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- Así que... Así es como termina -pregunté, desanimado.
- Algún día tenía que pasar -respondiste, apagada.
- Al final no he podido protegerte.
Una lágrima resbalaba por tu mejilla, sin saber si era tuya o era mía. Sonreías con cierto desánimo, sin terminar de creer lo que había pasado. Sin acabar de razonar que hubieses cometido un error de cálculos tan grande. Se suponía que él no estaría ahí; ¿qué hacía en ese lugar? No tenía sentido, pero ahí había estado. Había clavado en ti sus ojos grises; se había acercado a ti lentamente, pateando con fuerza desmedida la cabeza de su oficial para reventarla sin ningún esfuerzo, como si fuese simple rutina; como si no le importase que aún estuviera vivo. Te había horrorizado la frialdad de sus facciones, la tensión de su rictus ilegible, el aura aterradora que desprendía una media sonrisa que se acercaba más a una mueca bestial. Pero lo peor había sido su total, absoluta y antinatural calma.
- No podías protegerme siempre. -Te costaba hablar. Estabas conteniendo las lágrimas-. Debería haber tenido más cuidado.
Deberías. Deberías haber intentado huir, pero trataste de luchar. Quisiste golpearlo con tu brazo envuelto en la oscuridad más profunda y con solo una mano te detuvo por completo. Luego te dio un golpe en la cabeza, y el resto era historia.
- Duele -confesaste. Los grilletes tiraban de tus muñecas y rozaban contra tus manos. El peso de tu cuerpo parecía querer partirte los hombros, y el cuello te iba pesando más y más a medida que el tiempo pasaba. Cada vez respirabas peor, podías notarlo. Por momentos querías apoyar los pies en la pared, como si los ayudase a descansar, pero solo conseguías que la humedad de la piedra te hiciese unas cosquillas más bien desagradables. Así que habías terminado por aceptar que colgarías hasta que llegase el final. O algo peor-. Duele mucho.
Seguías sin entender qué hacía ahí. A cada momento que cerrabas los ojos te preguntabas qué había fallado; por qué estaba en el Paraíso esa criatura. Suspirabas, agitada, cada vez que sus ojos aparecían en la oscuridad de tu sueño. No tenías claro cuánto tiempo estaba pasando, si mucho o poco. Tampoco por qué estabas ahí, viva. Porque estabas viva, ¿no? Un poco, al menos.
- Cuéntamelo una vez más -dijiste-. Háblame. No me dejes sola, por favor.
- Jamás lo haría. Pero me cuesta hablar; nos quedan pocas fuerzas y tú las necesitas más.
Te habrías encogido de hombros, pero solo agachaste la cabeza. ¿Para qué conservar las fuerzas? ¿Por qué seguir aguantando? Te lo preguntabas constantemente, y aunque algo dentro de ti rugía por pelear otra voz rápidamente la apagaba. Era la primera vez en mucho tiempo que no sentías la oscuridad en tu interior, la primera vez que el dolor no era mayor a lo que te estaba pasando. Cada crujido de tus huesos, cada rasgueo en tus tendones, cada músculo que chillaba te decía que el final estaba más cerca.
Otra lágrima resbaló por tu mejilla. Al llegar a la comisura del labio sacaste la lengua con la esperanza de poder calmar, aunque solo fuese un poco, tu sed. No sirvió. Llevabas tiempo, quizá días o hasta una semana entera sin comer. Horas, si no días, sin beber. Querían que murieses ahí, así que nadie se molestaba en darte de beber, aunque te habían dejado un barreño lleno de agua totalmente a la vista. Tampoco te vigilaban, creías. A ratos te parecía ver un brillo lejano en la oscuridad, o escuchar el chirrido de una puerta, pero habías asumido que empezabas a volverte loca.
Suspiraste, echando la cabeza hacia atrás. Tu nuca rozó el filo del arco de cobre al que tus grilletes estaban encadenados. No sabías cuánto llevabas sin dormir, ni si habías dormido algo desde que estabas allí. A veces tenías momentos de particular lucidez tras un rato con la mirada puesta en el suelo; quizá te dormías, pero no lo tenías claro. No había apenas luz, y esta no cambiaba. No había días ni noches, tan solo oscuridad y una escasa luz a tus espaldas.
- ¡Mierda! -te permitiste gritar. Era un malgasto de fuerzas, pero preferí no mencionarlo. ¿Para qué, a estas alturas?
- Algún día tenía que pasar -respondiste, apagada.
- Al final no he podido protegerte.
Una lágrima resbalaba por tu mejilla, sin saber si era tuya o era mía. Sonreías con cierto desánimo, sin terminar de creer lo que había pasado. Sin acabar de razonar que hubieses cometido un error de cálculos tan grande. Se suponía que él no estaría ahí; ¿qué hacía en ese lugar? No tenía sentido, pero ahí había estado. Había clavado en ti sus ojos grises; se había acercado a ti lentamente, pateando con fuerza desmedida la cabeza de su oficial para reventarla sin ningún esfuerzo, como si fuese simple rutina; como si no le importase que aún estuviera vivo. Te había horrorizado la frialdad de sus facciones, la tensión de su rictus ilegible, el aura aterradora que desprendía una media sonrisa que se acercaba más a una mueca bestial. Pero lo peor había sido su total, absoluta y antinatural calma.
- No podías protegerme siempre. -Te costaba hablar. Estabas conteniendo las lágrimas-. Debería haber tenido más cuidado.
Deberías. Deberías haber intentado huir, pero trataste de luchar. Quisiste golpearlo con tu brazo envuelto en la oscuridad más profunda y con solo una mano te detuvo por completo. Luego te dio un golpe en la cabeza, y el resto era historia.
- Duele -confesaste. Los grilletes tiraban de tus muñecas y rozaban contra tus manos. El peso de tu cuerpo parecía querer partirte los hombros, y el cuello te iba pesando más y más a medida que el tiempo pasaba. Cada vez respirabas peor, podías notarlo. Por momentos querías apoyar los pies en la pared, como si los ayudase a descansar, pero solo conseguías que la humedad de la piedra te hiciese unas cosquillas más bien desagradables. Así que habías terminado por aceptar que colgarías hasta que llegase el final. O algo peor-. Duele mucho.
Seguías sin entender qué hacía ahí. A cada momento que cerrabas los ojos te preguntabas qué había fallado; por qué estaba en el Paraíso esa criatura. Suspirabas, agitada, cada vez que sus ojos aparecían en la oscuridad de tu sueño. No tenías claro cuánto tiempo estaba pasando, si mucho o poco. Tampoco por qué estabas ahí, viva. Porque estabas viva, ¿no? Un poco, al menos.
- Cuéntamelo una vez más -dijiste-. Háblame. No me dejes sola, por favor.
- Jamás lo haría. Pero me cuesta hablar; nos quedan pocas fuerzas y tú las necesitas más.
Te habrías encogido de hombros, pero solo agachaste la cabeza. ¿Para qué conservar las fuerzas? ¿Por qué seguir aguantando? Te lo preguntabas constantemente, y aunque algo dentro de ti rugía por pelear otra voz rápidamente la apagaba. Era la primera vez en mucho tiempo que no sentías la oscuridad en tu interior, la primera vez que el dolor no era mayor a lo que te estaba pasando. Cada crujido de tus huesos, cada rasgueo en tus tendones, cada músculo que chillaba te decía que el final estaba más cerca.
Otra lágrima resbaló por tu mejilla. Al llegar a la comisura del labio sacaste la lengua con la esperanza de poder calmar, aunque solo fuese un poco, tu sed. No sirvió. Llevabas tiempo, quizá días o hasta una semana entera sin comer. Horas, si no días, sin beber. Querían que murieses ahí, así que nadie se molestaba en darte de beber, aunque te habían dejado un barreño lleno de agua totalmente a la vista. Tampoco te vigilaban, creías. A ratos te parecía ver un brillo lejano en la oscuridad, o escuchar el chirrido de una puerta, pero habías asumido que empezabas a volverte loca.
Suspiraste, echando la cabeza hacia atrás. Tu nuca rozó el filo del arco de cobre al que tus grilletes estaban encadenados. No sabías cuánto llevabas sin dormir, ni si habías dormido algo desde que estabas allí. A veces tenías momentos de particular lucidez tras un rato con la mirada puesta en el suelo; quizá te dormías, pero no lo tenías claro. No había apenas luz, y esta no cambiaba. No había días ni noches, tan solo oscuridad y una escasa luz a tus espaldas.
- ¡Mierda! -te permitiste gritar. Era un malgasto de fuerzas, pero preferí no mencionarlo. ¿Para qué, a estas alturas?
Freites D. Alpha
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Me gustaría decirte que pudiste hacer algo, pero no. Todo lo que había ocurrido en un momento donde no te lo esperabas. Agradecias dentro de ti que Berry no estuviera allí, porque ni siquiera ella con su enorme fuerza era desafío para lo que estaba frente de ti. Sin importan lo ambiguo que se viera esa persona, tu instinto podía sentir que era algo que incluso superaba un poco tu entendimiento. Tú, que te catalogabas de vez en cuando como criatura, te diste cuenta de que él se catalogaba casi igual.
Porque incluso ver su propia muerte, no le hizo más que hacerle sonreír.
Te han capturado, joven pirata. Te han capturado y no pudiste hacer mucho para hacerlo. Diste una batalla decente, pero te superaban. En un último recurso aplicaste tu plan de seguro. Ordenaste a Suzaku huir a tus homies y para luego ser rastreado por Susanoo. Era lo mejor que tenían en ese momento. Puesto que aquel capitán pirata, te superaba. Justo ahora, te encuentras dormido. Aun no te has recuperado de aquella pelea. Algo magullado estas. Y lo más sorpréndete de todo, atado con cadenas Kairoseki de muñecas y tobillos.
Llegas al sitio destino, aun no despiertas. No puedes percatarte en donde estas. El sonido de mar y pasos sobre madera es lo único que puedes escuchar desde tus sueños. O puede ser que también estés soñando con eso. Ha sido una semana rara. Aunque bueno, te han capturado hace dos días. Sí que podrías estar peor.
El sonido de la medara deja de sonar entre los pasos de tus captores. Ahora es el sonido del concreto. Varias puertas después, una reja. La avanzada dura un poco más hasta que el frio hace acto de presencia. Por cierto, lo olvide, tu ojo de cristal tampoco está. Para tu suerte han preferido dejarte con tu brazo mecánico ya que no conocen el mecanismo de como arrancarlo, pero igualmente por su diseño, sabrías que el reacciona con tu fuerza, la cual no tienes actualmente.
Y después de un largo viaje, te han arrojado allí.
Tus captores te arrojan en una celda y se retiraron. Que por suerte, tiene solo una ventana. Barrotes delante y pared por todos lados. Y curiosamente, una compañera que no me imaginaria que estuviera aquí. Sigues dormido. En profundo sueño. Paso un poco más de tiempo, y nada. Pasando de una hora poco a poco estabas despertando. Te sentías del asco y con mucho dolor. - ¿Mmm? – Te sentaste cómo pudiste. La cabeza te daba vueltas. Diste un profundo suspiro intentando mantenerte en sí. – Berry se va a enojar si se entera- Fue lo primero que te vino a la mente decir. Miraste en toda dirección. Pero al mirar detrás de ti, lo que observaste no fue nada agradable de ver. - … ¿Alice? – No es que no te agradase verla a ella nuevamente. No te agradaba verla en ese estado actual. Estaba crucificado mi amigo. Ojeaste rápidamente sus grilletes y luego los tuyos. – Kairoseki… - Y por supuesto que lo era, no me gusta repetirme dos veces. De pronto, escuchas puertas abrirse. Y tú especialmente sientes algo peligroso acercándose. Miras en los barrotes, esperando la llegada de alguien peligroso.
Pero por suerte, no era él.
-Hola, Alpha. – Te saluda un Gyojin bastante alto, de unos tres metros. Vestía con traje y sombrero. Pecho descubierto y pantalones de cuero. También unos anillos dorados en sus dedos. Tú conoces muy a este, pirata. Bueno al menos por fama, ya que sabias muy bien que era un pirata fuerte del nuevo mundo. En sus manos traía una bandeja con comida, agua y café. El abre la celda y entra.
- ¿Jack… Jack the white? – Le miras un poco confundido. – No entiendo… ¿Acaso tú?
- No, la verdad que no.– Te respondió mientras dejaba la comida en el suelo justo al frente de ti. – Es cuestión del capitán y nuestra señora. Que de hecho, me sorprende que Kepler te quiera con vida.
- ¿Fue ella? – pregúntate mostrando un claro enojo.
- A través de Payne, sí. – Se mostraba muy confiado el Gyojin. Y como no estarlo la verdad. – Aunque fue difícil para mí capitán y compañeros aceptar el hecho del por qué te querían. – Te miro sonriente Como si te desafiara con esos enormes ojos rojos. – Un humano nacido con el don de ver y aprender casi de inmediato. Un humano que hace más de cincuenta años fuera sido un problema para nuestra señora, de no ser que Payne pidió cierta cosa que hiciera a cierto alto cargo de la Yonkou.
- Así que fue ella…
- En efecto, aunque me imagino que tú tenías tus sospechas. Además, no es difícil averiguar cosas de tu vida. Un poco de dinero al legionario indicado y llegara la información.
- ¿De qué hablas?
- Pues veras… sabemos que fue lo que ocurrió con tu familia. - Justo allí, el Gyojin muestra una clara y sínica sonrisa. Tú te muestras muy molesto. Más que molesto, te tocaron una llaga que no se tiene que tocar.
- Te voy a partir la puta cara, Jack. – Intentas levantarte. Pero el responde dándote un golpe en el estómago que te arroja contra la pared. Caes al suelo, con dolor. En posición fetal y tosiendo, tratando no temblar por el impacto.
- No lo creo, enano. – Jack se retira de la habitación. Tú te recuestas contra la pared y tratas de respirar. Pasaste de respirar agitadamente a un poco normal. Te levantas y cojes el café. Lo tragas de un solo sorbo. Era el peor café de tu vida. Luego, miraste a Alice nuevamente. Por sus condiciones, podías deducir que estaba peor que tú. Tomaste el agua y la comida y te acercaste a ella.
