Hayden Ashworth
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Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Hayden estiró la mano hacia el pomo de la puerta. Habían mandado a un guardia a buscarlo para traerlo hasta aquí y, tras dejarlo frente a la puerta, se marchó. Antes de que su mano pudiese tocar el pomo recibió un empujón que lo tiró al suelo. Dolorido, el muchacho se frotó la cabeza buscando aliviar el golpe a la par que miraba hacia arriba. Su hermano mayor, Kieran, estaba acercando la mano al pomo. Al tener tres años más que él, concretamente doce, ya era algo más alto y llegó al pomo con más facilidad.
Kieran, el futuro heredero, tenía el pelo largo y rojo como el fuego. Iba vestido con lujosos y elegantes ropajes que ningún niño normal plebeyo llevaría. Si bien las ropas de Hayden también eran lujosas, estaban más maltrechas y rotas por el uso, siendo de antigua propiedad de su hermano que había crecido demasiado para llevarlas. El pelirrojo miró a su hermano pequeño con desprecio, abrió la puerta y entró.
Hayden se levantó y entró también en la habitación. Su abuelo, el patriarca de la familia Ashworth y respetado noble de Wulvertown, estaba sentado en una silla tras una mesa enorme de madera. Sobre esta había un Denden Mushi y varios sobres abiertos. Junto al patriarca estaba la madre de Kieran, que dedicó una fugaz mirada de desprecio al pequeño bastardo.
—Sentaos —dijo la mujer—. Vuestro abuelo tiene… malas noticias.
Señaló un par de sillas pequeñas que habían sido colocadas al otro lado de la mesa. Hayden se dirigió a una de ellas, pero Kieran se puso delante y se sentó en la que él iba a elegir. Tragó saliva y se sentó en la otra. El patriarca carraspeó. Era mayor, pero no parecía alcanzar la vejez. Tenía una recia barba roja con algunas canas.
—Vuestro padre, Preston Ashworth, heredero al título de patriarca de la familia Ashworth, Magíster en la Legión, ha sido declarado desaparecido en combate. —La mujer apartó la mirada llevándose la mano a la boca. Kieran bajó la mirada y apretó los dedos contra sus rodillas. Hayden miró al frente mientras notaba como se le hacía un nudo en la garganta y se le humedecían los ojos—. Kieran, ahora eres el primero en la línea de sucesión. Dentro de unos años te alistarás en la Legión como tu padre hizo antes de ti y como hice yo antes que él. ¿De acuerdo? —Kieran asintió. El patriarca miró entonces a Hayden. Durante un instante pareció que iba a decirle algo a él directamente—. Y ahora id a dormir. Es tarde.
Hayden bajó de la silla aguantándose las lágrimas. ¿Papá había muerto? No, no podía ser. Desaparecido no significaba muerto. Seguro que seguía vivo, tan solo no habían sabido encontrarlo. Seguro que volverá. Salió de aquella sala y, casi de manera automática como si sus pies se movieran solos, empezó a caminar hacia su dormitorio. No podía dejar de pensar en su padre, en como todos los meses que no estaba el resto de su familia lo trataba fatal. ¿Iba a cambiar algo ahora? ¿Iban a echarlo de la casa?
Antes de poder abrir la puerta de su habitación alguien le empujó contra la pared. Hayden perdió la respiración un instante por el golpe y notó la presión de un brazo contra el cuello que evitaba que se separase de la pared. Cuando abrió los ojos vio la azul mirada llena de ira de Kieran.
—No sé como… ¡Pero todo esto es culpa tuya, niño demonio! —exclamó antes de darle un puñetazo en el estómago. Hayden cayó al suelo de rodillas, llevándose una mano al estómago a la par que escupía en el suelo. Kieran le dio una patada en las costillas—. ¡Ya lo decían los guardias cuando llegaste! ¡Que esos dientes son de demonio y los niños demonio solo traen mala suerte! —siguió dándole patadas cada vez más fuertes. Kieran nunca le había pegado de aquella manera, pues su padre lo castigaba duramente cada vez que intentaba hacerle daño a su hermano pequeño. Pero ahora su padre no estaba ahí para evitarlo… y probablemente no esté nunca más—. ¡Te odio! ¡Eres un error! ¡Ojalá te mueras tú y no papá!
No supo cuánto había durado exactamente la paliza. Cuando Kieran se marchó, Hayden se quedó un rato en el suelo, abrazándose el cuerpo buscando aliviar sin éxito la zona dolorida por los golpes. Se levantó como pudo, entró a su dormitorio y cerró la puerta. Con las manos temblando, cogió la silla de su mesa y la colocó frente a la puerta intentando atrancarla. Entonces se echó en la cama de lado, encogiéndose, pensando en su padre.
«Volverá… Seguro… No puede dejarme solo con ellos…»
————Seis años después————
Hayden se escondió del guardia debajo de la mesa. Vio sus piernas pasar, buscándolo, que tras unos segundos dejaron la zona. El muchacho salió de su escondite cargando con una mochila y se dirigió a una de las ventanas que había en aquel pasillo. Tiró la mochila por la misma y trepó al alféizar, asomándose al exterior. Apenas había un piso de altura y la mochila había aterrizado en un arbusto. Agarrándose a una tubería que había junto a la ventana bajó sin hacerse daño. Cogió la mochila del arbusto y se arrodilló en el suelo, abriéndola.
Sacó una gorra boina de color gris de su interior y se la puso. Después sacó una chaqueta polvorienta que se puso para ocultar la camisa propia de un noble que llevaba. Entonces se colgó la mochila a la espalda y salió corriendo del jardín de los Ashworth, directo a la ciudad de Wulvertown.
No le dejaban salir de la casa, ciertamente, pero eso no evitaba que lo hiciera. El edificio era prácticamente un castillo y era enorme, por lo que cuando sorteaba a los guardias era capaz de marcharse y, al volver, nadie se había enterado de que se había ido. Como nadie en esa familia se preocupaba siquiera por darle de comer y le decía que se buscase él solo la vida en las cocinas, era capaz de hacer su vida fuera de casa y volver solo cuando tenía que dormir. A veces ni eso. Se había cansado de las palizas de su hermano y de ser el único que recibía castigos al intentar defenderse. Así podía tener algo de libertad, sobre todo porque su hermano se había marchado ya a alistarse a la Legión.
Entró por la calle principal, donde estaban todos los puestos de mercado. Cazadores y pescadores vendían sus presas, agricultores su cosecha y artesanos sus productos. Como siempre hacía, recorrió toda la calle hasta llegar al puerto. Allí había algo más de gentío que lo normal, por lo que por curiosidad interrumpió su camino y se quedó a mirar. Un enorme barco había atracado allí. Tenía las velas recogidas y una bandera roja sin ningún símbolo dibujado. Arqueó una ceja. Normalmente los barcos tenían símbolos en las banderas que los identificaban. Había visto muchas veces barcos de la Legión ir y venir, así como de algunos gremios de comerciantes. Estiró el cuello entre el gentío para mirar hacia el barco. Varias personas estaban saliendo del barco por la pasarela. Todos iban vestidos de manera más o menos igual y con una gorra en la cabeza.
—Dicen que son comerciantes de Syrup —dijo un adulto chismorreando con su compañero—. Que vienen unos días a aprovisionarse y luego seguir su camino.
Hayden miró de nuevo al barco. ¿Que clase de comerciantes tenían un código de vestimenta? Los uniformes eran cosa de soldados u organizaciones privadas. ¿Y no pertenecían a ningún gremio de comerciantes? Era una gente extraña. El muchacho se agachó y empezó a moverse entre la gente, buscando colarse y acercarse más al barco. Cuando llegó al puerto se escondió tras una caja mientras veía como seguían bajando del barco con un hombre dándoles órdenes.
El hombre había dejado su mochila en el suelo a su lado mientras daba órdenes y señas para que siguieran bajando del barco. Una persona despreocupada y sin cuidado por sus cosas. Sin hacer ruido, Hayden se asomó tras la caja y estiró el brazo hacia la mochila lentamente. Consiguió agarrarla y, tras unos segundos de asegurarse de que el hombre seguía sin darse cuenta, la tiró hacia si mismo. Sonrío en silencio de satisfacción por su fechoría y empezó a abrir la mochila. Su sonrisa se transformó en un rostro de confusión cuando vio lo que había ahí.
Una gorra blanca y azul con la palabra MARINE escrita en grande sobre la visera. ¿Marines? ¿En Wulvertown? Había oído a su padre hablar de ellos alguna vez. De como hacía muchos años ellos eran la Legión, pero se separaron del gobierno cuando resultó que uno de sus altos cargos era un traidor. Hayden frunció el ceño. Si la Legión era un sitio que aceptaba a gente como su hermano no sería un sitio tan bueno.
Apartó la gorra y empezó a buscar más cosas dentro. Además de ropa, lo que parecía ser el uniforme de la Marina de ese hombre, no había gran cosa. Siguió rebuscando, esperando encontrar aunque fuese un anillo perdido que el Marine encubierto no quería que le viesen o algo por el estilo, estando tan ensimismado en su pequeño robo que no se había dado cuenta de que las órdenes habían parado.
—¿Buscas algo? —dijo una voz grave y gruñona.
