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El Páramo [Segunda parte] Empty El Páramo [Segunda parte] {Mar 10 Oct 2023 - 23:01}

PARTE II


CAPÍTULO VII

El viento rugía con fuerza, arrastrando consigo una nube densa de arena, polvo y ceniza que oscurecía el cielo. El sol rojo del Páramo había desaparecido detrás de la cortina de partículas suspendidas en el aire. Cada ráfaga de viento era como una áspera caricia en la piel, cada bocanada de aire era como aspirar vidrio. La arena fina y afilada se infiltraba en los ojos, boca y nariz, en cada poro de la piel. El ruido ensordecedor del viento parecía un coro de bestias furiosas, eclipsando cualquier otro sonido.

Christa luchaba contra la tormenta de arena, cubierta por completo. Sentía el fino sedimento que golpeaba el visor de sus lentes, confiando en que soportarían el azote del desierto. La idea de estar perdida en medio de la tormenta, sin un destino claro y rodeada de un caos implacable, pesaba como una losa en su pecho. Cada paso adelante era incierto; cada intento de encontrar refugio, un acto de desesperación. La sensación de vulnerabilidad enraizaba en su mente, y la incertidumbre sobre si sobreviviría aumentaba su angustia.

Lo único que le tranquilizaba, y solo hasta cierto grado, era que el pelaje de los leones soportaba la tormenta. Debía ser incómodo y doloroso para ellos, pero sufrían menos que los refugiados. Los pocos hombres que sobrevivieron a la masacre de los mutantes combatían contra la furia del Páramo. Era como si la isla estuviera indignada porque habían sobrevivido al ataque de los monstruos y, no contenta con ello, los castigaba con vientos huracanados que cargaban piedrecillas afiladas.

—¡Tenemos que hacer algo antes de que la situación empeore! —gritó Christa en medio del caos—. ¡No podemos solo caminar en medio de la tormenta!

—¡Es la única opción que tenemos! —rugió Soren de vuelta—. ¡Estamos cerca del cañón! ¡Ahí encontraremos refugio!

Christa tenía archivado el mapa en su cabeza y podía leerlo como si lo tuviera en sus manos, pero le era imposible estimar distancias sin conocer su propia posición.

—¡Los refugiados no aguantarán el viaje! —puntualizó la cazadora, su voz opacada por el viento.

—¡Ese no es nuestro problema, Christa! ¡Somos nosotros contra la naturaleza!

Deseando que tuvieran la fuerza para continuar, Christa aceleró el paso y el viento contestó de vuelta, frenándola. Las partículas arenosas y cineríticas golpeaban con más fuerza, aunque la capa mágica de Christa resistía cada impacto sin problemas. Todo parecía indicar que la tormenta iba a empeorar. Encontrar un refugio se hacía cada vez más urgente.

Christa, sabiendo cómo sobrevivir en medios hostiles, había diseñado un sistema sencillo que conectaba una botella de agua a su boca mediante un tubo de plástico. Evitaba exponer sus manos a la arena afilada y podía beber con girar ligeramente la cabeza. Lamentablemente, los refugiados carecían de los conocimientos y los recursos para superponerse a la tormenta de arena. Uno a uno caían, asfixiados y deshidratados por el sedimento que se metía por la nariz y se acumulaba en la garganta.

Al cabo de un rato, llegaron a las montañas esculpidas por el cincel perpetuo del río Nissa. Soren se apresuró en buscar refugio y pronto encontró una cueva. Encendió la linterna e iluminó el interior, explorándolo para asegurarse de que no hubiera peligros. Una vez confirmó que era seguro, hizo un gesto para que Christa y sus leones se acercaran, e ignoró a los refugiados.

—No he explorado toda la cueva así que ten cuidado —dijo Soren, improvisando una lámpara colgante con su linterna y una cuerda—. Al parecer la tormenta está recién empezando, puede que estemos atrapados un par de días aquí.

Christa se giró a mirar a sus leones, preocupada por cómo iba a darles de comer. Le quedaban unas pocas conservas, puede que para dos días. Lo quisiera o no, un león hambriento se abalanzaría sobre uno de los refugiados para calmar su apetito.

—Veamos hasta dónde llega. Con un poco de suerte encontraremos algo que cazar, sino tendremos problemas.

—Con un poco de suerte no encontraremos algo que cazar… Las cuevas del Cañón de Nissa eran explotadas antes del Colapso, pero luego de que todo se fuera a la mierda quedaron abandonadas. Fue inevitable que se convirtieran en nidos de monstruos —contó Soren, dejándose caer contra la pared en pose de descanso—. Algunos grupos de mercenarios se especializan en limpiar cuevas de este estilo para reanudar la explotación. Los Limpiadores son expertos en enfrentarse a bestias nativas, me arriesgaría a decir que son los únicos capaces de hacerlo y sobrevivir.

La conversación fue interrumpida por la aparición de un grupo de refugiados. La caravana inicial, de unas setenta personas, se había convertido en un estropajo de hombres escupidos a la desesperación. Christa había visto al líder de la caravana antes del ataque a la capilla, había reparado en su cara y sus ojos, y su mirada había cambiado de la noche a la mañana.

—Otra vez nos dejaron atrás… ¿Acaso somos basura? —preguntó el líder, caminando hacia Christa con los puños apretados—. ¡Somos hombres libres del Páramo, no unos esclavos de mierda para que nos traten así!

La cazadora rápidamente sacó una pistola de su capa mágica y disparó al suelo, justo al lado del hombre.

—¡Quédate ahí y no te muevas, bastardo malagradecido! —le ordenó Christa, su mirada penetrando al líder de la caravana—. Hasta donde yo sé no te debemos nada y habernos encontrado fue solo una casualidad. ¿Quieres sobrevivir? Empieza a echarles huevos porque yo no soy ninguna salvadora.

Loki y Kaia habían rodeado a Christa, atentos y dispuestos a atacar.

—Pero tú… mi esposa… ¿No eres la chica de la profecía…? ¿Por qué no la salvaste…? —balbuceó con voz temblorosa mientras se derrumbaba sobre sus rodillas.

Las palabras del hombre se clavaron como cuchillas en su pecho, evocando en su cabeza los dolorosos recuerdos de los niños que no pudo salvar de la Bruja del Pantano. Sin embargo, el Páramo le había enseñado que era normal no poder salvar a todo el mundo. No había razones para dejarse recriminar, pero ¿por qué sentía como si hubiera sido su culpa?

—Yo… Lo siento, pero no formo parte de ninguna profecía…

—Ya es suficiente —intervino Soren, colocándose entre Christa y los refugiados—. ¿Perdiste a tu esposa y andas echando culpas? Tú la dejaste morir porque eres débil, eres solo una ratita asustada. ¡Así son las cosas en el Páramo! —rugió Soren, tan molesto que incluso sorprendió a Christa—. ¡Si van a seguirnos como las ratitas asustadizas que son, al menos deberán ser útiles! Al próximo que llore lo atravesaré con una flecha —advirtió el cazador, enfurecido.

Una mujer cerca de los treinta sollozó, asustada por el arrebato de Soren, y una lágrima comenzó a deslizarse suavemente por su mejilla morena.

Soren empuñó el arco y ajustó la postura en un instante, tensó la cuerda invisible y disparó una flecha eléctrica. El proyectil pasó a pocos centímetros de la cara de la mujer, impactando en el muro de la cueva.

—No me pongan a prueba —gruñó Soren con ganas de volver a disparar.

A Christa le desconcertaba la forma en cómo Soren trataba a los refugiados, como si los odiara o tuviera rencor. ¿Tenían algo que ver con lo que le pasó a su familia? ¿Y qué habían hecho los sectarios como para tenerlo de enemigo? Era un tipo peligroso, lo había demostrado en distintas ocasiones, y definitivamente era alguien a quien tener como aliado.

Aun así, el carácter dominante de Soren no bastaba para hacer retroceder a Christa en su rol como líder de manada.

—Iremos al sur y luego avanzaremos al oeste hasta las Costas Occidentales -informó Christa, guardando su pistola con la esperanza de que los refugiados entendiesen que no les quería hacer daño-. Son libres de acompañarnos, pero no los esperaremos ni cuidaremos de ustedes como si fueran nuestros niños.

-¿Al sur…? No… Por favor, no vayas al sur -contestó el líder de la caravana-. ¡El sur es un caos y está repleto de mutantes! Los hombres de Vladimir, ellos… Por culpa de esos malditos rebeldes tuvimos que volver hacia el norte. Fue entonces cuando los mutantes atacaron la caravana y huimos al templo abandonado… Tenemos que ir al norte, es la única opción…

Christa frunció el ceño y sintió la mirada burlesca de Soren en su espalda.

-Lo decidiremos mañana, por ahora descansemos.

CAPÍTULO VIII

El viento del Páramo, implacable y voraz, no daba tregua. La cueva, aunque fuese un respiro momentáneo de la tormenta, no era un lugar idóneo para la supervivencia a largo plazo. Los refugiados habían encontrado paredes húmedas y secciones finísimas por las que escurría el agua, aunque estaba lejos de ser una fuente de agua confiable y duradera. Los recursos del grupo se agotaban rápidamente y la incertidumbre del exterior era igual de amenazadora.

-No podemos seguir esperando a que la tormenta termine -declaró Christa, su mirada puesta en la oscuridad de la cueva-. Hemos explorado solo los primeros treinta metros y tiene pinta de haber mucho más.

Soren, sus labios resecos y su mirada cansada, se apoyó en la pared con los brazos cruzados.

-Explorar una de las cuevas del Cañón de Nissa sin el equipo adecuado es peligroso -se opuso el cazador.

-¿Igual de peligroso que dormir al lado de un león hambriento? -respondió en voz baja, asegurándose de que los refugiados no escucharan-. Con un poco de suerte encontraremos algo que comer, Soren.

-Los cazadores no dejamos nuestro destino a la suerte, estudiamos nuestras presas con dedicación y trazamos una estrategia única -aleccionó a Christa, haciendo gestos con las manos para verse más profesional-. Tampoco buscamos enfrentamientos directos ni tomamos decisiones apresuradas. Todo lo que hacemos apunta a sobrevivir un día más, ¿acaso no te lo dije?