– Toma el agua y come. – Dijiste notándote preocupado. Por su estado actual, claramente le ayudarías a comer y beber – Debemos ser fuertes si quieres salir de esta.
Porque incluso ver su propia muerte, no le hizo más que hacerle sonreír.
Te han capturado, joven pirata. Te han capturado y no pudiste hacer mucho para hacerlo. Diste una batalla decente, pero te superaban. En un último recurso aplicaste tu plan de seguro. Ordenaste a Suzaku huir a tus homies y para luego ser rastreado por Susanoo. Era lo mejor que tenían en ese momento. Puesto que aquel capitán pirata, te superaba. Justo ahora, te encuentras dormido. Aun no te has recuperado de aquella pelea. Algo magullado estas. Y lo más sorpréndete de todo, atado con cadenas Kairoseki de muñecas y tobillos.
Llegas al sitio destino, aun no despiertas. No puedes percatarte en donde estas. El sonido de mar y pasos sobre madera es lo único que puedes escuchar desde tus sueños. O puede ser que también estés soñando con eso. Ha sido una semana rara. Aunque bueno, te han capturado hace dos días. Sí que podrías estar peor.
El sonido de la medara deja de sonar entre los pasos de tus captores. Ahora es el sonido del concreto. Varias puertas después, una reja. La avanzada dura un poco más hasta que el frio hace acto de presencia. Por cierto, lo olvide, tu ojo de cristal tampoco está. Para tu suerte han preferido dejarte con tu brazo mecánico ya que no conocen el mecanismo de como arrancarlo, pero igualmente por su diseño, sabrías que el reacciona con tu fuerza, la cual no tienes actualmente.
Y después de un largo viaje, te han arrojado allí.
Tus captores te arrojan en una celda y se retiraron. Que por suerte, tiene solo una ventana. Barrotes delante y pared por todos lados. Y curiosamente, una compañera que no me imaginaria que estuviera aquí. Sigues dormido. En profundo sueño. Paso un poco más de tiempo, y nada. Pasando de una hora poco a poco estabas despertando. Te sentías del asco y con mucho dolor. - ¿Mmm? – Te sentaste cómo pudiste. La cabeza te daba vueltas. Diste un profundo suspiro intentando mantenerte en sí. – Berry se va a enojar si se entera- Fue lo primero que te vino a la mente decir. Miraste en toda dirección. Pero al mirar detrás de ti, lo que observaste no fue nada agradable de ver. - … ¿Alice? – No es que no te agradase verla a ella nuevamente. No te agradaba verla en ese estado actual. Estaba crucificado mi amigo. Ojeaste rápidamente sus grilletes y luego los tuyos. – Kairoseki… - Y por supuesto que lo era, no me gusta repetirme dos veces. De pronto, escuchas puertas abrirse. Y tú especialmente sientes algo peligroso acercándose. Miras en los barrotes, esperando la llegada de alguien peligroso.
Pero por suerte, no era él.
-Hola, Alpha. – Te saluda un Gyojin bastante alto, de unos tres metros. Vestía con traje y sombrero. Pecho descubierto y pantalones de cuero. También unos anillos dorados en sus dedos. Tú conoces muy a este, pirata. Bueno al menos por fama, ya que sabias muy bien que era un pirata fuerte del nuevo mundo. En sus manos traía una bandeja con comida, agua y café. El abre la celda y entra.
- ¿Jack… Jack the white? – Le miras un poco confundido. – No entiendo… ¿Acaso tú?
- No, la verdad que no.– Te respondió mientras dejaba la comida en el suelo justo al frente de ti. – Es cuestión del capitán y nuestra señora. Que de hecho, me sorprende que Kepler te quiera con vida.
- ¿Fue ella? – pregúntate mostrando un claro enojo.
- A través de Payne, sí. – Se mostraba muy confiado el Gyojin. Y como no estarlo la verdad. – Aunque fue difícil para mí capitán y compañeros aceptar el hecho del por qué te querían. – Te miro sonriente Como si te desafiara con esos enormes ojos rojos. – Un humano nacido con el don de ver y aprender casi de inmediato. Un humano que hace más de cincuenta años fuera sido un problema para nuestra señora, de no ser que Payne pidió cierta cosa que hiciera a cierto alto cargo de la Yonkou.
- Así que fue ella…
- En efecto, aunque me imagino que tú tenías tus sospechas. Además, no es difícil averiguar cosas de tu vida. Un poco de dinero al legionario indicado y llegara la información.
- ¿De qué hablas?
- Pues veras… sabemos que fue lo que ocurrió con tu familia. - Justo allí, el Gyojin muestra una clara y sínica sonrisa. Tú te muestras muy molesto. Más que molesto, te tocaron una llaga que no se tiene que tocar.
- Te voy a partir la puta cara, Jack. – Intentas levantarte. Pero el responde dándote un golpe en el estómago que te arroja contra la pared. Caes al suelo, con dolor. En posición fetal y tosiendo, tratando no temblar por el impacto.
- No lo creo, enano. – Jack se retira de la habitación. Tú te recuestas contra la pared y tratas de respirar. Pasaste de respirar agitadamente a un poco normal. Te levantas y cojes el café. Lo tragas de un solo sorbo. Era el peor café de tu vida. Luego, miraste a Alice nuevamente. Por sus condiciones, podías deducir que estaba peor que tú. Tomaste el agua y la comida y te acercaste a ella.
– Toma el agua y come. – Dijiste notándote preocupado. Por su estado actual, claramente le ayudarías a comer y beber – Debemos ser fuertes si quieres salir de esta.
Un estruendo sacudió la celda, haciendo que tu maltrecho cuerpo se tensara de golpe. Notaste el frío del metal rozar tu cuello, y los cortes en las muñecas al moverte demasiado deprisa. Siseaste frente al dolor mientras tu sonrisa se ensanchaba incontrolablemente. Alguien caminaba pesadamente desde el portón, abriendo sin benevolencia la puerta de tu jaula y tirando ahí a alguien que, de no ser porque escuchaste su voz, no habrías reconocido. ¿Qué hacía él ahí?
- Hola -musitaste, aunque te sentías tan débil que dudaste haberlo dicho en voz alta.
¿Qué más decirle? Querías seguir enfadada, pero no tenías fuerzas para estarlo. Quizá deberías haberle gritado, decirle algo que doliese, exigido que se fuese... ¿Pero cómo? Notabas tu saliva coagulada moverse lentamente por tu boca y los labios cuarteados abrirse en decenas de heridas cada vez que los movías. Aun con todo seguías viva, pero resultaba difícil mantener la esperanza cuando la piedra marina te había robado lo único que te hacía verdaderamente fuerte. Físicamente, al menos. Habías aceptado la muerte, casi agradeciendo que te hubiesen dejado ahí a consumirte en lugar de torturarte hasta el final, aunque quizá habrías preferido no despertar tras el encuentro con eso. O quizá no. Tal vez no pudieses salir de ahí nunca; quizá tu destino era morir abandonada en ese lugar. Quizá, solo quizá. Y quizá no, ¿pero cómo evitarlo?
Un nuevo ruido, esta vez menos violento, si bien igual de estridente. Luego pasos acercándose, y un extraño ser de color blanco deteniéndose delante de la celda. Alpha parecía conocerlo; tú, por tu parte, apenas podías distinguir algo más allá de su antinatural palidez... Pero conocías el nombre. Jack the White era otro pirata del Nuevo Mundo, un subordinado de esa criatura; más fuerte que el que habías estado cerca de capturar, también más sádico. Un hombre peligroso que formaba parte de los Grandes Poderes. Él y su patrón trabajaban para Terra Kepler, una mujer que décadas atrás había sumido al mundo en el caos. En el fondo era la responsable de la caída de Wanderwine, aunque no directamente. Lo que te hizo arquear una ceja fue la declaración de White: ¿Cómo que cincuenta años? Alpha tenía una veintena, a lo sumo. No podía haber estado ahí.
En cualquier caso Alpha tenía un problema de temperamento. ¿De qué le servía amenazar a su captor? Pocas veces vivo era incompatible con a pedazos. Quizá tú también quisieras destruirlo, pero anunciárselo solo podía empeorar las cosas. No mucho más, en tu caso, pero el pequeño aún estaba a tiempo de perder su brazo mecánico o de acabar en la misma posición que tú, aun si eso implicaba matarlo de hambre un par de días.
Por suerte para él la amenaza no surtió ningún efecto. Jack se regodeaba en su superioridad; podías notar su sonrisa afilada, las dos hileras de colmillos brillando bajo la tenue luz de la ventana, esos ojos rojizos y malvados... Se estaba divirtiendo con la situación. Se estaba divirtiendo más de lo que debía con esa situación. Tenían todo controlado, pero tú sabías que la ilusión del control se resquebrajaba en décimas de segundo cuando algo inesperado sucedía. Casi necesitabas un milagro a esas alturas; sin embargo, ¿qué había más inesperado que un milagro?
Alpha tuvo suerte. Para él sí había comida, aunque si lo querían vivo su destino podía torcerse en cualquier momento. Se abalanzó contra un vaso con vehemencia, y tú deseaste haber podido hacer lo mismo. Te relamiste los labios lentamente mientras escuchabas cómo tragaba. Notabas la piel reseca desprenderse como una suerte de muda, pero debajo de ella había más piel seca. Tú también tragaste, aunque fuese un coágulo de saliva casi densa, pesada. Quisiste pedirle agua. Ni siquiera había que compartirla; había un barreño entero, un gran barril del que sacar para un par de días. Más, quizá, si la racionabais.
- A... -No llegaste a decirlo. Aunque lo hubieras pedido, Alpha se había adelantado. Sus manos se alzaban para alcanzar tus labios, que buscaron el agua con la misma urgencia que él momentos antes había bebido. Una vez bebiste, hablaste-: Más, por favor.
Pediste tres veces más antes de dejar de sentir la boca pastosa, y una o dos más aún en ser capaz de hablar del todo. Cuando Alpha te acercó la comida, sin embargo, negaste con la cabeza.
- Me sentará mal -te excusaste, aunque estabas convencida -. Y no servirá de nada que tú pases hambre. Para salir de aquí por ahora quien necesito que coma eres tú. Aunque dudo que podamos hacer nada; por si no lo notas te han atado con Kairoseki. Poco podemos hacer más que esperar.
- Hola -musitaste, aunque te sentías tan débil que dudaste haberlo dicho en voz alta.
¿Qué más decirle? Querías seguir enfadada, pero no tenías fuerzas para estarlo. Quizá deberías haberle gritado, decirle algo que doliese, exigido que se fuese... ¿Pero cómo? Notabas tu saliva coagulada moverse lentamente por tu boca y los labios cuarteados abrirse en decenas de heridas cada vez que los movías. Aun con todo seguías viva, pero resultaba difícil mantener la esperanza cuando la piedra marina te había robado lo único que te hacía verdaderamente fuerte. Físicamente, al menos. Habías aceptado la muerte, casi agradeciendo que te hubiesen dejado ahí a consumirte en lugar de torturarte hasta el final, aunque quizá habrías preferido no despertar tras el encuentro con eso. O quizá no. Tal vez no pudieses salir de ahí nunca; quizá tu destino era morir abandonada en ese lugar. Quizá, solo quizá. Y quizá no, ¿pero cómo evitarlo?
Un nuevo ruido, esta vez menos violento, si bien igual de estridente. Luego pasos acercándose, y un extraño ser de color blanco deteniéndose delante de la celda. Alpha parecía conocerlo; tú, por tu parte, apenas podías distinguir algo más allá de su antinatural palidez... Pero conocías el nombre. Jack the White era otro pirata del Nuevo Mundo, un subordinado de esa criatura; más fuerte que el que habías estado cerca de capturar, también más sádico. Un hombre peligroso que formaba parte de los Grandes Poderes. Él y su patrón trabajaban para Terra Kepler, una mujer que décadas atrás había sumido al mundo en el caos. En el fondo era la responsable de la caída de Wanderwine, aunque no directamente. Lo que te hizo arquear una ceja fue la declaración de White: ¿Cómo que cincuenta años? Alpha tenía una veintena, a lo sumo. No podía haber estado ahí.
En cualquier caso Alpha tenía un problema de temperamento. ¿De qué le servía amenazar a su captor? Pocas veces vivo era incompatible con a pedazos. Quizá tú también quisieras destruirlo, pero anunciárselo solo podía empeorar las cosas. No mucho más, en tu caso, pero el pequeño aún estaba a tiempo de perder su brazo mecánico o de acabar en la misma posición que tú, aun si eso implicaba matarlo de hambre un par de días.
Por suerte para él la amenaza no surtió ningún efecto. Jack se regodeaba en su superioridad; podías notar su sonrisa afilada, las dos hileras de colmillos brillando bajo la tenue luz de la ventana, esos ojos rojizos y malvados... Se estaba divirtiendo con la situación. Se estaba divirtiendo más de lo que debía con esa situación. Tenían todo controlado, pero tú sabías que la ilusión del control se resquebrajaba en décimas de segundo cuando algo inesperado sucedía. Casi necesitabas un milagro a esas alturas; sin embargo, ¿qué había más inesperado que un milagro?
Alpha tuvo suerte. Para él sí había comida, aunque si lo querían vivo su destino podía torcerse en cualquier momento. Se abalanzó contra un vaso con vehemencia, y tú deseaste haber podido hacer lo mismo. Te relamiste los labios lentamente mientras escuchabas cómo tragaba. Notabas la piel reseca desprenderse como una suerte de muda, pero debajo de ella había más piel seca. Tú también tragaste, aunque fuese un coágulo de saliva casi densa, pesada. Quisiste pedirle agua. Ni siquiera había que compartirla; había un barreño entero, un gran barril del que sacar para un par de días. Más, quizá, si la racionabais.
- A... -No llegaste a decirlo. Aunque lo hubieras pedido, Alpha se había adelantado. Sus manos se alzaban para alcanzar tus labios, que buscaron el agua con la misma urgencia que él momentos antes había bebido. Una vez bebiste, hablaste-: Más, por favor.
