Tazu

Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Hacer fuego siempre había sido fácil para Tazu. Juntabas unas ramitas, elegías las piedras adecuadas, frotabas enérgicamente y confiabas en la providencia para que saliese humo antes de que algún komainu salvaje te arrancase la cara. Al menos, así era en Ringo. En Dondequieraqueestemos solo había oído monos y algún que otro gruñido lejano proveniente de esa selva tan rara con árboles de colores.
Aun así, hacer fuego seguía siendo fácil. Tampoco tenía problemas cazando su propia comida, ni subiendo a los árboles a por frutos secos o huevos de pájaro, ni pasando largos periodos de tiempo mirando embobaba el infinito. No le molestaba el frío por las noches ni el olor de los cadáveres, ni el humo de las teas en los ojos ni el continuo murmullo que provocaban docena y media de legionarios magullados y un agonizante quejón durante todo el día. E incluso encontraba divertida la expresión de desamparo de un tipo con una peca muy grande en la cara. En general, se podía decir que Tazu estaba considerablemente mejor preparada a nivel mental para adaptarse a su condición de naufragada.
Los restos del buque de La Legión aún podían verse allá a lo lejos, como sombras chiquititas que el crepúsculo no terminaba de ahogar. Los mástiles que no se habían roto y algunos de los que sí emergían del agua igual que los dedos un zombi rascando la tierra de su tumba. En la playa, los cuatro botes salvavidas que habían logrado reunirse servían como barricada, dispuestos en círculo y con la hoguera en medio, para los pocos supervivientes. Tazu entre ellos, aunque no literalmente, claro. Ni loca se habría dejado atrapar con la guardia baja en ese grupo de fuertes y fornidos soldados que no estaban acostumbrados a pasar hambre. Si seguía dentro del perímetro de los botes era solo por... bueno, por los otros botes.
En otro lugar de la isla, seguramente cociéndose al sol y helándose de noche en la misma caca de playa, había otro grupo de náufragos. Tazu estaba segura de que su barco también estaba medio hundido por allá, aunque, justo al revés que el suyo, lo que tenía dentro eran balas de cañón de La Legión en lugar de las de los marines. Y es que, menuda batalla había sido aquella. A ella le gustaban los cañones, pero solo por el ruido y el calorcito que dejan cuando disparan. La posibilidad de que un bolón de plomo le arrancase la cabeza la atraía un poco menos, por lo que había pasado todo el combate evitando la borda que quedaba frente al barco de los marines. La cabeza la conservaba, aun con un nuevo surtido de ojeras, pegotes de salitre en la jeta y algún rasguño que no podía dejar de rascarse. Y visto cómo había quedado la mayoría en ambos bandos, se daba con un canto en los dientes.
-Atentos. Pueden venir en cualquier momento.
El que hablaba no mandaba ni nada parecido, pero le gustaba repetir cosas como “vamos a morir” o “vigilad esos árboles” de vez en cuando. Era un tipo deprimente, pero Tazu apreciaba la precaución. Por supuesto, ella también tomaba las suyas propias, como mantener sur armas cerca en todo momento o no dormir en absoluto. No se fiaba de aquella gente, por mucho que fueran de su bando. Se sabía y se había inventado suficientes historias sobre naufragios como para saber que la locura y el canibalismo acechaban a la vuelta de la esquina. De no ser porque había un enemigo también acechando por ahí, solo que con más rifles y espadas, ya se habría largado ella sola. Pero por el momento, sería mejor contar con la protección de otros energúmenos armados, aunque tuviese que apuñalar a uno o dos de ellos en algún momento.
Además, pensaba, a las niñas flacuchas se las comen siempre las últimas.
