suficiente para que hagas lo tuyo.
-¡Lo mío es helarte! Con mis estupendas alucinaciones, claro.- Cogí el fichero y empecé a leerlo. A veces era complicado, había letras que se movían de un lado para otro y algunas eran demasiado tímidas y se escondían detrás de otras-. Ya veo… Estoy practicando, así que todavía no se me da tan bien, pero vamos a intentarlo…
Llevé una mano a la cartuchera que tenía en el costado, atada al cinturón, y saqué una gominola. En mi mano tomó forma, abultándose como sobre sí misma, parecía un tumor. ¡Qué monada! Me acerqué al revolucionario y me senté en su regazo, cogiéndole luego de las mejillas para darle el alimento. El pobrecito se resistía, cerrando la boca lo más que podía. ¡Parecía yo cuando tocaba comer brócoli! Rodé los ojos con aburrimiento. Escuchad, si alguna vez estáis en una situación parecida, solamente dejaros fluir. Total, ya estáis condenados, lo único que hacéis resistiéndose es ser unas dramáticas. Le di un fuerte puñetazo en la entrepierna, haciendo que abriese la boca, momento que aproveché para hacer que se tragara la gominola. De un saltito bajé de él, volviendo a mi taburete. Pronto los gritos del hombre se escucharon. No tenía ni idea de qué veía, al no haber podido estudiarlo, no sabía qué era exactamente lo que se presentaba en su alucinación. Por cómo sonaba tenía que ser algo horrible, seguramente una abuela desnuda. Me giré a ver a Pipo, el cual miraba la situación con una mezcla de horror y fascinación. Yo hice un puchero, no me gustaba que mi bestie sintiera repulsión sobre mi trabajo, pero me gustaba menos decepcionar a mi familia. Ellos siempre me felicitaban por esto que hacía. Como parecía que la cosa iba para largo, decidí coger uno de mis rotuladores y empezar a pintar la cara del prisionero. Era un poco difícil por los espasmos y gritos, pero como me gustaba decir: ¡No es divertido si es fácil! Le pinté unos bigotitos de gato, un monóculo (aunque sin querer le pinté un poco el globo ocular porque se movió de repente, no es culpa mía), una estrella sobre el otro ojo… ¡Oh! ¡Qué idiota era! ¡Ya sé quién es! ¡Presidente Miau! Solté una risa divertido por mi ocurrencia y, por suerte, terminó ya lo que fuera que estaba ocurriendo en la cabecita de Presidente Miau.
-Por favor… Basta…- Oírlo balbucear era muy gracioso en contraste con los dibujos que tenía-. Lo diré… Todo, todo… Pero por favor, no más…
Hice una mueca, este se había roto rápido. Dependía un poco de la fuerza de voluntad de cada uno, algunos aguantaban muy bien las fantasías de mis habilidades. Yo, por ejemplo, estaba fresco como una lechuga. Aunque siendo justos, no es como si mis poderes me afectasen. A veces me sentía como el único cuerdo en todo este mundo. Bajé del taburete para acercarme a Pipo al que fui a chocarle los cinco, pero se apartó en el último segundo. Yo reí, había veces en las que sí colaba.
-Bueno, Pipo, esto ya es cosa tuya. Te lo he dejado a punto, ¿no has oído el ping del microondas? Yo voy a desayunar, que me espera un día de lo más diver. No te preocupes por mí, ya he visto antes que hay otro amigui fuera de la sala por si me iba sin permiso, ¡que me acompañe él!
-Que no me llamo… Bah, da igual. Sí, me parece bien. Alex, no le quites el ojo de encima.
Tras comentar aquello abrí la puerta de una patada, dando saltitos por el pasillo. Me rugía la tripa del hambre, era la hora par un buen chocolate caliente. Y luego… ¡Luego ya veré! ¡Este mundo tan entretenido no deja de sorprenderme!
Se había logrado escabullir al baño a solas y había llenado la bañera con agua de mar que encargaba a veces y guardaba en sus aposentos. En momentos como estos podía volver a ser él mismo. Salem Nizar, un chico de 19 años, promesa de la familia Nizar para convertirse en un respetado y temido alto oficial de La Legión. Bueno, tras la vida a la que la facción le había obligado a llevar, ya no estaba tan seguro si esa última parte seguía en sus intereses. La fruta del diablo que le habían regalado con promesas de poder había destrozado su mente y, por consiguiente, su cuerpo. En momentos como estos en los que sus poderes se veían totalmente anulados por el contacto con el agua del mar era cuando los fragmentos rotos de su mente volvían a unirse. Recordaba quién era, quién era de verdad, y veía el mundo como realmente era. Sin embargo, era solo temporal y pronto tendría que abandonar este remanso de paz, olvidar esta calma. La sensación de falta de aire en los pulmones le estaba empezando a recordar que el momento llegaría más pronto de lo que le gustaría.