—Sí, pero aquí solo hay ropa —contestó Hayden sin mirar, metiendo la mano hasta el fondo de la mochila—. Esperaba encontrar algo de valor aunque se…¡¡¡AAAAAAH!!! —reaccionó tras un rato, soltando la mochila tirándola a un lado y poniéndose de pie lo más rápido que pudo.
El hombre, sin quitarle la vista de encima, recogió su mochila y volvió a guardar la gorra que se había salido. Se acercó a Hayden y, moviendo la mano con increíble rapidez, le metió tremenda colleja.
—Niño, no se roba.
—¡Aaah! ¡Me has hecho daño! —dijo frotándose la nuca.
—Y como vuelva a pillarte robando te pego más fuerte —dijo el hombre señalándole con un dedo.
Hayden vio su oportunidad y le mordió el dedo. Tal vez fuese porque tenía los colmillos afilados y parecía tener los dientes de un tiburón, pero el hombre gritó de dolor. El muchacho aprovechó el momento se marchó corriendo, dejando atrás al hombre gritón y su dedo dolorido, riéndose por su traviesa fechoría.
Por suerte parecía que el Marine no quiso darle la importancia suficiente como para perseguirlo. El chico llegó hasta su objetivo original, un callejón junto a un almacén abandonado. Entró por el mismo, pisando unos charcos que habían en el suelo. Junto a una de las paredes del callejón había una cuerda colgando que parecía venir de una ventana un par de pisos más arriba. Agarró la cuerda y tiró de ella dos veces.
Tras unos segundos una cabeza rubia y llena de pecas se asomó por la ventana. Una enorme sonrisa se dibujó en el rostro de la muchacha, mostrando que le faltaba un diente, al ver a Hayden. Lo saludó con la mano y volvió a entrar. El muchacho entonces se agarró a la cuerda y esta, enseguida, empezó a tirar de él y a subirlo hasta la ventana. En el momento en el que entró por la misma recibió un fuerte abrazo de la chica.
—¡Hola, Hayden! —dijo otro muchacho acercándose a él.
Eran Helena y Troy. Helena era una chica joven, de la edad de Hayden, muy delgada y con ropa que le iba enorme. Tenía el pelo largo, sin peinar y totalmente rubio, con la cara adornada de pecas y una sonrisa a la que le faltaba un diente. Troy, en cambio, era un muchacho algo mayor que ellos dos. Era alto y bastante más ancho que ellos, mostrando una cara redonda y risueña, con el pelo castaño y corto.
—¡¿Qué has traído, qué has traído?! —exclamó Helena dando saltitos.
Hayden se arrodilló y abrió su mochila. Sacó de esta varios bultos envueltos en papel y los repartió. Era comida que había robado de las cocinas de la mansión. Trozos de carne, algunas frutas, pan y queso. Se repartieron la comida entre los tres y enseguida se pusieron a comer. No tardaron mucho en acabar con todo y terminaron tumbados en el suelo de aquel almacén abandonado que meses atrás habían declarado como suyo, mirando al techo.
—Han venido marines a la isla —dijo Hayden de golpe.
—¿Marines? —preguntó Troy—. ¿No son enemigos del gobierno?
Hayden asintió.
—Estaban de incógnito. Vi su uniforme intentando robar la mochila de uno.
—¿Qué estarán haciendo unos marines en Wulvertown? —preguntó Helena, confusa.
—No lo sé, pero… Se me ha ocurrido algo —dijo Hayden sin dejar de mirar al techo. Sus ojos rojos ahora brillaban soñadores—. Es nuestra oportunidad para salir de Wulvertown.
—¿Cómo? —dijo Troy levantándose.
—Los marines van de isla en isla, ¿no? Y los barcos marines son como los de la Legión, pueden moverse más rápido y son capaces de moverse entre mares. Podría robar cosas de casa por última vez, colarnos en el barco de los Marines, bajarnos en la próxima isla que vayan y ahí vender el tesoro robado para hacer vida nueva. Lejos de Wulvertown, dónde vosotros sois pobres y a mi me dan palizas casi cada día. Nos merecemos una vida mejor, ¿no creéis?
Se quedaron un instante en silencio. Finalmente, desde el suelo, Helena se rió y alzó los puños soltando un grito de alegría. Troy la siguió, empezando a reír también. Hayden sonrió, mostrando todos sus colmillos mientras que sus ojos rojos brillaban con determinación. Por primera vez en años, desde que murió su padre, empezaba a ver algo de luz en el futuro. Una vida junto a sus dos mejores amigos, lejos de Kieran y de cualquier abuso.
—¿Cuándo quieres hacerlo? —preguntó Helena.
—No sé cuándo se van los marines —contestó Hayden—. Pero me gustaría empezar el plan mañana. Esperadme esta noche junto al jardín de casa de mi abuelo. Ya sabéis, donde os enseñé, por ahí no pasan nunca los guardias. Entonces saldré yo con la mochila llena de cosas caras. Entre los tres lo podemos llevar hasta la casa abandonada que hay a varios metros detrás de la herrería. Si lo traemos aquí llamaremos demasiado la atención entre la gente por el camino. En esa casa lo podemos esconder y a partir de ahí ver cómo nos colamos en el barco de los marines y cuándo se van. Y yo… —suspìró—. Supongo que no volveré a pisar la casa de los Ashworth nunca más.
—Mañana… —susurró Helena en baja voz—... Eres muy impulsivo, Hayden. ¿Y si te pillan antes de que se vayan los marines?
—No lo harán.
Se hizo el silencio unos segundos. Finalmente, Troy se levantó y se quedó sentado en el suelo. Helena hizo lo mismo. Hayden se levantó confuso y los miró. Troy respiró profundamente y estiró la mano.
—Esto es una promesa de que nos protegeremos mutuamente y conseguiremos escapar.
Helena gritó de alegría y colocó su mano encima de la de Troy.
—Esto es una promesa de que estaremos siempre juntos.
Hayden los miró y sonrió ampliamente. Ellos dos eran los únicos que no se veían asustados por sus afilados colmillos de tiburón. Levantó la mano y la acercó a la de ellos, dudando durante un instante. Finalmente, la colocó encima de las suyas.
—Esto es una promesa… De que no permitiré que os pase nada malo.
———————
Se coló en el jardín durante el anochecer, acercándose a una de las ventanas, cuando vio algo por el rabillo del ojo. Se ocultó tras un arbusto y miró hacia el camino del jardín que llevaba hasta la puerta principal. Había tres hombres, ataviados con uniformes de la Legión. Uno de ellos lideraba, llegando hasta la puerta y golpeando esta con los nudillos para llamar. Los otros dos cargaban con un cofre enorme. Hayden alzó una ceja, confuso. La puerta se abrió y los oyó hablar, aunque no fue capaz de discernir lo que decían. Finalmente, les dejaron pasar y la puerta se cerró tras ellos.
El muchacho se dio la vuelta con prisa y entró por la ventana. Dejó la mochila escondida bajo una mesa y empezó a correr hacia la sala principal, pasando junto a algunos guardias que, por suerte, no le habían visto colarse.
—¡Eh! ¡¿Dónde has estado todo el día?! —preguntó uno de ellos, pero Hayden lo ignoró y siguió su camino.
Finalmente llegó a la sala principal. Un lugar que parecía una sala del trono, mostrando por completo el ego y ansías de poder que tenía un noble como el patriarca de la familia Ashworth en una isla dónde no había reyes. Se colocó junto a su hermano, que estaba allí mirando como los legionarios traían el cofre.
—¿De dónde has salido tú? —susurró enfadado Kieran al asustarse por Hayden.
—Llevo aquí todo el rato —mintió.
Kieran lo ignoró y volvió a centrar la vista en los legionarios. Los dos hombres dejaron el cofre en el suelo. El que parecía el líder carraspeó y saludó al noble. Después miró a los dos hermanos y los señaló.
—¿Cuál de ellos es Kieran?
Su abuelo los miró e hizo un gesto con la cabeza. Kieran dio un paso al frente. Tenía un porte recio y con la barbilla alta, pero Hayden sabía que bajo esa expresión de seriedad había alguien asustado porque no sabía que quería esa gente. Durante un instante el muchacho de pelo negro se ilusionó. ¿Y si habían venido a decirles que habían encontrado a su padre vivo? No… ¿Por qué iban a traer un cofre si era por eso?
—¿Qué ocurre con mi nieto? —preguntó el noble.
—En nombre del Gobierno Mundial, y en honor por los actos cometidos por Preston Ashworth en acto de servicio, traemos un regalo para Kieran Ashworth, con el objetivo de que lo utilice durante su servicio a la Legión. —Se giró mirando al cofre—. Abridlo, muchachos.
Uno de ellos sacó una llave de su bolsillo y la metió en la cerradura del cofre. Tras un sonoro "clack", utilizó ambas manos para abrir la tapa que, al hacerlo, soltó un terrible crujido. Hayden estiró el cuello para ver lo que había en su interior. Era… Una fruta. Parecía una piña, pero era redonda y con un tallo verde en vez de un manojo de hojas. Era de color naranja y rojo, adornada con espirales.
—¿Qué es…? —empezó a preguntar Hayden en un susurro.
—Una fruta del diablo —dijo su abuelo, de golpe poniéndose recto en su silla. El legionario asintió.
