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“Recuerdos de Yelena.”
Esas tres palabras y un trozo de una vivre card. No había hecho falta nada más para que estuviera ahora a apenas unos metros de la costa de Thriller Bark. Había dejado a mi barco y tripulación fuera de la gran y extraña boca que daba la bienvenida a cualquiera que fuese lo suficientemente estúpido o valiente, incluso las dos a la vez como era este caso, para entrar. Tampoco es que tuviese otra opción. ¿Qué se supone que debía hacer con un mensaje así? Olía a la legua a trampa, pero no podía simplemente sonreír y desestimar esta llamada como si fuese alguna chorrada más de mi día a día. Esta vez tenía que comportarme con seriedad. Remaba lentamente en el pequeño bote salvavidas que venía con el barco, la vivre card seguía apuntando hacia la isla. Jin había sido listo y antes de dejarme atracar en la isla nos había hecho dar una vuelta entera a esta para comprobar que efectivamente era mi destino y no solo un inconveniente obstáculo en el camino. Realmente tenía sentido, pegaba mucho con mi hermana. Siempre le había gustado el dramatismo.
Una vez llegué a la costa metí un poco la embarcación para asegurarme de que no me encontrase con nada al volver. Suspiré profundamente cuando vi el amplio bosque que crecía delante de mí. A pesar de que esto olía a aventura, mezclado con cadáveres que esperaba no encontrarme por el camino, no podía ir como si nada. Esto no era una de mis aventuras al uso. No me encontraría con alguien al que liaría para hacer alguna idiotez, a veces al revés, pasar unos momentos de tensión mortal y luego salir airado con alguna que otra herida. Esta vez venía a ver a mi hermana, después de tanto tiempo y después de lo que había hecho. Aunque claro, suponer que iba a ver a mi hermana también era mucho suponer. La carta no especificaba absolutamente nada. Aun así, la habían colado en mi barco y no podía permitir que mi tripulación estuviera en peligro por culpa de mi familia.
Caminé entre los árboles, notando el frío húmedo del ambiente que se me calaba en los huesos. Era casi tan desagradable como lo que tenía que hacer. Aunque, ¿qué era siquiera lo que tenía que hacer? Esperaba con todo mi corazón que esto fuese una simple charla, no quería pelear con Yelena, ni siquiera estaba seguro de poder ganarle. Antes desde luego no era capaz. Esta vez estaba solo, como la última vez que no sabemos. La diferencia era únicamente de edad. Con una mano me frotaba la palma de la otra mano, en círculos, intentando calmarme mientras continuaba siguiendo las indicaciones del papelito blanco. El ambiente parecía apiadarse de mí, todo estaba absurdamente silencioso. Lo único que podía oír eran mis propios pasos, haciendo un sonido un tanto asqueroso al hacer contacto con el barro. Tenía que admitir que estaba terriblemente asustado. Era el tipo de miedo que peor llevaba. Era el tipo de miedo que se siente cuando sabes que has hecho alguna jugarreta y tus padres lo saben. Esa irrevocable sensación de que solo es cuestión de tiempo de que se te acabe el juego.
Pensé que la reunión podría esperar unos minutos más, los necesarios para poder calmarme. Me acerqué a uno de los árboles mustios y apoyé la espalda contra este, deslizándome lentamente hasta llegar al suelo, sentándome. Sin duda alguna prefería estar peleando a muerte que en este lugar… Mejor tener cuidado con lo que pienso, porque podría ocurrir si el encuentro con Yelena salía mal.
-Recuerdos de Yelena… Ya, sí, qué gracioso…- Hice un pequeño movimiento con los hombres cuando ahogué una risa amarga-. Como si tuviéramos de verdad alguno…
Esas tres palabras y un trozo de una vivre card. No había hecho falta nada más para que estuviera ahora a apenas unos metros de la costa de Thriller Bark. Había dejado a mi barco y tripulación fuera de la gran y extraña boca que daba la bienvenida a cualquiera que fuese lo suficientemente estúpido o valiente, incluso las dos a la vez como era este caso, para entrar. Tampoco es que tuviese otra opción. ¿Qué se supone que debía hacer con un mensaje así? Olía a la legua a trampa, pero no podía simplemente sonreír y desestimar esta llamada como si fuese alguna chorrada más de mi día a día. Esta vez tenía que comportarme con seriedad. Remaba lentamente en el pequeño bote salvavidas que venía con el barco, la vivre card seguía apuntando hacia la isla. Jin había sido listo y antes de dejarme atracar en la isla nos había hecho dar una vuelta entera a esta para comprobar que efectivamente era mi destino y no solo un inconveniente obstáculo en el camino. Realmente tenía sentido, pegaba mucho con mi hermana. Siempre le había gustado el dramatismo.