Pediste tres veces más antes de dejar de sentir la boca pastosa, y una o dos más aún en ser capaz de hablar del todo. Cuando Alpha te acercó la comida, sin embargo, negaste con la cabeza.
- Me sentará mal -te excusaste, aunque estabas convencida -. Y no servirá de nada que tú pases hambre. Para salir de aquí por ahora quien necesito que coma eres tú. Aunque dudo que podamos hacer nada; por si no lo notas te han atado con Kairoseki. Poco podemos hacer más que esperar.
Freites D. Alpha
Fama
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Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Ella te pide más agua, tú accedes sin problemas. Observas curiosamente que dentro la celda tenía un barril de agua. De la cual tú accedes sin problemas a darle más agua cuando ella te lo pidió. - Toma con calma, procura no ahogarte – Le dijiste. Luego de que ella tomara, te advirtió de que ella le sentaría mal la comida. – De acuerdo. - Dijiste colocándola en un lado. Estaba totalmente sucia y descuidada. Preguntaste si podías ayudarle de otra manera para que se pudiera refrescar. Ella estaba totalmente destrozada por la falta de agua, incluso teniendo donde beber. Le estaban torturando y tú, no eres partidario de las torturas.
Tú, por tu parte Estabas realmente débil. En realidad el kairoseki era una de las razones por la cual no podías estar del todo cómodo con tu cuerpo. De hecho, te recostaste a un lado de ella, pegado a la pared. – No tengo hambre. – Afirmaste. Estabas muy pensativo con lo que iba a ocurrir. Miraste detenidamente cada cosa del lugar. Buscando maneras de salir y de liberarlo a ambos. Ojeaste las cadenas, reconoces el diseño y el cómo abrirla, pero necesitas una herramienta para lograrlo.
O al menos un alambre.
- Mis homies no podrán encontrarme mientras tenga esto encima… - Dijiste intentando manifestar un poco de tu alma en tu manos, sin éxito aparente. Lo que no te agradaba nada, era el diseño de la hoja curva que rodeaba el cuello de la parte de atrás de Alice. Suspiraste profundamente. – ¿Acaso le intentaste cazar? – Preguntaste, por ahora solo podías tener una conversación tranquila. – El vino a por mí. Era un monstruo a toda regla. – Te mostrabas un poco ansioso. Más que miedo, querías cazar a aquel hombre que te había causado problemas. Era el quien te tenía en esta situación. No sabias que ocurría ni por que habían venido a por, pero las posibilidades eran algunas. Pero aun así, tenían el suficiente tiempo para actuar.
- ¿Que tanto escuchaste? – Preguntaste sin rodeos. Obviamente, refiriéndote a la conversación con Jack.
Tú, por tu parte Estabas realmente débil. En realidad el kairoseki era una de las razones por la cual no podías estar del todo cómodo con tu cuerpo. De hecho, te recostaste a un lado de ella, pegado a la pared. – No tengo hambre. – Afirmaste. Estabas muy pensativo con lo que iba a ocurrir. Miraste detenidamente cada cosa del lugar. Buscando maneras de salir y de liberarlo a ambos. Ojeaste las cadenas, reconoces el diseño y el cómo abrirla, pero necesitas una herramienta para lograrlo.
O al menos un alambre.
- Mis homies no podrán encontrarme mientras tenga esto encima… - Dijiste intentando manifestar un poco de tu alma en tu manos, sin éxito aparente. Lo que no te agradaba nada, era el diseño de la hoja curva que rodeaba el cuello de la parte de atrás de Alice. Suspiraste profundamente. – ¿Acaso le intentaste cazar? – Preguntaste, por ahora solo podías tener una conversación tranquila. – El vino a por mí. Era un monstruo a toda regla. – Te mostrabas un poco ansioso. Más que miedo, querías cazar a aquel hombre que te había causado problemas. Era el quien te tenía en esta situación. No sabias que ocurría ni por que habían venido a por, pero las posibilidades eran algunas. Pero aun así, tenían el suficiente tiempo para actuar.
- ¿Que tanto escuchaste? – Preguntaste sin rodeos. Obviamente, refiriéndote a la conversación con Jack.
Casi te atragantaste un par de veces, pero no derramaste ni una gota de agua. Tenías sed. Seguías teniendo sed. Por suerte, poco a poco tu lucidez iba regresando. En tu mente ya no había una nube negra que te impedía escucharte. Seguías débil, y seguirías débil hasta que pudieses comer algo, pero por lo menos ya no estabas mareada. Nunca habías bebido mucho o necesitado demasiado el agua más allá de tus baños, aunque también era cierto que nunca habías pasado tanto tiempo sin una botella cerca, sin poder calmar tu sed. Algo te susurraba, incluso en ese momento, que le pidieses un vaso más. Por si acaso.
- Deberías comer -apuntaste-. Vas a necesitarlo antes o después; y después podría no haber tiempo.
El tiempo. Siempre habías sentido que pasaba demasiado despacio, que sobraba. Que cada momento que estabas sentada se hacía eterno, o que cambiarías varios años de vida por una razón que hiciese sentir que merecía la pena vivirla. Eso había sido antes de salir al mar, claro. Pero seguías midiendo el tiempo rigurosamente, con celo y cuidado, teniendo siempre el máximo mimo con tus relojes; con lo más importante.
Un pálpito que marcaba las doce de pronto te hizo sufrir un escalofrío. Tus relojes. Los relojes. Tenías algunos en el bolso, tus favoritos: Los que habías comprado durante los primeros viajes, uno que habías restaurado, otro que habías pasado meses para montar porque le fallaba una extraña pieza que debiste pedir a su mismísimo creador... Sentías la muñeca desnuda sin el cuero blanco de tu reloj de pulsera, y al cuello Illje ya no estaba. Su reloj, el reloj que había creado para ti, también se lo habían llevado. Quisiste revolverte, pero recordaste -más por el dolor al mover las muñecas- que seguías encadenada. Suspiraste.
- No a él -contestaste secamente-. A uno de sus subordinados; él apareció cuando lo tenía ya en el suelo. Hizo reventar su cabeza de una patada...
Tragaste saliva una vez más. Te había horrorizado verlo, más aún sentir su indiferencia. No lo había hecho por débil, lo había hecho por mandarte un mensaje. Un último mensaje que seguramente esperaba repitieses en tu mente durante días, hasta el amargo final.
A Alpha no le importaba solo eso. Se había dado cuenta de que estabas ahí mientras hablaba con Jack; ¿cómo no darse cuenta? Estabas ahí. Débil, quizá como si escucharas a través de un muro, pero no habían hablado a susurros: Habías escuchado. Incluso si no sabías la historia completa, si te faltaban datos, en tu mente habían bullido pensamientos episódicos que explicaran lo que habías escuchado. Rompían toda lógica, pero claro: Muchas cosas en ese mundo la rompían.
- Que eres mucho más mayor de lo que aparentas. -Reíste-. Te conservas bien para ser un anciano. También que algo sucedió a tu familia, aunque eso ya me lo dijiste tú tiempo atrás. Más o menos.
Moviste las manos levemente, tratando de acomodarte lo que escasamente podías. Por ahora era solo piel levantada; si salías a tiempo no dejaría cicatriz, aunque empezabas a asumir que necesitarías repasar los tatuajes del brazo derecho si seguía encarnándose todo. Te reíste de nuevo. Hasta estando al borde de la muerte pensabas en los tatuajes más que en el peligro; te asustaba ser tan banal a veces, pero en ese momento lo sentiste como un atisbo de esperanza.
- Parece que tienes un don para molestar a las mujeres -bromeaste-. En el fondo casi me hace sentir menos especial, pero deberías cuidar tu temperamento. Ya has perdido un brazo y un ojo; que te quieran vivo no significa que te necesiten de una pieza.
Jamás habrías esperado dar ese consejo a nadie. Tú, que eras incapaz de controlarte la mayor parte del tiempo. Quizá por eso exhibiste una sonrisa más allá del dolor.
- ¿Qué hiciste para enfadar a una emperatriz del Nuevo Mundo?
- Deberías comer -apuntaste-. Vas a necesitarlo antes o después; y después podría no haber tiempo.
El tiempo. Siempre habías sentido que pasaba demasiado despacio, que sobraba. Que cada momento que estabas sentada se hacía eterno, o que cambiarías varios años de vida por una razón que hiciese sentir que merecía la pena vivirla. Eso había sido antes de salir al mar, claro. Pero seguías midiendo el tiempo rigurosamente, con celo y cuidado, teniendo siempre el máximo mimo con tus relojes; con lo más importante.
Un pálpito que marcaba las doce de pronto te hizo sufrir un escalofrío. Tus relojes. Los relojes. Tenías algunos en el bolso, tus favoritos: Los que habías comprado durante los primeros viajes, uno que habías restaurado, otro que habías pasado meses para montar porque le fallaba una extraña pieza que debiste pedir a su mismísimo creador... Sentías la muñeca desnuda sin el cuero blanco de tu reloj de pulsera, y al cuello Illje ya no estaba. Su reloj, el reloj que había creado para ti, también se lo habían llevado. Quisiste revolverte, pero recordaste -más por el dolor al mover las muñecas- que seguías encadenada. Suspiraste.
- No a él -contestaste secamente-. A uno de sus subordinados; él apareció cuando lo tenía ya en el suelo. Hizo reventar su cabeza de una patada...
Tragaste saliva una vez más. Te había horrorizado verlo, más aún sentir su indiferencia. No lo había hecho por débil, lo había hecho por mandarte un mensaje. Un último mensaje que seguramente esperaba repitieses en tu mente durante días, hasta el amargo final.
A Alpha no le importaba solo eso. Se había dado cuenta de que estabas ahí mientras hablaba con Jack; ¿cómo no darse cuenta? Estabas ahí. Débil, quizá como si escucharas a través de un muro, pero no habían hablado a susurros: Habías escuchado. Incluso si no sabías la historia completa, si te faltaban datos, en tu mente habían bullido pensamientos episódicos que explicaran lo que habías escuchado. Rompían toda lógica, pero claro: Muchas cosas en ese mundo la rompían.
- Que eres mucho más mayor de lo que aparentas. -Reíste-. Te conservas bien para ser un anciano. También que algo sucedió a tu familia, aunque eso ya me lo dijiste tú tiempo atrás. Más o menos.
Moviste las manos levemente, tratando de acomodarte lo que escasamente podías. Por ahora era solo piel levantada; si salías a tiempo no dejaría cicatriz, aunque empezabas a asumir que necesitarías repasar los tatuajes del brazo derecho si seguía encarnándose todo. Te reíste de nuevo. Hasta estando al borde de la muerte pensabas en los tatuajes más que en el peligro; te asustaba ser tan banal a veces, pero en ese momento lo sentiste como un atisbo de esperanza.
- Parece que tienes un don para molestar a las mujeres -bromeaste-. En el fondo casi me hace sentir menos especial, pero deberías cuidar tu temperamento. Ya has perdido un brazo y un ojo; que te quieran vivo no significa que te necesiten de una pieza.
Jamás habrías esperado dar ese consejo a nadie. Tú, que eras incapaz de controlarte la mayor parte del tiempo. Quizá por eso exhibiste una sonrisa más allá del dolor.
- ¿Qué hiciste para enfadar a una emperatriz del Nuevo Mundo?
Freites D. Alpha
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Akuma no mi
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-Comeré cuando me de hambre, no te preocupes. – Dijiste totalmente con calma. – Además, la noche es joven. Y no creo que pueda dormir en una situación como esta. - Cuando escuchaste que la criatura había arrancado la cabeza de una patada a su subordinado, te entro un escalofrió en el estómago. – Si… su fama ya tiene. – Y eso te recordaba, si algo de este calibre era asi de jodido ¿Qué tan jodida era la señora a cual le servía? O mejor aún ¿Qué tan jodida se había vuelto la tripulación de la yonkou después de tanto tiempo?
¿Qué tan peligrosa es ahora?
Luego ella hace una broma con tu edad. Le acompañaste un poco en las risas, porque si fuera por ti, te gustaría conservarte así de bien cuando tuvieras tu edad. – ¡Zehaha! Ojala fuera eso, Alice. – Dijiste mientras te levantabas cómo pudiste y calmadamente te serviste un vaso de agua. Luego, poco a poco caminaste y te sentaste frente a ella. – Bueno… supongo que no sabemos si viviremos o moriremos, así que… no creo que tenga nada de malo sincerarme contigo. Por cierto, si quieres más agua, te daré de beber sin problemas.
Diste un primer sorbo de agua. Luego miraste tranquilamente por aquella ventaba que brindaba un poco de luz lunar. Estabas un poco pensativo, recordando le pasado. Algún buen momento y otro no tanto. Pero al final eran eso, recuerdos.
- Pues lo de mi familia es un asunto el cual no me gusta comentar mucho. Hace ya muchos años, mi familia había recibido la invitación formal a ser herreros de los nobles de la red line. Mi madre, quien era la líder, no quería nada que ver con ellos. Ya que sus costumbres de eslavismo va en contra en lo que creemos. Pero su hermano, mi tío, estaba totalmente a favor del servir. Era mejor trabajar para ellos formalmente que ser esclavos a la fuerza. Mi madre intento dialogar, pero al final no fue posible. Ya nuestra familia había planeado derrocarle y asesinarla a ella y a todos los que estábamos a favor de ella. Que éramos básicamente yo, mi padre y sus concubinos. – Diste un sorbo al agua. – Si, se lo sé. – No quisiste ahondar mucho en esa tradición. - Yo tenía quince años cuando todo ocurrió. Me toco matar a familiares con la que crecí y quise mucho. Al final nos superaron y mi madre me hizo huir. Ella y el resto murió. Perdimos. Y claramente lo que queda de mi familia ahora son herreros de la red line. No existe día el cual no me culpe de no haberla podido salvar. Eso es algo con lo que cargo siempre.