-Lo sé, pero antes de ser cazadora, soy la madre de esos dos chicos y no me quedaré de brazos cruzados mientras sus estómagos rugen -sentenció Christa, seca y dominante como solía serlo.

Soren se limitó a gruñir y a mover la cabeza en negativa, resignado a emprender otra de las peligrosas aventuras de Christa.

-Volveré pronto -aseguró Christa, sonriendo por haber obtenido otra victoria.

-No vas a ir tú sola, ya te dije que las cuevas…

-Sí, que son peligrosas y no debería explorarlas sin el equipo adecuado -le interrumpió, blanqueando los ojos-. Necesito que me cuides la espalda y te quedes aquí, asegurando la entrada. Los hombres desesperados son capaces de cometer cualquier tipo de locura.

-No creo que sea buena idea dejar que vayas sola, Christa -insistió Soren, dando un paso al frente y marcando la diferencia de estatura.

-Y yo creo que deberías dejar de decirle a las personas lo que deben hacer, es pesado y da mal rollo -intervino una voz varonil y grave pero sucia, como la que deja el tabaco después de fumarlo por años.

Un hombre de estatura modesta, considerablemente más bajo que Soren, aunque más corpulento, interrumpió la conversación entre Christa y Soren. Sus rasgos parecían haber visto más de lo que sus treinta años podían sugerir, como si hubiera sido testigo de innumerables batallas en su vida. Su cabeza estaba rapada, dejando al descubierto una frente ancha y unos pómulos pronunciados que le otorgaban una expresión imperturbable. Sin embargo, eran sus ojos los que más destacaban: unos ojos profundos y oscuros que parecían capaces de cortar incluso el acero con una mirada penetrante; brillaban con un misterio intrigante y un atisbo de desafío. Vestía una gruesa capa caqui que le daba un aire de autoridad, además de una chaqueta y unas botas militares gastadas pero resistentes.

-Los refugiados también pensamos que es buena idea explorar la cueva porque nadie quiere morir de hambre y, ya que ustedes lo están discutiendo por su cuenta, me parece que es un buen momento para trabajar juntos -continuó el hombre sin abrir ninguna oportunidad a que le interrumpiesen-. Yo puedo acompañarte. No conozco las cuevas del Cañón de Nissa ni soy experto en supervivencia, pero he llegado hasta aquí.

-Si querías llegar más lejos, tendrías que haber mantenido cerrada la boca. Odio a los refugiados insolentes -expuso Soren, su mano encontrando rápidamente el puñal de una espada corta.

Soren desenvainó la espada en un abrir y cerrar de ojos, moviéndola con intención de cortar la cabeza del refugiado. Sin embargo, antes de que su brazo consiguiera un mayor recorrido, el refugiado interceptó el codo de Soren con un rápido rodillazo sin despegar las manos de los bolsillos.

-Olvidaré este ataque como muestra de que tenemos intenciones genuinas sobre trabajar juntos -mencionó el hombre sin perder la calma.

Christa observó en silencio el precipitado ataque de Soren, preguntándose si hacía caso a sus propias palabras. ¿Qué era eso de evitar un enfrentamiento directo? Quizás Soren imaginaba a los refugiados como pobres víctimas incapaces de defenderse, pero un cazador también debía tener presente una de las leyes fundamentales de la cacería: jamás subestimar a una presa.

-Suficiente, Soren. No tienes que responder con violencia cada vez que puedas -le regañó, colocando con suavidad su mano sobre el brazo del cazador y luego miró al refugiado-. ¿Y por qué iba a dejar que me acompañaras? No sé quién eres ni conozco tus intenciones.

-Quiero dejar el Páramo para volver con mi señor, eso es todo. Soy solo un hombre que intenta cumplir una promesa, no me interesan los juegos de dobles intenciones -contestó el refugiado con una sinceridad impropia de esas tierras baldías-. Además, si intento cualquier cosa, esos dos chicos de atrás me despedazarán antes de lograrlo.

-Me alegra que lo tengas en cuenta -dijo la cazadora, sonriendo con cierto ápice de malicia-. Puedes acompañarme, pero asegúrate de seguirme el paso y quédate atrás de mí; no sabemos si la cueva es solo un túnel o tiene distintos conductos o galerías.

Christa desestimó las objeciones de Soren y partió directo a las entrañas de la cueva sin saber lo que encontraría. Una parte de ella quería conocer a una de las bestias nativas, pero otra solo deseaba encontrar comida y agua sin problemas adicionales. Con el carcaj lleno en la espalda y el arco corto en su mano izquierda comenzó la marcha, preparada para responder con una flecha por si la situación se tornaba peligrosa.

Una oscuridad opresiva envolvía el ambiente y solo la luz de la linterna daba una sensación de tranquilidad frente a las sombras insondables. Lo único que había a cada lado eran paredes desnudas y erosionadas por el paso del tiempo. El túnel era alto y ancho de modo que Christa era escoltada a cada lado por sus leones. El aire, fresco y con cierto aroma seco y terroso, contrastaba con el calor abrasador del Páramo y sus desiertos.

El silencio abrumador reinaba en la cueva, roto solo por los pasos de los exploradores. El rugido de la tormenta había quedado atrás y ya no podía oírse. En ese espacio subterráneo, oscuro y frío, el tiempo parecía ralentizarse y los sonidos eran suaves y distantes.

-Esto empieza a ser inquietante -susurró Christa, sus ojos deteniéndose en las paredes en busca de cualquier cosa que luciera comestible-. El silencio, la oscuridad, el frío… No imaginaba que sería así.

-¿Nunca antes había estado en una cueva? -preguntó el refugiado.

-Sí, pero no como esta. Más que una cueva parece un túnel -puntualizó la cazadora, notando la forma cilíndrica que tenía. Las paredes eran irregulares y repletas de asperezas por lo que no fueron hechas con una máquina-. A todo esto, ¿cómo debería llamarte? Yo soy Christa, aunque supongo que lo sabes.

-Mi nombre es Hiroshi Yamamoto, pero me dicen Yubikoge. Los dos somos forasteros y estamos intentando dejar el Páramo-respondió Hiroshi, enfocando la luz de la linterna en un punto más pequeño-. Es importante que trabajemos juntos.

-Tu nombre… ¿Eres de Wano? ¿Y cómo fue que llegaste hasta aquí? -le preguntó Christa sin detener la marcha.

-Mis padres lo eran y jamás llegué a conocer Wano. Yo crecí en una metrópolis de rascacielos, mafias y clubes nocturnos. Tuve muchos jefes hasta que conocí al señor Sato y él es la razón por la que vine al Páramo -contó Hiroshi con tanta sinceridad que, en un mundo corrompido y repleto de hombres falsos, hacía dudar a cualquiera sobre la veracidad de su relato-. Le prometí al señor Sato que encontraría al asesino de su hija. Descubrí que el bastardo nació en el Páramo, pero creo que ya no está aquí.

-Así que estás aquí por ajuste de cuentas, ¿eh?

Otro espíritu que se había entregado al abrazo de la venganza, solo en un mundo libre de asesinatos habría solo almas puramente compasivas. Resultaba difícil ignorar a aquellos que robaban lo más preciado de uno, soltándolos al mundo como si no merecieran retribución alguna. En tierras donde herir al prójimo era tan sencillo, la venganza se alzaba como un faro de sentido. Pero Christa, más que nadie, comprendía los estragos que el odio podía infligir en una persona. Había visto cómo su madre se corrompía, cómo desmantelaba el mundo que se esforzaba por mejorar. Le sobraban razones para evitar entrar en la rueda del rencor.

El Páramo corrompía incluso los corazones más puros, y Christa anhelaba escapar de su influencia. La búsqueda de Stormrage, un artefacto tecnomágico obsequiado por su padre, la había llevado a recorrer el Desierto de Zahín, revelando su paradero: el Archipiélago Shabaody. Más de siete semanas habían transcurrido desde su llegada al Páramo, y la búsqueda de una salida se tornaba cada vez más esquiva. Si tan solo Isara estuviera a su lado, habría huido hace tiempo, pero su compañera se había esfumado como una sombra al primer rayo del sol.

Las palabras de Hiroshi no solo resonaban con la promesa de venganza, sino también con la cuestión de la confianza. A diferencia de Soren, Hiroshi era más transparente en cuanto a sus motivaciones e intenciones. Claro, escondía sus secretos, como todos. Sin embargo, lidiar con los habitantes del Páramo había dejado a Christa más cautelosa de lo que jamás había sido, incluso antes de conocer a Ely. Con los Restauradores del Imperio acechando a cada paso, no había razón para no desconfiar de cualquier extraño que se cruzara en su camino, y los adoradores de Sett ofrecían aún más razones para mantenerse en guardia.

-¿Por qué me cuentas todo esto tan… abiertamente? -preguntó la cazadora, impulsada por el deseo de querer respuestas.

-Tú preguntaste, ¿no?

-Sí, pero me refiero a que…

-Sé a lo que te refieres -interrumpió Hiroshi, sus dedos inquietos danzando como mariposas dentro de un bolsillo-. Para ganarte la confianza de alguien, debes empezar por confiar en esa persona. Comprendo que esto pueda ser desconcertante para alguien como tú, pero no todos estamos dispuestos a actuar como políticos. No te conozco, aunque he escuchado cosas sobre ti… o más bien, sobre tu madre -se corrigió antes de esbozar una sonrisa mientras sus dedos finalmente hallaban lo que buscaban: un cigarrillo maltrecho-. Creo que los padres no definen a sus hijos; eres libre de ser quien desees ser, supongo -concluyó antes de encender el cigarro.

En ese momento, el rostro de su madre se materializó en la mente de Christa, y sintió que su pecho se llenaba de una angustia opresiva. Hacía mucho que nadie mencionaba el nombre de Katharina en una conversación. Por lo general, las personas evitaban hablar de ella por diversas razones. Christa extrañaba a sus padres, aquellos días de paz en que podía entrenar sin más preocupaciones que alcanzar los estándares del Imperio, las tardes de largas cabalgatas interminable bajo el cálido sol de Lëxius. Añoraba esos momentos más que ninguna otra cosa, pero había aceptado, a regañadientes, que nunca volverían.