Aun así, hacer fuego seguía siendo fácil. Tampoco tenía problemas cazando su propia comida, ni subiendo a los árboles a por frutos secos o huevos de pájaro, ni pasando largos periodos de tiempo mirando embobaba el infinito. No le molestaba el frío por las noches ni el olor de los cadáveres, ni el humo de las teas en los ojos ni el continuo murmullo que provocaban docena y media de legionarios magullados y un agonizante quejón durante todo el día. E incluso encontraba divertida la expresión de desamparo de un tipo con una peca muy grande en la cara. En general, se podía decir que Tazu estaba considerablemente mejor preparada a nivel mental para adaptarse a su condición de naufragada.
Los restos del buque de La Legión aún podían verse allá a lo lejos, como sombras chiquititas que el crepúsculo no terminaba de ahogar. Los mástiles que no se habían roto y algunos de los que sí emergían del agua igual que los dedos un zombi rascando la tierra de su tumba. En la playa, los cuatro botes salvavidas que habían logrado reunirse servían como barricada, dispuestos en círculo y con la hoguera en medio, para los pocos supervivientes. Tazu entre ellos, aunque no literalmente, claro. Ni loca se habría dejado atrapar con la guardia baja en ese grupo de fuertes y fornidos soldados que no estaban acostumbrados a pasar hambre. Si seguía dentro del perímetro de los botes era solo por... bueno, por los otros botes.
En otro lugar de la isla, seguramente cociéndose al sol y helándose de noche en la misma caca de playa, había otro grupo de náufragos. Tazu estaba segura de que su barco también estaba medio hundido por allá, aunque, justo al revés que el suyo, lo que tenía dentro eran balas de cañón de La Legión en lugar de las de los marines. Y es que, menuda batalla había sido aquella. A ella le gustaban los cañones, pero solo por el ruido y el calorcito que dejan cuando disparan. La posibilidad de que un bolón de plomo le arrancase la cabeza la atraía un poco menos, por lo que había pasado todo el combate evitando la borda que quedaba frente al barco de los marines. La cabeza la conservaba, aun con un nuevo surtido de ojeras, pegotes de salitre en la jeta y algún rasguño que no podía dejar de rascarse. Y visto cómo había quedado la mayoría en ambos bandos, se daba con un canto en los dientes.
-Atentos. Pueden venir en cualquier momento.
El que hablaba no mandaba ni nada parecido, pero le gustaba repetir cosas como “vamos a morir” o “vigilad esos árboles” de vez en cuando. Era un tipo deprimente, pero Tazu apreciaba la precaución. Por supuesto, ella también tomaba las suyas propias, como mantener sur armas cerca en todo momento o no dormir en absoluto. No se fiaba de aquella gente, por mucho que fueran de su bando. Se sabía y se había inventado suficientes historias sobre naufragios como para saber que la locura y el canibalismo acechaban a la vuelta de la esquina. De no ser porque había un enemigo también acechando por ahí, solo que con más rifles y espadas, ya se habría largado ella sola. Pero por el momento, sería mejor contar con la protección de otros energúmenos armados, aunque tuviese que apuñalar a uno o dos de ellos en algún momento.
Además, pensaba, a las niñas flacuchas se las comen siempre las últimas.
Hayden Ashworth

Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
No era la primera vez que caía al agua. Aunque aquella vez no estaba solo, estaba seguro de que iba a morir. Era el único de todo el barco que no podía nadar y estaba convencido de que la gente iba a preferir salvarse a si mismos antes que pararse a intentar llevar al peso pesado a la orilla antes de que se hunda. Se equivocaba, por suerte. Hogan, con quién tenía una relación de rivalidad bastante intensa, había decidido usar su capacidad para el nado para sacar del agua a su jurado enemigo. Hayden no llegaba a entender por qué. Se llevaban a matar. Tampoco se paró a preguntarle porque lo había hecho, apenas tuvo tiempo. Habían sobrevivido unos siete al naufragio, pero todos eran reclutas o grumetes, a excepción del capitán Jekyll Hyde, un hombre que parecía cambiar de emoción cada dos minutos.
—Recluta Ashworth —llamó, con voz algo triste—. ¡¡Vaya a buscar comida!! —gritó de golpe tras un cambio brusco de emoción a enfadado—. Nosotros nos quedaremos aquí esperando preparando un campamento en la orilla e intentando arreglar el Denden Mushi para pedir ayuda —añadió al final con alegría.