Luego de eso diste un sorbo más de agua. – Y tampoco trato de justificar mis actos por lo que pase. De hecho, soy pirata por mala suerte más que otra cosa. Naufrague un día y una gente muy buena me ayudo. Luego, unos piratas atacaron el pueblo de esta gente y ellos salieron gravemente lastimados. No pude aguantar el coraje y me lance en su búsqueda. Podríamos decir que fue mi primera casería. Al terminar, llego la marina. Me vieron tener el capitán de esos piratas derrotado entre mis manos, y al no tener licencia, prefirieron considerarme una amenaza. Y así comenzó todo.
Luego ella volvió a bromear con sus comentarios. Tú simplemente sonreíste y respondiste con calma. – Realmente no sabría que responder. Normalmente soy alguien tranquilo la mayoría del tiempo. Pero digamos que tengo cierto placer al luchar contra individuos que puedan superarme. – Miras tu mano derecha y, con tu pulgar acaricias todos tus dedos – Sé que tengo un temperamento horrible, lo sé. Más cuando se trata de ese paso que no puedo perdonarme. Aun trabajo en ello. Estoy harto de perder el control cuando me tocan ese tema. Ver todo en rojo y no tener raciocinio… Yo… no soy así. – Te mostrabas triste. – Por más que intente articular palabras contigo, aquel día. Prefería usar el poder de mi akuma no mi para mostrarte todo. Porque para mí, las acciones tienen más valor que las palabras. Las palabras pueden ser verdad o mentiras, pero el alma nunca se miente.
Quizás ella no lo entendiera, pero yo sí puedo ver lo lastimado que está tu niño interno. No tener la oportunidad de tener una vida un poco más normal. Enamorarte y vivir tu juventud. Desde muy joven tu vida se ha vuelto la lucha por sobrevivir y, eso era algo con lo cual te había tocado vivir, aceptarlo y seguir.
- Con respecto a lo de enfadar a una emperatriz del nuevo mundo. Pues quizás te cueste creerlo un poco, pero fue hace cincuenta años. Quizás hayas escuchado historias de un meteorito que cayó del cielo y le abrió un hueco enorme a la red line. Pues yo estaba allí. Aunque sé que suena locura total, que lo sé. Estaba yo en mi barco con los míos. Habíamos logrado colarnos en las filas de Payne. Nuestro plan era fingir una alianza y cuando llegara el momento, robarnos el meteorito. De alguna manera ella se enteró de todo aquello y en alta mar luchamos una gran batalla. Yo derrote a gran parte de sus hombres. Y claramente, mi poder me daba una gran ventaja numérica. Pero cuando me di cuenta todo estaba negro. Cuando la luz se hizo, los únicos que estaban a mi lado eran mis homies. Y todo lo que quedaba, era un barco fantasma.
Suspiraste. – Cuando me di cuenta, lo primero que vi en un periódico fue la fecha. Cincuenta años habían pasado. Ya no estaba nadie de los que conocía. El mundo que conocí, ya no existía. Quizás fuera sido una gran oportunidad de comenzar de nuevo. Pero antes de darme cuenta, había un cartel de se busca mío. Supongo que la misma Payne habría regado la voz de un pirata que caza piratas y se aseguraría que esta información llegara al gremio. Supongo que Kepler está molesta por haber intentado acabar con Payne, así como él te encarcelo por haber acabo con su subordinado.
- Sonreíste nuevamente. – Salir de aquí con vida, es saber que ellos vendrán por nosotros sin dudarlo. – Y claramente era cierto. Tú ya tienes tu por qué Alpha. Pero Alice se ha metido con el subordinado de una Yonkou. Si querían salir de aquí y salir mejor parados, tendría que hacer algo más que simplemente escapar.
Y eso… tú lo sabes.
¿Qué tan peligrosa es ahora?
Luego ella hace una broma con tu edad. Le acompañaste un poco en las risas, porque si fuera por ti, te gustaría conservarte así de bien cuando tuvieras tu edad. – ¡Zehaha! Ojala fuera eso, Alice. – Dijiste mientras te levantabas cómo pudiste y calmadamente te serviste un vaso de agua. Luego, poco a poco caminaste y te sentaste frente a ella. – Bueno… supongo que no sabemos si viviremos o moriremos, así que… no creo que tenga nada de malo sincerarme contigo. Por cierto, si quieres más agua, te daré de beber sin problemas.
Diste un primer sorbo de agua. Luego miraste tranquilamente por aquella ventaba que brindaba un poco de luz lunar. Estabas un poco pensativo, recordando le pasado. Algún buen momento y otro no tanto. Pero al final eran eso, recuerdos.
- Pues lo de mi familia es un asunto el cual no me gusta comentar mucho. Hace ya muchos años, mi familia había recibido la invitación formal a ser herreros de los nobles de la red line. Mi madre, quien era la líder, no quería nada que ver con ellos. Ya que sus costumbres de eslavismo va en contra en lo que creemos. Pero su hermano, mi tío, estaba totalmente a favor del servir. Era mejor trabajar para ellos formalmente que ser esclavos a la fuerza. Mi madre intento dialogar, pero al final no fue posible. Ya nuestra familia había planeado derrocarle y asesinarla a ella y a todos los que estábamos a favor de ella. Que éramos básicamente yo, mi padre y sus concubinos. – Diste un sorbo al agua. – Si, se lo sé. – No quisiste ahondar mucho en esa tradición. - Yo tenía quince años cuando todo ocurrió. Me toco matar a familiares con la que crecí y quise mucho. Al final nos superaron y mi madre me hizo huir. Ella y el resto murió. Perdimos. Y claramente lo que queda de mi familia ahora son herreros de la red line. No existe día el cual no me culpe de no haberla podido salvar. Eso es algo con lo que cargo siempre.
Luego de eso diste un sorbo más de agua. – Y tampoco trato de justificar mis actos por lo que pase. De hecho, soy pirata por mala suerte más que otra cosa. Naufrague un día y una gente muy buena me ayudo. Luego, unos piratas atacaron el pueblo de esta gente y ellos salieron gravemente lastimados. No pude aguantar el coraje y me lance en su búsqueda. Podríamos decir que fue mi primera casería. Al terminar, llego la marina. Me vieron tener el capitán de esos piratas derrotado entre mis manos, y al no tener licencia, prefirieron considerarme una amenaza. Y así comenzó todo.
Luego ella volvió a bromear con sus comentarios. Tú simplemente sonreíste y respondiste con calma. – Realmente no sabría que responder. Normalmente soy alguien tranquilo la mayoría del tiempo. Pero digamos que tengo cierto placer al luchar contra individuos que puedan superarme. – Miras tu mano derecha y, con tu pulgar acaricias todos tus dedos – Sé que tengo un temperamento horrible, lo sé. Más cuando se trata de ese paso que no puedo perdonarme. Aun trabajo en ello. Estoy harto de perder el control cuando me tocan ese tema. Ver todo en rojo y no tener raciocinio… Yo… no soy así. – Te mostrabas triste. – Por más que intente articular palabras contigo, aquel día. Prefería usar el poder de mi akuma no mi para mostrarte todo. Porque para mí, las acciones tienen más valor que las palabras. Las palabras pueden ser verdad o mentiras, pero el alma nunca se miente.
Quizás ella no lo entendiera, pero yo sí puedo ver lo lastimado que está tu niño interno. No tener la oportunidad de tener una vida un poco más normal. Enamorarte y vivir tu juventud. Desde muy joven tu vida se ha vuelto la lucha por sobrevivir y, eso era algo con lo cual te había tocado vivir, aceptarlo y seguir.
- Con respecto a lo de enfadar a una emperatriz del nuevo mundo. Pues quizás te cueste creerlo un poco, pero fue hace cincuenta años. Quizás hayas escuchado historias de un meteorito que cayó del cielo y le abrió un hueco enorme a la red line. Pues yo estaba allí. Aunque sé que suena locura total, que lo sé. Estaba yo en mi barco con los míos. Habíamos logrado colarnos en las filas de Payne. Nuestro plan era fingir una alianza y cuando llegara el momento, robarnos el meteorito. De alguna manera ella se enteró de todo aquello y en alta mar luchamos una gran batalla. Yo derrote a gran parte de sus hombres. Y claramente, mi poder me daba una gran ventaja numérica. Pero cuando me di cuenta todo estaba negro. Cuando la luz se hizo, los únicos que estaban a mi lado eran mis homies. Y todo lo que quedaba, era un barco fantasma.
Suspiraste. – Cuando me di cuenta, lo primero que vi en un periódico fue la fecha. Cincuenta años habían pasado. Ya no estaba nadie de los que conocía. El mundo que conocí, ya no existía. Quizás fuera sido una gran oportunidad de comenzar de nuevo. Pero antes de darme cuenta, había un cartel de se busca mío. Supongo que la misma Payne habría regado la voz de un pirata que caza piratas y se aseguraría que esta información llegara al gremio. Supongo que Kepler está molesta por haber intentado acabar con Payne, así como él te encarcelo por haber acabo con su subordinado.
- Sonreíste nuevamente. – Salir de aquí con vida, es saber que ellos vendrán por nosotros sin dudarlo. – Y claramente era cierto. Tú ya tienes tu por qué Alpha. Pero Alice se ha metido con el subordinado de una Yonkou. Si querían salir de aquí y salir mejor parados, tendría que hacer algo más que simplemente escapar.
Y eso… tú lo sabes.
- Los asuntos de familia pueden ser complicados -contestaste, sin mucho ánimo.
Pensabas en Lewis y cómo había tratado de casarte una y otra vez, cómo había puesto precio para devolverte a English Garden y cómo, una vez habías acabado de nuevo en la isla, había tratado de extorsionarte. No te había permitido volver a la villa, reteniéndote en una jaula de oro durante meses. Queen's Plaza era un lugar bello, quizá, pero no era para ti. No después de haber saboreado durante tanto tiempo la libertad. Aunque tampoco era la libertad lo que habías querido recuperar; el tiempo que habías pasado en la ciudad nunca había buscado terminar escapando: Solo habías querido acercarte lo bastante como para romper tus cadenas. En cierto modo lo habías conseguido, pero cada día pensabas en el precio.
- Supongo que huir no era una opción. -Bufaste. Para ti tampoco podía serlo.
Asumiste que su historia era un resumen de un resumen de un resumen. La historia completa debía abarcar mucho más, y sabías desde hacía tiempo que los blancos y negros no solían encajar nunca bien del todo. Con todo preferiste no decir nada: Si Alpha lo había vivido así no importaba cuánto indagases o tratases de cuestionar su historia. Era esa. Con sus más y sus menos, alterada por la erosión de la memoria, esa era su historia. Un chiquillo que había elegido vivir. Poco te importaba su madre, en realidad. Habían pasado años desde entonces, largos años, y tenías por costumbre preocuparte solo de los vivos. O al menos, intentarlo. De alguna forma te daba lástima que no pudiese pasar página, que siguiese atascado en su dolor.
A ti no te pasaba, creías. A veces te derrumbabas con recuerdos dolorosos, pero aceptabas el proceso con sus altibajos. Incluso cuando la mente te devolvía con desdén una memoria vívida de sufrimiento tratabas de anteponerte, de no dejar que te condicionase. Te negabas a que un trauma te definiese. Claro que tus problemas siempre habían sido muy distintos a los que Alpha estaba contando. En parte, al menos.
- Tengo derecho a estar enfadada, Alpha -repetiste. Ya se lo habías dicho, pero necesitaba escucharlo-. Me dejaste tirada sin razón, y cuando solo necesitabas disculparte intentaste que te perdonase sin más por todo lo que has sufrido. -Tensaste la espalda para poder echar la cabeza hacia atrás sin peligro. El dolor en las manos se acrecentó, pero poder levantar el cuello por un momento había valido la pena-. Es cierto que no actué bien; apareciste de la nada, te pedí que te fueras... ¿Qué más da eso ahora? En unas horas podría estar muerta. Tú en unos días, o semanas, supongo que también podrías estarlo. Lo que quiero decir... -Pensaste bien tus palabras. Cómo utilizarlas, cómo hacérselo entender-. No somos quienes éramos, ni lo que hemos sufrido. Quizá eso nos lleva a cometer errores, pero no es justo para el Alpha de quince años que lo responsabilices. Por mucho tiempo que pase ese chico va a estar de luto, terminando de razonar lo que le acaba de suceder. Tú, sin embargo, has seguido adelante.
Mejor o peor, claro, pero había seguido adelante. Mucho más adelante de lo que habrías esperado. Al principio, de hecho, pensaste que estaba loco, pero conocías la leyenda alrededor de Terra Kepler y su tripulación que un día apareció de la nada, poniendo el mundo patas arriba. Sabías que compartía nombre con una señora de la piratería de los siglos oscuros, una época convulsa de la que poca información quedaba, y también que llegó justo a tiempo para, como decía Alpha, el meteorito.
Casi te sorprendiste más una vez razonaste todo aquello, y estabas segura de que se te había escapado un "joder" al darte cuenta. Alpha era la única persona que conocías cuyo mundo había desaparecido en un instante, de forma casi literal. Casi no podías entender cómo había sido capaz de seguir adelante, pero la respuesta llegó pronto: No lo era. Había temido la complicidad con una desconocida, había sufrido un ataque de ira al insinuar que tenía miedo a perder... Un trauma, un muy gran trauma. Enorme, hasta puntos que no llegabas a comprender. Tampoco alcanzabas a entender realmente cómo lo habrías sentido tú si te robaran tu vida en un instante.
- Hace un tiempo tuve un viñedo en Hallstat -admitiste-. Wanderwine. Un aramón delicioso, aunque experimentábamos con uvas merlot en la parcela sur. Pero la guerra civil llegó a la isla y mi bodega estaba en un lugar estratégico. Además tenía buenos establos, muchas habitaciones... Al principio los capitanes eran amables; me pagaban por el vino, me pedían por favor que los avituallase, o que les dejase pasar la noche en mis establos. -Suspiraste-. Un bando y el otro, que más o menos respetaban la neutralidad de mi casa. Hasta que empezaron a exigirme que tomase un bando. Lo disfrazaban bajo ofertas de protección, velaban amenazas del peligro que correría sin su ayuda... Uno de los bandos pronto perdió la paciencia, y nos atacaron. Perdí a casi todos mis trabajadores y a varios de mis sirvientes. De no haber sido por un milagro yo también habría muerto allí, pero... -Miraste hacia tu mano. Luego la moviste un poco. La otra te ardía del dolor, pero resististe-. No sirvió de nada, porque pocos días después mi vida entera se incendió. Bueno, la incendiaron. Para cuando todo terminó lo que me quedaba podía caber en un barco.