Inhaló profundamente y dejó escapar un suspiro como si en él liberara parte de la angustia.

-¿Y por qué quieres que confíe en ti? Si esto es una especie de coqueteo o algo así, déjame decirte que es un muy mal momento para hacerlo -bromeó Christa, deteniéndose y girándose para enfrentar a Hiroshi con una mirada que había hecho que incluso hombres tan duros como Soren apartaran la vista.

-Porque creo que eres la persona que me ayudará a reunirme con el señor Sato -respondió Hiroshi, sosteniendo la mirada de Christa como no lo había hecho ningún otro hombre-. Te vi cuando subiste las escaleras para disparar esa bola de fuego… Pudiste haberla usado desde un principio y llevarte por delante mutantes y refugiados, puede que incluso yo haya muerto en esa explosión, pero no lo hiciste. Puedes intentar convencerte de lo que quieras, pero no eres alguien que pelea solo por ella

Sin esperar la respuesta de Christa, Hiroshi reanudó su marcha, sin temor a lo que pudiera depararles la cueva.

CAPÍTULO IX

Después de un cuarto de hora de una caminata lenta, los exploradores alcanzaron una encrucijada que se dividía entre un pasaje continuo y una bifurcación que descendía a niveles inferiores. La tenue luz de las linternas desveló una gran abertura en el techo conectada con un túnel superior. La estructura de la caverna sugería su uso anterior para la extracción de recursos, aunque no encontraron huellas de limpiadores ni chatarreros.

Christa tenía pleno entendimiento de que continuar la búsqueda de alimentos en el mismo nivel solo conduciría al fracaso, a regresar con las manos vacías. En pos de encontrar hongos o plantas comestibles, debían explorar zonas con condiciones físicas diferentes; tal vez en alguna región más húmeda. A pesar de la aparente sequedad del Páramo en su superficie, aún persistían ríos subterráneos que sostenían la vida en aquel desierto. Así, descender parecía ser la única vía para garantizar el sustento.

-Es una apuesta arriesgada, nos podemos encontrar con cualquier cosa ahí abajo -advirtió Christa con su mirada penetrando la oscuridad-. Puedes regresar si no quieres arriesgar tu vida.

-Tu amigo no me dejará tranquilo si regreso yo solo, así que estoy obligado a acompañarte -replicó Hiroshi, su semblante serio que no revelaba si estaba haciendo una broma o no.

El grupo reanudó la marcha y, tal como anticipó Christa, el ambiente se volvía más húmedo gradualmente. Las paredes exhibían una frialdad constante, y por algunas de ellas escurrían finos hilillos de agua. Durante varios minutos el panorama no cambiaba, era la misma oscuridad monótona que envolvía absolutamente todo. No obstante, la agudeza de Christa detectó una luz fluorescente a lo lejos y, preparando su arco ante la eventualidad de un ataque, avanzó con sigilo.

Había encontrado un hongo bioluminiscente con un tallo largo y delgado con una cabeza tan grande como el puño de un adulto. Emitía una fantasmagórica luz verde que servía de antorcha en la oscuridad. Christa acercó su linterna y observó el hongo con mayor detalle. Más allá de la bioluminiscencia no había colores exóticos ni llamativos, tampoco anillos ni bulbos. La seta era seca al tacto, contrario a lo que se esperaría de un hongo venenoso, y no arrojó ningún olor desagradable cuando Christa lo arrancó.

-Este hongo se parece al “hongo de la miel” que crece en bosques, aunque tiene un tallo más delgado y largo. Tiene pinta de ser comestible -informó Christa después de un primer análisis organoléptico.

-¿Cómo que eres experta en hongos? -preguntó Hiroshi, acercándose a la seta para observarla mejor, aunque solo notaba que brillaba como una luciérnaga.

-He pasado una buena parte de mi vida en bosques y montañas; es natural saber un poco sobre plantas y hongos -respondió con naturalidad mientras continuaba analizando la muestra-. Quizás estos hongos no nos afecten a nosotros, pero lo más probable es que sean dañinos para mis leones. Con un poco de suerte, encontraremos algo que cazar aquí abajo.

Con precisión, Christa introdujo el hongo recién cortado en uno de los bolsillos de su capa mágica y prosiguió con su tarea de recolectar setas.

Afortunadamente, la abundancia de hongos hacía que la recolección fuera rápida y sencilla, aunque abría paso a preguntas naturales. ¿Por qué había tanta disponibilidad de hongos? ¿Qué mecanismo lo permitía? Por otra parte, no se vislumbraban rastros de depredadores ni amenazas que pudieran poner en peligro a los exploradores. En cuestión de minutos, habían acumulado suficientes hongos como para alimentarse durante los próximos días de manera modesta.


-Creo que no encontraré otro momento para decírtelo… -Christa se giró a Hiroshi y dejó de recoger setas-. No deberías confiar en Soren. Ese hombre… No sé qué, pero algo no encaja en él.

-Es un poco antipático y violento, pero me ha salvado la vida un par de veces. ¿No confiarías en alguien que se arriesga así por ti? -preguntó de vuelta.

-Supongo que sí… ¿Cuánto tiempo llevas conociéndolo?

-No mucho, la verdad. Lo conocí hace una semana cuando escapaba de los adoradores de Sett y desde entonces ha estado ayudándome. Al parecer perdió a su familia y está vengándose.

-Un hombre con una mirada siniestra apenas te conoce y ya está dispuesto a arriesgar su vida por ti… No estoy seguro de que la gente del Páramo sea conocida por sus buenas intenciones -expresó sus dudas, cruzando los brazos mientras observaba los restos de hongos esparcidos en el suelo.

-Hace una hora decías lo importante que es confiar en alguien y ahora quieres que desconfíe de un hombre que me ha salvado la vida no una vez, sino tres.

-Y por lo mismo confiar en un desconocido es una apuesta arriesgada, un arma de doble filo que puede actuar en tu contra. Como sea, mi consejo es que estés atenta a Soren.

Christa se limitó a guardar silencio y continuó con la exploración.

Luego de descender por más de media hora, Christa descubrió la presencia de lo que cualquiera podría llamar una madriguera. Había cavidades en las murallas y suelo por lo que era sensato asumir que había algo que los causaba. Rastreó las heces de los responsables y consiguió ver a los primeros conejos de las arenas. Tenían el tamaño de un perro y todo parecía indicar que se alimentaban de hongos, plantas e insectos.

Cazar a los conejos de las arenas no era una tarea peligrosa, pero sí frustrante y meticulosa. Eran criaturas escurridizas y rápidas que se habían adaptado perfectamente a entornos oscuros, fríos y húmedos. Atravesaban sin problemas las paredes blandas de la cueva y huían a través de los túneles bien diseñados. No obstante, Christa era una cazadora medianamente experimentada y, después de probar siete tácticas distintas, consiguió cazar al primero de ellos.

Los exploradores volvieron al campamento con una sonrisa de satisfacción en el rostro. La parte más infantil de Christa quería burlarse de Soren por escéptico; un cazador debía seguir su instinto. Esa noche, los refugiados cenaron sopa de setas con carne de conejo de las arenas. Era una combinación nutritiva, aunque sabía tan insípida como todas las comidas que había probado Christa.

Cuando todos dormían, la cazadora se dedicó a estudiar los hongos porque, si su conocimiento sobre el reino fungí era correcto, había una manera de convertirlos en medicina y vaya que le haría falta a futuro. Realizó numerosos experimentos mediante la noche pasaba. Fuego, humedad, cortes específicos… Probó métodos variados y poco ortodoxos para conocer las propiedades de los hongos de la cueva.

Fue entonces que, luego de consumir uno de los hongos preparados de manera rigurosa cuyo procedimiento había anotado en una libreta, la realidad comenzó a transformarse. El mundo se volvió más ligero, y las preocupaciones desaparecieron, reemplazadas por una tonta sonrisa de que todo andaba bien. Con las pupilas dilatadas, Christa comenzó a examinar el entorno. De pronto, las sombras empezaron a tomar formas y a bailar, ya no eran solo figuras amorfas refugiadas en la oscuridad.

-¿Qué es esto? ¡Se siente bien! -se dijo a sí misma, viendo cómo sus manos se acercaban y se alejaban como las olas de la playa.

Su dominado lado racional sabía que estaba sufriendo los efectos alucinógenos de los hongos, pero también había una parte espiritual que apuntaba a algo… diferente. De la misma manera que sucedió aquella noche durante la invasión de mutantes, Christa comenzó a tener “experiencias sensoriales” difíciles de describir. Cuando cerraba los ojos o apagaba la luz, era capaz de sentir la presencia de los refugiados. Tenía una ubicación aproximada de cada uno de ellos, de alguna manera sabía que estaban cerca, pero era imposible identificar sus formas reales.

El efecto no duró más que unos pocos minutos y Christa cayó rendida ante el cansancio, quedándose dormida con la espalda apoyada en la pared.

CAPÍTULO X

Los días se deslizaron en una monótona rutina de supervivencia, atrapados en el vientre de la cueva por la tormenta que se negaba a ceder. Las posibilidades de emprender cualquier actividad eran limitadas en ese oscuro refugio subterráneo. Christa se ocupaba principalmente de la recolección de hongos y la caza de conejos de las arenas para alimentar tanto al grupo de refugiados como a sus leones. En ocasiones, compartía esta tarea con Soren, Hiroshi o alguno de los voluntarios que se aventuraban a unirse a la caza. A pesar de las garantías de la cazadora de que la cueva estaba desprovista de peligros, los refugiados no confiaban plenamente en sus palabras ni tenían intenciones de aventurarse en la oscuridad.

Dos días después de su experiencia con los hongos alucinógenos, Christa decidió compartir sus vivencias con Hiroshi, con quien había establecido una conexión a través de conversaciones largas y reflexivas.

-Dices que sentiste nuestras presencias mientras experimentabas las alucinaciones, ¿cierto? -comentó Hiroshi, su mano acariciando la barbilla en un gesto de profundo pensamiento.