Una vez llegué a la costa metí un poco la embarcación para asegurarme de que no me encontrase con nada al volver. Suspiré profundamente cuando vi el amplio bosque que crecía delante de mí. A pesar de que esto olía a aventura, mezclado con cadáveres que esperaba no encontrarme por el camino, no podía ir como si nada. Esto no era una de mis aventuras al uso. No me encontraría con alguien al que liaría para hacer alguna idiotez, a veces al revés, pasar unos momentos de tensión mortal y luego salir airado con alguna que otra herida. Esta vez venía a ver a mi hermana, después de tanto tiempo y después de lo que había hecho. Aunque claro, suponer que iba a ver a mi hermana también era mucho suponer. La carta no especificaba absolutamente nada. Aun así, la habían colado en mi barco y no podía permitir que mi tripulación estuviera en peligro por culpa de mi familia.
Caminé entre los árboles, notando el frío húmedo del ambiente que se me calaba en los huesos. Era casi tan desagradable como lo que tenía que hacer. Aunque, ¿qué era siquiera lo que tenía que hacer? Esperaba con todo mi corazón que esto fuese una simple charla, no quería pelear con Yelena, ni siquiera estaba seguro de poder ganarle. Antes desde luego no era capaz. Esta vez estaba solo, como la última vez que no sabemos. La diferencia era únicamente de edad. Con una mano me frotaba la palma de la otra mano, en círculos, intentando calmarme mientras continuaba siguiendo las indicaciones del papelito blanco. El ambiente parecía apiadarse de mí, todo estaba absurdamente silencioso. Lo único que podía oír eran mis propios pasos, haciendo un sonido un tanto asqueroso al hacer contacto con el barro. Tenía que admitir que estaba terriblemente asustado. Era el tipo de miedo que peor llevaba. Era el tipo de miedo que se siente cuando sabes que has hecho alguna jugarreta y tus padres lo saben. Esa irrevocable sensación de que solo es cuestión de tiempo de que se te acabe el juego.
Pensé que la reunión podría esperar unos minutos más, los necesarios para poder calmarme. Me acerqué a uno de los árboles mustios y apoyé la espalda contra este, deslizándome lentamente hasta llegar al suelo, sentándome. Sin duda alguna prefería estar peleando a muerte que en este lugar… Mejor tener cuidado con lo que pienso, porque podría ocurrir si el encuentro con Yelena salía mal.
-Recuerdos de Yelena… Ya, sí, qué gracioso…- Hice un pequeño movimiento con los hombres cuando ahogué una risa amarga-. Como si tuviéramos de verdad alguno…
Blaze Aswen

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A mucha gente no le agradaba Thriller Bark. A Blaze... Bueno, lo cierto era que a él podía llegar a incomodarle su silencio. Lo envolvía como una mortaja de quietud, un vacío que hasta el latido de su corazón amenazaba con perturbar. La costa estaba lejos, e incluso esta, al estar dentro de la enorme cubierta de aquella aberración, apenas resonaba. Los vaivenes del agua eran suaves, apenas notorios en en un barco. Inapreciables una vez en tierra. Thriller Bark era un lugar que no entendía cómo podía gustar a nadie, tan carente de vida, tan... Yermo. Era una fortaleza abandonada en el olvido, un monumento a otra era. Una era que no estaba seguro hubiese traído más que suntuosidad innecesaria y derroche. Pero precisamente por eso estaba ahí.
Omega y Elyria no tenían nada en común. Él era un agente un tanto negligente del Gobierno Mundial y ella una marine ciega. Sin embargo, estando con ambos había podido ver que compartían algo: Veían. No en el sentido trivial de utilizar sus ojos -de hecho Elyria no podía-, sino en el de ver. Captaban información que estaba ahí, pero información a la que no deberían haber tenido acceso. Ella apenas sí parecía invidente, a pesar de lo obvio de su condición. Él... Él veía a través de las paredes, consciente de la gente que había al otro lado. Había tratado de investigar a qué se debía, pero su búsqueda había sido totalmente infructuosa. Aun así se trataba de una línea de puntos fácil de trazar, debido a las similitudes que había estudiado entre las habilidades de ambos y las que había observado algunos oficiales utilizaban para humillar a cadetes durante combates de instrucción.
Había optado por llamarlo mirada a falta de un nombre mejor, y si bien no había logrado despertar para sí ese sexto sentido sí había empezado a notar las particularidades de la habilidad. La más obvia era la de ver sin ver, claro estaba, pero cómo se extendía tenía una sutileza peculiar: Omega había demostrado que podía ver a través del espacio, incluso con obstáculos de por medio. Elyria, por su parte, había visto en el tiempo. Quizá el asomo precognitivo de la marine se debiera a unos reflejos peculiares, pero tenía la firme teoría de que no era así en absoluto. Era antinatural que una mujer ciega pudiese adelantarse a los ataques con tanta soltura. Estaba buscando una habilidad sobrenatural.