No era tan triste como tener que matar tu propia familia, pero tampoco estaba tan mal. Te reíste. Por suerte no era una competición.
Pensabas en Lewis y cómo había tratado de casarte una y otra vez, cómo había puesto precio para devolverte a English Garden y cómo, una vez habías acabado de nuevo en la isla, había tratado de extorsionarte. No te había permitido volver a la villa, reteniéndote en una jaula de oro durante meses. Queen's Plaza era un lugar bello, quizá, pero no era para ti. No después de haber saboreado durante tanto tiempo la libertad. Aunque tampoco era la libertad lo que habías querido recuperar; el tiempo que habías pasado en la ciudad nunca había buscado terminar escapando: Solo habías querido acercarte lo bastante como para romper tus cadenas. En cierto modo lo habías conseguido, pero cada día pensabas en el precio.
- Supongo que huir no era una opción. -Bufaste. Para ti tampoco podía serlo.
Asumiste que su historia era un resumen de un resumen de un resumen. La historia completa debía abarcar mucho más, y sabías desde hacía tiempo que los blancos y negros no solían encajar nunca bien del todo. Con todo preferiste no decir nada: Si Alpha lo había vivido así no importaba cuánto indagases o tratases de cuestionar su historia. Era esa. Con sus más y sus menos, alterada por la erosión de la memoria, esa era su historia. Un chiquillo que había elegido vivir. Poco te importaba su madre, en realidad. Habían pasado años desde entonces, largos años, y tenías por costumbre preocuparte solo de los vivos. O al menos, intentarlo. De alguna forma te daba lástima que no pudiese pasar página, que siguiese atascado en su dolor.
A ti no te pasaba, creías. A veces te derrumbabas con recuerdos dolorosos, pero aceptabas el proceso con sus altibajos. Incluso cuando la mente te devolvía con desdén una memoria vívida de sufrimiento tratabas de anteponerte, de no dejar que te condicionase. Te negabas a que un trauma te definiese. Claro que tus problemas siempre habían sido muy distintos a los que Alpha estaba contando. En parte, al menos.
- Tengo derecho a estar enfadada, Alpha -repetiste. Ya se lo habías dicho, pero necesitaba escucharlo-. Me dejaste tirada sin razón, y cuando solo necesitabas disculparte intentaste que te perdonase sin más por todo lo que has sufrido. -Tensaste la espalda para poder echar la cabeza hacia atrás sin peligro. El dolor en las manos se acrecentó, pero poder levantar el cuello por un momento había valido la pena-. Es cierto que no actué bien; apareciste de la nada, te pedí que te fueras... ¿Qué más da eso ahora? En unas horas podría estar muerta. Tú en unos días, o semanas, supongo que también podrías estarlo. Lo que quiero decir... -Pensaste bien tus palabras. Cómo utilizarlas, cómo hacérselo entender-. No somos quienes éramos, ni lo que hemos sufrido. Quizá eso nos lleva a cometer errores, pero no es justo para el Alpha de quince años que lo responsabilices. Por mucho tiempo que pase ese chico va a estar de luto, terminando de razonar lo que le acaba de suceder. Tú, sin embargo, has seguido adelante.
Mejor o peor, claro, pero había seguido adelante. Mucho más adelante de lo que habrías esperado. Al principio, de hecho, pensaste que estaba loco, pero conocías la leyenda alrededor de Terra Kepler y su tripulación que un día apareció de la nada, poniendo el mundo patas arriba. Sabías que compartía nombre con una señora de la piratería de los siglos oscuros, una época convulsa de la que poca información quedaba, y también que llegó justo a tiempo para, como decía Alpha, el meteorito.
Casi te sorprendiste más una vez razonaste todo aquello, y estabas segura de que se te había escapado un "joder" al darte cuenta. Alpha era la única persona que conocías cuyo mundo había desaparecido en un instante, de forma casi literal. Casi no podías entender cómo había sido capaz de seguir adelante, pero la respuesta llegó pronto: No lo era. Había temido la complicidad con una desconocida, había sufrido un ataque de ira al insinuar que tenía miedo a perder... Un trauma, un muy gran trauma. Enorme, hasta puntos que no llegabas a comprender. Tampoco alcanzabas a entender realmente cómo lo habrías sentido tú si te robaran tu vida en un instante.
- Hace un tiempo tuve un viñedo en Hallstat -admitiste-. Wanderwine. Un aramón delicioso, aunque experimentábamos con uvas merlot en la parcela sur. Pero la guerra civil llegó a la isla y mi bodega estaba en un lugar estratégico. Además tenía buenos establos, muchas habitaciones... Al principio los capitanes eran amables; me pagaban por el vino, me pedían por favor que los avituallase, o que les dejase pasar la noche en mis establos. -Suspiraste-. Un bando y el otro, que más o menos respetaban la neutralidad de mi casa. Hasta que empezaron a exigirme que tomase un bando. Lo disfrazaban bajo ofertas de protección, velaban amenazas del peligro que correría sin su ayuda... Uno de los bandos pronto perdió la paciencia, y nos atacaron. Perdí a casi todos mis trabajadores y a varios de mis sirvientes. De no haber sido por un milagro yo también habría muerto allí, pero... -Miraste hacia tu mano. Luego la moviste un poco. La otra te ardía del dolor, pero resististe-. No sirvió de nada, porque pocos días después mi vida entera se incendió. Bueno, la incendiaron. Para cuando todo terminó lo que me quedaba podía caber en un barco.
No era tan triste como tener que matar tu propia familia, pero tampoco estaba tan mal. Te reíste. Por suerte no era una competición.
Freites D. Alpha
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Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
La escuchaste atentamente, palabra por palabra. No pretendías interrumpirle, porque sabias que era su momento de hablar. Tu eres fiel creyente que todos merecemos ser escuchar y decir lo que sentimos. El dolor de todos vale y sin importar que tan tanto te pueda parecer el los problemas de alguien más, eres consiente que cada quien percibe el dolor de manera diferente. Como puede que alguien sufra más la perdida de algo material que otros. El dolor depende de cada quien a fin de cuentas. Lo que puede ser grave para unos, suele ser nada para otros y viceversa.
- Tienes razón… y no te lo quito. – Le miraste a los ojos, aunque con un parpado cerrado por el ojo faltante. Claramente ella tenía razones de sobra para estar enojada, y ahora no pretendías excusarte de nada. Lo más correcto era seguir manteniéndote en silencio. Atento a su palabras y correspondiendo a su intento de mirarte. Claramente era incomodo, y ella se esforzaba en mirarte y compartir sus pensamientos contigo.
Y tú, debías ser agradecido por eso.
- No quiero responsabilizarlo. – Aclaraste. – Quiero hacerle entender a ese niño dentro de mí, que no fue su culpa. Hacerle entender eso y contarle todo lo que hemos vivido gracias al sacrifico de madre y honrarla. Que incluso habiéndolo perdido todo… es posible iniciar de nuevo. -Dijiste mirando al vaso vacío. – Incluso siendo el hombre almas, quizás no me he tomado el tiempo suficiente para mirar lo más profundo de la mía, y llegar hasta donde él está.
No es que no lo intentaras Alpha. Ese parte de ti sencillamente se ha reusado verte. Ese niño interno está lleno de culpa y de vergüenza. No puede verte después de haber causado tantos problemas a tu yo actual. Pero al final eres tú. Y a decir verdad, me sienta bien que te des cuentas de tus fallas. Eso demuestra que has crecido, Pequeño.
Pero aun te faltaba, claro está.
Su historia te pareció injusta en cierto modo. Nadie merece que le quiten la felicidad y menos sin razón aparente. Más cuando claramente se trataba de un territorio neutral. La neutralidad era algo que para ti es sagrado. La única manera que rompieras esta regla, es que te vieras agredido tu o alguno de los tuyos.
– Era algo importante para ti, y tenia valor. – Aclaraste. – No tenían el derecho de hacer lo que te hicieron. – recalcaste. – Supongo que los Hallstatianos no han cambiado en nada. – Pensaste un momento tratando de encontrar las palabras adecuadas. – Quizás tú lo veas como algo que no sirvió, pero yo me alegro que hayas podido salir con vida. Incluso ahora, agradezco poder haberte conocido – Dijiste sonriendo. Incluso después de haber luchado y que ella te sacara el ojo, aun así seguías honestamente agradecido. Y era imposible ocultarlo, eres un libro abierto para todos. – Gracias por contarme algo importante para ti. Lo valoro. - Dijiste mientras alcanzabas la comida y tomabas el pan de ella, dando un bocado. - ¿Es posible que la naturaleza pueda florecer después de un incendio? -Preguntaste.- Primera, invierno, otoño y verano. La madre tierra suele ser curiosa a su manera. Incluso en el ciclo natural de las cosas, cuando esta necesita comenzar de cero, se quema y se incendia y vuelve a florecer. – Le miraste nuevamente a los ojos. – Y así como es curiosa ella, es curiosa la vida. Así como lograste florecer luego del primer incendio, puedes hacerlo en el segundo que vivimos justo ahora. Pienso que esta es una gran oportunidad para volver a florecer, Alice. – Dijiste mientras te recostabas en el suelo. Aunque aún no podías dormir.
- Ya se nos ocurrirá algo para salir.
- Tienes razón… y no te lo quito. – Le miraste a los ojos, aunque con un parpado cerrado por el ojo faltante. Claramente ella tenía razones de sobra para estar enojada, y ahora no pretendías excusarte de nada. Lo más correcto era seguir manteniéndote en silencio. Atento a su palabras y correspondiendo a su intento de mirarte. Claramente era incomodo, y ella se esforzaba en mirarte y compartir sus pensamientos contigo.
Y tú, debías ser agradecido por eso.
- No quiero responsabilizarlo. – Aclaraste. – Quiero hacerle entender a ese niño dentro de mí, que no fue su culpa. Hacerle entender eso y contarle todo lo que hemos vivido gracias al sacrifico de madre y honrarla. Que incluso habiéndolo perdido todo… es posible iniciar de nuevo. -Dijiste mirando al vaso vacío. – Incluso siendo el hombre almas, quizás no me he tomado el tiempo suficiente para mirar lo más profundo de la mía, y llegar hasta donde él está.
No es que no lo intentaras Alpha. Ese parte de ti sencillamente se ha reusado verte. Ese niño interno está lleno de culpa y de vergüenza. No puede verte después de haber causado tantos problemas a tu yo actual. Pero al final eres tú. Y a decir verdad, me sienta bien que te des cuentas de tus fallas. Eso demuestra que has crecido, Pequeño.
Pero aun te faltaba, claro está.
Su historia te pareció injusta en cierto modo. Nadie merece que le quiten la felicidad y menos sin razón aparente. Más cuando claramente se trataba de un territorio neutral. La neutralidad era algo que para ti es sagrado. La única manera que rompieras esta regla, es que te vieras agredido tu o alguno de los tuyos.
– Era algo importante para ti, y tenia valor. – Aclaraste. – No tenían el derecho de hacer lo que te hicieron. – recalcaste. – Supongo que los Hallstatianos no han cambiado en nada. – Pensaste un momento tratando de encontrar las palabras adecuadas. – Quizás tú lo veas como algo que no sirvió, pero yo me alegro que hayas podido salir con vida. Incluso ahora, agradezco poder haberte conocido – Dijiste sonriendo. Incluso después de haber luchado y que ella te sacara el ojo, aun así seguías honestamente agradecido. Y era imposible ocultarlo, eres un libro abierto para todos. – Gracias por contarme algo importante para ti. Lo valoro. - Dijiste mientras alcanzabas la comida y tomabas el pan de ella, dando un bocado. - ¿Es posible que la naturaleza pueda florecer después de un incendio? -Preguntaste.- Primera, invierno, otoño y verano. La madre tierra suele ser curiosa a su manera. Incluso en el ciclo natural de las cosas, cuando esta necesita comenzar de cero, se quema y se incendia y vuelve a florecer. – Le miraste nuevamente a los ojos. – Y así como es curiosa ella, es curiosa la vida. Así como lograste florecer luego del primer incendio, puedes hacerlo en el segundo que vivimos justo ahora. Pienso que esta es una gran oportunidad para volver a florecer, Alice. – Dijiste mientras te recostabas en el suelo. Aunque aún no podías dormir.
- Ya se nos ocurrirá algo para salir.
- No necesitas llegar a él, solo perdonarlo. -Sonreí. De pronto, pensabas en mí-. Hizo lo que podía con lo que tenía, y quizá no de la manera correcta, pero de la mejor forma que fue capaz. -Te relamiste los labios. Ya no tenías sed, pero seguían secos-. Nunca vas a olvidarlo, pero cada vez que lo recuerdes va a ser diferente. Un poco, al menos. Parecerá que el dolor era mucho más intenso, que lo hiciste mucho peor de lo que habrías podido... Se te ocurrirán alternativas, la posibilidad de que todo hubiese sido diferente. Pero lo que pasó, pasó. Solo puedes aprender de ello y ser mejor con la lección que has recibido. También recordarle a ese niño que se tortura con el recuerdo que no lo culpas, quizá. No sé. No soy la mejor dando consejos, en realidad.
Seguía costándote asumir que Alpha había viajado en el tiempo, pero casi resultaba simpático escucharlo hablar como un anciano. La historia de Hallstat, en efecto, se repetía constantemente. Aunque agradeciste en cierta medida sus palabras no te consolaban del todo, en parte porque podrías haber huido y Wanderwine estaría ahí cuando regresases. Probablemente. La pérdida se entrelazaba con la culpabilidad por momentos, y aunque habías terminado aceptando que no había sido culpa tuya seguías sintiéndote profundamente responsable. Al fin y al cabo yo lo decidí, pero nuestro brazo impulsó la lanza que atravesó su corazón. ¿Lo siento, supongo?