-Sí, me ocurrió durante el ataque de los mutantes también, aunque en esa ocasión tuve lo que podríamos llamar “premoniciones”. De alguna manera, sabía los movimientos que harían los monstruos -respondió Christa, sentada en posición de loto mientras sus ojos se encontraban con los de Hiroshi.

-Entonces, es posible que hayas despertado algo en ti. Sabiendo quienes son tus padres, me extraña que no hubiera surgido antes -comentó Hiroshi, eligiendo sus palabras con meticulosa reflexión-. Permíteme explicarte… Independientemente del nombre que le des, ya sea haki, mantra, ki o magia, todos estos términos convergen en una misma esencia: la capacidad de sintonizar con las Voces del mundo.

Los ojos de Christa se abrieron de par en par, y en su mente afloraron recuerdos de un pasado distante. No era la primera vez que escuchaba esa palabra: haki. Amigos de sus padres, en ocasiones, habían mencionado ese poder, y los altos mandos militares del Imperio de Katharina lo empleaban con maestría.

-Eso significa… ¡Significa que puedo volverme más fuerte! -exclamó Christa con una genuina sonrisa de alegría-. ¿Tú también puedes usarlo?

Hiroshi miró hacia los lados antes de responder y arrugó el ceño.

-Puedo ayudarte a entrenar, si quieres. La tormenta no nos da muchas alternativas en este momento.

Así comenzaron los largos días de entrenamiento y autoexploración de Christa. Mientras perfeccionaba su destreza en la caza de conejos de las arenas y se adaptaba a la oscuridad, también se entregaba a “sesiones de visualización”. Durante estas, intentaba sintonizar con las presencias de los demás, aunque una fina línea separaba las visiones producidas por su propia mente de las que surgían del haki. Las primeras eran meras ilusiones forjadas por la imaginación, mientras que las segundas revelaban la auténtica habilidad de escuchar las Voces.

A veces utilizaba los hongos alucinógenos, sobre todo cuando se sentía bloqueada, permitiendo que su mente se expandiera y sus sentidos se agudizaran. Los “viajes” no solo aceleraban su progreso, sino que también le mostraban aspectos de sí misma que desconocía. Al igual que las historias antiguas que afirmaban que los hongos alucinógenos habían dotado al hombre de consciencia, Christa comenzaba a entender por qué. Era una suerte de terapia natural y efectiva que abría su espíritu a nuevas sensaciones y a un mundo ajeno de la violencia.

Sin embargo, cada viaje alucinógeno era único. A veces el mundo se volvía una paleta de colores deslumbrantes y sonidos hipnóticos, las texturas adquirían una cualidad palpable y casi mágica, como si pudiera tocar la esencia de las cosas. Cada alucinación era una experiencia irrepetible. Algunas eran embriagadoras, envolviendo a Christa en un torbellino de imágenes y sensaciones exóticas. Se perdía en los remolinos de su propia mente, desplazándose a través de paisajes oníricos y encontrando criaturas de cuentos de hada. La percepción del tiempo se volvía fluida, y un instante podía sentirse como una eternidad.

Otros viajes eran más introspectivos y espirituales. Callaban sus pensamientos, desterraban sus miedos y le permitían establecer una conexión profunda con su propio ser. En aquellos momentos, cuando solo era ella y la naturaleza, exploraba recuerdos enterrados y se enfrentaba a los miedos que prefería ignorar. El miedo a la pérdida, la soledad y la muerte. La introspección se convertía en una herramienta poderosa para enfrentar la propia vulnerabilidad, y Christa emergía de estas experiencias con una mayor comprensión de sí misma y del mundo que la rodeaba.

Guiada por las palabras de Hiroshi durante los viajes, el mundo comenzaba a tomar otro sentido. Christa experimentaba una metamorfosis sensorial que la sumía en un éxtasis de percepciones difíciles de conducir. Las Voces estallaban en su cabeza, una cacofonía que parecía imposible de descifrar, pero no había ruido que Christa no pudiera convertir en música. Lo que al principio comenzó como un concierto caótico e inentendible acabó como una suave melodía que susurraba las conexiones invisibles entre todas las cosas.

Al cabo de una semana, descubrió que el haki no era solo una habilidad de combate, sino una forma de comprender el entorno, una manera de ver el mundo. Más segura que nunca, Christa finalmente emergió de la cueva después de días de reflexión, entrenamiento y supervivencia. Al hacerlo, se encontró una vez más con el resplandor rojo del sol del Páramo, suspendido en un cielo despejado tras el cese de la tormenta.

CAPÍTULO XI

El grupo de supervivientes partió hacia Puerto Arenas, habiendo desechado la opción original de tomar un desvío por el sur y luego dirigirse a las Costas Occidentales. Los leones volvieron a sus actividades normales de cacería por el desierto y los refugiados se bañaron y bebieron de las aguas del río Nissa. A pesar de las inclemencias del Páramo, había cierta belleza incuestionable en sus paisajes.

Como sugirió Soren, el grupo marchó a ritmo acelerado durante el día y descansó por las noches, montando refugios improvisados y cubriéndose entre las rocas. Los mutantes eran menos activos en las cercanías del río Nissa por la presencia de los Limpiadores, pero tomar medidas preventivas era un acto de supervivencia obligatorio.

Una noche, mientras Christa perfeccionaba su habilidad de sentir presencias en cada vez un área mayor, sintió la Voz de Soren acercándose con determinación.

-Me sorprendió cuando te vi drogada por primera vez, no pensé que fueses de esas mujeres -confesó el cazador, tomando asiento junto a Christa-. ¿El forastero te convenció de que lo hicieras?

-No, Hiroshi no ha tenido nada que ver en esto. Entiendo que te pueda parecer extraño, pero no sabía que lo necesitaba hasta que comencé a “viajar” por casualidad -contestó la cazadora con tranquilidad en su voz. Por primera vez en mucho tiempo se sentía limpia de la corrupción del mundo-. ¿Hay algo que te molesta?

Soren se giró hacia Christa como si hubiera sido atrapado haciendo algo malo, pero enseguida recobró la frialdad que tanto le caracterizaba.

-Todo lo que tomas del Páramo tiene un precio, lo acabarás pagando tarde o temprano -recordó el cazador como si en realidad se lo estuviera diciendo a él mismo-. Y me molesta el forastero. He podido soportar a los refugiados porque están siendo más útiles de lo que pensé, pero ese hombre… Se ha acercado demasiado a ti, no confío en sus intenciones.

-¿Por qué no confías en Hiroshi?

-No soy la única persona del Páramo que tiene asuntos contigo, Christa. Me he propuesto cuidar de ti hasta que estés a salvo de los adoradores de Sett, pero no puedo decir lo mismo del forastero -respondió Soren, mirando las estrellas que se dibujaban en el firmamento-. Como sea, no he venido a advertirte otra vez sobre él. Hay otro hombre del que me gustaría hablarte, y esta vez espero que consideres mis palabras.

Christa tomó atención a las palabras de su compañero, pero su mirada estaba puesta en las estrellas.

-Vladimir es el líder de los Rebeldes, aunque en mi opinión solo son bandidos que asaltan caravanas y sueñan con un Páramo libre. Aún no he podido confirmarlo, pero estoy convencido de que esa sucia rata de alcantarilla está interesada en ti. Es un bastardo astuto y tiene una lengua afilada, suena como un pajarillo inocente, pero sus palabras solo esconden mentiras venenosas -contó Soren, desparramando un notorio desprecio hacia ese hombre del que hablaba-. Si por alguna razón te lo topas, huye. No estoy hablando en broma ni dudando de tus capacidades, solo estoy preocupado. Si ese hijo de perra pone sus manos sobre ti, jamás saldrás del Páramo.

Soren había hecho muchas advertencias a lo largo del viaje, muchas veces actuaba como un hermano celoso y sobreprotector, pero jamás había sonado tan serio. Christa podía notar que no solo había desprecio en las palabras de Soren, sino miedo.

-Gracias por preocuparte, Soren. Lo tendré en cuenta y huiré apenas lo vea -prometió la cazadora, aunque una parte de ella deseaba conocer a ese tal Vladimir.

El grupo retomó la marcha cuando salieron los primeros rayos de sol.

Irónicamente, resultaba más difícil cazar en las cercanías del río Nissa que en la cueva. En primer lugar, evitaban realizar paradas demasiado largas y, en segundo, los animales parecían mejor preparados para huir o defenderse de los depredadores. Kaia se había llevado más de un golpe por intentar echarse a la boca algo que luchaba salvajemente por su vida. Por otra parte, la temperatura aumentaba súbitamente de un momento a otro y hacía que caminar bajo el sol del desierto fuera un infierno. La capa mágica de Christa protegía de muchas cosas, pero nada de aire acondicionado.

Alimentar diez bocas, además de los leones, era una tarea difícil en el Páramo. Las provisiones estaban por acabarse y aún faltaba cerca de una semana para llegar a Puerto Arenas. Los líderes no electos democráticamente sopesaron las posibilidades y concluyeron que lo más seguro sería hacer una parada en un pueblo flotante. Había muchos en el Páramo, hombres libres que se instalaban por temporadas en distintas ruinas y ofrecían sus servicios a los viajeros. Evitaban acoger demasiados refugiados porque atraían los problemas, pero un grupo como el de Christa sería bien recibido.

Una mañana, los supervivientes se estaban preparando para retomar la marcha cuando fueron sorprendidos por una de las rarezas del Páramo. A excepción de Soren, que había escuchado el llamado de la naturaleza, todos dejaron lo que estaban haciendo para mirar lo mismo. Un gigantesco sol tan azul como el agua del mar aparecía entre las Cumbres Rojas, abrazándolos con la cálida bienvenida de un nuevo amanecer. Entre la arena comenzaron a brotar tiernas flores de tallos alargados y luminiscentes, cuyos pétalos eran suavemente arrancados por la brisa de la mañana.

-Florecen solo con el sol azul y mueren cuando se oculta. Es un poco triste -comentó Soren, sorprendiendo a Christa por la espalda.

-¿Tú hablando de cosas tristes? No sé si me sorprende más este amanecer o tu confesión -bromeó la cazadora con los ojos cerrados, como si así disfrutara más del sol-. ¡Esto es maravilloso!