Por eso estaba en Thriller Bark, al fin y al cabo. Llevaba un tiempo estudiando, teorizando y meditando, privándose de sus sentidos en habitaciones a oscuras e improvisadas cámaras anecoicas, pero apenas servían para hacerlo ser más consciente de sí mismo. Si su teoría era acertada la mirada no era ningún sentido en particular y al mismo tiempo todos a la vez, como una extraña lucidez que aún no había alcanzado. Thriller Bark le permitiría calma, pero no estar tranquilo. Era desagradable, por lo que meditar allí, en contra de sus propios instintos, debería -según su teoría- hacer que la habilidad latente saliese a la luz. No descartaba equivocarse en su teoría, claro, pero la otra opción era preguntar a un superior. Y en la Legión algunas preguntas levantaban demasiados recelos. No estaba seguro de cómo plantear aquella.
Se sentó, pues, en la terraza de una vivienda abandonada. Para incomodar al tacto lo hizo sobre la baranda de metal, con las piernas cruzadas entre ellas. Cerró los ojos, olvidando que el olor a polvo penetraba en sus pulmones, y se concentró en escuchar algo más que el atronador sonido de su sangre martilleando contra cada ápice del interior de su cuerpo. Iba a conseguirlo.
Omega y Elyria no tenían nada en común. Él era un agente un tanto negligente del Gobierno Mundial y ella una marine ciega. Sin embargo, estando con ambos había podido ver que compartían algo: Veían. No en el sentido trivial de utilizar sus ojos -de hecho Elyria no podía-, sino en el de ver. Captaban información que estaba ahí, pero información a la que no deberían haber tenido acceso. Ella apenas sí parecía invidente, a pesar de lo obvio de su condición. Él... Él veía a través de las paredes, consciente de la gente que había al otro lado. Había tratado de investigar a qué se debía, pero su búsqueda había sido totalmente infructuosa. Aun así se trataba de una línea de puntos fácil de trazar, debido a las similitudes que había estudiado entre las habilidades de ambos y las que había observado algunos oficiales utilizaban para humillar a cadetes durante combates de instrucción.
Había optado por llamarlo mirada a falta de un nombre mejor, y si bien no había logrado despertar para sí ese sexto sentido sí había empezado a notar las particularidades de la habilidad. La más obvia era la de ver sin ver, claro estaba, pero cómo se extendía tenía una sutileza peculiar: Omega había demostrado que podía ver a través del espacio, incluso con obstáculos de por medio. Elyria, por su parte, había visto en el tiempo. Quizá el asomo precognitivo de la marine se debiera a unos reflejos peculiares, pero tenía la firme teoría de que no era así en absoluto. Era antinatural que una mujer ciega pudiese adelantarse a los ataques con tanta soltura. Estaba buscando una habilidad sobrenatural.
Por eso estaba en Thriller Bark, al fin y al cabo. Llevaba un tiempo estudiando, teorizando y meditando, privándose de sus sentidos en habitaciones a oscuras e improvisadas cámaras anecoicas, pero apenas servían para hacerlo ser más consciente de sí mismo. Si su teoría era acertada la mirada no era ningún sentido en particular y al mismo tiempo todos a la vez, como una extraña lucidez que aún no había alcanzado. Thriller Bark le permitiría calma, pero no estar tranquilo. Era desagradable, por lo que meditar allí, en contra de sus propios instintos, debería -según su teoría- hacer que la habilidad latente saliese a la luz. No descartaba equivocarse en su teoría, claro, pero la otra opción era preguntar a un superior. Y en la Legión algunas preguntas levantaban demasiados recelos. No estaba seguro de cómo plantear aquella.
Se sentó, pues, en la terraza de una vivienda abandonada. Para incomodar al tacto lo hizo sobre la baranda de metal, con las piernas cruzadas entre ellas. Cerró los ojos, olvidando que el olor a polvo penetraba en sus pulmones, y se concentró en escuchar algo más que el atronador sonido de su sangre martilleando contra cada ápice del interior de su cuerpo. Iba a conseguirlo.
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Una vez me sentí más tranquilo me levanté, tenía que hacerle frente a la persona más peligrosa que había conocido en mi vida quisiera o no. Así que mejor quitárselo ya de encima, como si fuese una tirita, dolería, pero solo al principio… ¿A quién quería engañar? Dolería todo el rato hasta que me fuese de esta isla del demonio. Mi pesadilla cobró vida unos minutos más tarde, cuando por fin llegué al límite del bosque. Allí estaba, esperándome apoyada en un muro de piedra que delimitaba un cementerio.
Alzó la mirada, ya que estaba distrayéndose con un libro que cerró con una mano al mismo tiempo que me sonreía con picardía. No había cambiado mucho. Seguía siendo mucho más alta que yo a pesar de ser la pequeña. Su pelo castaño ondulado le llegaba hasta un poco más abajo de los hombros, parecía que mi madre al final la había convencido de que se dejara el pelo largo. Pensar eso solo hizo que un escalofrío recorriera mi cuerpo, cosa que no mejoró cuando le vi a los ojos, unas copias exactas de los míos. Seguí caminando hacia ella después de haberme parado por el shock inicial hasta que por fin estuvimos cara a cara. Por primera vez en mucho tiempo, esta vez no fui yo quien inició la conversación.
