El ocaso del North Blue

No tenía valor para mirar dónde me encontraba. En cuanto el barco zarpó y observé el rumbo que tomaba no pude evitar sentirme decepcionado conmigo mismo. Me había equivocado, había tomado la opción que más me desagradaba. Ahora no podía comprobar cómo se encontrarían en mitad de todo este caos. Me sentía fatal.

Nada más darme cuenta había entrado a uno de los camarotes del barco. Estuve todo el viaje con las manos en la cabeza, lamentándome de mi decisión. ¿Y si finalmente había tomado la decisión incorrecta? ¿Y si ahora mismo mi isla natal estaba siendo masacrada por esos malditos y sucios piratas? No, no podía permitirme pensar eso, no tenía que dejar que mis sentimientos influyan en mi misión. Pues ahora ya tenía claro que debía cumplir mi misión... ¿Pero y si no lograban sobrevivir?...

La frustración y la intriga me sacudía. No soy una persona mentalmente fuerte, lo reconozco, el mero hecho de que mi hermano o mi madre caigan como bajas en esta guerra me hacía arrepentirme de haber ingresado en la marina y haberme marchado de su lado. Allí habría podido protegerles mejor tal vez... Aunque no tendría el poder que tengo ahora.

-¡JODER!

No pude evitar soltar ese grito amargado mientras mi estrés llegaba a su clímax, escuché gritos de Kenichi, mi compañero, me llamaba desde fuera, pero no era capaz de moverme. ¿Tenía miedo? No, no era miedo, el miedo no era algo que me detuviese normalmente, esto era algo más que eso. No sabría cómo expresarlo, la intriga del saber dónde me encuentro y qué está ocurriendo fuera, el peligro que pueda haber detrás de la madera de esta embarcación, no son nada comparadas con el pánico que tengo a que cualquiera de ellos dos estén sufriendo ahora mismo.

Me levanté como pude. Froté enérgicamente los ojos que estaban apunto de desbordar por el dolor. Debía salir de allí, tenía que enfrentarme a lo que quiera que hubiera ahí fuera. Kenichi lo estaba haciendo, cuando pude comprobar que su terror ya era enorme desde un principio. No obstante era yo quien estaba escondido, como un perro escondiendo el rabo frente a un gran peligro.

No podía permitirme esto. Si ahora no actuaba como debía yo también podría acabar fatal. Ahora estaba en mitad de una guerra, debía dar lo mejor de mí mismo, debía acabar con todos cuantos pudiera... Daría mi vida antes que permitir que cualquiera de esos hijos de puta zarpen de esta isla. Esa sería mi forma de ahora de proteger lo que más quiero. Mi familia. No dejaría a nadie cruzar por mi camino, tendrían que hacerlo sobre mi cadáver.

Decidido con todo, cogí todas mis armas, sin excepción. Tsuinkaze en el arnés, Shoidaigariki e Igurusureiya a la espalda, las do espadas a la cintura y los diales en el chaleco. No me faltaba nada. Mi colgante parecía brillar, sentía un pequeño calor extraño que llegaba desde él, me incitaba a seguir adelante, por más que mis temores me negaban el movimiento. Me equipé aquellas botas ligeras y salí de allí firme. Seguramente con el rostro algo enrojecido todavía.

Cuando salí observé que Kenichi ya no estaba, apenas había nadie en el barco. Me asomé y lo primero que pude ver fue a un ratón peleando contra algo extraño, parecía una especie de ser cosido por todas partes, como si de un trapo se tratase. Pero eso no me llamó tanto la atención como el hecho de que su rival fuese un ratón.

-¿Puede ser?...

En cierta ocasión conocí un extraño ratón con un sentido del honor tremendamente admirable. Sir Cadogan creo que se hacía llamar. Todo un caballero. Lo que no estoy seguro es si se trata de él realmente, sería una extraña coincidencia, aunque por otro lado bastante normal ver conocidos enfrascados en una guerra de tales proporciones.

Escuché unos gritos de Kenichi, reconocí su voz llamando a reclutas rasos para que ayudaran a los heridos. Corrí hacia donde él estaba. Mi rostro estaba completamente serio, no había rasgo de felicidad en ninguna parte, no como habitualmente en mí, que incluso en situaciones desfavorables puedo llegar a esbozar alguna que otra sonrisa, pero en este caso no era así. Estaba completamente serio, pensando en todo momento qué hacer y qué sería lo más correcto.

-Ruego disculpas Kenichi. No pude salir antes. Buen trabajo con los heridos. Haz cuanto puedas para evitar que nuestras fuerzas se vean muy mermadas. Yo voy a entrar en combate. -desenfundé la espada maestra, preparándome para combatir- Si ese ratón es quien creo que es, podemos tener ante nosotros un buen aliado.