—Fue encontrada por unos legionarios hace unos meses. Varios usuarios de esta fruta en concreto, a lo largo de la historia, han sido soldados o agentes que han trabajado para nuestro gobierno. Ahora vuelve a estar bajo nuestro poder y se ha decidido que Kieran Ashworth era la persona más apta para heredar este poder.
¿Kieran? ¿Apto? Hayden lo dudaba muchísimo. Frunció el ceño mirando a aquel soldado del gobierno. Estaba claro que no había ninguna intención de condecorar a su padre ni de dar poder a Kieran. Aquel era un movimiento político, para mantener a los Ashworth bajo el ala del gobierno. Con cosas como esa el muchacho se preguntaba cómo su padre podría haberse alistado a ese ejército. Eran todos unos mentirosos.
Apartó ese pensamiento de su mente. ¡Una fruta del diablo! Había oído hablar de ellas, pero estaba seguro de que eran un mito. Jamás había conocido a nadie con poderes y, por mucho que Helena insistiese que así era, siempre había dudado que más allá del mar, en el Grand Line, había mucha gente con poderes sobrenaturales. No existía tal cosa. Pero ahora… ¡Lo tenía delante! Ya no necesitaba robar ningún tesoro, seguro que esa fruta podría venderse muy cara. ¡Y cabía en su mochila perfectamente!
—¿Y qué hago…? —empezó a preguntar Kieran. Se notaba la impaciencia en su rostro —. ¿Me la como?
—Todavía no —dijo su abuelo poniéndose de pie—. Mañana es la celebración del cumpleaños de tu padre. Habrá una ceremonia y la consumirás en su honor durante la misma. ¿Está claro? —Kieran asintió, dando un paso atrás. El noble miró entonces a los Legionarios—. Transmitid mis agradecimientos por este regalo.
El soldado asintió con educación. El otro legionario volvió a cerrar el cofre y le dio la llave a uno de los guardias que se acercaban al cofre. Entre ambos lo alzaron y lo llevaron hasta detrás de la enorme silla del noble, dejándolo ahí. Después, el guardia de la llave se la dio al patriarca para que la guardara. La agarró y se la guardó en el interior de su chaqueta.
Hayden entró en su habitación cerrando la puerta tras de sí. Cerró con el pestillo para que nadie pudiera entrar y, enseguida, fue corriendo a bajo la cama. De allí sacó un pequeño cilindro de cuero enrollado y sujeto por unas correas. Lo llevó hasta la mesa, desató las correas y lo desenrolló. En el cuero había sujetas varias herramientas. Se las había comprado a un ladronzuelo del pueblo por si algún día descubrían sus escapadas y empezaban a cerrarle puertas.
Había estado practicando con ellas incluso, abriendo candados o cerraduras. No se le daba tan mal, estaba seguro de que la cerradura del cofre debería durar como mucho un par de intentos. Tras comprobar que las herramientas estaban bien, volvió a cerrar el paquete y se lo guardó en la mochila. Si bien estaba ya oscuro, esperó un rato a bien entrada la noche. Se acercó a la puerta y, durante unos instantes, dudó. Acercó la mano poco a poco al pomo y, tras haberse decidido y mentalizado en que ya no había vuelta atrás, desbloqueó la puerta y salió de la habitación.
No había nadie en el pasillo. Cerró la puerta en silencio mirando a los dos lados, confuso. Tenía entendido que por las noches también había guardias, pero… No había nadie. ¿Estaban vagueando? Empezó a caminar hacia la sala en la que habían dejado el cofre. La madera del suelo parecía crujir más de lo normal, lo que hizo que Hayden fuese algo más despacio y se pusiese más nervioso. Se asomó poco a poco a la sala y, por primera vez en toda la noche, vio a un guardia.
Estaba plantado en medio de la sala, junto a la enorme silla del patriarca. Había desenfundado su pistola de llave de chispa y la estaba inspeccionando con una expresión de aburrimiento bastante notable. Tras un minuto, sacó un reloj de bolsillo y lo miró. Con un suspiro volvió a guardarlo y empezó a dirigirse a la salida de la sala, cumpliendo el horario de su ronda. El muchacho seguía confuso. No era normal que hubiese solo un guardia.
Empezó a caminar, agachado, hasta la silla. Se asomó detrás de la misma y sonrió de alivio al ver que el cofre seguía allí. Se agachó frente al cofre y sacó de la mochila el kit de herramientas. Sacó las ganzúas y empezó a buscar la manera de abrir la cerradura. Tardó un poco, tal vez por los nervios y su impaciencia, pero finalmente oyó un click. Poco a poco empezó a abrir la tapa del cofre y esta crujió demasiado. Hayden hizo una mueca y se paró en seco. Asomó la cabeza lentamente desde detrás de la silla para ver si alguien lo había oído. No vino nadie.
Suspiró. Terminó de abrir el cofre y se quedó quieto. Allí estaba. Con impaciencia y nerviosismo, cogió la fruta con una mano y cerró el cofre con la otra. Rápidamente la metió en la mochila y se colgó esta a la espalda. Se asomó de nuevo mientras se preparaba para escapar y empezó a oír pasos. Antes de que entrase nadie, corrió hacia el pasillo donde estaba la ventana que daba al jardín.
Salió por la misma y, mirando a todas partes para asegurarse de que no había guardias, echó a correr. Se acercó a la sección del muro que le había dicho a sus amigos, que tenía un arbusto pegado. Se agachó frente al mismo y lo apartó, mostrando tras él un agujero en el muro de ladrillos de piedra. Era un agujero pequeño, pero él era un canijo delgaducho, lo había usado muchas veces para escapar sin ser visto. Primero pasó la mochila y luego él. Sintió como la piedra arañaba su costado, sirviendo como señal de que había crecido desde la última vez que lo usó. No importaba, era la última vez que lo cruzaba.
Pudo ver por fin, al otro lado del agujero, a Helena y Troy. La chica le dio un abrazo nada más levantarse y Troy miró a su mochila.
—Creía que ibas a coger muchas cosas.
—Yo también lo pensaba —respondió Hayden cogiendo la mochila y cologándosela al hombro—, pero apareció algo mucho menos cantoso y más valioso. Vamos, os lo contaré allí.
Troy asintió. Fueron lo más rápido que pudieron a la casa abandonada. Era de madera y todavía estaba en buen estado, pero llevaba un par de años vacía. Ya la habían usado de escondite alguna vez, habiendo dejado dentro algunas utilidades, como una lámpara de aceite para dar algo de luz. Nada más entrar la encendieron, dejaron la mochila en el suelo y se sentaron los tres alrededor de esta.
—¿Qué es? —preguntó Helena mientras Hayden sacaba la fruta de su interior. Al verla ladeó la cabeza, confusa.
—Es una fruta del diablo.
—¡¿Una fruta del diablo?! —exclamó Troy, sorprendido—. Pero… ¿Existen?
Hayden asintió.
—La han traído de regalo para mi hermano unos legionarios. Estoy seguro de que podemos sacar por ella más dinero que con cualquier tesoro.
—¿Le has robado a unos legionarios…? —dijo Helena preocupada—. ¿Y si nos encierran por eso…?
—¿Es de verdad robar si ha sido un regalo a mi familia y yo soy de mi familia? En el momento en el que la regalaron dejó de ser suya y este robo no sería sino una trifulca familiar. ¡Pero no pasa nada! No nos van a pillar.
—¡Ah! —reaccionó Troy de golpe—. Antes de ir hacia tu casa pusimos la oreja por la taberna. Los Marines de incógnito se van esta noche, de madrugada a más tardar.
—¡¿Cómo?! Tendríamos que ir saliendo entonces y…
Un sonido les heló la sangre. La voz de su hermano, desde fuera, gritando con furia.
—¡Sal aquí fuera con mi fruta, bastardo, o echaremos esta choza abajo contigo dentro!
—Corre, escóndela —susurró Helena haciendo señas a Hayden.
El muchacho asintió. Se levantó con prisa y corrió hasta uno de los armarios, abriéndolo y dejando la fruta dentro. Volvió a donde estaban Helena y Troy, que ya estaban de pie y mirando a la puerta. Antes de que pudieran volver a moverse esta se abrió de golpe. Entraron dos guardias de casa de los Ashworth, apuntándolos con sus pistolas de llave. Detrás de ellos, Kieran, estaba indudablemente furioso.
—En cuanto vi tu cara y tu sonrisa demoníaca supe que ibas a intentar algo así, niño demonio. Quité a los guardias y te dejé robarla para poder decirle al abuelo que te pillé en el acto y así por fin tendré una excusa para matarte de hambre en las mazmorras. Y mira tú por donde, al menos estarás acompañado por tus amiguitos. A menos que quieras hacerte el valiente y no darme lo que me pertenece, claro, que entonces os mataré a los tres. Dame la fruta. Ahora.
Hayden frunció el ceño y apretó los puños. Por la furia apenas podía ocultar sus afilados dientes, que se mostraban en lo que parecía una sonrisa de colmillos puntiagudos.
—No tengo nada —dijo decidido—. Lo único que hice fue escaquearme para venir a ver a mis amigos. No te he robado nada.