-¡Hermanito! ¡Cuánto tiempo sin verte!- El tono tan natural con el que dijo esas palabras me hizo sentir enfermo-. Siento mucho que haya tenido que ser en esta isla de mala muerte, pero nadie podía enterarse, ni siquiera papá y mamá, ¡es un secreto!- Tras decir aquello último, se llevó un dedo a los labios en un gesto de complicidad.
No sabía si la noticia de que nuestros padres no estaban enterados de este encuentro me calmaba o me hacía estar más nervioso. ¿Qué demonios tendría en mente para querer que nos viéramos? Me noté la boca seca, teniendo que toser un poco antes de poder hablar.
-Lo siento… Podríamos haberme despedido de ti antes de mi… Huida.- Apreté los puños con fuerza. Aunque hubiera estado meses fuera de ese entorno de mierda, había sido estar un minuto con Yelena y ya volvía a pedir disculpas por todo y hablar en este tono tan pusilánime.
-Venga, venga, no me seas tan dramática Yor, alegra esa cara bonita tuya. Bueno, igual lo sería si no fuese por esa cicatriz, aunque eso es culpa tuya por no poder esquivarme.- Soltó su característica risa irritante y envolvió mi cuello con un brazo mientras me hacía reemprender la marcha. Parecía que nos dirigíamos hacia algún tipo de castillo-. No sabes la de revuelo que has causado en casita, por lo que sea ahora papi y mami están deseando tenerte de vuelta en casa.
No quise contestar nada y me mantuve lo más callado posible. Fue desagradablemente sencillo volver a mis viejos hábitos con mi hermana. Supongo que eran mi sistema de defensa en esta situación. Realmente, una parte de mi esperaba que simplemente Yelena estaría hablando un rato conmigo, restregándome lo malo que soy en todo y lo buena que es ella, que luego se le cruzaría algún cable y que me matase. En un pasado no habría podido hacer nada, pero ahora tenía gente a mi cuidado y no quería abandonarlos tan fácilmente. Quizá Yelena me hubiera cogido así del cuello por si intentaba escapar o para ahogarme si decía algo que no le gustase. Por ahora tendría que portarme bien y seguirle el juego. Mi único consuelo es que a estas alturas, no había manera de que la situación empeorase, solo quedaba mejorar.
-Anda, que curioso, pero sí hay un flipao ahí en la terraza, qué raro, no debería haber nadie.
Al oír esas palabras de mi hermana levanté la mirada del suelo, clavándola en el sujeto que se encontraba allí. Me quedé totalmente paralizado, ¿esto era una broma? Como mínimo tenía cierta gracia, sí que me había equivocado.
La situación acababa de empeorar.
Alzó la mirada, ya que estaba distrayéndose con un libro que cerró con una mano al mismo tiempo que me sonreía con picardía. No había cambiado mucho. Seguía siendo mucho más alta que yo a pesar de ser la pequeña. Su pelo castaño ondulado le llegaba hasta un poco más abajo de los hombros, parecía que mi madre al final la había convencido de que se dejara el pelo largo. Pensar eso solo hizo que un escalofrío recorriera mi cuerpo, cosa que no mejoró cuando le vi a los ojos, unas copias exactas de los míos. Seguí caminando hacia ella después de haberme parado por el shock inicial hasta que por fin estuvimos cara a cara. Por primera vez en mucho tiempo, esta vez no fui yo quien inició la conversación.
-¡Hermanito! ¡Cuánto tiempo sin verte!- El tono tan natural con el que dijo esas palabras me hizo sentir enfermo-. Siento mucho que haya tenido que ser en esta isla de mala muerte, pero nadie podía enterarse, ni siquiera papá y mamá, ¡es un secreto!- Tras decir aquello último, se llevó un dedo a los labios en un gesto de complicidad.
No sabía si la noticia de que nuestros padres no estaban enterados de este encuentro me calmaba o me hacía estar más nervioso. ¿Qué demonios tendría en mente para querer que nos viéramos? Me noté la boca seca, teniendo que toser un poco antes de poder hablar.
-Lo siento… Podríamos haberme despedido de ti antes de mi… Huida.- Apreté los puños con fuerza. Aunque hubiera estado meses fuera de ese entorno de mierda, había sido estar un minuto con Yelena y ya volvía a pedir disculpas por todo y hablar en este tono tan pusilánime.
-Venga, venga, no me seas tan dramática Yor, alegra esa cara bonita tuya. Bueno, igual lo sería si no fuese por esa cicatriz, aunque eso es culpa tuya por no poder esquivarme.- Soltó su característica risa irritante y envolvió mi cuello con un brazo mientras me hacía reemprender la marcha. Parecía que nos dirigíamos hacia algún tipo de castillo-. No sabes la de revuelo que has causado en casita, por lo que sea ahora papi y mami están deseando tenerte de vuelta en casa.