Apretó la mandíbula, ¿y si acababa con aquello? Estaba solo, no podían impedirlo. Podría irse de este mundo como él mismo y descansar por fin. Sacó los brazos afuera y notó el frío de la estancia contra su piel mojada. Con fuerza agarró los bordes de la bañera y se empujó más al fondo para asegurarse de terminar el trabajo. Cuando finalmente se quedó sin aire y abrió la boca, el agua empezó a entrar. Todo su cuerpo, sus instintos más básicos, gritaban a todo pulmón diciéndole que saliese de ahí, que viviera. Tuvo que usar toda su fuerza de voluntad para no ceder, cuando recordó en quién se convertiría y que vería al salir de este santuario, le costó menos. El ardor no tardó en hacerse presente y con una lógica que la adrenalina del momento no le había permitido pensar antes, se dio la vuelta para cuandos e desmayase no saliera a flote su boca y nariz. Miró eufórico el fondo de la bañera, por fin, por fin lo haría.
Oyó entonces, de forma apagada, un gran golpe en el baño y en apenas unos segundos unos brazos los sacaron de su lecho de muerte. Comenzó a toser por reflejo puro, sacando el agua que había entrado mientras que notaba el frío aire abrirse paso por su interior hasta llegar a sus exigentes pulmones. Como pudo, agonizando desnudo en el suelo del baño, se giró para mirar más allá de la puerta derribada. El mundo parecía tan ordinario en ese mustio pasillo con un suelo de madera de caoba perfectamente normal, unos cuadros en las paredes perfectamente feos, la perfecta mirada horrizada de una sirvienta por su intento de suicidio, el perfectamente aburrido legionario en uniforme que su familia había contratado para mantenerlo vigilado. Pronto pensaría que era su mejor amigo y olvidaría que era más bien su carcelero.
Vio como el techo blanco del baño empezaba a deformarse hasta convertirse en unas nubes que se mecían con alegría de un lado a otro, la bombilla que colgaba se transformó en un adorable sol con gafas de sol que le sonreía y daba brincos arriba y abajo por el cable que lo conectaba al techo. Los azulejos de las paredes pasaron a ser brillantes escamas de dragón y en las esquinas los adornos de madera pasaron a ser milenarios árboles que silbaban una tonadilla alegre. Conforme el mundo volvía a su usual estridencia, Salem notó cómo su mente se iba entumeciendo, una sensación muy parecida a la que se sentía cuando estabas en un sueño. Rápidamente su malestar y su miedo fueron desapareciendo, su ser empezaba a vibrar en sintonía con el mundo distorsionado. Y así, de nuevo, perdió la cordura.
Noté cómo me tiraban una toalla encima, lo cual agradecí porque hacía fresquito en el suelo. Me envolví en ella, sacando la cabeza del tumulto de tela morada y sonreí mostrando todos los dientes a Pipo. Pipo era mi mejorísimo mejor amigo, siempre me seguía a todos lados y me ayudaba a recordar qué tareas tenía que hacer en el día. Me acerqué hasta donde estaba mi ropa, silbando en conjunto con los amables árboles que me cuidaban cuando me bañaba. Oí entonces como Pipo se acercó a la bañera y desenroscó el tapón. Vi cómo el agua de mar se desvanecía y, por algún motivo, ¡me sentí un poco mal! ¡Increíble! La verdad es que por alguna razón ese agua siempre me llamaba la atención, además, era lo único que no se veía igual que el resto de mi maravilloso país de las maravillas. Me encogí de hombros sin darle mucha importancia y empecé a cambiarme. Me gustaba mi ropa, era el uniforme de la Legión. Ser de la Legión era un honor, los buenos que defendían a los malos de robar chuches a los niños. Adoraba los colores estrambóticos del uniforme, casi como un arcoíris. Luego, me puse el abrigo por encima, me ayudaba a mantenerme calentito, aunque quizá me fuese demasiaaaado grande. Por último, puse la máscara que alguien me había regalado una vez, no lo recordaba bien, en el cinturón con un enganche. La máscara era increíble, se parecía mucho a un zorrito, me encantaban esos animalitos. Sabían jugar al ajedrez muy bien.