—¡Sí, capitán!
Era un tío raro. Hayden obedeció y se adentró en la selva. Era un ambiente húmedo, aunque no lo suficiente como para tenerlo permanentemente apagado. Sería complicado empezar un fuego con ese ambiente, claro, por suerte él era capaz de hacerlo como quién es capaz de respirar. Tras un par de minutos de caminar por la selva se paró en seco. Vio a un mono, encima de una raíz, intentando partir un coco a golpes. La diabólica sonrisa puntiaguda de Hayden se ensanchó, salivando. Un mono era un animal, lo cual era carne, lo cual era comida. Estaba seguro de que el capitán estaría de acuerdo en eso. Dio un paso adelante y pisó una rama, llamando la atención del mono que se lo quedó mirando.
Ambos cruzaron miradas, con intensidad, como dos duelistas a la puesta de sol esperando cualquier movimiento del otro para actuar. La tensión se palpaba en el aire cuando, de golpe, el coco voló hasta la cabeza de Hayden. Fue tan rápido e inesperado que no le dio tiempo a cambiar a su forma elemental y recibió el cocazo de lleno. Se reincorporó y empezó a seguir al mono, que se había ido corriendo entre los árboles.
—¡Ven aquí, Merienda!
—Recluta Ashworth —llamó, con voz algo triste—. ¡¡Vaya a buscar comida!! —gritó de golpe tras un cambio brusco de emoción a enfadado—. Nosotros nos quedaremos aquí esperando preparando un campamento en la orilla e intentando arreglar el Denden Mushi para pedir ayuda —añadió al final con alegría.
—¡Sí, capitán!
Era un tío raro. Hayden obedeció y se adentró en la selva. Era un ambiente húmedo, aunque no lo suficiente como para tenerlo permanentemente apagado. Sería complicado empezar un fuego con ese ambiente, claro, por suerte él era capaz de hacerlo como quién es capaz de respirar. Tras un par de minutos de caminar por la selva se paró en seco. Vio a un mono, encima de una raíz, intentando partir un coco a golpes. La diabólica sonrisa puntiaguda de Hayden se ensanchó, salivando. Un mono era un animal, lo cual era carne, lo cual era comida. Estaba seguro de que el capitán estaría de acuerdo en eso. Dio un paso adelante y pisó una rama, llamando la atención del mono que se lo quedó mirando.
Ambos cruzaron miradas, con intensidad, como dos duelistas a la puesta de sol esperando cualquier movimiento del otro para actuar. La tensión se palpaba en el aire cuando, de golpe, el coco voló hasta la cabeza de Hayden. Fue tan rápido e inesperado que no le dio tiempo a cambiar a su forma elemental y recibió el cocazo de lleno. Se reincorporó y empezó a seguir al mono, que se había ido corriendo entre los árboles.
—¡Ven aquí, Merienda!
Tazu

Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Vieron al mono por primera vez ese mismo día, pocas horas después, cuando un par de sus colegas legionarios, más preocupados por el hambre que por las emboscadas, decidieron que era buena idea adentrarse en la selva. Los esperaron durante un tiempo, entretenido el grupo en debatir sobre si esas cosas tiradas en la arena eran almejas o piedras raras, y divisaron al animal cuando los dos expedicionarios volvieron con él.
A Tazu le pareció magnífico; nunca había visto un mono, y desde luego no uno que llevase dos cabezas arrancadas en la mano.
La criatura, un ejemplar especialmente feo, les enseñó los dientes desde la primera línea de árboles. Y vaya dientes... Resultaron ser casi tan grandes como los kunáis de Tazu, a los cuales, por cierto, se abrazó en cuando esa cosa pegó un berrido y lanzó las dos cabezas a la arena. Entonces el mono se limpió las manos, deproporcionadamente grandes y con más nudillos de lo normal, contra el tronco de un árbol y enseñó el culo a los náufragos antes de irse balanceándose por ahí.