No quise contestar nada y me mantuve lo más callado posible. Fue desagradablemente sencillo volver a mis viejos hábitos con mi hermana. Supongo que eran mi sistema de defensa en esta situación. Realmente, una parte de mi esperaba que simplemente Yelena estaría hablando un rato conmigo, restregándome lo malo que soy en todo y lo buena que es ella, que luego se le cruzaría algún cable y que me matase. En un pasado no habría podido hacer nada, pero ahora tenía gente a mi cuidado y no quería abandonarlos tan fácilmente. Quizá Yelena me hubiera cogido así del cuello por si intentaba escapar o para ahogarme si decía algo que no le gustase. Por ahora tendría que portarme bien y seguirle el juego. Mi único consuelo es que a estas alturas, no había manera de que la situación empeorase, solo quedaba mejorar.
-Anda, que curioso, pero sí hay un flipao ahí en la terraza, qué raro, no debería haber nadie.
Al oír esas palabras de mi hermana levanté la mirada del suelo, clavándola en el sujeto que se encontraba allí. Me quedé totalmente paralizado, ¿esto era una broma? Como mínimo tenía cierta gracia, sí que me había equivocado.
La situación acababa de empeorar.
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Al principio solo escuchaba el antinatural silencio de las calles abandonadas. Era difícil ignorar que, a su alrededor, no había nada. Apenas una suave brisa insuficiente para azotar los postigos carcomidos o las contras destrozadas, incapaz de provocar siquiera un leve soplo en sus oídos. Blaze no gozaba de unos sentidos extraordinarios, pero sí los había entrenado cuanto había podido. Su agudeza visual y su capacidad auditiva, especialmente. Por eso no escuchar resultaba incómodo hasta cierto punto. Sin embargo, le gustaba. No había pasos ajetreados en las calles ni llegaba música sofocada a través de las puertas de los bares. Tampoco rechinaban copas o botellas, ni había violentos disparos en la lejanía ni gritos de instrucción de los oficiales. Tampoco veía las manchas de luz y sombra que sus párpados translucían a pesar de los ojos cerrados: Allí, solo había sombras. Ninguna lámpara nocturna ni curiosos acercándose, tampoco los movimientos ajetreadamente vistosos que lo distraían en otras partes al tratar de concentrarse.
Por su parte, los olores eran monótonos y en su boca casi podía paladear el polvo. La fina baranda se clavaba en sus piernas, y también en sus muslos. Podía sentir el frío penetrando más allá de su camisa -había dejado el abrigo en una silla tras él-, y poco a poco su respiración se fue apagando hasta que, a pesar de ser lo más ruidoso que percibía, fue capaz de ignorarla. Solo quedaba el latido de su corazón, fuerte en sus pulsos pero a ritmo lento, premeditado. Se sentía puerilmente orgulloso de su ritmo, una de las mejoras en su cuerpo más discretas, pero también de las más útiles. El órgano, eficiente, permanecía relajado hasta que por fin lo necesitaba dando todo su potencial, que aleteaba como si fuese a echar a volar en un topeteo acelerado. Mejoraba sus reflejos, oxigenaba mejor su mente y, sobre todo, le daba un antinatural sentido de alerta. Esa vez, sin embargo, debía aprender a despertar aquella alerta solo a través de su propio cerebro. El sexto sentido que no respondía a ningún órgano; aquello que Padre siempre había llamado escuchar el Universo.
Padre tenía más de poeta que de soldado. Perdido por la espectacularidad de sus acciones y de carácter teatral, nunc habría sospechado que era soldado de no ser porque conocía a sus compañeros. Su padrino, tan alto e imponente a pesar de su acusada cojera ni siquiera era el más intimidante de la vieja ochenta y tres, formada por verdaderos monstruos. Solo una vez los había visto luchar de verdad: Padre contra su superior, en una exhibición hacía años el mismo mes que él se había enrolado. Aunque el otro era más fuerte, Padre era más rápido de reflejos y gozaba con la bendición de su brazo impasible. Los mares alrededor de ellos habían batido ante el choque, levantándose como torres y fundiéndose mientras los cadetes -y no tan cadetes- temían parpadear pues, los movimientos eran tan naturales y precisos que daba la sensación de poder terminar en cualquier momento.
Pero no lo hacía.
Esa había sido la primera vez que Blaze había oído hablar de la música del Universo, una suerte de canción que Padre parecía oír. Veía las notas, decía, y escuchaba las voces desde el interior de los corazones. No le había contado mucho más, pero él había deducido que ese era el secreto de su calma, de cómo parecía saber todo lo que iba a suceder en mitad de una batalla. Se había sentido muy pequeño al notar que jugaba con él; también había tomado notas mentales de algo que pretendía estudiar más adelante. Aunque al final otras cosas se habían interpuesto.
Se centró en su cabeza, o en el interior de su mente más bien, y dibujó en ella una hoja en blanco. Con cada latido la iba estrujando y estirando, estrujando y estirando. Al principio no lo oía, pero pronto se convenció de que sí hasta que amortiguó el de su corazón. Comenzó a hacerlo más despacio, produciendo un sonido más suave, hasta que este se apagó del todo. Y no oía nada.