Kieran asintió con sarcasmo. Levantó la mano, chasqueó los dedos y señaló a Troy. Uno de los guardias disparó sin previo aviso. La bala golpeó a Troy en la frente, que cayó de espaldas al suelo, totalmente inerte como un muñeco. Hayden se quedó congelado en silencio mientras oía a Helena gritar el nombre de Troy. La chica empezó a correr hacia el joven noble con los puños en alto, pero este la apartó de un puñetazo en la cara. Empezó a caminar hacia la mochila y Hayden se puso en medio.
—Aparta.
El joven no se movió. Kieran lo cogió del cuello, le dio un puñetazo en el estómago y lo lanzó contra la pared. Tenía más fuerza que antes, tal vez por el entrenamiento al que ya se había sometido desde que se unió a la Legión. Desde el suelo, Hayden tosió y escupió, recuperando el aliento. El muchacho miró a su lado… Al armario.
—¡La mochila está vacía! —oyó decir a su hermano—. Dime dónde está o me cargo a… ¡Eh!
Hayden ya había abierto el armario y estaba mirando a su hermano con la fruta en la mano. Lo miraba con furia. Kieran estaba quieto, frunciendo el ceño.
—¿Quieres esto? —dijo Hayden con aquella sonrisa demoníaca que no podía ocultar.
—Suéltala, sucio bastardo…
Casi como si quisiera reírse de él, le dio un mordisco a la fruta. Sabía horrible, pero por puro despecho y rencor se la comió entera lo más rápido que pudo. Durante unos segundos parecía que su boca estaba en llamas. Era doloroso. Tras un rato la sensación de ardor desapareció por completo.
—¡¡Noooo!! —gritó Kieran —¡Mátalo!
Uno de los guardias disparó a Hayden en la frente, pero… no paso nada. La bala impactó la pared tras él y, en el punto de su frente donde le había golpeado, ahora había una pequeña llama ardiente. Hayden se miró las manos y vio como estas estaban en llamas, sin quemarle. La madera bajo sus pies estaba empezando a prender. Su pulso se aceleró y miró a todas partes. Estaba empezando a incendiarse la casa y él era el foco principal. Envuelto en llamas, Hayden dio un paso adelante.
—D… ¡Demonio! ¡Las balas no le hacen nada! —gritó uno de los guardias. Tiraron sus pistolas al suelo y se marcharon corriendo, asustados.
Kieran dio un paso atrás. Cogió una de las pistolas del suelo y cogió a Helena, rodeando su cuello con el brazo y usándola de escudo humano.
—¡Atrás, demonio! ¡O la mato! ¡Nnff! —Se quejó al final.
Las llamas ya habían incendiado gran parte de la casa. Las llamas rodeaban a Hayden y a Kieran y hacía un calor insoportable. Empezaba a llenarse todo de humo y, enseguida, pudo ver por qué se había quejado Kieran. El metal de la pistola que acababa de coger Kieran se estaba calentando y le estaba quemando la mano.
—¡Imbécil! —gritó Hayden, rodeado de llamas que no le hacían nada—. ¡Suelta la pistola! ¡Aún tiene pólvora dentro y va a…!
—¡No! ¡Si la suelto no tengo rehén, no voy a…!
Antes de que pudiera acabar de gritar el arma explotó en su mano, justo al lado del rostro de Helena. Kieran cayó de espaldas y Helena cayó al suelo, tan inerte como Troy. El joven noble se miró la mano, ensangrentada y con tres dedos menos.
—¡¡Helena!! —gritó Hayden.
—¡¡Mi mano!!
El pelirrojo se puso de pie, sujetándose la muñeca. Hayden tenía la sensación de que debería estar llorando y derramando lágrimas sin parar, pero el calor y su propio cuerpo ardiente las evaporaba antes siquiera de que pudieran salir. Miró hacia la puerta, que seguía abierta, y empezó a huir mientras trozos de madera en llamas caían del techo.
Kieran lo siguió, gritando amenazas sin parar. Cada paso que daba Hayden sobre la hierba dejaba un rastro quemado. ¿Por eso se llamaban frutas del diablo? ¿Por qué te transforman en demonios de fuego? ¿Todas hacían eso? Y la bala le había atravesado, ¿es que ya no tenía cuerpo? ¿Se le había acabado el tener una vida normal?
Su cuerpo en llamas parecía una antorcha que iluminaba la noche en cuanto entró en la ciudad seguido por su mutilado hermano. La luz y los gritos de amenaza estaban llamando demasiado la atención. La gente se asomaba por su ventana y veía como un miembro de la familia noble más importante de la isla perseguía a una persona en llamas.
Se estaban acercando a puerto. Hayden pudo ver como el barco de marines disfrazados de mercantes se estaba marchando. Creyendo que todavía podía llegar, y sin ninguna otra opción al tener la muerte detrás, corrió por todo el muelle mientras el barco se alejaba y, al llegar al final, saltó hacia arriba y adelante todo lo que pudo.
No debería llegar, pero… Se estaba acercando más de lo que esperaba. Y se estaba alejando del suelo más de lo que esperaba. Miró hacia abajo y pudo ver como, de sus pies, salía un fuego que lo propulsaba hacia arriba. Estiró los brazos, buscando llegar al barco, pero… No llegó. Cayó al agua en seco, justo detrás del barco. Al hacerlo, todo su fuego se apagó y una pequeña humareda surgió. Intentó nadar, chapoteando en el sitio, pero era imposible, no se movía nada.
—¡¡Socorro!! —gritó.
Enseguida dejó de poder moverse. Empezó a hundirse, poco a poco, como si de un peso muerto se tratara. La luz de la superficie se hacía cada vez más tenue y su vista se oscurecía cada vez más. Empezaba a dolerle el pecho, ya no podía respirar. Vio una figura nadar hacia él a toda velocidad… ¿Un tiburón? Bueno… Al menos iba a perder el conocimiento antes de que se lo comieran. Todo se volvió negro en un segundo.
Abrió los ojos. Una cara lo estaba mirando muy de cerca. Tenía los ojos azules y una barba densa y blanca. Enseguida notó el agua salada salir de sus pulmones y llenar su boca. Se irguió y vomitó toda el agua. Sabía fatal. Miró a su alrededor y… Estaba en un barco. Había un montón de gente a su alrededor y el hombre de la barba estaba arrodillado junto a él.
—Menos mal, muchacho… —dijo el hombre levantándose—. ¡Dad la vuelta! —gritó—. ¡Hay que devolverlo a su casa!
—¡No! —gritó Hayden poniéndose de pie—. Salté para irme de allí, no queremos volver, queremos… —paró en seco al darse cuenta de que estaba hablando en plural. Ni Troy ni Helena estaban allí. No había pasado ni un día y ya había roto la promesa que les hizo. Cerró los ojos, intentando no ponerse a llorar—... quiero irme.
—No sé por lo que habrás pasado, muchacho, pero no podemos llevarte y dejarte a tu suerte en la próxima isla. Tenemos sitios a los que ir y no podemos pararnos a hacer de niñera hasta que puedas vivir por ti mismo y…
—¡Por favor! ¡Limpiaré la cubierta! ¡Limpiaré los platos! ¡No podéis dejarme allí de vuelta!
El marine dudó. Se cruzó de brazos y se quedó un instante mirando fijamente a Hayden.
—Capitán… —dijo uno de sus soldados—...¿De verdad no podríamos…?
—Por mucho que me duela, no podemos, recluta. En este barco solo pueden viajar soldados de la marina y…
—¡¡Me alistaré!!
Se hizo el silencio. Todo el mundo se quedó mirando a Hayden y, después, al capitán esperando una respuesta.
—¿Estás seguro, muchacho? La vida del Marine no es un juego. No puedes usarla para que te llevemos a un sitio y luego marcharte.
—¡Me da igual! No tengo a donde ir y no me queda nada. Si me alisto tendré dónde dormir y tendré un propósito. Por favor, déjame alistarme.
El hombre suspiró. Se descruzó de brazos y empezó a caminar hacia Hayden. Se quedó mirándolo un instante y, por fin, habló. Esa vez lo hizo con un tono más autoritario, como si ya no le estuviese hablando a un civil.
—¡Primero! Me tratarás con respeto y me llamarás solo Capitán.
—¡Sí! —exclamó Hayden cuadrándose de golpe en pose militar con la mano en la frente.
—Creo que no te he oído bien, cadete. Sí, ¿qué?
—¡Sí, capitán!
—Eso está mejor. Vete a dormir. La isla a la que vamos tiene un cuartel, allí podrás hacer todo el papeleo. Vamos.
Todo el mundo a su alrededor empezó a moverse. Un par de reclutas le pusieron la mano al hombro y empezaron a guiarlo hasta el lugar en el que iba a dormir. Por primera vez en toda la noche, la sonrisa de Hayden era sincera, aunque melancólica. Troy y Helena habían muerto por su culpa y Kieran… Esperaba no tener que verlo nunca más.
«Troy… Helena… Lo siento… No desperdiciaré esta oportunidad…»
Kieran, el futuro heredero, tenía el pelo largo y rojo como el fuego. Iba vestido con lujosos y elegantes ropajes que ningún niño normal plebeyo llevaría. Si bien las ropas de Hayden también eran lujosas, estaban más maltrechas y rotas por el uso, siendo de antigua propiedad de su hermano que había crecido demasiado para llevarlas. El pelirrojo miró a su hermano pequeño con desprecio, abrió la puerta y entró.