-Salem, le toca turno otra vez en la sala de interrogatorios, hay un prisionero al que podríamos sacarle información sobre un alijo de armas de los revolucionarios. Sus habilidades son requeridas. -Comentó en un tono solemne.
Bueno, lo único que a veces no me gustaba de Pipo era que podía ser de lo más cascarrabias. Yo hice un puchero, no me apetecía ahora… Sin embargo, ya sabía que quejarme no me iba a servir de nada así que simplemente asentí con ilusión y me puse en marcha. No me preocupé en mirar si mi amiguito me seguía, siempre lo hacía. Fue saludando con alegría a todo aquel que me miraba, ya sabéis, sirvientas, empleados, guardias, armarios, mesitas, sillas… Aunque desgraciadamente no me dejaban tocar prácticamente nada… Por una parte lo entendía, mis chulísimas habilidades hacían que todo lo que tocase, si entraba en el torrente sanguíneo de alguien, lo llevara a mi mundo. Bueno, no exactamente, a veces, si me sentía un poco travieso, los llevaba a otros sitios. Pero bueno, seguro que vosotros también habéis sido un poco juguetones cuando no debíais, ¿a que sí?
Fui tarareando con diversión por todo el camino, incluso mientras íbamos a la parte tétrica de mi mansión. Aquí a veces se veían fantasmas, aunque por otra parte podías disfrutar de unos conciertos de cuerda muy buenos por parte de las señoras araña; siempre me tenían guardado un sitio en primera fila por ser su mayor fan. Cuando dejamos de ir por los pasillos fríos y sucios, entramos a la sala de interrogación. Pasaba mucho tiempo aquí, mi familia decía que había nacido por este trabajo. Es raro, yo creía que había nacido por mi madre. Vi al pobre diablillo en la silla de tortura. Era horrible, la silla tenía a los lados enormes plumeros con los que hacerle cosquillas y en el cabecero había dedos mojados para metérselos en las orejas. Era un poco cruel, pero a veces había que ser cruel para defender al mundo de los malvados. Pipo se quedó en la puerta, de brazos cruzados, y yo avancé hasta sentarme en mi taburete de trabajo, donde empecé a dar vueltas de un lado a otro. Era simplemente inevitable hacerlo cuando te subías a un taburete.
-¡Malo maloso! ¡Desembucha! ¿Dónde está ese alijo de armas que escondes? ¿No te da vergüenza? A mí se me parte el corazón solo de pensar que está por ahí solo, perdidito, sin nadie que le lea un cuento antes de dormir…- Me llevé una mano al corazón, quizá así entendiese lo triste que era.
-¿Que…? ¿Por qué me habéis traído a un crío? Si esto es una broma…
-¡No soy un crío!- Le interrumpí de inmediato-. Ahora dime de una vez lo de las armas, que quiero ir a tomar un chocolate caliente para desayunar.
-Mira, no sé si esto es una broma estúpida de la Legión, pero va a hacer falta más que un mocoso para hacer que hable.- Miró entonces a Pipo, como si yo no estuviera ahí-. Hay que ser patético para pensar que un crío me ablandaría para hablar.
Inflé las mejillas, pensando un poco en la situación que tenía delante. Pasé el aire de la mejilla izquierda, a la derecha, y luego miré a Pipo. Se me quedó mirando, me gustaría decir que es por mis alucinantes ojos naranjas, pero sabía muy bien lo que me quería decir en ese momento. Cuando lo miraba en este tipo de situaciones era para saber una cosa. El tiempo. ¿Teníamos tiempo? Pues me dedicaba a hablar con mi nuevo amiguito para intentar saber más sobre él, cosas importantes como por ejemplo por qué pie empezaba a ponerse los zapatos, si le gustaban más los perros o los gatos… Entonces cogía uno de mis caramelos y le imbuía una buena alucinación, una que usase esta información para manipularlo. A veces la usaba con Pipo para que me dejase repetir postre o unos momentos a solas en el baño. Cada vez colaba menos. Ahora bien, ¿no teníamos tiempo? Pues tocaba usar un tipo distinto de alucinación. Esta era más destructiva, más general. Enfrentaba a la persona a sus mayores miedos e inseguridades, ya sabéis, como ir en ropa interior a clase o decirle mamá a una desconocida por error. Por suerte esta vez iba a ser más sencillo, ya me habían hecho parte del trabajo. Las dos eran muy efectivas, solo que con el método que iba a usar igual el hombre se rompería… En fin, ajo y agua.