Comencé a caminar. Estaba tenso, el pobre Kenichi estaba bajo mi cuidado, no era más que un pobre civil que ha acabado en mitad de la guerra. ¿En qué diablos estaban pensando esos marines para hacer que este chico entre en la guerra? No se lo perdonaría, y desde luego no pensaba callarme. Antes de alejarme me detuve, y sin siquiera girarme le dije algo más a mi compañero. Me sentía responsable de lo que le pudiera ocurrir.

-Kenichi... -Mi voz estaba un poco apagada- No mueras.

Salí corriendo hacia aquél ratón y ese ser extraño. Si realmente era Sir Cadogan le ayudaría a derrotar a esa criatura. No podía andarme con chiquitas en esta situación, pero no debía de agotarme demasiado rápido. La batalla podría ser muy dura y tenía que dar lo mejor de mí.

Rose se transformó en un híbrido de entre humano y tigre y, a una velocidad increíble, apareció al lado del guardia que nos había detenido. Le hirió con una garra, aunque no parecía mortal. Eso si, dudaba que nos volvieran a plantar cara. - Rose... ese era mío, maldita sea. Nos pedía diplomacia, que no actuáramos de manera violenta y que fuéramos con cuidado por que era territorio de un aliado y no quería problemas por ahora. Pero ella era la primera en lanzarse al ataque. Mientras Rose se recuperaba de la transformación, me alejé un par de pasos del grupo. De repente, sentí como un leve mareo. Miré alrededor mientras sacudía la cabeza. ¿Que me pasaba? ¿Era un simple mareo o se trataba de algo mas? La verdad es que desde que habíamos embarcado en aquella isla no me había sentido del todo bien. Quizá se debía a la imponente presencia de aquél pirata llamado Derian. O del poder que se cernía sobre aquella diabólica isla. O simple y llanamente, por que no me sentía bien. Fuera como fuese, tuve otro pequeño lapsus. Quedé absorto en mis pensamientos, helado, sin poder moverme hacia ningún lado... 

No recuperé el conocimiento hasta pasadas, aproximadamente, unas tres horas. Kuroi me tenía tomado del pescuezo y me arrastraba por el suelo. Al abrir los ojos, pude ver como una gran roca se alzaba por delante de nosotros. Me levanté y me sacudí la ropa del polvo. Otra patrulla... me empezaba a cansar de tanto guardia. Sin embargo, estos fueron mas  rápidos y mas efectivos. La roca que se alzaba pro delante de nosotros se abrió, dejando paso a un ascensor. Los demás fueron entrando poco a poco al elevador... solo faltaba yo. Exhalé un poco de aire y me acomodé la espada. Se aproximaba el momento de la verdad. Di un paso adelante y entré al ascensor. - Gracias por encargarte de mí durante el  trayecto. No se que me paso exactamente, solo que no me sentía bien. Perdí el conocimiento durante unos breves momentos. Podía llevarme a muerte con cualquiera, pero era una persona de valores. Si hacían algo bueno por mí sabía reconocerlo y dar las gracias. Ahora... ¿que nos aguardaba el destino? Solo debía de esperar. 

No había servido de nada. El samurai liberó el viento que había concentrado en torno al cuerpo, el cuál comenzó a caer. Sin prestarle más atención al cadáver, se fijó en la masacre que había provocado. Bajó y comenzó a buscar entre los cuerpos, revisándolos en busca de algo que pudiese delatar la identidad de los agresores. A parte de algunas fotos bastante comprometedoras de una mujer que dejó junto al cadáver del soldado, no vio nada en especial. Aquello era demasiado artificial. ¿Soldados sin pertenencias? ¿Ni fotos de sus familias, ni nada que no estuviese expuesto a simple vista? Él había estado en la guerra. Tanto él mismo como los hombres con los que había compartido línea de batalla eran, más allá de samurais, personas. Con sus sueños, sus esperanzas y su vida. La mayoría tenían algún efecto personal que llevaban siempre consigo, algún recuerdo de su hogar o algo similar. Shun siempre había portado consigo en las batallas la ocarina que le había regalado su madre cuando cumplió los catorce años. Sin embargo los muertos más allá de su indumentaria, armas y algunos cantimploras y comida, no llevaban más cosas. Tal vez una cartera con un puñado de billetes, una bolsa con 25.000 piezas de cobre o un espadón con un brillo radioactivo que no indicaba nada bueno. Y casi todos ellos conservaban prácticamente toda su dentadura e iban bien aseados y limpios (a parte de los manchones de sangre). Había estado en Hallstat hacía un tiempo, y los aldeanos que debían conformar el grueso del ejército no eran precisamente gente acostumbrada a asearse más de una vez al mes. Aquello no era una prueba decisiva, pero definitivamente no eran tropas regulares de Derian. Y claramente, tampoco no muertos.