Por su parte, los olores eran monótonos y en su boca casi podía paladear el polvo. La fina baranda se clavaba en sus piernas, y también en sus muslos. Podía sentir el frío penetrando más allá de su camisa -había dejado el abrigo en una silla tras él-, y poco a poco su respiración se fue apagando hasta que, a pesar de ser lo más ruidoso que percibía, fue capaz de ignorarla. Solo quedaba el latido de su corazón, fuerte en sus pulsos pero a ritmo lento, premeditado. Se sentía puerilmente orgulloso de su ritmo, una de las mejoras en su cuerpo más discretas, pero también de las más útiles. El órgano, eficiente, permanecía relajado hasta que por fin lo necesitaba dando todo su potencial, que aleteaba como si fuese a echar a volar en un topeteo acelerado. Mejoraba sus reflejos, oxigenaba mejor su mente y, sobre todo, le daba un antinatural sentido de alerta. Esa vez, sin embargo, debía aprender a despertar aquella alerta solo a través de su propio cerebro. El sexto sentido que no respondía a ningún órgano; aquello que Padre siempre había llamado escuchar el Universo.
Padre tenía más de poeta que de soldado. Perdido por la espectacularidad de sus acciones y de carácter teatral, nunc habría sospechado que era soldado de no ser porque conocía a sus compañeros. Su padrino, tan alto e imponente a pesar de su acusada cojera ni siquiera era el más intimidante de la vieja ochenta y tres, formada por verdaderos monstruos. Solo una vez los había visto luchar de verdad: Padre contra su superior, en una exhibición hacía años el mismo mes que él se había enrolado. Aunque el otro era más fuerte, Padre era más rápido de reflejos y gozaba con la bendición de su brazo impasible. Los mares alrededor de ellos habían batido ante el choque, levantándose como torres y fundiéndose mientras los cadetes -y no tan cadetes- temían parpadear pues, los movimientos eran tan naturales y precisos que daba la sensación de poder terminar en cualquier momento.
Pero no lo hacía.
Esa había sido la primera vez que Blaze había oído hablar de la música del Universo, una suerte de canción que Padre parecía oír. Veía las notas, decía, y escuchaba las voces desde el interior de los corazones. No le había contado mucho más, pero él había deducido que ese era el secreto de su calma, de cómo parecía saber todo lo que iba a suceder en mitad de una batalla. Se había sentido muy pequeño al notar que jugaba con él; también había tomado notas mentales de algo que pretendía estudiar más adelante. Aunque al final otras cosas se habían interpuesto.
Se centró en su cabeza, o en el interior de su mente más bien, y dibujó en ella una hoja en blanco. Con cada latido la iba estrujando y estirando, estrujando y estirando. Al principio no lo oía, pero pronto se convenció de que sí hasta que amortiguó el de su corazón. Comenzó a hacerlo más despacio, produciendo un sonido más suave, hasta que este se apagó del todo. Y no oía nada.
Dorito

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fuerza
Fortaleza
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Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
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Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
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Debí quedarme demasiado tiempo mirando a Albert porque pronto escuché la estridente risita de mi hermana, haciendo que me girara para mirarla. Sentí un escalofrío recorrer todo mi cuerpo en cuanto vi sus ojos. Tenía la mirada que ponía siempre que se le había ocurrido algo perverso. Me encogí en el sitio por acto reflejo, cosa que hizo que su sonrisa se ensanchara más.
-No me digas que lo conoces… Has puesto la misma carita que ponías de pequeño al ver un pájaro posarse en la ventana de esa biblioteca tuya. ¡Qué recuerdos me está trayendo esta enternecedora reunión!- Tras decir aquello, empezó a caminar hacia él.
-¿Qué vas a hacer?- La pregunta prácticamente salió arrastrándose por mi garganta.
-¿No es obvio? Lo mismo que hacía con todos tus juguetes.- Ni siquiera se giró para hablarme.
Me quedé congelado en el sitio, notando como todo a mi alrededor parecía hacerse más lejano y borroso. Era pasmante la velocidad con la que había perdido toda mi personalidad que había construido a partir de mi libertad. Era como tener de nuevo 10 años y estar encerrado en casa con mi hermana. Por supuesto que había pensado que alguna vez podría volver a encontrármela, pero había sido lo suficientemente estúpido como para creer que podría esta vez defenderme. En cuanto un mínimo problema se me ponía encima volvía a mi actitud infantil y o bien actuaba de forma imprudente o me retraía a mis pensamientos. Si no fuese por la gente que me había encontrado en el camino ya estaría muerto… Volví a mirar a Albert, que no se había enterado todavía de lo que sucedía, parecía estar en su mundo. Me había salvado la vida y yo ahora había provocado que fuese a ser atacado. Después de aquellas palabras tan feas que le dije como despedida…
Antes de darme cuenta había dado un paso hacia enfrente. Se lo debía, desde que lo conocí no he dejado de darle problemas. Di otro paso, un poco menos tembloroso que el anterior. Le debía literalmente la vida cuando todo habría sido más fácil para él si hubiese muerto ahogado. Otro más. Esto no pararía aquí, después de Albert podría ir mi tripulación. Uno más. Era mi oportunidad de empezar un cambio, el viaje no sería fácil, pero el paso más importante que un hombre debe dar es siempre el siguiente. En un abrir y cerrar de ojos estaba ya a la altura de mi hermana y le había agarrado de la muñeca.