-Tienes todo lo que hemos averiguado de él, debería ser suficiente para que hagas lo tuyo.
-¡Lo mío es helarte! Con mis estupendas alucinaciones, claro.- Cogí el fichero y empecé a leerlo. A veces era complicado, había letras que se movían de un lado para otro y algunas eran demasiado tímidas y se escondían detrás de otras-. Ya veo… Estoy practicando, así que todavía no se me da tan bien, pero vamos a intentarlo…
Llevé una mano a la cartuchera que tenía en el costado, atada al cinturón, y saqué una gominola. En mi mano tomó forma, abultándose como sobre sí misma, parecía un tumor. ¡Qué monada! Me acerqué al revolucionario y me senté en su regazo, cogiéndole luego de las mejillas para darle el alimento. El pobrecito se resistía, cerrando la boca lo más que podía. ¡Parecía yo cuando tocaba comer brócoli! Rodé los ojos con aburrimiento. Escuchad, si alguna vez estáis en una situación parecida, solamente dejaros fluir. Total, ya estáis condenados, lo único que hacéis resistiéndose es ser unas dramáticas. Le di un fuerte puñetazo en la entrepierna, haciendo que abriese la boca, momento que aproveché para hacer que se tragara la gominola. De un saltito bajé de él, volviendo a mi taburete. Pronto los gritos del hombre se escucharon. No tenía ni idea de qué veía, al no haber podido estudiarlo, no sabía qué era exactamente lo que se presentaba en su alucinación. Por cómo sonaba tenía que ser algo horrible, seguramente una abuela desnuda. Me giré a ver a Pipo, el cual miraba la situación con una mezcla de horror y fascinación. Yo hice un puchero, no me gustaba que mi bestie sintiera repulsión sobre mi trabajo, pero me gustaba menos decepcionar a mi familia. Ellos siempre me felicitaban por esto que hacía. Como parecía que la cosa iba para largo, decidí coger uno de mis rotuladores y empezar a pintar la cara del prisionero. Era un poco difícil por los espasmos y gritos, pero como me gustaba decir: ¡No es divertido si es fácil! Le pinté unos bigotitos de gato, un monóculo (aunque sin querer le pinté un poco el globo ocular porque se movió de repente, no es culpa mía), una estrella sobre el otro ojo… ¡Oh! ¡Qué idiota era! ¡Ya sé quién es! ¡Presidente Miau! Solté una risa divertido por mi ocurrencia y, por suerte, terminó ya lo que fuera que estaba ocurriendo en la cabecita de Presidente Miau.
-Por favor… Basta…- Oírlo balbucear era muy gracioso en contraste con los dibujos que tenía-. Lo diré… Todo, todo… Pero por favor, no más…
Hice una mueca, este se había roto rápido. Dependía un poco de la fuerza de voluntad de cada uno, algunos aguantaban muy bien las fantasías de mis habilidades. Yo, por ejemplo, estaba fresco como una lechuga. Aunque siendo justos, no es como si mis poderes me afectasen. A veces me sentía como el único cuerdo en todo este mundo. Bajé del taburete para acercarme a Pipo al que fui a chocarle los cinco, pero se apartó en el último segundo. Yo reí, había veces en las que sí colaba.
-Bueno, Pipo, esto ya es cosa tuya. Te lo he dejado a punto, ¿no has oído el ping del microondas? Yo voy a desayunar, que me espera un día de lo más diver. No te preocupes por mí, ya he visto antes que hay otro amigui fuera de la sala por si me iba sin permiso, ¡que me acompañe él!
-Que no me llamo… Bah, da igual. Sí, me parece bien. Alex, no le quites el ojo de encima.
Tras comentar aquello abrí la puerta de una patada, dando saltitos por el pasillo. Me rugía la tripa del hambre, era la hora par un buen chocolate caliente. Y luego… ¡Luego ya veré! ¡Este mundo tan entretenido no deja de sorprenderme!
- Petición:
- La fruta del diablo que creé que ya está aceptada, se trata de la Genka Genka no mi. Paso el enlace: Creación de frutas del diablo
Una historia llamativa, aunque no cuentas cómo obtuviste la akuma y se me ha hecho extraordinariamente escueto. Bien descrito, agradable de leer y deja con ganas de más. Te voy a dejar la fruta, pero si vuelves a hacer una así no obtendrás tus peticiones.
Te llevas 244px y 24 doblones, aunque te retiraremos 70 por la fruta.
Ten un buen día.
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Perfecto, gracias ^^
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