Fue más o menos por entonces cuando empezó la paranoia.
-¡Dadme el arma! -gritó un soldado que forcejeaba con otros dos a la vez-. ¡Voy a matar a esa cosa!
-¿Quieres atraerlo hasta aquí? ¡No vas a entrar en esa selva!
-¡Hay que ir a buscarla!
-¡A la mierda! -fue la notoria aportación de un tercero a la discusión.
La cual, por cierto, estaba centrada en torno al hecho de que los dos legionarios que habían sido monizados habían llevado encima el único Log Pose que pudo sobrevivir al naufragio. Y era improbable que lo llevasen guardado en la cabeza.
-¡Sin él no saldremos de aquí! -gritaba Legionario Uno.
-¡No tenemos ni barco! -respondía Legionario Dos.
-¿Debería comerte ya o mejor luego? -le preguntaba Tazu a la ardilla, prudentemente alejada de ella.
-¡La balsa va bien! -intervino Legionario Tres señalando un prototipo de barca hecha con muy poco tino.
-¡Pues que os den a ti y a tu balsa! -dijo... Tazu no estaba ya prestando atención.
Las armas -todo espadas, puesto que la pólvora estaba toda o mojada o incrustada en el pecho de un tipo que había intentado robar la reserva de almendras- salieron a escena y Tazu comprendió que era hora de hacer algo. Así que lo hizo: silbó. Y silbó tan fuerte y tan mal como solo una maestra de ceremonias sonada y con falta de sueño puede hacerlo.
-Damas, caballeros... -se inclinó hasta su enfurecido público, todo ojeras y puntas abiertas- Voy a contaros una historia.
A Tazu le pareció magnífico; nunca había visto un mono, y desde luego no uno que llevase dos cabezas arrancadas en la mano.
La criatura, un ejemplar especialmente feo, les enseñó los dientes desde la primera línea de árboles. Y vaya dientes... Resultaron ser casi tan grandes como los kunáis de Tazu, a los cuales, por cierto, se abrazó en cuando esa cosa pegó un berrido y lanzó las dos cabezas a la arena. Entonces el mono se limpió las manos, deproporcionadamente grandes y con más nudillos de lo normal, contra el tronco de un árbol y enseñó el culo a los náufragos antes de irse balanceándose por ahí.
Fue más o menos por entonces cuando empezó la paranoia.
-¡Dadme el arma! -gritó un soldado que forcejeaba con otros dos a la vez-. ¡Voy a matar a esa cosa!
-¿Quieres atraerlo hasta aquí? ¡No vas a entrar en esa selva!
-¡Hay que ir a buscarla!
-¡A la mierda! -fue la notoria aportación de un tercero a la discusión.
La cual, por cierto, estaba centrada en torno al hecho de que los dos legionarios que habían sido monizados habían llevado encima el único Log Pose que pudo sobrevivir al naufragio. Y era improbable que lo llevasen guardado en la cabeza.
-¡Sin él no saldremos de aquí! -gritaba Legionario Uno.
-¡No tenemos ni barco! -respondía Legionario Dos.
-¿Debería comerte ya o mejor luego? -le preguntaba Tazu a la ardilla, prudentemente alejada de ella.
-¡La balsa va bien! -intervino Legionario Tres señalando un prototipo de barca hecha con muy poco tino.
-¡Pues que os den a ti y a tu balsa! -dijo... Tazu no estaba ya prestando atención.
Las armas -todo espadas, puesto que la pólvora estaba toda o mojada o incrustada en el pecho de un tipo que había intentado robar la reserva de almendras- salieron a escena y Tazu comprendió que era hora de hacer algo. Así que lo hizo: silbó. Y silbó tan fuerte y tan mal como solo una maestra de ceremonias sonada y con falta de sueño puede hacerlo.
-Damas, caballeros... -se inclinó hasta su enfurecido público, todo ojeras y puntas abiertas- Voy a contaros una historia.
Contenido patrocinado
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.