Hayden se levantó y entró también en la habitación. Su abuelo, el patriarca de la familia Ashworth y respetado noble de Wulvertown, estaba sentado en una silla tras una mesa enorme de madera. Sobre esta había un Denden Mushi y varios sobres abiertos. Junto al patriarca estaba la madre de Kieran, que dedicó una fugaz mirada de desprecio al pequeño bastardo.
—Sentaos —dijo la mujer—. Vuestro abuelo tiene… malas noticias.
Señaló un par de sillas pequeñas que habían sido colocadas al otro lado de la mesa. Hayden se dirigió a una de ellas, pero Kieran se puso delante y se sentó en la que él iba a elegir. Tragó saliva y se sentó en la otra. El patriarca carraspeó. Era mayor, pero no parecía alcanzar la vejez. Tenía una recia barba roja con algunas canas.
—Vuestro padre, Preston Ashworth, heredero al título de patriarca de la familia Ashworth, Magíster en la Legión, ha sido declarado desaparecido en combate. —La mujer apartó la mirada llevándose la mano a la boca. Kieran bajó la mirada y apretó los dedos contra sus rodillas. Hayden miró al frente mientras notaba como se le hacía un nudo en la garganta y se le humedecían los ojos—. Kieran, ahora eres el primero en la línea de sucesión. Dentro de unos años te alistarás en la Legión como tu padre hizo antes de ti y como hice yo antes que él. ¿De acuerdo? —Kieran asintió. El patriarca miró entonces a Hayden. Durante un instante pareció que iba a decirle algo a él directamente—. Y ahora id a dormir. Es tarde.
Hayden bajó de la silla aguantándose las lágrimas. ¿Papá había muerto? No, no podía ser. Desaparecido no significaba muerto. Seguro que seguía vivo, tan solo no habían sabido encontrarlo. Seguro que volverá. Salió de aquella sala y, casi de manera automática como si sus pies se movieran solos, empezó a caminar hacia su dormitorio. No podía dejar de pensar en su padre, en como todos los meses que no estaba el resto de su familia lo trataba fatal. ¿Iba a cambiar algo ahora? ¿Iban a echarlo de la casa?
Antes de poder abrir la puerta de su habitación alguien le empujó contra la pared. Hayden perdió la respiración un instante por el golpe y notó la presión de un brazo contra el cuello que evitaba que se separase de la pared. Cuando abrió los ojos vio la azul mirada llena de ira de Kieran.
—No sé como… ¡Pero todo esto es culpa tuya, niño demonio! —exclamó antes de darle un puñetazo en el estómago. Hayden cayó al suelo de rodillas, llevándose una mano al estómago a la par que escupía en el suelo. Kieran le dio una patada en las costillas—. ¡Ya lo decían los guardias cuando llegaste! ¡Que esos dientes son de demonio y los niños demonio solo traen mala suerte! —siguió dándole patadas cada vez más fuertes. Kieran nunca le había pegado de aquella manera, pues su padre lo castigaba duramente cada vez que intentaba hacerle daño a su hermano pequeño. Pero ahora su padre no estaba ahí para evitarlo… y probablemente no esté nunca más—. ¡Te odio! ¡Eres un error! ¡Ojalá te mueras tú y no papá!
No supo cuánto había durado exactamente la paliza. Cuando Kieran se marchó, Hayden se quedó un rato en el suelo, abrazándose el cuerpo buscando aliviar sin éxito la zona dolorida por los golpes. Se levantó como pudo, entró a su dormitorio y cerró la puerta. Con las manos temblando, cogió la silla de su mesa y la colocó frente a la puerta intentando atrancarla. Entonces se echó en la cama de lado, encogiéndose, pensando en su padre.
«Volverá… Seguro… No puede dejarme solo con ellos…»
————Seis años después————
Hayden se escondió del guardia debajo de la mesa. Vio sus piernas pasar, buscándolo, que tras unos segundos dejaron la zona. El muchacho salió de su escondite cargando con una mochila y se dirigió a una de las ventanas que había en aquel pasillo. Tiró la mochila por la misma y trepó al alféizar, asomándose al exterior. Apenas había un piso de altura y la mochila había aterrizado en un arbusto. Agarrándose a una tubería que había junto a la ventana bajó sin hacerse daño. Cogió la mochila del arbusto y se arrodilló en el suelo, abriéndola.
Sacó una gorra boina de color gris de su interior y se la puso. Después sacó una chaqueta polvorienta que se puso para ocultar la camisa propia de un noble que llevaba. Entonces se colgó la mochila a la espalda y salió corriendo del jardín de los Ashworth, directo a la ciudad de Wulvertown.
No le dejaban salir de la casa, ciertamente, pero eso no evitaba que lo hiciera. El edificio era prácticamente un castillo y era enorme, por lo que cuando sorteaba a los guardias era capaz de marcharse y, al volver, nadie se había enterado de que se había ido. Como nadie en esa familia se preocupaba siquiera por darle de comer y le decía que se buscase él solo la vida en las cocinas, era capaz de hacer su vida fuera de casa y volver solo cuando tenía que dormir. A veces ni eso. Se había cansado de las palizas de su hermano y de ser el único que recibía castigos al intentar defenderse. Así podía tener algo de libertad, sobre todo porque su hermano se había marchado ya a alistarse a la Legión.
Entró por la calle principal, donde estaban todos los puestos de mercado. Cazadores y pescadores vendían sus presas, agricultores su cosecha y artesanos sus productos. Como siempre hacía, recorrió toda la calle hasta llegar al puerto. Allí había algo más de gentío que lo normal, por lo que por curiosidad interrumpió su camino y se quedó a mirar. Un enorme barco había atracado allí. Tenía las velas recogidas y una bandera roja sin ningún símbolo dibujado. Arqueó una ceja. Normalmente los barcos tenían símbolos en las banderas que los identificaban. Había visto muchas veces barcos de la Legión ir y venir, así como de algunos gremios de comerciantes. Estiró el cuello entre el gentío para mirar hacia el barco. Varias personas estaban saliendo del barco por la pasarela. Todos iban vestidos de manera más o menos igual y con una gorra en la cabeza.
—Dicen que son comerciantes de Syrup —dijo un adulto chismorreando con su compañero—. Que vienen unos días a aprovisionarse y luego seguir su camino.
Hayden miró de nuevo al barco. ¿Que clase de comerciantes tenían un código de vestimenta? Los uniformes eran cosa de soldados u organizaciones privadas. ¿Y no pertenecían a ningún gremio de comerciantes? Era una gente extraña. El muchacho se agachó y empezó a moverse entre la gente, buscando colarse y acercarse más al barco. Cuando llegó al puerto se escondió tras una caja mientras veía como seguían bajando del barco con un hombre dándoles órdenes.
El hombre había dejado su mochila en el suelo a su lado mientras daba órdenes y señas para que siguieran bajando del barco. Una persona despreocupada y sin cuidado por sus cosas. Sin hacer ruido, Hayden se asomó tras la caja y estiró el brazo hacia la mochila lentamente. Consiguió agarrarla y, tras unos segundos de asegurarse de que el hombre seguía sin darse cuenta, la tiró hacia si mismo. Sonrío en silencio de satisfacción por su fechoría y empezó a abrir la mochila. Su sonrisa se transformó en un rostro de confusión cuando vio lo que había ahí.
Una gorra blanca y azul con la palabra MARINE escrita en grande sobre la visera. ¿Marines? ¿En Wulvertown? Había oído a su padre hablar de ellos alguna vez. De como hacía muchos años ellos eran la Legión, pero se separaron del gobierno cuando resultó que uno de sus altos cargos era un traidor. Hayden frunció el ceño. Si la Legión era un sitio que aceptaba a gente como su hermano no sería un sitio tan bueno.
Apartó la gorra y empezó a buscar más cosas dentro. Además de ropa, lo que parecía ser el uniforme de la Marina de ese hombre, no había gran cosa. Siguió rebuscando, esperando encontrar aunque fuese un anillo perdido que el Marine encubierto no quería que le viesen o algo por el estilo, estando tan ensimismado en su pequeño robo que no se había dado cuenta de que las órdenes habían parado.
—¿Buscas algo? —dijo una voz grave y gruñona.
—Sí, pero aquí solo hay ropa —contestó Hayden sin mirar, metiendo la mano hasta el fondo de la mochila—. Esperaba encontrar algo de valor aunque se…¡¡¡AAAAAAH!!! —reaccionó tras un rato, soltando la mochila tirándola a un lado y poniéndose de pie lo más rápido que pudo.
El hombre, sin quitarle la vista de encima, recogió su mochila y volvió a guardar la gorra que se había salido. Se acercó a Hayden y, moviendo la mano con increíble rapidez, le metió tremenda colleja.
—Niño, no se roba.
—¡Aaah! ¡Me has hecho daño! —dijo frotándose la nuca.
—Y como vuelva a pillarte robando te pego más fuerte —dijo el hombre señalándole con un dedo.
Hayden vio su oportunidad y le mordió el dedo. Tal vez fuese porque tenía los colmillos afilados y parecía tener los dientes de un tiburón, pero el hombre gritó de dolor. El muchacho aprovechó el momento se marchó corriendo, dejando atrás al hombre gritón y su dedo dolorido, riéndose por su traviesa fechoría.