-¿Se puede saber qué estás haciendo, hermanito?- El veneno se podía oir escurriéndose por sus palabras-. Deja de hacer el estúpido o me voy a cabrear y ya sabemos cómo me pongo cuando estoy cabreada.
No tuve la fuerza para replicarle, pero sí la necesaria para no soltarla. No sé por qué, pero sonreí y empecé a reírme poco a poco, definitivamente estaba perdiendo la cabeza. Esto sin duda era alguna de las estupideces más grandes que había hecho hasta el momento. Antes de darme cuenta, estaba contestando. Parecía que mi cuerpo tenía más claro lo que hacer que yo mismo.
-Soy Yor D. Krein, el próximo Rey de los Piratas. Y no voy a quedarme quieto mientras veo cómo le vas a hacer daño a un amigo mío así que o paras o te haré parar.
Casi me meé encima tras decir eso, desde luego no entendía de dónde había salido el valor para decir aquello. Desde luego lo que sí entendí bien fue el golpe que me llevé en el pecho, golpe que me hizo volar unos metros hacia atrás, partiendo unos dos árboles contra mi espalda. Me llevé las manos al pecho, intentando de alguna manera irracional que me volviese el aire a los pulmones. A pesar de que era prácticamente imposible ganar esta pelea, me sentía increíblemente feliz. Solo tenía que distraerla de Albert, intentar ganar la pelea y si no funcionaba, sobrevivir a los golpes.
-No me digas que lo conoces… Has puesto la misma carita que ponías de pequeño al ver un pájaro posarse en la ventana de esa biblioteca tuya. ¡Qué recuerdos me está trayendo esta enternecedora reunión!- Tras decir aquello, empezó a caminar hacia él.
-¿Qué vas a hacer?- La pregunta prácticamente salió arrastrándose por mi garganta.
-¿No es obvio? Lo mismo que hacía con todos tus juguetes.- Ni siquiera se giró para hablarme.
Me quedé congelado en el sitio, notando como todo a mi alrededor parecía hacerse más lejano y borroso. Era pasmante la velocidad con la que había perdido toda mi personalidad que había construido a partir de mi libertad. Era como tener de nuevo 10 años y estar encerrado en casa con mi hermana. Por supuesto que había pensado que alguna vez podría volver a encontrármela, pero había sido lo suficientemente estúpido como para creer que podría esta vez defenderme. En cuanto un mínimo problema se me ponía encima volvía a mi actitud infantil y o bien actuaba de forma imprudente o me retraía a mis pensamientos. Si no fuese por la gente que me había encontrado en el camino ya estaría muerto… Volví a mirar a Albert, que no se había enterado todavía de lo que sucedía, parecía estar en su mundo. Me había salvado la vida y yo ahora había provocado que fuese a ser atacado. Después de aquellas palabras tan feas que le dije como despedida…
Antes de darme cuenta había dado un paso hacia enfrente. Se lo debía, desde que lo conocí no he dejado de darle problemas. Di otro paso, un poco menos tembloroso que el anterior. Le debía literalmente la vida cuando todo habría sido más fácil para él si hubiese muerto ahogado. Otro más. Esto no pararía aquí, después de Albert podría ir mi tripulación. Uno más. Era mi oportunidad de empezar un cambio, el viaje no sería fácil, pero el paso más importante que un hombre debe dar es siempre el siguiente. En un abrir y cerrar de ojos estaba ya a la altura de mi hermana y le había agarrado de la muñeca.
-¿Se puede saber qué estás haciendo, hermanito?- El veneno se podía oir escurriéndose por sus palabras-. Deja de hacer el estúpido o me voy a cabrear y ya sabemos cómo me pongo cuando estoy cabreada.
No tuve la fuerza para replicarle, pero sí la necesaria para no soltarla. No sé por qué, pero sonreí y empecé a reírme poco a poco, definitivamente estaba perdiendo la cabeza. Esto sin duda era alguna de las estupideces más grandes que había hecho hasta el momento. Antes de darme cuenta, estaba contestando. Parecía que mi cuerpo tenía más claro lo que hacer que yo mismo.
-Soy Yor D. Krein, el próximo Rey de los Piratas. Y no voy a quedarme quieto mientras veo cómo le vas a hacer daño a un amigo mío así que o paras o te haré parar.