Tenía muy claro su siguiente paso. Comenzó a volar en torno al castillo, buscando algún punto de acceso. Una vez lo encontró (una ventana entreabierta en el tercer piso) se coló en esta. Notaba a Kazuo entrando ya en movimiento. No tenía ningún aura cerca, así que supuso que se había liberado solo. Eso le dejaba menos margen de tiempo para actuar... mierda. Debía ser rápido. Su primer objetivo eran las cocinas. La estancia en la que había entrado era una especie de dormitorio con varias literas. Convertido en viento, salió al pasillo por el quicio de la puerta y avanzó veloz e invisible por este hasta encontrar las escaleras. Tardó unos minutos en localizar las cocinas, pero como había imaginado se hallaban en el piso inferior. "Es lo lógico. En estas tierras frías es lo que más les conviene. Así el calor de los fogones asciende y caldea los pisos superiores." Entró en la estancia sigilosamente, pasando agachado entre muebles y encimeras, evitando a los cocineros. Finalmente llegó a la despensa. Entró rápido en esta, y comenzó a rebuscar entre las frutas hasta encontrar un kiwi. "Bingo. Me olvidé de coger uno antes de salir." Se guardó la fruta en el interior de sus ropajes y tomó un par de uvas que se llevó a la boca. Ya que estaba... robar no era adecuado, pero aquello no era un robo, era un botín de guerra obtenido de un enemigo. Salió de nuevo sigilosamente de las cocinas sin matar a ningún cocinero y evitando que le pillaran (al fin y al cabo eran enemigos pero no combatientes) y se dirigió a los pisos superiores. Antes de encontrar al escandaloso Kazuo debía buscar pruebas sobre la identidad de aquella gente.

Notaba a su discípulo cada vez más arriba. Pronto tendría que entrar en acción. Sin embargo, estaba muy cerca de su objetivo. Había subido al último piso y entrado en un despacho. Rebuscó rápidamente en armarios y cajones sin encontrar nada que desmintiese aquella farsa de que era un cuartel de Derian. Encontró informes, cartas y comunicados oficiales con pinta de auténticos. Sin embargo, el samurai no desistió. Finalmente miró bajo el escritorio, y se percató de la presencia de un cajón secreto. Este estaba tras un falso fondo, que una vez retirado reveló una cerradura. Podría haber cortado todo, pero no quería destrozar lo que hubiera y armar escándalo de paso. Se concentró, y con su viento trató de mover la cerradura y abrirla. No era fácil, pues nunca había probado nada similar. Dio un suave silbido lo menos audible que fue capaz, y moldeó su viento volviéndolo pseudo-sólido. Logró finalmente adaptarlo a la forma de la llave y abrir el cajón. Lo sacó del mueble y examinó su contenido. Entre otras cosas, había un sobre en el que ponía "top secret." Tras cerciorarse de que estaba solo, se dispuso a abrirlo...

“Vamos, no me jodas”  -pensé al observar la única voluntaria a pilotar el submarino. Era una muchacha que, en comparación con la mayoría de los que estábamos allí, parecía no tener maldad alguna. La chiquilla apretó un botón y el submarino se puso en marcha, pero no me convencía del todo.

Entonces el mapache soltó un comentario sobre el motor. –Tú, rata deforme, ni se te ocurra tocar el motor, ¿entendido? –le miré fijamente.

Nuevamente miré a los maleantes –Si hay alguien más que sepa de navegación, que vaya a acompañar a la muchacha. -Tras ello, me apoyé en una de las paredes del submarino, observando todo a mi alrededor, la situación no era la optima, un pequeño error implicaría que nos hundiríamos en el mar, y eso es algo que no me gustaba nada, ya que, por culpa de mi bendición y maldición, no podía nadar.

Aunque la situación parecía haber mejorado notablemente al haber encontrado a alguien que sabía manejar el cacharro marítimo, su naturaleza y la forma de demostrarnos su empeño y emoción no consiguió más que hacerme levantar una ceja con recelo. Miré a Rocket para que supiera de mi preocupación y me diera su opinión, pero el mapache parecía tener más interés en la extravagante muchacha que en mí.

- Ah, muy bien. Yo también puedo apretar un botón, ¿sabes? –Espeté sin mucho ánimo, antes de volverme hacia el resto de la gente reunida para reforzar las palabras de mi capitán.- Oíd, no me gusta repetir lo que dice el tipo de la pistolas, así que no me hagáis decirlo más que esta vez: necesitamos a alguien que sepa manejar este trasto, alguien que lo pilote de verdad. ¿Tenemos a algún buen navegante con un par de pelotas al que no le acojone llevar este supositorio metálico gigante a la batalla?

Bufé, pues tanta tardanza estaba acabando con mis nervios y mi paciencia. “¿Por qué no estoy matando, joder? Si esto sigue así empezaré a arrancar cabezas y a usarlas de munición antes de que lleguemos a nuestro destino."