Por suerte parecía que el Marine no quiso darle la importancia suficiente como para perseguirlo. El chico llegó hasta su objetivo original, un callejón junto a un almacén abandonado. Entró por el mismo, pisando unos charcos que habían en el suelo. Junto a una de las paredes del callejón había una cuerda colgando que parecía venir de una ventana un par de pisos más arriba. Agarró la cuerda y tiró de ella dos veces.
Tras unos segundos una cabeza rubia y llena de pecas se asomó por la ventana. Una enorme sonrisa se dibujó en el rostro de la muchacha, mostrando que le faltaba un diente, al ver a Hayden. Lo saludó con la mano y volvió a entrar. El muchacho entonces se agarró a la cuerda y esta, enseguida, empezó a tirar de él y a subirlo hasta la ventana. En el momento en el que entró por la misma recibió un fuerte abrazo de la chica.
—¡Hola, Hayden! —dijo otro muchacho acercándose a él.
Eran Helena y Troy. Helena era una chica joven, de la edad de Hayden, muy delgada y con ropa que le iba enorme. Tenía el pelo largo, sin peinar y totalmente rubio, con la cara adornada de pecas y una sonrisa a la que le faltaba un diente. Troy, en cambio, era un muchacho algo mayor que ellos dos. Era alto y bastante más ancho que ellos, mostrando una cara redonda y risueña, con el pelo castaño y corto.
—¡¿Qué has traído, qué has traído?! —exclamó Helena dando saltitos.
Hayden se arrodilló y abrió su mochila. Sacó de esta varios bultos envueltos en papel y los repartió. Era comida que había robado de las cocinas de la mansión. Trozos de carne, algunas frutas, pan y queso. Se repartieron la comida entre los tres y enseguida se pusieron a comer. No tardaron mucho en acabar con todo y terminaron tumbados en el suelo de aquel almacén abandonado que meses atrás habían declarado como suyo, mirando al techo.
—Han venido marines a la isla —dijo Hayden de golpe.
—¿Marines? —preguntó Troy—. ¿No son enemigos del gobierno?
Hayden asintió.
—Estaban de incógnito. Vi su uniforme intentando robar la mochila de uno.
—¿Qué estarán haciendo unos marines en Wulvertown? —preguntó Helena, confusa.
—No lo sé, pero… Se me ha ocurrido algo —dijo Hayden sin dejar de mirar al techo. Sus ojos rojos ahora brillaban soñadores—. Es nuestra oportunidad para salir de Wulvertown.
—¿Cómo? —dijo Troy levantándose.
—Los marines van de isla en isla, ¿no? Y los barcos marines son como los de la Legión, pueden moverse más rápido y son capaces de moverse entre mares. Podría robar cosas de casa por última vez, colarnos en el barco de los Marines, bajarnos en la próxima isla que vayan y ahí vender el tesoro robado para hacer vida nueva. Lejos de Wulvertown, dónde vosotros sois pobres y a mi me dan palizas casi cada día. Nos merecemos una vida mejor, ¿no creéis?
Se quedaron un instante en silencio. Finalmente, desde el suelo, Helena se rió y alzó los puños soltando un grito de alegría. Troy la siguió, empezando a reír también. Hayden sonrió, mostrando todos sus colmillos mientras que sus ojos rojos brillaban con determinación. Por primera vez en años, desde que murió su padre, empezaba a ver algo de luz en el futuro. Una vida junto a sus dos mejores amigos, lejos de Kieran y de cualquier abuso.
—¿Cuándo quieres hacerlo? —preguntó Helena.
—No sé cuándo se van los marines —contestó Hayden—. Pero me gustaría empezar el plan mañana. Esperadme esta noche junto al jardín de casa de mi abuelo. Ya sabéis, donde os enseñé, por ahí no pasan nunca los guardias. Entonces saldré yo con la mochila llena de cosas caras. Entre los tres lo podemos llevar hasta la casa abandonada que hay a varios metros detrás de la herrería. Si lo traemos aquí llamaremos demasiado la atención entre la gente por el camino. En esa casa lo podemos esconder y a partir de ahí ver cómo nos colamos en el barco de los marines y cuándo se van. Y yo… —suspìró—. Supongo que no volveré a pisar la casa de los Ashworth nunca más.
—Mañana… —susurró Helena en baja voz—... Eres muy impulsivo, Hayden. ¿Y si te pillan antes de que se vayan los marines?
—No lo harán.
Se hizo el silencio unos segundos. Finalmente, Troy se levantó y se quedó sentado en el suelo. Helena hizo lo mismo. Hayden se levantó confuso y los miró. Troy respiró profundamente y estiró la mano.
—Esto es una promesa de que nos protegeremos mutuamente y conseguiremos escapar.
Helena gritó de alegría y colocó su mano encima de la de Troy.
—Esto es una promesa de que estaremos siempre juntos.
Hayden los miró y sonrió ampliamente. Ellos dos eran los únicos que no se veían asustados por sus afilados colmillos de tiburón. Levantó la mano y la acercó a la de ellos, dudando durante un instante. Finalmente, la colocó encima de las suyas.
—Esto es una promesa… De que no permitiré que os pase nada malo.
———————
Se coló en el jardín durante el anochecer, acercándose a una de las ventanas, cuando vio algo por el rabillo del ojo. Se ocultó tras un arbusto y miró hacia el camino del jardín que llevaba hasta la puerta principal. Había tres hombres, ataviados con uniformes de la Legión. Uno de ellos lideraba, llegando hasta la puerta y golpeando esta con los nudillos para llamar. Los otros dos cargaban con un cofre enorme. Hayden alzó una ceja, confuso. La puerta se abrió y los oyó hablar, aunque no fue capaz de discernir lo que decían. Finalmente, les dejaron pasar y la puerta se cerró tras ellos.
El muchacho se dio la vuelta con prisa y entró por la ventana. Dejó la mochila escondida bajo una mesa y empezó a correr hacia la sala principal, pasando junto a algunos guardias que, por suerte, no le habían visto colarse.
—¡Eh! ¡¿Dónde has estado todo el día?! —preguntó uno de ellos, pero Hayden lo ignoró y siguió su camino.
Finalmente llegó a la sala principal. Un lugar que parecía una sala del trono, mostrando por completo el ego y ansías de poder que tenía un noble como el patriarca de la familia Ashworth en una isla dónde no había reyes. Se colocó junto a su hermano, que estaba allí mirando como los legionarios traían el cofre.
—¿De dónde has salido tú? —susurró enfadado Kieran al asustarse por Hayden.
—Llevo aquí todo el rato —mintió.
Kieran lo ignoró y volvió a centrar la vista en los legionarios. Los dos hombres dejaron el cofre en el suelo. El que parecía el líder carraspeó y saludó al noble. Después miró a los dos hermanos y los señaló.
—¿Cuál de ellos es Kieran?
Su abuelo los miró e hizo un gesto con la cabeza. Kieran dio un paso al frente. Tenía un porte recio y con la barbilla alta, pero Hayden sabía que bajo esa expresión de seriedad había alguien asustado porque no sabía que quería esa gente. Durante un instante el muchacho de pelo negro se ilusionó. ¿Y si habían venido a decirles que habían encontrado a su padre vivo? No… ¿Por qué iban a traer un cofre si era por eso?
—¿Qué ocurre con mi nieto? —preguntó el noble.
—En nombre del Gobierno Mundial, y en honor por los actos cometidos por Preston Ashworth en acto de servicio, traemos un regalo para Kieran Ashworth, con el objetivo de que lo utilice durante su servicio a la Legión. —Se giró mirando al cofre—. Abridlo, muchachos.
Uno de ellos sacó una llave de su bolsillo y la metió en la cerradura del cofre. Tras un sonoro "clack", utilizó ambas manos para abrir la tapa que, al hacerlo, soltó un terrible crujido. Hayden estiró el cuello para ver lo que había en su interior. Era… Una fruta. Parecía una piña, pero era redonda y con un tallo verde en vez de un manojo de hojas. Era de color naranja y rojo, adornada con espirales.
—¿Qué es…? —empezó a preguntar Hayden en un susurro.
—Una fruta del diablo —dijo su abuelo, de golpe poniéndose recto en su silla. El legionario asintió.
—Fue encontrada por unos legionarios hace unos meses. Varios usuarios de esta fruta en concreto, a lo largo de la historia, han sido soldados o agentes que han trabajado para nuestro gobierno. Ahora vuelve a estar bajo nuestro poder y se ha decidido que Kieran Ashworth era la persona más apta para heredar este poder.
¿Kieran? ¿Apto? Hayden lo dudaba muchísimo. Frunció el ceño mirando a aquel soldado del gobierno. Estaba claro que no había ninguna intención de condecorar a su padre ni de dar poder a Kieran. Aquel era un movimiento político, para mantener a los Ashworth bajo el ala del gobierno. Con cosas como esa el muchacho se preguntaba cómo su padre podría haberse alistado a ese ejército. Eran todos unos mentirosos.