Casi me meé encima tras decir eso, desde luego no entendía de dónde había salido el valor para decir aquello. Desde luego lo que sí entendí bien fue el golpe que me llevé en el pecho, golpe que me hizo volar unos metros hacia atrás, partiendo unos dos árboles contra mi espalda. Me llevé las manos al pecho, intentando de alguna manera irracional que me volviese el aire a los pulmones. A pesar de que era prácticamente imposible ganar esta pelea, me sentía increíblemente feliz. Solo tenía que distraerla de Albert, intentar ganar la pelea y si no funcionaba, sobrevivir a los golpes.
Blaze Aswen

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El silencio absoluto era asfixiante, en realidad. Encontrarse privado de un sentido tan importante le despertaba ansiedad, pero hizo un esfuerzo activo por ignorarla concentrándose en el hierro que presionaba sus muslos. La posición era incómoda, difícil de obviar, mucho más de apaciguar. Sin embargo a medida que un hormigueo le subía por la espalda iba notando que la sensación de disgusto era generalizada, lo cual era mucho más sencillo de superar, al menos en un sentido operativo.
El gusto era una batalla, también. Su propia saliva tenía cierto sabor y textura, tal vez desagradable o quizá no, no estaba seguro. Era algo con lo que convivía y había empezado a resultar molesto cuando había querido empezar a ignorarlo. Quizá hasta cierto punto la respuesta no se hallaba en evadir los sentidos sino comulgar con ellos para entrar en sintonía, pero por motivos diversos esa respuesta se le hacía vaga y lejana a lo que debía funcionar; al fin y al cabo, eso era lo que llevaba haciendo toda su vida. Necesitaba ser consciente de ellos para tener un mayor control, para dejar que estuviesen y también que no. Para controlarlos.
Y eso incluía también a sus impulsos. Le costó no abrir los ojos cuando voces empezaron a perturbarlo, pero las equiparó poco a poco con sus latidos y dejó que se perdiesen en el limbo de su inconsciente. En cierto modo sabía lo que estaba escuchando, si bien no recordaba haberlo oído. Frunció el ceño cuando el olor de alguien conocido se coló en su memoria, aunque cuando se creó la imagen mental de un Yor en el vacío pero en la distancia, a unos metros bajo él, sonrió. Efectivamente, había dado con la clave. Y estaba en peligro.
O tal vez no.
Lo sensato habría sido levantarse. Atendiendo a la última vez que se había encontrado con el pirata, también sería lo educado. Pero estaba tan cerca... Inspiró profundamente y se irguió tanto como pudo, aún sin abrir los ojos, concentrándose en escuchar esa voz que gritaba dentro de cada cosa mientras ignoraba lo demás, hasta cierto punto.
Era una sensación extraña, pues las imágenes vaporosas de aquellas dos personas se movían difusas por un espacio que no alcanzaba a entrever, pero se negaba a razonarlo por el momento: Tenía que vivirlo. Se parecía a lo que padre había descrito y al mismo tiempo no, siendo completamente diferente, pero escuchaba la música de cada paso que daban, sintiendo cada sonido como una nota discreta en un continuum. Estaba funcionando.
El gusto era una batalla, también. Su propia saliva tenía cierto sabor y textura, tal vez desagradable o quizá no, no estaba seguro. Era algo con lo que convivía y había empezado a resultar molesto cuando había querido empezar a ignorarlo. Quizá hasta cierto punto la respuesta no se hallaba en evadir los sentidos sino comulgar con ellos para entrar en sintonía, pero por motivos diversos esa respuesta se le hacía vaga y lejana a lo que debía funcionar; al fin y al cabo, eso era lo que llevaba haciendo toda su vida. Necesitaba ser consciente de ellos para tener un mayor control, para dejar que estuviesen y también que no. Para controlarlos.
Y eso incluía también a sus impulsos. Le costó no abrir los ojos cuando voces empezaron a perturbarlo, pero las equiparó poco a poco con sus latidos y dejó que se perdiesen en el limbo de su inconsciente. En cierto modo sabía lo que estaba escuchando, si bien no recordaba haberlo oído. Frunció el ceño cuando el olor de alguien conocido se coló en su memoria, aunque cuando se creó la imagen mental de un Yor en el vacío pero en la distancia, a unos metros bajo él, sonrió. Efectivamente, había dado con la clave. Y estaba en peligro.
O tal vez no.
Lo sensato habría sido levantarse. Atendiendo a la última vez que se había encontrado con el pirata, también sería lo educado. Pero estaba tan cerca... Inspiró profundamente y se irguió tanto como pudo, aún sin abrir los ojos, concentrándose en escuchar esa voz que gritaba dentro de cada cosa mientras ignoraba lo demás, hasta cierto punto.
Era una sensación extraña, pues las imágenes vaporosas de aquellas dos personas se movían difusas por un espacio que no alcanzaba a entrever, pero se negaba a razonarlo por el momento: Tenía que vivirlo. Se parecía a lo que padre había descrito y al mismo tiempo no, siendo completamente diferente, pero escuchaba la música de cada paso que daban, sintiendo cada sonido como una nota discreta en un continuum. Estaba funcionando.
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