Fue entonces que escuchó el chillido de un águila en lo alto del cielo. Abrió de inmediato los ojos y buscó al ave con la mirada, barriendo de allá para acá el firmamento, pero sin ningún resultado.

-No sabía que había águilas en el Páramo -comentó Christa.

-Quedan solo unas pocas, son animales nobles y especiales -respondió Soren, sus ojos clavados en el cielo por un momento hasta que su mente tocó tierra-. Vamos, no hay que perder el tiempo.

Avanzaron bajo el sol azul del Páramo, disfrutando del paisaje exótico que se alzaba frente a ellos.

La silueta de un pueblo se dibujaba en el horizonte, difuminada por la distancia y el calor. A medida que se acercaban, comenzaban a encontrar restos de vehículos, poco más que armazones y chucherías, y escombros arrastrados desde el asentamiento. Los edificios podían confundirse con picos montañosos, aunque el cerco metálico no dejaba ninguna duda de que se encontraban en un pueblo flotante. Los nómadas del desierto instalaban murallas para protegerse de los mutantes, que solían merodear en ruinas y sitios abandonados.

Los supervivientes fueron detenidos por unos guardias apostados en torres altas, sus fusiles apuntándolos. Soren actuó como representante del grupo y, luego de convencer a quien estaba a cargo, consiguió que abrieran las puertas. Eso sí, fueron advertidos de que no tolerarían a alborotadores y cualquier delito se pagaba ya sea con la mutilación o la muerte. Por supuesto, el grupo sabía cómo se manejaban las cosas en el Páramo y ninguno se opuso a las leyes del pueblo flotante.

Los nómadas usaban los edificios que se mantenían en buen estado para montar lo que sería su hogar por los próximos meses. La esencia de los pueblos flotantes era el comercio y convertían cualquier ciudad en un mercado gigantesco con toda clase de productos a la venta. Los nómadas hacían encargos especiales a los limpiadores, quienes no temían arriesgar sus vidas en aventuras peligrosas por el Páramo. Los riesgos asociados a ciertos productos hacían que tuvieran precios astronómicos, accesibles solo para los hombres más ricos del país. Desde aire acondicionado en buen estado hasta armas con una tecnología perdida, los nómadas ofrecían sus mejores cartas a quien fuera capaz de pagar.

Un pueblo flotante era distinto de una ciudad en ruinas puesto que los hombres libres apenas se mezclaban con los esclavos, y eso hacía que hubiera una casi nula presencia de los capas negras. Los rincones eran ocupados por gente compartiendo una fría cerveza, riendo y burlándose de los que no podían pagar una vida como esa. Había una alegría ajena al Páramo, ya sea por la presencia del sol azul o porque todos los pueblos flotantes eran así.

-Este lugar me da mala espina, no quiero pasar más tiempo del que sea necesario aquí. Lo mejor será separarnos -propuso Christa.

-Estoy de acuerdo, lo mejor será separarnos -respondió el antiguo líder de la caravana, su mirada perdida en los granos de arena-. Nosotros nos quedaremos aquí en el pueblo, o al menos yo…

-N-No me refería a eso, quería decir que nos separáramos para comprar los suministros -explicó la cazadora, confundida por las palabras del hombre.

-Nos has alimentado y cuidado de nosotros, pero no podemos seguirte hasta las Costas Occidentales… Nosotros no somos como tú, no tenemos la fuerza para lograrlo -confesó el hombre, su voz angustiada y sus ojos llorosos-. Alguna vez creí tener lo necesario para sobrevivir al Páramo, pero desde que perdí a mi esposa… Yo…

-Que así sea -interrumpió Soren, dando un paso hacia el frente para hacerse notar-. Será más sencillo encontrar suministros solo para dos personas.

-Querrás decir tres -se apresuró en decir Hiroshi, sus manos en el bolsillo y un recién adquirido cigarrillo en su boca-. Para salir del Páramo debo ir a las Costas Occidentales, así que los acompañaré un tiempo más.

El cazador frunció el ceño y se mostró en desacuerdo con la decisión de Hiroshi, pero ya se había hecho costumbre que Soren estuviera permanentemente en la vereda opuesta. Era reacio a compartir con cualquiera que no fuera Christa y no tenía problemas en hacerlo saber.

-Espero que haya lugar para otra más -mencionó una de las refugiadas, una chica de piel morena y ojos castañas. No era buena cazando ni recolectando, por mucho que quisiera aparentar ser una persona ruda, tenía los modales de una chica refinada-. También me gustaría migrar del Páramo, aquí no hay futuro.

-Esto no es el tren de la caridad, parásitos. Deberían aprender del anciano y quedarse aquí, no están hechos para sobrevivir allá fuera -gruñó Soren al ver que poco a poco empezaba a sumarse más gente, queriendo aprovechar la oportunidad de deshacerse de ellos.

Christa era consciente de que viajar solo con Soren y sus leones aumentaría las probabilidades de llegar a las Costas Occidentales, pero le dejaba un sabor amargo en la boca dejar atrás a Hiroshi y a la otra chica cuyo nombre ni siquiera recordaba, si es que alguna vez se había presentado. Una parte de ella quería ayudar a cualquiera que quisiera abandonar el Páramo, pues no le deseaba a nadie pasar el resto de la vida en esa tierra sucia y corrompida. Sin embargo, solo los dos cazadores tenían conocimientos sobre supervivencia, lo que significaba hacerse cargo de Hiroshi y la refugiada. Quisiera o no, hacía que el viaje fuera significativamente más difícil. Tendría que conseguir más comida y agua, además de que los grupos grandes llamaban más la atención.

-Cuando entré al pueblo pensé que compraríamos suministros para todo el grupo y que llegaríamos juntos a las Costas Occidentales… Si alguno quiere quedarse, es libre de hacerlo. Tampoco rechazaré a cualquiera de ustedes que quieran viajar conmigo -decidió Christa luego de sopesar las posibilidades, haciendo que Soren se volteara violentamente hacia ella.

El cazador iba a protestar, pero se dio cuenta de que Christa había tomado ya una decisión y era difícil hacerle cambiar de opinión.

Los refugiados se despidieron sin mostrar demasiadas señales de agradecimiento y se esparcieron por las calles del pueblo flotante, como sabiendo lo que tenían que hacer. El grupo, que originalmente contaba con diez integrantes, se había reducido a menos de la mitad.

-Eres valiente. ¿Cuál es tu nombre? -le preguntó Christa a la refugiada.

-Soy Amara, aunque ya te había dicho mi nombre, pero estabas drogada así que es normal que no lo recuerdes.

La refugiada era una veinteañera de cabello marrón y ondulado, rapado en la parte izquierda y tenía tanto el rostro como el cuerpo tatuados. Era solo un poco más alta que Christa, e iba ataviada con un traje para el desierto: una chaqueta caqui, pantalones gruesos y flexibles, unas botas militares y una máscara con filtros.

-Eso fue… necesario, creo -respondió la cazadora, un poco avergonzada-. Como sea, nos vamos a separar para comprar los suministros. Amara y yo conseguiremos comida, Hiroshi y Soren comprarán el resto.

-¡¿Qué?! -exclamaron al unísono.

-Así estarán obligados a conocerse un poco mejor -declaró Christa, sonriendo con malicia.

Así, el grupo se dividió en dos sin tener idea de cómo se torcerían las cosas.


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El Páramo [Segunda parte] Empty Re: El Páramo [Segunda parte] {Mar 10 Oct 2023 - 23:06}

CAPÍTULO XII

Había toda clase de tiendas, unas más grandes que otras. Pasaron fuera del mercado de chatarra en donde Amara quedó fascinada. Parecía una fábrica construida con materiales reciclados como contenedores apilados, lonas viejas y otros retoques improvisados. Lejos de ser un lugar lujoso, destacaba por un entorno rudimentario y funcional. Desde piezas de maquinaria desmantelada, fragmentos de vehículos abandonados, pasando por trozos de madera y vidrio roto, hasta dispositivos electrónicos viejos y neumáticos, en la nave había lo necesario para poder abastecerse.

Amara hablaba de los chatarreros con pasión, como si recolectar chatarra en una isla acabada fuera un gran oficio. Eran un pilar fundamental de la economía del Páramo porque recuperaban piezas imposibles de replicar con la tecnología actual. Mientras que los limpiadores se ocupaban de la reconquista de sitios antaño ocupados, los chatarreros evitaban el peligro y se acogían a una vida de vagabundeo.  

Pasaron por fuera de una ferretería y una tienda de ropa poco apropiada para sobrevivir al ambiente hostil del Páramo. Por capricho de Amara, se detuvieron a preguntar por el precio de un vehículo en condiciones, pero salieron de inmediato cuando supieron que rondaba los diez millones. Viajar en una camioneta significaba alcanzar puestos de suministros de manera rápida, aunque también aumentaba la exposición a asaltos de bandidos. Había pocos vehículos funcionales en el Páramo, la mayoría en manos de un grupo reducido de personas: altos cargos políticos, religiosos y militares, líderes de bandas y criminales importantes, entre otros.

La rotonda del pueblo era el centro del jolgorio y la alegría, los hombres libres bailaban al son de la música y se empapaban con el sabor amargo de la cerveza y el dulzor del vino. Los nómadas vivían en un mundo casi ajeno al de los esclavos, al del resto del Páramo, como si las Caravanas de la Muerte y la adicción a la hiedra roja fueran cuentos lejanos. A diferencia de los esclavos, que solían estar atrapados bajo los efectos de la hiedra roja, los hombres libres sí reparaban en los leones que acompañaban a Christa. Los guardias, armados con fusiles en mano y cuchillos envainados, vigilaban cada movimiento de las bestias albinas.

-No eres demasiado buena evitando la atención del público, ¿sabes? -comentó Amara con una sonrisa juguetona-. Podría enseñarte, si quieres.

-La gente de mi familia tiene problemas para ocultarse, siempre terminamos donde las papas queman. Además, si lo dices por mis leones, no puedo simplemente dejarlos afuera de la ciudad y pedirles que me esperen -señaló la cazadora, mientras avanzaba hasta un edificio un tanto más llamativo que los otros-. Donde mis ojos los vean.