Apartó ese pensamiento de su mente. ¡Una fruta del diablo! Había oído hablar de ellas, pero estaba seguro de que eran un mito. Jamás había conocido a nadie con poderes y, por mucho que Helena insistiese que así era, siempre había dudado que más allá del mar, en el Grand Line, había mucha gente con poderes sobrenaturales. No existía tal cosa. Pero ahora… ¡Lo tenía delante! Ya no necesitaba robar ningún tesoro, seguro que esa fruta podría venderse muy cara. ¡Y cabía en su mochila perfectamente!
—¿Y qué hago…? —empezó a preguntar Kieran. Se notaba la impaciencia en su rostro —. ¿Me la como?
—Todavía no —dijo su abuelo poniéndose de pie—. Mañana es la celebración del cumpleaños de tu padre. Habrá una ceremonia y la consumirás en su honor durante la misma. ¿Está claro? —Kieran asintió, dando un paso atrás. El noble miró entonces a los Legionarios—. Transmitid mis agradecimientos por este regalo.
El soldado asintió con educación. El otro legionario volvió a cerrar el cofre y le dio la llave a uno de los guardias que se acercaban al cofre. Entre ambos lo alzaron y lo llevaron hasta detrás de la enorme silla del noble, dejándolo ahí. Después, el guardia de la llave se la dio al patriarca para que la guardara. La agarró y se la guardó en el interior de su chaqueta.
Hayden entró en su habitación cerrando la puerta tras de sí. Cerró con el pestillo para que nadie pudiera entrar y, enseguida, fue corriendo a bajo la cama. De allí sacó un pequeño cilindro de cuero enrollado y sujeto por unas correas. Lo llevó hasta la mesa, desató las correas y lo desenrolló. En el cuero había sujetas varias herramientas. Se las había comprado a un ladronzuelo del pueblo por si algún día descubrían sus escapadas y empezaban a cerrarle puertas.
Había estado practicando con ellas incluso, abriendo candados o cerraduras. No se le daba tan mal, estaba seguro de que la cerradura del cofre debería durar como mucho un par de intentos. Tras comprobar que las herramientas estaban bien, volvió a cerrar el paquete y se lo guardó en la mochila. Si bien estaba ya oscuro, esperó un rato a bien entrada la noche. Se acercó a la puerta y, durante unos instantes, dudó. Acercó la mano poco a poco al pomo y, tras haberse decidido y mentalizado en que ya no había vuelta atrás, desbloqueó la puerta y salió de la habitación.
No había nadie en el pasillo. Cerró la puerta en silencio mirando a los dos lados, confuso. Tenía entendido que por las noches también había guardias, pero… No había nadie. ¿Estaban vagueando? Empezó a caminar hacia la sala en la que habían dejado el cofre. La madera del suelo parecía crujir más de lo normal, lo que hizo que Hayden fuese algo más despacio y se pusiese más nervioso. Se asomó poco a poco a la sala y, por primera vez en toda la noche, vio a un guardia.
Estaba plantado en medio de la sala, junto a la enorme silla del patriarca. Había desenfundado su pistola de llave de chispa y la estaba inspeccionando con una expresión de aburrimiento bastante notable. Tras un minuto, sacó un reloj de bolsillo y lo miró. Con un suspiro volvió a guardarlo y empezó a dirigirse a la salida de la sala, cumpliendo el horario de su ronda. El muchacho seguía confuso. No era normal que hubiese solo un guardia.
Empezó a caminar, agachado, hasta la silla. Se asomó detrás de la misma y sonrió de alivio al ver que el cofre seguía allí. Se agachó frente al cofre y sacó de la mochila el kit de herramientas. Sacó las ganzúas y empezó a buscar la manera de abrir la cerradura. Tardó un poco, tal vez por los nervios y su impaciencia, pero finalmente oyó un click. Poco a poco empezó a abrir la tapa del cofre y esta crujió demasiado. Hayden hizo una mueca y se paró en seco. Asomó la cabeza lentamente desde detrás de la silla para ver si alguien lo había oído. No vino nadie.
Suspiró. Terminó de abrir el cofre y se quedó quieto. Allí estaba. Con impaciencia y nerviosismo, cogió la fruta con una mano y cerró el cofre con la otra. Rápidamente la metió en la mochila y se colgó esta a la espalda. Se asomó de nuevo mientras se preparaba para escapar y empezó a oír pasos. Antes de que entrase nadie, corrió hacia el pasillo donde estaba la ventana que daba al jardín.
Salió por la misma y, mirando a todas partes para asegurarse de que no había guardias, echó a correr. Se acercó a la sección del muro que le había dicho a sus amigos, que tenía un arbusto pegado. Se agachó frente al mismo y lo apartó, mostrando tras él un agujero en el muro de ladrillos de piedra. Era un agujero pequeño, pero él era un canijo delgaducho, lo había usado muchas veces para escapar sin ser visto. Primero pasó la mochila y luego él. Sintió como la piedra arañaba su costado, sirviendo como señal de que había crecido desde la última vez que lo usó. No importaba, era la última vez que lo cruzaba.
Pudo ver por fin, al otro lado del agujero, a Helena y Troy. La chica le dio un abrazo nada más levantarse y Troy miró a su mochila.
—Creía que ibas a coger muchas cosas.
—Yo también lo pensaba —respondió Hayden cogiendo la mochila y cologándosela al hombro—, pero apareció algo mucho menos cantoso y más valioso. Vamos, os lo contaré allí.
Troy asintió. Fueron lo más rápido que pudieron a la casa abandonada. Era de madera y todavía estaba en buen estado, pero llevaba un par de años vacía. Ya la habían usado de escondite alguna vez, habiendo dejado dentro algunas utilidades, como una lámpara de aceite para dar algo de luz. Nada más entrar la encendieron, dejaron la mochila en el suelo y se sentaron los tres alrededor de esta.
—¿Qué es? —preguntó Helena mientras Hayden sacaba la fruta de su interior. Al verla ladeó la cabeza, confusa.
—Es una fruta del diablo.
—¡¿Una fruta del diablo?! —exclamó Troy, sorprendido—. Pero… ¿Existen?
Hayden asintió.
—La han traído de regalo para mi hermano unos legionarios. Estoy seguro de que podemos sacar por ella más dinero que con cualquier tesoro.
—¿Le has robado a unos legionarios…? —dijo Helena preocupada—. ¿Y si nos encierran por eso…?
—¿Es de verdad robar si ha sido un regalo a mi familia y yo soy de mi familia? En el momento en el que la regalaron dejó de ser suya y este robo no sería sino una trifulca familiar. ¡Pero no pasa nada! No nos van a pillar.
—¡Ah! —reaccionó Troy de golpe—. Antes de ir hacia tu casa pusimos la oreja por la taberna. Los Marines de incógnito se van esta noche, de madrugada a más tardar.
—¡¿Cómo?! Tendríamos que ir saliendo entonces y…
Un sonido les heló la sangre. La voz de su hermano, desde fuera, gritando con furia.
—¡Sal aquí fuera con mi fruta, bastardo, o echaremos esta choza abajo contigo dentro!
—Corre, escóndela —susurró Helena haciendo señas a Hayden.
El muchacho asintió. Se levantó con prisa y corrió hasta uno de los armarios, abriéndolo y dejando la fruta dentro. Volvió a donde estaban Helena y Troy, que ya estaban de pie y mirando a la puerta. Antes de que pudieran volver a moverse esta se abrió de golpe. Entraron dos guardias de casa de los Ashworth, apuntándolos con sus pistolas de llave. Detrás de ellos, Kieran, estaba indudablemente furioso.
—En cuanto vi tu cara y tu sonrisa demoníaca supe que ibas a intentar algo así, niño demonio. Quité a los guardias y te dejé robarla para poder decirle al abuelo que te pillé en el acto y así por fin tendré una excusa para matarte de hambre en las mazmorras. Y mira tú por donde, al menos estarás acompañado por tus amiguitos. A menos que quieras hacerte el valiente y no darme lo que me pertenece, claro, que entonces os mataré a los tres. Dame la fruta. Ahora.
Hayden frunció el ceño y apretó los puños. Por la furia apenas podía ocultar sus afilados dientes, que se mostraban en lo que parecía una sonrisa de colmillos puntiagudos.
—No tengo nada —dijo decidido—. Lo único que hice fue escaquearme para venir a ver a mis amigos. No te he robado nada.
Kieran asintió con sarcasmo. Levantó la mano, chasqueó los dedos y señaló a Troy. Uno de los guardias disparó sin previo aviso. La bala golpeó a Troy en la frente, que cayó de espaldas al suelo, totalmente inerte como un muñeco. Hayden se quedó congelado en silencio mientras oía a Helena gritar el nombre de Troy. La chica empezó a correr hacia el joven noble con los puños en alto, pero este la apartó de un puñetazo en la cara. Empezó a caminar hacia la mochila y Hayden se puso en medio.
—Aparta.
El joven no se movió. Kieran lo cogió del cuello, le dio un puñetazo en el estómago y lo lanzó contra la pared. Tenía más fuerza que antes, tal vez por el entrenamiento al que ya se había sometido desde que se unió a la Legión. Desde el suelo, Hayden tosió y escupió, recuperando el aliento. El muchacho miró a su lado… Al armario.
—¡La mochila está vacía! —oyó decir a su hermano—. Dime dónde está o me cargo a… ¡Eh!
Hayden ya había abierto el armario y estaba mirando a su hermano con la fruta en la mano. Lo miraba con furia. Kieran estaba quieto, frunciendo el ceño.