Yo nunca me sentí culpable por eso, pero sí lamenté el daño que te hizo a ti mi impetuosidad. Mi miedo. Creí que te protegía al destruir esa amenaza, al devorar la quintaesencia de su poder, al hacerte huir y alejarte todo lo posible de ese lugar. Pero no querías protección, o tal vez sí. Había nacido de tus miedos; mi mente se desarrollaba al ritmo que tu ansiedad se acrecentaba. Forjé mi carácter viéndote enfrentar problemas, escuchándote fingir valentía cuando estabas aterrada, pero sobre todo cuando te refugiabas a llorar en cuanto te sentías a salvo. Quizá hoy no viese lo que hice necesario, o habría buscado otro modo. Pero tampoco valía la pena pensar en ello. Al fin y al cabo, cueste lo que cueste, llegué al mundo para ser tu guardián.
- Puede que bajo la ceniza germinen brotes, o que arraigue un bosque espeso -correspondiste-. Quizá si hubiese tenido fuerzas habría podido levantar Wanderwine de nuevo, pero tampoco era algo que deseara. Ni siquiera la primera vez lo deseaba del todo, creo; solo era mejor que la alternativa. -Un largo suspiro se llevó todo tu aire de golpe-. Nunca quise verme como un árbol, o como una flor. Pequeña, frágil... Inmóvil. -Casi escupiste esa última palabra-. De niña a veces soñaba con tener alas: Ser un gorrioncillo, o una mariposa. Un petirrojo, incluso. Pero ser una ardilla me habría valido, o un gato. Caminar hasta que me sangrasen los pies, recorrer el mundo sin un propósito en concreto, solo porque la única dueña de mi siguiente paso... Soy yo. -Se te escaparon un par de lágrimas, pero tu tono permaneció inmutable-. Quizá necesitaba perderlo todo para atreverme a ser quien quería ser. En realidad soy más feliz que nunca, y si muriese aquí habría valido la pena.
Con todo, Alpha tenía razón. Había sido una oportunidad de florecer, o más bien de volar como una hoja al viento. Habían sido unos buenos años aun con los momentos más delicados, pero aunque estabas lista si el momento había llegado aún te quedaban muchas cosas por hacer: ¿Acaso no debíamos llegar hasta el Nuevo Mundo y pintar sus paisajes? Querías retratar el rostro de cada isla, el carácter de sus habitantes... Y sublimar la esencia del camino en un lienzo. No podías morir ahí; el sueño estaba muy lejos de acabarse. Pero para seguir durmiendo era momento de despertar.
- Agua, por favor -pediste-. Y bebe tú también toda la que necesites. Tengo una idea, pero para que funcione vamos a tener que volcar ese barril.
Seguía costándote asumir que Alpha había viajado en el tiempo, pero casi resultaba simpático escucharlo hablar como un anciano. La historia de Hallstat, en efecto, se repetía constantemente. Aunque agradeciste en cierta medida sus palabras no te consolaban del todo, en parte porque podrías haber huido y Wanderwine estaría ahí cuando regresases. Probablemente. La pérdida se entrelazaba con la culpabilidad por momentos, y aunque habías terminado aceptando que no había sido culpa tuya seguías sintiéndote profundamente responsable. Al fin y al cabo yo lo decidí, pero nuestro brazo impulsó la lanza que atravesó su corazón. ¿Lo siento, supongo?
Yo nunca me sentí culpable por eso, pero sí lamenté el daño que te hizo a ti mi impetuosidad. Mi miedo. Creí que te protegía al destruir esa amenaza, al devorar la quintaesencia de su poder, al hacerte huir y alejarte todo lo posible de ese lugar. Pero no querías protección, o tal vez sí. Había nacido de tus miedos; mi mente se desarrollaba al ritmo que tu ansiedad se acrecentaba. Forjé mi carácter viéndote enfrentar problemas, escuchándote fingir valentía cuando estabas aterrada, pero sobre todo cuando te refugiabas a llorar en cuanto te sentías a salvo. Quizá hoy no viese lo que hice necesario, o habría buscado otro modo. Pero tampoco valía la pena pensar en ello. Al fin y al cabo, cueste lo que cueste, llegué al mundo para ser tu guardián.
- Puede que bajo la ceniza germinen brotes, o que arraigue un bosque espeso -correspondiste-. Quizá si hubiese tenido fuerzas habría podido levantar Wanderwine de nuevo, pero tampoco era algo que deseara. Ni siquiera la primera vez lo deseaba del todo, creo; solo era mejor que la alternativa. -Un largo suspiro se llevó todo tu aire de golpe-. Nunca quise verme como un árbol, o como una flor. Pequeña, frágil... Inmóvil. -Casi escupiste esa última palabra-. De niña a veces soñaba con tener alas: Ser un gorrioncillo, o una mariposa. Un petirrojo, incluso. Pero ser una ardilla me habría valido, o un gato. Caminar hasta que me sangrasen los pies, recorrer el mundo sin un propósito en concreto, solo porque la única dueña de mi siguiente paso... Soy yo. -Se te escaparon un par de lágrimas, pero tu tono permaneció inmutable-. Quizá necesitaba perderlo todo para atreverme a ser quien quería ser. En realidad soy más feliz que nunca, y si muriese aquí habría valido la pena.
Con todo, Alpha tenía razón. Había sido una oportunidad de florecer, o más bien de volar como una hoja al viento. Habían sido unos buenos años aun con los momentos más delicados, pero aunque estabas lista si el momento había llegado aún te quedaban muchas cosas por hacer: ¿Acaso no debíamos llegar hasta el Nuevo Mundo y pintar sus paisajes? Querías retratar el rostro de cada isla, el carácter de sus habitantes... Y sublimar la esencia del camino en un lienzo. No podías morir ahí; el sueño estaba muy lejos de acabarse. Pero para seguir durmiendo era momento de despertar.
- Agua, por favor -pediste-. Y bebe tú también toda la que necesites. Tengo una idea, pero para que funcione vamos a tener que volcar ese barril.
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Perdonarlo no sonaba tan difícil. Pero aun así, querías llegar hasta él y perdonarlo. Cada vez que intentabas profundizar en tu alma, lo único que tenías en frente era una gran fortaleza donde se resguardaba esa gran parte de ti. Llena de paredes gruesas y fuertes y un sinfín de puertas que albergaban recuerdos de aquel día. Sabias muy bien que dentro de una de esas puertas, se encontraba ese pequeño tú. Y como bien dijo la dama, querías encontrarlo y decirle un montón de cosas.
Entre ellas, el perdón que se merece ambos.
Le seguiste escuchando, escuchando sus sueños de pequeña y un poco de sus desagrados. Te parecía tierno imaginar una versión de ella corriendo y queriendo ser como cualquier animalito libre. Estabas seguro que no quería que le dieras una solución a sus problemas. De hecho, cuando alguien hablaba, solo quería eso, ser escuchado, entendido. Sentías que ofrecer una solución a sus problemas sería algo muy cercano a insultarle. Porque sabias muy bien que ella era capaz y autosuficiente de encontrar una solución a sus problemas. Ella pudo haber construido nuevamente su viñedo, pero aun así, prefirió no hacerlo. Ya sea por una razón u otra, porque su intento le dijo que era una mala idea, no era tu trabajo cuestionarle. Solo debías entenderle.
Y por supuesto que lo hacías.
Verle llorar te rompió un poco el corazón. No te sentaba ver a alguien que te gustaba llorar. Pero sabias que tenías que dejarle hacerlo, estaba drenando. Sabías que lo necesitaba. Te levantaste cómo pudiste y te acercaste a ella. Levantaste tu mano derecha con lentitud. Con mucho cariño y delicadeza, secaste esas lágrimas. Curiosamente, con tu mano derecha. No te gustaba tocar a nadie y no permitias que nadie lo hiciese. Pero ella era una de las dos únicas personas que han tenido la dicha de poder entrar contacto contigo. Ella, la primera vez, cuando te tomo del brazo mientras paseaban por Arabasta. Y Berry, quien se ganó tu confianza poco a poco y permitiste que pudiera tocarte e incluso mucho más allá.
– Alice, no aquí. – Dijiste. – Y no porque tenga algo en contra de llorar. Pero este lugar no es digno de tus lágrimas. – Tratabas de consolarla de alguna manera. – No soy el mejor dando palabras de aliento. Pero sé que has luchado por tu libertad, y admiro eso de ti. – Alejaste tu mano de ella. Sabías que no le gustaba el contacto físico del todo. Te alejaste, buscando agua para ella ayudándola a beber. – Poco a poco. Trata de no atragantarte. – Luego te dijo que se le había ocurrido un plan. Bueno, no te sorprende, ella tenía más tiempo que tu allí y era más lista. Algo se le habría ocurrido de tener la oportunidad de hacerlo. Pero estando allí, ahora eres tú el que le seria de ayuda. Luego de ayudarla a beber un poco más, te hidrataste y terminaste de comer lo que quedaba de comida. Con el barril casi vacío, era momento de seguir su plan.
- Muy bien, te sigo. – Dijiste mientras sonreías.
Entre ellas, el perdón que se merece ambos.
Le seguiste escuchando, escuchando sus sueños de pequeña y un poco de sus desagrados. Te parecía tierno imaginar una versión de ella corriendo y queriendo ser como cualquier animalito libre. Estabas seguro que no quería que le dieras una solución a sus problemas. De hecho, cuando alguien hablaba, solo quería eso, ser escuchado, entendido. Sentías que ofrecer una solución a sus problemas sería algo muy cercano a insultarle. Porque sabias muy bien que ella era capaz y autosuficiente de encontrar una solución a sus problemas. Ella pudo haber construido nuevamente su viñedo, pero aun así, prefirió no hacerlo. Ya sea por una razón u otra, porque su intento le dijo que era una mala idea, no era tu trabajo cuestionarle. Solo debías entenderle.
Y por supuesto que lo hacías.
Verle llorar te rompió un poco el corazón. No te sentaba ver a alguien que te gustaba llorar. Pero sabias que tenías que dejarle hacerlo, estaba drenando. Sabías que lo necesitaba. Te levantaste cómo pudiste y te acercaste a ella. Levantaste tu mano derecha con lentitud. Con mucho cariño y delicadeza, secaste esas lágrimas. Curiosamente, con tu mano derecha. No te gustaba tocar a nadie y no permitias que nadie lo hiciese. Pero ella era una de las dos únicas personas que han tenido la dicha de poder entrar contacto contigo. Ella, la primera vez, cuando te tomo del brazo mientras paseaban por Arabasta. Y Berry, quien se ganó tu confianza poco a poco y permitiste que pudiera tocarte e incluso mucho más allá.
– Alice, no aquí. – Dijiste. – Y no porque tenga algo en contra de llorar. Pero este lugar no es digno de tus lágrimas. – Tratabas de consolarla de alguna manera. – No soy el mejor dando palabras de aliento. Pero sé que has luchado por tu libertad, y admiro eso de ti. – Alejaste tu mano de ella. Sabías que no le gustaba el contacto físico del todo. Te alejaste, buscando agua para ella ayudándola a beber. – Poco a poco. Trata de no atragantarte. – Luego te dijo que se le había ocurrido un plan. Bueno, no te sorprende, ella tenía más tiempo que tu allí y era más lista. Algo se le habría ocurrido de tener la oportunidad de hacerlo. Pero estando allí, ahora eres tú el que le seria de ayuda. Luego de ayudarla a beber un poco más, te hidrataste y terminaste de comer lo que quedaba de comida. Con el barril casi vacío, era momento de seguir su plan.
- Muy bien, te sigo. – Dijiste mientras sonreías.
Alpha te secó las lágrimas. Hiciste un esfuerzo por que tu gesto no se torciese, pero sí se tensó tu rostro. No te gustaba que te tocasen sin permiso, mucho menos que lo hiciesen cuando estabas indefensa. Por otro lado, ver a Alpha estirando los brazos encadenados para tratar de secarte las lágrimas era hasta cierto punto cómico, así que sencillamente lo pasaste por alto y escuchaste mientras hablaba. También le hiciste caso y esa vez decidiste beber más despacio, dedicando algo de tiempo a remojarte los labios. El frío del agua te irritaba las heridas, pero al mismo tiempo las relajaba, por lo que de momento era suficiente. Lo que sin embargo no parecía que fuese a serlo era el agua: Algo dentro de ti pedía más y más, si bien preferiste contenerte. Ya habías bebido bastante por el momento y no querías marearte.
Alpha bebió y comió. Fue agradable sentir que te hacía caso por una vez, pero en cierto modo también lo fue verlo comer. Sin más. Te gustaba ver comer a la gente, aunque en ese momento tampoco lo envidiabas. Estabas convencida de que por débil que estuvieses no habrías sido capaz de comerte el horripilante rancho con el que cebaban a Alpha. Qué ganas tenías de probar un buen muslo de cock au vin con compota de grosellas, en realidad. O reno con ruibarbos. Solo lo habías probado una vez en Kyeskaya, pero tenías entendido que en Russuam, una isla del Grand Line que no debía andar muy lejos.
Alpha derramó el contenido del barril. Una vez visto cuánta agua había caído pensaste que tal vez habías sido demasiado optimista respecto a cuánta agua quedaba, pero no afectaba a tus planes: Los barriles eran sólidos, así que realmente lo que estabas pensando no tenía por qué ser una locura. Lo único respecto a lo que tenías dudas era si resistiría el peso de ambos, aunque lo único que importaba realmente es que lo soportase el tiempo suficiente para que Alpha pudiese dar el segundo paso.
- Vale, necesito que ahora le des la vuelta por completo y lo coloques debajo de mí. Sin centrarlo; con que pueda apoyar los dedos cerca del borde me sirve. -Tragaste saliva-. Creo que llegaré a tocar, ¿no?