-Los tratas como si fueran tus hijos, ¿eh?

-Un poco, pero intento marcar la diferencia. Cualquiera que quiera tener una mascota debe recordar que son animales y, en última instancia, siempre recurrirán a sus instintos -dijo Christa, pensando en cómo se hubieran comportado de no haber podido alimentarlos.

-Ni tan distintos de los humanos, ¿no crees? -comentó Amara, sus dedos jugueteando entre ellos.

-No, en última instancia un humano siempre podrá decidir entre conservar su humanidad o convertirse en una bestia. Si cedemos ante nuestros instintos y emociones más oscuras, es porque no somos lo suficientemente fuertes -respondió la cazadora, pensando en lo que había hecho su madre. A pesar de tener una voluntad inquebrantable, se entregó a la venganza.

-Hmm, supongo que no lo había pensado de esa manera. ¿Cómo ha sido para una forastera estar en el Páramo?

Era una buena pregunta, una cuya respuesta podía extenderse por varios minutos, pero que también podía simplificarse a dos palabras.

-Un infierno -dijo tan seca como el Desierto de Zahín, pero ya que había preguntado era mejor desahogarse-. La arena se mete por partes donde no debería meterse, hace demasiado calor y ocho de cada diez veces el agua que tomo está caliente, la comida se descompone rápido y encontrar un sitio donde bañarse es casi un milagro.

Amara estalló de la risa hasta el borde de las lágrimas, agarrándose el estómago.

-Ay, no esperaba esa respuesta… Pero es cierto, he sacado granos de arena de lugares donde no debería haber. ¿Y qué hay de los mutantes, los estúpidos religiosos y los perros del Consejo Nacional?

-Desde luego son una gran razón para no visitar el Páramo. ¿Y tú por qué quieres dejar tu país?

-Te acabas de responder a ti misma, Christa. Este no es un lugar donde pueda ser feliz y, si hay todo un mundo allá fuera, ¿por qué no querer verlo?

Christa sonrió, satisfecha por haber escuchado una razón tan simple como sincera. Era la primera refugiada que conocía que no hablaba de venganza ni hacer daño. Ahora, gracias a su capacidad de escuchar las Voces, tenía nociones más precisas cuando alguien mentía u ocultaba información. Era una habilidad limitada con mucho que desarrollar aún, pero era un buen comienzo.

-Sí, tienes razón. Debes conocer los bosques y los peñascos flotantes de mi país, estoy segura de que te fascinarán -respondió la cazadora, recordando con nostalgia su tierra natal-. Lëxius está en una situación similar a la del Páramo, pero hay gente que está luchando para recuperar su grandeza.

-Suena impresionante, la verdad. Te cobraré la palabra cuando las cosas se hayan normalizado en tu país -aseguró Amara y luego apuntó un edificio al medio de la rotonda-. Una taberna, preguntemos si nos venden comida suficiente para una semana.

La taberna ocupaba un antiguo edificio de ladrillos derruidos que había sido restaurado y renovado con esmero. Las paredes estaban adornadas con paneles de madera desgastada y trozos de metal reutilizado, creando una atmósfera rústica y cálida. Telas y plásticos transparentes cubrían las ventanas rotas, dejando que los rayos del sol azul se filtrasen y creasen un ambiente misterioso.

Una combinación heterogénea de hombres libres se congregaba en la taberna. Comerciantes itinerantes, cazadores solitarios y los nómadas del pueblo flotante, todos tenían una razón por la que estar allí. En un rincón oscuro, bajo una lámpara tambaleante, un escenario improvisado se alzaba con un piano viejo y desgastado en su centro esperando a ser tocado. En la barra, un tabernero curtido servía bebidas destiladas caseras en vasos de metal reciclado y ofrecía un menú simple pero reconfortante, con estofados humeantes y guisos de raíces de la tierra.

-¿Puedes encargarte de la compra? Quiero tocar el piano -dijo Christa, hipnotizada por el instrumento.

-¿Y el dinero? No traigo mucho.

-Desde un principio pensaba pagar yo así que no te preocupes. Ve y consigue un buen precio -le pidió, depositando su mano sobre el hombro de Amara en señal de confianza, pero solo quería que se fuera para ir a tocar.

Habían pasado meses desde la última vez que había tocado un piano. La música solía llenar su vida en un mundo sumido en el caos, era una parte fundamental de su ser y le ayudaba a mantener la cordura en medio de la locura. Con la mirada fija en el piano, Christa cruzó el suelo de madera gastada. Sus dedos temblaban de emoción mientras se acercaba al instrumento que había estado esperando tocar.

Christa se sentó frente al piano, sintiendo la frialdad de las teclas bajo sus manos. Cerró los ojos por un momento, como si estuviera buscando una conexión. Luego, inspiró profundamente y comenzó a tocar.

Las notas fluían de sus dedos con una delicadeza que había estado dormida en su interior durante demasiado tiempo. El piano, a pesar de su edad y desgaste, respondía con gratitud a cada caricia de sus manos. La música que llenó la taberna era un eco de emociones, una oda a la nostalgia y al futuro, un recordatorio de la belleza que aún residía en medio del caos.

♫ Sign us a song, you’re the piano man
Sing us a song tonight
Well, we’re all in the modo for a Melody
And you’ve got us feeling alright ♫


Cantaba con una voz suave pero poderosa, llenando la taberna con un aire fresco que era como un bálsamo para los espíritus acalorados del Páramo. Cada palabra estaba cargada de emoción y pasión, como si estuviera compartiendo un pedazo de su propia alma. Las notas fluían de su garganta con claridad y profundidad, cada palabra y frase cuidadosamente enfatizada para transmitir lo que sentía en ese momento.

La audiencia estaba cautivada. Los ojos de los presentes permanecían fijos en Christa mientras su voz alcanzaba cada rincón. Habían detenido sus conversaciones para no interrumpir la hermosa melodía de la pianista, incluso muchos se dejaron llevar por la música y comenzaron a bailar.

Sin embargo, lo único malo de una buena canción es que termina. Cuando Christa dejó de tocar, sus dedos seguían temblando ansiosos por la próxima melodía. El público aplaudió y vitoreó a la pianista, exigiendo otra canción. ¿Cómo podía negarse ante la demanda de un público cautivado? Así, mientras Amara regateaba con el dueño de la taberna, Christa se dejaba llevar por la música.

Los hombres libres bebían y cantaban según dictaba el ritmo de Christa, arrojaban sus cervezas al aire y disfrutaban del momento. No obstante, la violenta entrada de un trío de buscaproblemas hizo que la pianista dejara de tocar y todo el mundo se detuvo.

-Vladimir quiere ver a la mocosa de la profecía -anunció el hombre del centro, un tipo de rostro alargado y ojos saltones-, así que nos la llevaremos.  

CAPÍTULO XIII

La declaración de los hombres de Vladimir no causaron una buena impresión en los hombres libres de la taberna. Algunos retrocedieron asustados, pero unos cuantos avanzaron hacia el frente dispuestos a pelear.

-No te llevarás a la pianista, carapolla -determinó uno de los que estaba bailando.  

De inmediato se armó una confrontación entre los hombres libres y los seguidores de Vladimir. Christa abandonó el piano y bajó del escenario de un ágil salto en busca de Amara. La chica de piel morena lucía nerviosa, su mano sosteniendo con fuerza la bolsa donde tenía la comida que había pedido.

-Toma, el pago por la comida -dijo Christa al tabernero, sacando unos billetes de un bolsillo, pero el hombre rechazó el dinero.

-Por favor, solo ve y recuerda que ese viejo piano te estará esperando.

Christa tomó de la mano a Amara y atravesó la taberna como un rayo, esquivando mesas, sillas y gente. Hizo el clásico amague para esquivar a uno de los perseguidores y logró salir del edificio para ser recibida por sus dos leones.

Los hombres encapuchados, los seguidores de Vladimir, emergieron y se propusieron a rodear a Christa. Sin embargo, la cazadora se apartó rápidamente y corrió hacia las calles desiertas del pueblo en ruinas. Los hombres encapuchados la perseguían a toda velocidad. La ciudad pronto se convirtió en un laberinto claustrofóbico de callejones y escombros, mientras Christa se esforzaba por eludir a sus perseguidores y asegurarse de que Amara no quedase atrás.

Cada vez que parecía que iba a ser alcanzada, encontraba un rincón oscuro o una escalera empinada para escabullirse, usando los elementos de la ciudad como si fueran extensiones de un bosque. El sonido de los pasos y las voces amenazadoras de sus perseguidores resonaban en su mente mientras corría. Cuando las fuerzas de Christa parecían agotarse y su respiración se volvía entrecortada, divisó una oportunidad. Una escalera estrecha llevaba a un edificio abandonado se alzaba ante ella. Sin dudarlo, se adentró en la oscuridad del edificio seguida de sus leones, desapareciendo de la vista de la gente de Vladimir.

El sonido de los pasos frenéticos se desvaneció mientras Christa ascendía por las escaleras en la penumbra, alcanzada de vez en cuando por la luz del sol. La persecución había alcanzado un breve respiro, pero sabía que esa gente no se rendiría tan fácil. En ese momento, en la oscuridad del edificio derruido, sintió una Voz dominante que abrazaba todos los rincones. Allí entre las sombras, iluminados esporádicamente por los rayos del sol azul, la presencia emitía la sensación de estar en mar abierto.  

Un haz de luz reveló a un hombre fornido y alto, casi del porte de Soren, que se hallaba de pie en el extremo opuesto de la sala, sus manos en los bolsillos del pantalón. Tenía la cicatriz de una quemadura que nacía en el cuello y acababa en la frente, pasando por la mejilla izquierda, y otra de menor tamaño en el lado derecho de su rostro. Era rubio y sus ojos color avellana emanaban una sensación de tranquilidad. Rondaba los cuarenta años e iba ataviado con vestimentas apropiadas para el desierto: una chaqueta y pantalones negros, botas militares y una bufanda caqui.

-¿Sabes quién soy? -preguntó, su voz resonaba como un eco en el edificio oscuro.

-¿Importa? Me estás buscando y no me atraparás -aseguró Christa, mientras analizaba su entorno en busca de rutas de escape-. ¿Por qué no les dices a tus hombres que dejen de perder el tiempo?