—¿Quieres esto? —dijo Hayden con aquella sonrisa demoníaca que no podía ocultar.
—Suéltala, sucio bastardo…
Casi como si quisiera reírse de él, le dio un mordisco a la fruta. Sabía horrible, pero por puro despecho y rencor se la comió entera lo más rápido que pudo. Durante unos segundos parecía que su boca estaba en llamas. Era doloroso. Tras un rato la sensación de ardor desapareció por completo.
—¡¡Noooo!! —gritó Kieran —¡Mátalo!
Uno de los guardias disparó a Hayden en la frente, pero… no paso nada. La bala impactó la pared tras él y, en el punto de su frente donde le había golpeado, ahora había una pequeña llama ardiente. Hayden se miró las manos y vio como estas estaban en llamas, sin quemarle. La madera bajo sus pies estaba empezando a prender. Su pulso se aceleró y miró a todas partes. Estaba empezando a incendiarse la casa y él era el foco principal. Envuelto en llamas, Hayden dio un paso adelante.
—D… ¡Demonio! ¡Las balas no le hacen nada! —gritó uno de los guardias. Tiraron sus pistolas al suelo y se marcharon corriendo, asustados.
Kieran dio un paso atrás. Cogió una de las pistolas del suelo y cogió a Helena, rodeando su cuello con el brazo y usándola de escudo humano.
—¡Atrás, demonio! ¡O la mato! ¡Nnff! —Se quejó al final.
Las llamas ya habían incendiado gran parte de la casa. Las llamas rodeaban a Hayden y a Kieran y hacía un calor insoportable. Empezaba a llenarse todo de humo y, enseguida, pudo ver por qué se había quejado Kieran. El metal de la pistola que acababa de coger Kieran se estaba calentando y le estaba quemando la mano.
—¡Imbécil! —gritó Hayden, rodeado de llamas que no le hacían nada—. ¡Suelta la pistola! ¡Aún tiene pólvora dentro y va a…!
—¡No! ¡Si la suelto no tengo rehén, no voy a…!
Antes de que pudiera acabar de gritar el arma explotó en su mano, justo al lado del rostro de Helena. Kieran cayó de espaldas y Helena cayó al suelo, tan inerte como Troy. El joven noble se miró la mano, ensangrentada y con tres dedos menos.
—¡¡Helena!! —gritó Hayden.
—¡¡Mi mano!!
El pelirrojo se puso de pie, sujetándose la muñeca. Hayden tenía la sensación de que debería estar llorando y derramando lágrimas sin parar, pero el calor y su propio cuerpo ardiente las evaporaba antes siquiera de que pudieran salir. Miró hacia la puerta, que seguía abierta, y empezó a huir mientras trozos de madera en llamas caían del techo.
Kieran lo siguió, gritando amenazas sin parar. Cada paso que daba Hayden sobre la hierba dejaba un rastro quemado. ¿Por eso se llamaban frutas del diablo? ¿Por qué te transforman en demonios de fuego? ¿Todas hacían eso? Y la bala le había atravesado, ¿es que ya no tenía cuerpo? ¿Se le había acabado el tener una vida normal?
Su cuerpo en llamas parecía una antorcha que iluminaba la noche en cuanto entró en la ciudad seguido por su mutilado hermano. La luz y los gritos de amenaza estaban llamando demasiado la atención. La gente se asomaba por su ventana y veía como un miembro de la familia noble más importante de la isla perseguía a una persona en llamas.
Se estaban acercando a puerto. Hayden pudo ver como el barco de marines disfrazados de mercantes se estaba marchando. Creyendo que todavía podía llegar, y sin ninguna otra opción al tener la muerte detrás, corrió por todo el muelle mientras el barco se alejaba y, al llegar al final, saltó hacia arriba y adelante todo lo que pudo.
No debería llegar, pero… Se estaba acercando más de lo que esperaba. Y se estaba alejando del suelo más de lo que esperaba. Miró hacia abajo y pudo ver como, de sus pies, salía un fuego que lo propulsaba hacia arriba. Estiró los brazos, buscando llegar al barco, pero… No llegó. Cayó al agua en seco, justo detrás del barco. Al hacerlo, todo su fuego se apagó y una pequeña humareda surgió. Intentó nadar, chapoteando en el sitio, pero era imposible, no se movía nada.
—¡¡Socorro!! —gritó.
Enseguida dejó de poder moverse. Empezó a hundirse, poco a poco, como si de un peso muerto se tratara. La luz de la superficie se hacía cada vez más tenue y su vista se oscurecía cada vez más. Empezaba a dolerle el pecho, ya no podía respirar. Vio una figura nadar hacia él a toda velocidad… ¿Un tiburón? Bueno… Al menos iba a perder el conocimiento antes de que se lo comieran. Todo se volvió negro en un segundo.
Abrió los ojos. Una cara lo estaba mirando muy de cerca. Tenía los ojos azules y una barba densa y blanca. Enseguida notó el agua salada salir de sus pulmones y llenar su boca. Se irguió y vomitó toda el agua. Sabía fatal. Miró a su alrededor y… Estaba en un barco. Había un montón de gente a su alrededor y el hombre de la barba estaba arrodillado junto a él.
—Menos mal, muchacho… —dijo el hombre levantándose—. ¡Dad la vuelta! —gritó—. ¡Hay que devolverlo a su casa!
—¡No! —gritó Hayden poniéndose de pie—. Salté para irme de allí, no queremos volver, queremos… —paró en seco al darse cuenta de que estaba hablando en plural. Ni Troy ni Helena estaban allí. No había pasado ni un día y ya había roto la promesa que les hizo. Cerró los ojos, intentando no ponerse a llorar—... quiero irme.
—No sé por lo que habrás pasado, muchacho, pero no podemos llevarte y dejarte a tu suerte en la próxima isla. Tenemos sitios a los que ir y no podemos pararnos a hacer de niñera hasta que puedas vivir por ti mismo y…
—¡Por favor! ¡Limpiaré la cubierta! ¡Limpiaré los platos! ¡No podéis dejarme allí de vuelta!
El marine dudó. Se cruzó de brazos y se quedó un instante mirando fijamente a Hayden.
—Capitán… —dijo uno de sus soldados—...¿De verdad no podríamos…?
—Por mucho que me duela, no podemos, recluta. En este barco solo pueden viajar soldados de la marina y…
—¡¡Me alistaré!!
Se hizo el silencio. Todo el mundo se quedó mirando a Hayden y, después, al capitán esperando una respuesta.
—¿Estás seguro, muchacho? La vida del Marine no es un juego. No puedes usarla para que te llevemos a un sitio y luego marcharte.
—¡Me da igual! No tengo a donde ir y no me queda nada. Si me alisto tendré dónde dormir y tendré un propósito. Por favor, déjame alistarme.
El hombre suspiró. Se descruzó de brazos y empezó a caminar hacia Hayden. Se quedó mirándolo un instante y, por fin, habló. Esa vez lo hizo con un tono más autoritario, como si ya no le estuviese hablando a un civil.
—¡Primero! Me tratarás con respeto y me llamarás solo Capitán.
—¡Sí! —exclamó Hayden cuadrándose de golpe en pose militar con la mano en la frente.
—Creo que no te he oído bien, cadete. Sí, ¿qué?
—¡Sí, capitán!
—Eso está mejor. Vete a dormir. La isla a la que vamos tiene un cuartel, allí podrás hacer todo el papeleo. Vamos.
Todo el mundo a su alrededor empezó a moverse. Un par de reclutas le pusieron la mano al hombro y empezaron a guiarlo hasta el lugar en el que iba a dormir. Por primera vez en toda la noche, la sonrisa de Hayden era sincera, aunque melancólica. Troy y Helena habían muerto por su culpa y Kieran… Esperaba no tener que verlo nunca más.
«Troy… Helena… Lo siento… No desperdiciaré esta oportunidad…»
- Peticiones:
-Mera Mera no mi (Akuma no mi del tipo logia que permite controlar y convertirse en fuego)
Vamos a ver, qué tenemos aquí. Así que un ladronzuelo en la Marina, ¿eh? Pues vamos a ver qué nos depara el diario.
Esta no es la típica trama... O sí. Tiene elementos propios y otros ya más habituales, pero en general está bien. Tiene todo lo que pedimos para la fruta y, más importante, ha resultado entretenido de leer y a pesar de tener 6.000 palabras se me ha hecho extremadamente breve, por lo que podemos aceptar que tiene bastante buen ritmo. Eso sí, repasa tema acentos porque se te ha ido un poco por ahí.
En fin, te llevas la fruta, con lo que ganas 610px y 61 doblones. Eso sí, pierdes 130 por la logia. Y uno más por feo.
Puedes pedir una segunda valoración, pero harás llorar al niño José.
Ten una buena tarde.
Esta no es la típica trama... O sí. Tiene elementos propios y otros ya más habituales, pero en general está bien. Tiene todo lo que pedimos para la fruta y, más importante, ha resultado entretenido de leer y a pesar de tener 6.000 palabras se me ha hecho extremadamente breve, por lo que podemos aceptar que tiene bastante buen ritmo. Eso sí, repasa tema acentos porque se te ha ido un poco por ahí.
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Hayden Ashworth
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