Esperaste a que lo hiciera. La tercera parte era realmente la más técnica y ni siquiera estabas completamente segura de que fuese a funcionar. Si Alpha se pasaba tendrías problemas, aunque tampoco había mucho que perder: O funcionaba o moríais, probablemente, ¿por qué preocuparse? Aun así lo hacías. De hecho, dudaste. No sabías si te atrevías, o si realmente querías. Sin embargo no tenías otra opción.
- Ahora tienes que subirte a la tina -explicaste-. Puedes agarrarte a mí si lo necesitas; con las manos esposadas y encima con piedra marina no parece una tarea sencilla. -No te gustaba que te tocasen. Por desgracia, la idea de morir tampoco iba mucho más contigo.
Nuevamente esperaste pacientemente, aunque mientras se encaramaba aprovechaste para comprobar de nuevo que, efectivamente, el grillete tenía como tope tu mano. No estaba afianzado a tu muñeca.
- Ahora tienes que dislocarme el pulgar izquierdo.
Alpha bebió y comió. Fue agradable sentir que te hacía caso por una vez, pero en cierto modo también lo fue verlo comer. Sin más. Te gustaba ver comer a la gente, aunque en ese momento tampoco lo envidiabas. Estabas convencida de que por débil que estuvieses no habrías sido capaz de comerte el horripilante rancho con el que cebaban a Alpha. Qué ganas tenías de probar un buen muslo de cock au vin con compota de grosellas, en realidad. O reno con ruibarbos. Solo lo habías probado una vez en Kyeskaya, pero tenías entendido que en Russuam, una isla del Grand Line que no debía andar muy lejos.
Alpha derramó el contenido del barril. Una vez visto cuánta agua había caído pensaste que tal vez habías sido demasiado optimista respecto a cuánta agua quedaba, pero no afectaba a tus planes: Los barriles eran sólidos, así que realmente lo que estabas pensando no tenía por qué ser una locura. Lo único respecto a lo que tenías dudas era si resistiría el peso de ambos, aunque lo único que importaba realmente es que lo soportase el tiempo suficiente para que Alpha pudiese dar el segundo paso.
- Vale, necesito que ahora le des la vuelta por completo y lo coloques debajo de mí. Sin centrarlo; con que pueda apoyar los dedos cerca del borde me sirve. -Tragaste saliva-. Creo que llegaré a tocar, ¿no?
Esperaste a que lo hiciera. La tercera parte era realmente la más técnica y ni siquiera estabas completamente segura de que fuese a funcionar. Si Alpha se pasaba tendrías problemas, aunque tampoco había mucho que perder: O funcionaba o moríais, probablemente, ¿por qué preocuparse? Aun así lo hacías. De hecho, dudaste. No sabías si te atrevías, o si realmente querías. Sin embargo no tenías otra opción.
- Ahora tienes que subirte a la tina -explicaste-. Puedes agarrarte a mí si lo necesitas; con las manos esposadas y encima con piedra marina no parece una tarea sencilla. -No te gustaba que te tocasen. Por desgracia, la idea de morir tampoco iba mucho más contigo.
Nuevamente esperaste pacientemente, aunque mientras se encaramaba aprovechaste para comprobar de nuevo que, efectivamente, el grillete tenía como tope tu mano. No estaba afianzado a tu muñeca.
- Ahora tienes que dislocarme el pulgar izquierdo.
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Claramente ella mostro una reacción en contra del tacto. Podías intuir en que ella al igual que tú, no le gustaba ser tocada. Era una dama a final de cuentas, tú te habías tomado un atrevimiento que muy buenas intenciones tuvieras, no debías. La próxima vez, procura preguntar al menos ¿no?
Lo siguiente fue seguir sus instrucciones al pie de la letra. Colocaste el barril tal y como pidió y por muy curioso que suene, lograste llegar hasta donde ella te pidió sin tener que apoyarte mucho en ella. Solo en durante un momento tuviste que colocar tu mano en su hombro. – Lo siento… el Kairoseki me tiene mareado. Y se que no te gusta que te toquen sin permiso. Debí preguntar. – Y como no. Estabas en tus límites. Las piernas te fallaban y luchabas con todas tus fuerzas para lograr tu cometido. Ella podía notarlo, en lo agito que estas y lo mucho que esforzabas en no estropearlo. Cuando llegaste y ojeaste el diseño, el mismo tiempo que te diste cuenta cuál era su plan, ella ya te había dicho el mismo.
- … Pero… - No querías hacerle daño. Pero sabias muy bien que era un gran plan. Uno casi de locos, pero al final uno bueno – Dolerá, y mucho. ¿Necesitas morder algo para no gritar? – Ella se niega. Asumes que ella esta mentalmente preparada para ello. Colocas tus manos en su pulgar. – Si quieres que esto funcione, ha de ser la falange completa. – Te preparaste par ser lo más preciso posible. – Tres… dos… uno. – Y cumples con el cometido. Dislocas de una manera perfecta su pulgar derecho en los puntos exactos. Ya luego te encargarías de ayudarla a colocarlo en su lugar. Después de todos, tienes conocimientos médicos. Bajas con cuidado. Esperarías paciente que ella hiciese lo siguiente. Pero estarías allí, atento. Expectante para ayudarla a no caer feo o en tal caso, ayudarla a levantar del suelo. De todas formas, ambos estaban metidos en el mismo asunto.
- ¿Te ayudo? – Preguntaste. Extendiendo tu mano para ella. Bien hecho, ahora si has preguntado.
Lo siguiente fue seguir sus instrucciones al pie de la letra. Colocaste el barril tal y como pidió y por muy curioso que suene, lograste llegar hasta donde ella te pidió sin tener que apoyarte mucho en ella. Solo en durante un momento tuviste que colocar tu mano en su hombro. – Lo siento… el Kairoseki me tiene mareado. Y se que no te gusta que te toquen sin permiso. Debí preguntar. – Y como no. Estabas en tus límites. Las piernas te fallaban y luchabas con todas tus fuerzas para lograr tu cometido. Ella podía notarlo, en lo agito que estas y lo mucho que esforzabas en no estropearlo. Cuando llegaste y ojeaste el diseño, el mismo tiempo que te diste cuenta cuál era su plan, ella ya te había dicho el mismo.
- … Pero… - No querías hacerle daño. Pero sabias muy bien que era un gran plan. Uno casi de locos, pero al final uno bueno – Dolerá, y mucho. ¿Necesitas morder algo para no gritar? – Ella se niega. Asumes que ella esta mentalmente preparada para ello. Colocas tus manos en su pulgar. – Si quieres que esto funcione, ha de ser la falange completa. – Te preparaste par ser lo más preciso posible. – Tres… dos… uno. – Y cumples con el cometido. Dislocas de una manera perfecta su pulgar derecho en los puntos exactos. Ya luego te encargarías de ayudarla a colocarlo en su lugar. Después de todos, tienes conocimientos médicos. Bajas con cuidado. Esperarías paciente que ella hiciese lo siguiente. Pero estarías allí, atento. Expectante para ayudarla a no caer feo o en tal caso, ayudarla a levantar del suelo. De todas formas, ambos estaban metidos en el mismo asunto.
- ¿Te ayudo? – Preguntaste. Extendiendo tu mano para ella. Bien hecho, ahora si has preguntado.
- Estoy acostumbrada -respondiste.
Además, quizá Alpha nunca se había percatado de ese detalle: Saber cuándo llegaría el dolor podía dar miedo, pero darle la bienvenida en lugar de rehuirlo hacía mucho más fácil recibirlo. No que doliese menos, claro, pero sí soportarlo. Además, por muy debilitado que el pirata se encontrase tu cuerpo también estaba mucho más débil: Provocar esa lesión no iba a ser muy complicado. De hecho, contabas con no tener que pedir ayuda para tú misma asegurarte de dislocar el otro.
Aun así soltaste un bufido agudo cuando el chasquido llegó. Tus labios formaron una sonrisa histriónica por un instante antes de que pudieses volver a controlar los músculos de tu cara, pero tú solo mirabas al dedo que ahora se tambaleaba sin ton ni son de un lado a otro. Estaba justo como querías, así que tomaste aire y te concentraste, pues para lo que venía ahora no estabas lista en absoluto. Pero tenías que hacerlo.
Aguantaste el dolor mientras agitabas ligeramente la muñeca hasta que pudiste atrapar tu pulgar entre índice y corazón, aferrándolo con fuerza hasta que el dolor te hizo saber que toda la falange se había desplazado. Molesto e inhumano, tal vez, pero no tanto como ir moviendo tu mano buscando que toda su carne entrase en el ojal del grillete. Siseaste con los dientes apretados sin dejar de mirar aunque veías la piel levantarse ligeramente y algo de sangre quedarse en los bordes. Tuviste que gritar para reunir fuerzas en los últimos centímetros, aunque te callaste de golpe cuando te diste cuenta del riesgo que asumías al hacerlo. Tan solo bufaste una y otra vez mientras hacías fuerza. Te dolía la mandíbula, y creías que tus pies iban a hundir la madera del barril en cualquier momento, pero tras un tiempo agónico conseguiste sacar la mano. Sangrando en los dedos, con la piel levantada y una pequeña venita que había reventado, pero tenias una mano libre.
Además del dolor del dedo dislocado, claro.
Con todo tú no fuiste tan delicada como Alpha. No contabas con el pulgar, pero sí con tu propia fragilidad y agarraste la falange entera dándole un tirón, confiando en bien dislocarla bien romperla. Te costó tres intentos, y aunque sentiste un leve crujido el chasquido lo opacó por completo. El dolor, sin embargo, fue mucho mayor al de la otra mano. Necesitaste un rato para respirar antes de repetir el proceso y sacarla. También tuviste más cuidado, escupiéndole primero para tratar de lubricar la piel y evitar que el conejo que había pintado Illje sufriese daños irreparables. Sabías que podías restaurarlo, pero no estabas segura de poder respetar todos los detalles si lo destrozabas por completo. Fue tedioso, más doloroso y acabaste con el puño exterior mucho más destrozado, pero el tatuaje se había salvado casi por completo. Eso bastaba.
Con lo que no contabas del todo era con que ese último movimiento te hiciera tambalear. El barreño basculó, tú trastabillaste y mientras Alpha te tendía la mano caíste encima de él, clavándote sus grilletes en el vientre. De pura suerte no te habías matado, y aunque eso te dejaría un moretón ningún hueso estaba roto. Algo de daño en las rodillas, sobre todo en la izquierda, quizás, pero nada que no pudieses asumir a cambio de tu vida.
- Perdón -te disculpaste mientras rodabas a un lado por el suelo empapado-. No contaba con caerme en el peor momento.
Chasqueaste la lengua, disgustada. No te habías preocupado por tu ropa antes, pero descubrir que tu vestido estaba hecho un desastre de pronto te enfadó. En el bolso llevabas una muda, pero a saber dónde estaría. También debías recuperar tus cuchillos y, tal vez más importante, encontrar una manera de liberar a Alpha.
Te levantaste sin apoyar las manos. La ropa húmeda era molesta, pero mejor eso que morirse. Podrías haber dado una indicación más adecuada al pirata para evitar aquello, pero por alguna razón no se te había pasado por la cabeza que pudiese ser importante. También te percataste de que no llevabas zapatos, así que hiciste un mohín. Las manos te dolían, pero ya te ocuparías de eso más tarde. Por ahora era momento de escapar.
- Si no me hubiesen quitado mis anillos... -mascullaste-. En fin, mi plan acaba aquí, más o menos. Podría reventar la pared, pero dudo que corriendo lleguemos muy lejos si llamamos tanto la atención. Aunque ahora mismo nuestras posibilidades han crecido exponencialmente. Especialmente las mías. -A Alpha por alguna razón lo habían querido vivo-. Necesitamos datos. ¿Te han traído a cabeza cubierta? Porque si sabes cuántos piratas hay fuera podemos ir con cierta seguridad. -Chasqueaste la lengua de nuevo-. Encima tendremos que buscar el lugar donde guardan nuestras cosas, y pensar en el tipo blanco... -Vacilaste-. ¿Tengo alguna opción contra él en este estado?
Quizá esa era la pregunta más importante, porque si lo encontrabais antes que tu ganzúa ibais a tener un problema muy grave.
Además, quizá Alpha nunca se había percatado de ese detalle: Saber cuándo llegaría el dolor podía dar miedo, pero darle la bienvenida en lugar de rehuirlo hacía mucho más fácil recibirlo. No que doliese menos, claro, pero sí soportarlo. Además, por muy debilitado que el pirata se encontrase tu cuerpo también estaba mucho más débil: Provocar esa lesión no iba a ser muy complicado. De hecho, contabas con no tener que pedir ayuda para tú misma asegurarte de dislocar el otro.
Aun así soltaste un bufido agudo cuando el chasquido llegó. Tus labios formaron una sonrisa histriónica por un instante antes de que pudieses volver a controlar los músculos de tu cara, pero tú solo mirabas al dedo que ahora se tambaleaba sin ton ni son de un lado a otro. Estaba justo como querías, así que tomaste aire y te concentraste, pues para lo que venía ahora no estabas lista en absoluto. Pero tenías que hacerlo.
Aguantaste el dolor mientras agitabas ligeramente la muñeca hasta que pudiste atrapar tu pulgar entre índice y corazón, aferrándolo con fuerza hasta que el dolor te hizo saber que toda la falange se había desplazado. Molesto e inhumano, tal vez, pero no tanto como ir moviendo tu mano buscando que toda su carne entrase en el ojal del grillete. Siseaste con los dientes apretados sin dejar de mirar aunque veías la piel levantarse ligeramente y algo de sangre quedarse en los bordes. Tuviste que gritar para reunir fuerzas en los últimos centímetros, aunque te callaste de golpe cuando te diste cuenta del riesgo que asumías al hacerlo. Tan solo bufaste una y otra vez mientras hacías fuerza. Te dolía la mandíbula, y creías que tus pies iban a hundir la madera del barril en cualquier momento, pero tras un tiempo agónico conseguiste sacar la mano. Sangrando en los dedos, con la piel levantada y una pequeña venita que había reventado, pero tenias una mano libre.