-Esos no son mis hombres, son los de Soren -respondió Vladimir, su voz serena como el mar en un día de playa.

-¿Qué? -reaccionó Christa, confusa sobre la respuesta del supuesto criminal.

-Te contaré todo lo que pueda, pero necesito que vengas conmigo. Si te quedas con Soren y Hiroshi, morirás -profetizó el líder de los rebeldes.

Últimamente, todo el mundo se sentía en el derecho de decirle en quiénes confiar y en quiénes no. ¿Tenían intenciones de protegerle? ¿O lo único que buscaban era una posición favorable para manipularle? Era la segunda persona que le advertía sobre Soren, pero, pese a que era un cazador resentido y egoísta, había arriesgado su vida por Christa. Entendía la desconfianza de Hiroshi puesto que, como forastero, su premisa era dudar de las intenciones de los habitantes del Páramo. Sin embargo, Vladimir era un completo desconocido que aparecía como si fuera el arcángel de la verdad.

Dirigió una mirada severa a Vladimir y sintió algo en su interior, algo que intentaba brotar con fuerza desde su pecho. Era una sensación familiar, un sentimiento que nacía desde la más pura voluntad, una energía misteriosa que hizo retroceder al líder de los rebeldes.

-He decidido confiar en ellos, así que ten cuidado de quien hablas -advirtió Christa, liberando una onda de voluntad que asustó a Vladimir, haciéndole caer de rodillas-. Diles a tus hombres que dejen de buscarme, no quiero lastimarlos.  

Christa se estaba dando la media vuelta cuando sintió la mirada punzante de Vladimir en su espalda. Al girarse, vio al hombre repuesto y rebosante de determinación.

-Me has tomado por sorpresa, pero, considerando quien era tu madre, no debería extrañarme que suceda esto -comentó el líder de los rebeldes, sacando las manos de los bolsillos-. He arriesgado mucho al exponerme de esta manera y no puedo regresar con las manos vacías. Lo siento, Christa, pero haré uso de la fuerza si lo veo necesario.

La cazadora buscó rápidamente la pistola dentro de su capa mágica, pero Vladimir había aparecido en un abrir y cerrar de ojos frente a ella. El rebelde cogió sin demasiada fuerza el brazo de Christa, impidiendo que pudiera desenfundar el arma.

-¡Suéltame! -gruñó Christa.

Loki se abalanzó sobre Vladimir, pero el hombre esquivó la embestida sin siquiera mirar, y lo mismo hizo con Kaia. Sus movimientos parecían el vaivén de las olas, evitando todos los ataques de las bestias de Christa, sin siquiera soltar el brazo de la cazadora.

-Tus leones no me tocarán. Tú tampoco -aseguró Vladimir, frenando el improvisado puñetazo de Amara y dedicándole una fría mirada-. Por favor, mantente al margen de esto, no quiero más problemas con la familia Lumenhart.  

Dos Voces fuertes y llenas de determinación entraron en la zona de percepción de Christa, Voces que reconoció con facilidad luego de haberlas escuchado durante días mientras entrenaba. Soren rompió una ventana y rodó al interior de la sala, preparando una poderosa flecha. Al mismo tiempo, Hiroshi caía del techo justo encima de Vladimir, obligándole a separarse de Christa. Enseguida, el cazador disparó y el proyectil atravesó la habitación en un segundo.

-Ha pasado un tiempo, Soren -dijo el rebelde tras esquivar sin complejidad el disparo del cazador, y luego giró la mirada hacia el forastero-. Te estás involucrando en una batalla a la que no perteneces, Hiroshi. El hombre que estás buscando no está en el Páramo, ve a las Costas Occidentales y encausa tu venganza lejos de estas tierras.

-¿Qué clase de hombre sería si no protejo a la chica que me dio de comer cuando no tenía nada? -respondió Hiroshi, sacando sus manos de los bolsillos. Sus dedos vendados comenzaron a emitir vapor.

-Sí que ha pasado un tiempo, maldito traidor. ¿Quieres que te recuerde el dolor de una quemadura? -gruñó Soren, tensando una vez más la invisible cuerda de su arco.

El cazador disparó una flecha eléctrica que cruzó la habitación en un instante, pero Vladimir nuevamente la esquivó sin dificultades. Sin embargo, el proyectil dio un giro y buscó la espalda del rebelde. El hombre, haciendo gala de unas espléndidas habilidades marciales, desvió la flecha hacia Soren y luego desapareció.

Soren rodó para esquivar su propia flecha, pero cuando estaba colocándose de pie vio a Vladimir aparecer justo en frente. El rebelde dirigió una patada letal al cuello como si fuera una puñalada. En ese momento, Hiroshi interceptó el ataque de Vladimir con su propia pierna, una mueca de dolor dibujándose en su rostro.

-Te arrepentirás de haber salvado a este hombre -afirmó Vladimir y aplicó más fuerza en su patada, lanzando por los aires a Hiroshi-. Bueno, ¿dónde estábamos?

El líder de los rebeldes intentó cortar con su mano simulando una navaja a Soren, pero este se echó hacia atrás en el último momento. Sabiendo lo difícil que sería quitarse a Vladimir de encima, decidió optar por el combate cuerpo a cuerpo. Soren desenvainó un cuchillo de caza y se abalanzó sobre su oponente.

-¡Recuerda la promesa que me hiciste, Christa! ¡Vete de aquí! -rugió Soren, reteniendo al rebelde, y luego se dirigió a Hiroshi-. ¡Protégela con tu vida, maldito forastero! ¡Nos veremos en Puerto Arenas en cinco días!

De pronto, decenas de Voces empezaron a entrar en la zona de percepción de la cazadora. Miró a Soren, dedicándole una de esas miradas rebeldes que hacía justo antes de omitir las órdenes de su compañero. No obstante, en ese momento intervino Hiroshi. Se había lastimado la cabeza y le sangraba, aunque no parecía estar gravemente herido. Tomó a Christa y a Amara con una fuerza sobrehumana y se detuvo en el borde de la habitación.  

-Quizás me equivoqué contigo, Soren -admitió Hiroshi antes de saltar del edificio, seguido de los leones de Christa.

CAPÍTULO XIV


El plazo de los cinco días se había cumplido y Christa no había recibido noticias de Soren. Si no fuera por Hiroshi, se habría quedado a defender al cazador. Era un grupo entero contra un solo hombre, no importaba lo fuerte que fuera Vladimir. Ahora debía lidiar con la culpa por haber dejado a un compañero atrás.

Amara había señalado que Puerto Arenas, aunque se mantenía como un faro de neutralidad en el conflicto entre el Consejo Nacional y la Capilla de Sett, su posición política era volátil. Anclada a orillas del río Nissa, que transportaba riquezas que se acumulaban en la ciudad, su apariencia comercial estaba disfrazada por murallas de hormigón y vigilancia constante, recordando más a una fortaleza que a un puerto.

El control de acceso superaba en rigurosidad al del pueblo flotante. A pesar de su disposición para admitir a cualquier persona no considerada criminal, exigía identificación válida, a menudo una fuente de problemas. Christa, sin embargo, solo necesitó despojarse de sus antiparras y capucha para establecer su identidad, su cabello blanco ondeando al viento como la firma distintiva. Amara, a su vez, exhibió el collar oculto bajo capas de ropa, lo que inquietó a los guardias. Hiroshi, al carecer de identificación comprobable, se aventuró a una entrada secundaria a la ciudad.

Los edificios, las calles y cada esquina de Puerto Arenas estaban parcial o totalmente sepultados por la arena. A pesar de su estatus más noble en comparación con los arruinados pueblos, la decadencia permeaba la ciudad. Los esclavos se ocultaban en las sombras, como si buscaran refugio de la mirada del mundo. Encadenados unos a otros, se movían en una coreografía de dolor, indiferentes a su entorno. En contraste, los hombres libres compartían risas y felicidad, ignorando el sufrimiento de aquellos que consideraban inferiores.

Christa solicitó a sus compañeros que esperaran un día adicional, otorgándole un margen de tiempo a Soren. Reconoció la osadía de quedarse una noche adicional en lugar de embarcarse de inmediato en un barco, pero estaba dispuesta a asumir riesgos. Era lo mínimo que podía hacer por un hombre que había sacrificado su vida en su nombre. Amara y Hiroshi acordaron, deseando honrar la voluntad de Christa y retribuir de algún modo el sacrificio de Soren.

Amara halló un refugio temporal cerca del puerto, donde pasarían la noche antes de buscar a Soren al amanecer. Sin importar el resultado, tenían la intención de abordar un barco con destino a las Costas Occidentales. Finalmente, después de innumerables viajes peligrosos, se encontraban al borde de su escape del Páramo.

-Saldré a comprar -avisó Hiroshi cuando el sol estaba cayendo-. ¿Quieren algo?

-Amara dijo que quería café helado. ¿Acaso es posible conseguir algo así en el Páramo…? Como sea, es la hora de las necesidades de Kaia, así que aprovechando que saldrás… ¿Puedes hacerte cargo? -preguntó Christa, colocando una voz tierna y evidentemente manipuladora.

-¿Es un perro o algo…? Está bien, de todos modos, no me molesta.

La leona saltó sobre Hiroshi y lengüeteó su cara en señal de cariño para después bajar las escaleras corriendo tan enérgica como siempre. Lo que ella entendía como “la hora del baño” era, por supuesto, la hora de jugar y hacer travesuras, así que Hiroshi tendría un atardecer bastante movido.

Hiroshi salió del edificio acompañado por Kaia y se perdió entre las calles.

Christa se tumbó en el suelo, sus ojos clavados en el techo. Era angustiante desconocer el destino de un amigo, frustrante no poder hacer más que esperar un milagro. ¿Por qué tuvo que suceder algo así justo que estaba por llegar a las Costas Occidentales? Era cierto que Soren se quedaría en el Páramo, que haber estropeado los planes de la Capilla era parte de su venganza, pero existía la posibilidad de hacerle cambiar de opinión. Había todo un mundo por conocer y nuevas experiencias que vivir, Christa deseaba que Soren pudiera experimentar el lado cálido de la vida.

Soltó un suspiro y decidió evitar los pensamientos negativos, se había aferrado a la esperanza y se mantendría optimista. Por sobre todas las cosas, Soren era un hombre que sabía sobrevivir. Seguramente, los guardias del pueblo no dejaron que los rebeldes actuasen libres, y el cazador encontró la manera de escabullirse de Vladimir. Sin embargo, por mucho que quisiera tener esperanza, la imagen de Soren muerto en medio de la calle o herido en espera de ayuda invadía su cabeza.

Enojada consigo misma por no tener control sobre sus propios pensamientos, cambió de postura y se sentó en forma de loto. Inhaló y exhaló para calmar su espíritu, y se entregó al caos de su mente, a las preocupaciones y anhelos. Dejó que escurrieran como el agua de un río, dejó fluir cada pensamiento hasta que comenzó a vaciar su cabeza. Encontró la tranquilidad que le invadía cuando consumía hongos alucinógenos, pero ahora conocía un método para hacerlo sin necesidad de drogarse.

Como por acto reflejo, Christa expandió sus sentidos y notó la presencia de Amara, cálida y segura, y Loki, leal y salvaje. Intentó ir más allá de sus límites, pero era tan difícil como nadar contra la corriente. Sin embargo, persistió y comenzó a tener mayor claridad sobre el edificio en el que estaba. Le era imposible conocer la estructura, pues el Haki no era un radar en sí, pero empezaba a identificar con mayor precisión la ubicación de las presencias.

De pronto, una Voz entró en la zona de percepción de Christa, y enseguida se sumó otra. En cuestión de segundos, el edificio fue invadido por numerosas Voces que se dirigían desde todas direcciones y de manera coordinada al cuarto donde estaba la cazadora. Enseguida comprendió la situación en la que se encontraba y de inmediato se incorporó, empuñando el arco corto y preparando un disparo.

-Vienen por nosotras -avisó Christa, sopesando las posibilidades-. Tendremos que saltar por la ventana, son solo dos pisos así que estaremos bien.

Cuando sintió una Voz cerca de la entrada de la habitación, la cazadora se giró y disparó prediciendo la posición del asaltante. Las flechas impactaron en su pecho, pero no dieron en ningún órgano vital.

-¡Vamos! -gritó la cazadora, comenzando a correr a toda velocidad hacia la ventana.

Christa sintió una aterradora presencia que le hizo detenerse en seco, tomando a Amara para evitar que se acercara a la ventana. Un instante después, sendas garras provenientes del exterior destrozaron la pared del edificio. Una especie de murciélago gigante sobrevolaba la habitación, amenazando con devorar a Loki, quien se defendía dando poderosos zarpazos.  

Una figura esbelta descendió de la criatura alada y la luz de la luna reveló su identidad. Era una mujer tan blanca que parecía extranjera, dueña de un cabello negro azabache que caía en forma de ondas hasta sus hombros. Sus ojos celestes emanaban una frialdad contraria a las arenas ardientes del Páramo. Iba ataviada con una túnica negra que tenía el símbolo de la Capilla de Sett bordado en su pecho.

-Supongo que la información era correcta… -murmuró la mujer, acercándose lentamente a Christa mientras el murciélago gigante mantenía ocupado a Loki-. Ha sido un largo viaje desde el Desierto de Zahín, pero finalmente te encontré.

-¿Qué hace la Capilla de Sett en Puerto Arenas? Ustedes no deberían estar aquí, la ley del Páramo lo prohíbe -se enfrentó Amara, dando un paso al frente.

-Las leyes del pasado ya no aplican -respondió la adoradora, sonriendo con mailicia-. Después de la desaparición del Consejo Nacional, la Capilla de Sett gobierna sobre las almas condenadas del Páramo.

En un abrir y cerrar de ojos, un escuadrón de doce individuos vestidos de negro entró en la habitación, derribando puertas y cualquier obstáculo en su camino para reforzar su autoridad. Además, como si emergieran de las sombras mismas, seis figuras enigmáticas, completamente encapuchadas, aparecieron de la nada.

-Sugiero que te entregues sin oponer resistencia, pero no me quejaré si te resistes un poco, aunque me pregunto… ¿Tendrás las fuerzas suficientes para hacerlo sabiendo que uno de tus amigos te vendió? -provocó la adoradora, dibujando una sonrisa burlesca de oreja a oreja.

Las palabras de esa mujer golpearon con tal fuerza que aturdieron a Christa. Había evitado las señales por demasiado tiempo, ¿no? Ya era imposible ignorar la verdad después de encontrarse rodeada por enemigos, sin opciones más que entregarse o luchar y morir. Alguien le había traicionado. La única persona que estaba libre de dudas era Amara porque se encontraba en la misma situación que Christa. ¿Acaso las advertencias sobre Soren eran ciertas? De ser el traidor, ¿qué sacaba arriesgando su vida? Quizás todo lo que había dicho Hiroshi sobre el señor Sato y su desprecio por las mentiras era una pantalla, parte del engaño para conducir a Christa a una trampa.

-¿Quién me traicionó? -preguntó la cazadora, intentando mantener la calma.

-Lo siento, querida, no puedo decirte -respondió la mujer, condescendiente-. Tu amigo me pidió no revelar su identidad. Quiere verte atormentada por la duda, y debo admitir que la idea me parece fascinante.

No quedaba espacio para la duda: el mundo era un lugar corrupto y sórdido que requería una purificación. Christa había confiado, se había arriesgado para forjar lazos genuinos, solo para que le respondieran con una bofetada en la cara. Todos los sentimientos de preocupación y gratitud que había expresado resultaron ser en vano, una pérdida de tiempo que la hacía sentir vulnerable por haber confiado en primer lugar.

Desconocía el estado de Soren, no sabía si estaba vivo o muerto, pero sí sabía que Hiroshi había desaparecido en un momento demasiado conveniente. El fuego interno que Christa intentaba reprimir se volvió salvaje cuando Kaia se sumó a la ecuación. Fuera Hiroshi o Soren el traidor, la verdad resultaba tan dolorosa que no sabía cómo sería capaz de hacerle frente.

-No la escuches, Chris, no tiene pruebas de que alguien nos haya traicionado. Está intentando la típica estrategia de “divide y vencerás”, quiere hacerte dudar -intervino Amara reconociendo la debilidad en su compañera.

También era plausible que todo fuera una artimaña, que la mujer solo estuviera jugando con la mente de Christa. Había tantas incógnitas que su mente era un caos. Sin embargo, como tantas veces antes, eligió aferrarse a la confianza y la esperanza en lugar de ceder ante el engaño y la desesperación. Depositó su fe en las palabras de Amara y recuperó su determinación.

Una oleada de poder brotó desde su interior, provocando que los seguidores de Sett retrocedieran y los capas negras cayeran de rodillas. La adoradora, cuyas palabras antes parecían seguras, mostró dudas sobre su victoria aparentemente segura. Algo estaba ocurriendo dentro de Christa, algo que ella misma no comprendía, pero que la impulsaba a seguir adelante.

-Como están acostumbrados a engañarse y matarse entre ustedes no pueden concebir la existencia de la confianza -se opuso Christa a las palabras de la mujer-. ¡Creeré en mí y en lo que he vivido junto a las personas que tildas de traidoras!

La voluntad de Christa se hizo más fuerte, tanto que los capas negras, entre maldiciones y gruñidos, luchaban por no caer rendidos al suelo. En ese momento, la mirada de la mujer reveló dudas sobre su victoria supuestamente asegurada. Algo estaba sucediendo dentro de Christa, algo que ni siquiera ella entendía, pero que le impulsaba a seguir adelante.

-No sé qué les has hecho a mis hombres, pero estoy cansada de perder el tiempo contigo -gruñó la adoradora y sacó un pequeño artefacto de la túnica: era una grabadora.

-¡No le hagas caso! ¡Agh! ¡Esa mujer no me dejará ir…! ¡Agh! ¡No vuelvas por mí, Christa!

La voz de Soren resonó en la habitación. Los gritos… Lo estaban torturando. ¿Cómo Soren había caído en manos de la Capilla? La confusión zarandeó las llamas de voluntad que ardían en lo más profundo de Christa, permitiendo que los capas negras se pusieran de pie una vez más.

-Ese hombre nos ha dado demasiados problemas, pero estoy dispuesta a dejarle ir si te entregas sin oponer resistencia. Me parece un buen trato -sugirió la mujer con una sonrisa maliciosa.

Christa, con la sensación de que así pagaría la deuda que tenía con Soren, dejó caer el arma y alzó los brazos, rindiéndose.

Esa calurosa noche de Puerto Arenas, Christa, Loki y Amara fueron capturados por la Capilla de Sett y transportados a la capital del Páramo.

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El Páramo [Segunda parte] Empty Re: El Páramo [Segunda parte] {Dom 12 Nov 2023 - 20:27}

Buenas, lo primero de todo una disculpa por la tardanza, entre el trabajo y una memoria de pez se han juntado cosas. Pero estoy poniendo excusas y dudo que quieras leer eso. Vamos al lío.

Ha sido interesante ver como Christa, a pesar de su viaje y las penurias de este sigue siendo una prisionera del páramo, más aún a tan poco de lograr escapar. Un viaje que ha puesta a prueba tanto sus habilidades como su percepción del mundo y de la confianza que puede llegar a tener en las personas. Ha sido un relato entretenido de leer con un ritmo constante, pocas o ninguna falta de ortografía, así como la ausencia de fallos narrativos que tenga que mencionar.

En cuanto a las peticiones, te llevas lo pedido, así como 1292 Px y 129 doblones, a los que se les resta 90, por lo que te quedan 39. Este diario cuenta para el despertar del haki del rey.
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El Páramo [Segunda parte] Empty Re: El Páramo [Segunda parte] {Mar 14 Nov 2023 - 14:13}

Hola, gracias por la moderación. Aceptada queda.

Saludos


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El Páramo [Segunda parte] Empty Re: El Páramo [Segunda parte] {Lun 27 Nov 2023 - 23:09}

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El Páramo [Segunda parte] Empty Re: El Páramo [Segunda parte] {}

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