Además del dolor del dedo dislocado, claro.
Con todo tú no fuiste tan delicada como Alpha. No contabas con el pulgar, pero sí con tu propia fragilidad y agarraste la falange entera dándole un tirón, confiando en bien dislocarla bien romperla. Te costó tres intentos, y aunque sentiste un leve crujido el chasquido lo opacó por completo. El dolor, sin embargo, fue mucho mayor al de la otra mano. Necesitaste un rato para respirar antes de repetir el proceso y sacarla. También tuviste más cuidado, escupiéndole primero para tratar de lubricar la piel y evitar que el conejo que había pintado Illje sufriese daños irreparables. Sabías que podías restaurarlo, pero no estabas segura de poder respetar todos los detalles si lo destrozabas por completo. Fue tedioso, más doloroso y acabaste con el puño exterior mucho más destrozado, pero el tatuaje se había salvado casi por completo. Eso bastaba.
Con lo que no contabas del todo era con que ese último movimiento te hiciera tambalear. El barreño basculó, tú trastabillaste y mientras Alpha te tendía la mano caíste encima de él, clavándote sus grilletes en el vientre. De pura suerte no te habías matado, y aunque eso te dejaría un moretón ningún hueso estaba roto. Algo de daño en las rodillas, sobre todo en la izquierda, quizás, pero nada que no pudieses asumir a cambio de tu vida.
- Perdón -te disculpaste mientras rodabas a un lado por el suelo empapado-. No contaba con caerme en el peor momento.
Chasqueaste la lengua, disgustada. No te habías preocupado por tu ropa antes, pero descubrir que tu vestido estaba hecho un desastre de pronto te enfadó. En el bolso llevabas una muda, pero a saber dónde estaría. También debías recuperar tus cuchillos y, tal vez más importante, encontrar una manera de liberar a Alpha.
Te levantaste sin apoyar las manos. La ropa húmeda era molesta, pero mejor eso que morirse. Podrías haber dado una indicación más adecuada al pirata para evitar aquello, pero por alguna razón no se te había pasado por la cabeza que pudiese ser importante. También te percataste de que no llevabas zapatos, así que hiciste un mohín. Las manos te dolían, pero ya te ocuparías de eso más tarde. Por ahora era momento de escapar.
- Si no me hubiesen quitado mis anillos... -mascullaste-. En fin, mi plan acaba aquí, más o menos. Podría reventar la pared, pero dudo que corriendo lleguemos muy lejos si llamamos tanto la atención. Aunque ahora mismo nuestras posibilidades han crecido exponencialmente. Especialmente las mías. -A Alpha por alguna razón lo habían querido vivo-. Necesitamos datos. ¿Te han traído a cabeza cubierta? Porque si sabes cuántos piratas hay fuera podemos ir con cierta seguridad. -Chasqueaste la lengua de nuevo-. Encima tendremos que buscar el lugar donde guardan nuestras cosas, y pensar en el tipo blanco... -Vacilaste-. ¿Tengo alguna opción contra él en este estado?
Quizá esa era la pregunta más importante, porque si lo encontrabais antes que tu ganzúa ibais a tener un problema muy grave.
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Akuma no mi
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A continuación, comenzaste a ver lo que te temías. Estaba forcejeando y forzando sus extremidades a través de sus cadenas. Era desgarrador, y en cierto punto, hasta enfermizo. Era la estratagema que utilizaría alguien con un nivel de auto conservación nulo. Pero teniendo en cuenta la situación en cual ustedes se encontraban, lo de ella era una de las mejores alternativas. Y ahora, estabas allí, observando como la primera persona en hablarte al llegar a este tiempo. Luchando y desesperando por salir de allí. Tú te mantuviste firme. Mirándole. Sin titubear. Sin subestimarla. Ella merecía tu gran respeto por lo que estaba haciendo. Lo que tu fueras considerado la última alternativa, la consideraste la primera.
Eso… dice mucho de ella.
Ella cae sobre ti. Se disculpa. – No te preocupes. – Acto seguido rueda a un lado comienza a respirar agitada un comienzo. Se estaba aclimatando luego de haber perdido los poderes de su akuma no mi. Ella se levanta, sin apoyar sus manos. Tú con la mayor calma del mundo y mojado. Porque claramente la caída te hizo mojar tu ropa. Te levantas igual. – Ven. – Le dices. Extiendes tus manos. – Colocare tus huesos en su sitio. – Ella no se niega. Con mucha calma y delicadeza, comienzas a colocar todo en su lugar. No era un sonido del todo agradable, pero al finalizar, los últimos traquidos eran los que confirmarían que todo estaba ya en su lugar. Sonreíste.
Ya era uno menos, ahora faltabas tú.
– Primero lo primero. Necesito un par de clavos del barril. – Le dijiste con calma. Ella no dudo en darte una mano con ello. Con la curiosa habilidad de su Akuma, le observas jalar un clavo poco a poco. Luego el otro. Ya a partir de este punto, tu plan era usarlos como ganzúas. Pero no podías hacerlo solo, necesitabas su ayuda. – Vale, necesito que me sostengas este aquí justo en este punto. Mientras yo… - No sé si te quedaste mudo por la sorpresa o por la “causalidad”. Ni siquiera sabias por que ocurrio asi exactamente. Pero tan solo con colocar los clavos, ella simplemente dio un empujón al cerrojo y el clack se hizo presente. Tu primer grillete ya había sido liberado. – Aaahhh… - No sabias que palabra articular y tu cara era un poema. - ¿Acaso... conoces de herrería? – Ya con el segundo grillete no fue tan fácil. Allí si te toco ser más preciso. Mientras ella mantenía el clavo firme, tú utilizabas el otro para violar el cerrojo, el cual luego de unos momentos, se abrió. Le extiendes la mano. Ella procede a entregarte el instrumento. Luego de agacharte, con maestría y precisión liberas las cadenas de tus pies.
Respiras profundo. Tan profundo, como nunca antes lo habías hecho en tu vida. Sientes de nuevo como el poder regresa a ti. Sientes como el tiempo de vida que has robado y el tuyo, está en contacto nuevamente contigo. La fuerza vuelve a ti nuevamente Alpha. El caza piratas, ha vuelto. Levantaste la mirada. Y le viste a ella. Pero no estaba sola. Podías sentirlo. Lo que estaba a su costado, a un paso detrás. Era parte de ella. Formaba parte de su espíritu o mejor dicho, eran uno. El té observaba y tú lo observabas.
Y tengo que decírtelo, Miles. Porque yo puedo verte, pero tú no a mí. Soy aquel que está más allá de ustedes, el que tira los dados y decide que pasara y que no. Puedes sentirlo guardián en las sobras. Puedes sentir como claramente el té observa. Puedes verte reflejado en el ojo restante del señor de las almas. Porque si no te habías dado cuenta de tu origen, ahora podías intuir algo un poco. Formas parte de la vida de Alice… más de lo que te puedes imaginar.
Y Alice, te das cuenta que Alpha puede verle.
- ¿Y tú qué? – Fue lo único que articulaste para el alma desconocida. Luego te levantaste y te sentaste al lado del barril. - Veamos… no sé dónde estamos. Ni cuantos son. Mis cosas no están con ellos, por suerte. Así que supongo que tendremos que ir a por las tuyas. En cuanto a Jack… - No querías admitirlo, pero tocaba. – Actualmente, setenta treinta en un uno contra uno, indiferentemente de quien luche de los dos. Mismas condiciones, un sesenta cuarenta en un dos contra uno. En mejores condiciones, y juntos, seria al menos un cincuenta y cincuenta.
E incluso siendo las palabras que ninguno de los presentes querían escuchar. Aun tocaba seguir sacando lo mejor de la peor situación.
-Ahora, existe una manera de que podamos saber cómo estamos. – Colocaste tu mano en el barril. Este, inmediatamente se convierte en un homie. No era uno sonriente, era uno que tenía más una cara de alguien serio que otra cosa.
- Barril… Radio homie. Localizala…
El barril parece concentrarse. Luego de un momento, logra recibir la señal. – Señor, la ave del orgullo se encuentra a las afuera de la ciudad. Ella logra recibirme.
-¡Bien! – Exclamaste casi hipeado. – Suzaku, estoy aqui.
- No ha sido nada fácil seguirlos, Alpha. – Exclama Suzaku ella a través del barril. - ¿Cómo te encuentras?
-Podría estar mejor. – Respondes. – Alice está conmigo. “El” se encontró con ella cuando intentaba capturar a uno de sus lugartenientes.
-Vaya, eso sí que es mala suerte. – Responde. – Pues… no tengo muchas buenas noticias.
- Infórmame…
- Estamos en el bosque a las afuera observando. Y ustedes están rodeados. Completamente rodeados. Están en la ciudadela pirata de la isla Bearded Coast. Eso no es lo peor. Susanoo ha volado y revisado el perímetro, aprovechando su pequeño tamaño y la oscuridad de la noche. Están todos Alpha. Desde el capitán, Sus tres sub líderes y los cinco lugartenientes restantes. Soldados por doquier. Son incontables. – Mirabas a Alice mientras se te termino de dar todos los detalles ya que ella estaba escuchando todo.
Ahora… ahora tocaba actuar.
- Te llamare si necesito algo. – El tiempo de vida que utilizaste en el homie regresa a ti. El barril vuelve a solo ser eso. – Básicamente… somos dos contra un ejército. -Dijiste mientras te levantabas.- Sin barcos, ni nada. Solo nosotros y nuestras akumas no mí. – Caminaste hacia la reja y colocaste tu mano en la cerradura de la entrada. – Ábrete. – El homie que generaste de esta obedece. Abre, pero tú no la empujas del todo. Porque sabias que una vez salieras, era momento de pensar poco y actuar mucho.
Pero antes, tocaba pensar mucho.
- Nuestra mejor oportunidad es huir al bosque. Allí será más fácil luchar allí. Pero primero, toca localizar tus cosas
Eso… dice mucho de ella.
Ella cae sobre ti. Se disculpa. – No te preocupes. – Acto seguido rueda a un lado comienza a respirar agitada un comienzo. Se estaba aclimatando luego de haber perdido los poderes de su akuma no mi. Ella se levanta, sin apoyar sus manos. Tú con la mayor calma del mundo y mojado. Porque claramente la caída te hizo mojar tu ropa. Te levantas igual. – Ven. – Le dices. Extiendes tus manos. – Colocare tus huesos en su sitio. – Ella no se niega. Con mucha calma y delicadeza, comienzas a colocar todo en su lugar. No era un sonido del todo agradable, pero al finalizar, los últimos traquidos eran los que confirmarían que todo estaba ya en su lugar. Sonreíste.
Ya era uno menos, ahora faltabas tú.
– Primero lo primero. Necesito un par de clavos del barril. – Le dijiste con calma. Ella no dudo en darte una mano con ello. Con la curiosa habilidad de su Akuma, le observas jalar un clavo poco a poco. Luego el otro. Ya a partir de este punto, tu plan era usarlos como ganzúas. Pero no podías hacerlo solo, necesitabas su ayuda. – Vale, necesito que me sostengas este aquí justo en este punto. Mientras yo… - No sé si te quedaste mudo por la sorpresa o por la “causalidad”. Ni siquiera sabias por que ocurrio asi exactamente. Pero tan solo con colocar los clavos, ella simplemente dio un empujón al cerrojo y el clack se hizo presente. Tu primer grillete ya había sido liberado. – Aaahhh… - No sabias que palabra articular y tu cara era un poema. - ¿Acaso... conoces de herrería? – Ya con el segundo grillete no fue tan fácil. Allí si te toco ser más preciso. Mientras ella mantenía el clavo firme, tú utilizabas el otro para violar el cerrojo, el cual luego de unos momentos, se abrió. Le extiendes la mano. Ella procede a entregarte el instrumento. Luego de agacharte, con maestría y precisión liberas las cadenas de tus pies.
Respiras profundo. Tan profundo, como nunca antes lo habías hecho en tu vida. Sientes de nuevo como el poder regresa a ti. Sientes como el tiempo de vida que has robado y el tuyo, está en contacto nuevamente contigo. La fuerza vuelve a ti nuevamente Alpha. El caza piratas, ha vuelto. Levantaste la mirada. Y le viste a ella. Pero no estaba sola. Podías sentirlo. Lo que estaba a su costado, a un paso detrás. Era parte de ella. Formaba parte de su espíritu o mejor dicho, eran uno. El té observaba y tú lo observabas.
Y tengo que decírtelo, Miles. Porque yo puedo verte, pero tú no a mí. Soy aquel que está más allá de ustedes, el que tira los dados y decide que pasara y que no. Puedes sentirlo guardián en las sobras. Puedes sentir como claramente el té observa. Puedes verte reflejado en el ojo restante del señor de las almas. Porque si no te habías dado cuenta de tu origen, ahora podías intuir algo un poco. Formas parte de la vida de Alice… más de lo que te puedes imaginar.
Y Alice, te das cuenta que Alpha puede verle.
- ¿Y tú qué? – Fue lo único que articulaste para el alma desconocida. Luego te levantaste y te sentaste al lado del barril. - Veamos… no sé dónde estamos. Ni cuantos son. Mis cosas no están con ellos, por suerte. Así que supongo que tendremos que ir a por las tuyas. En cuanto a Jack… - No querías admitirlo, pero tocaba. – Actualmente, setenta treinta en un uno contra uno, indiferentemente de quien luche de los dos. Mismas condiciones, un sesenta cuarenta en un dos contra uno. En mejores condiciones, y juntos, seria al menos un cincuenta y cincuenta.
E incluso siendo las palabras que ninguno de los presentes querían escuchar. Aun tocaba seguir sacando lo mejor de la peor situación.
-Ahora, existe una manera de que podamos saber cómo estamos. – Colocaste tu mano en el barril. Este, inmediatamente se convierte en un homie. No era uno sonriente, era uno que tenía más una cara de alguien serio que otra cosa.
- Barril… Radio homie. Localizala…
El barril parece concentrarse. Luego de un momento, logra recibir la señal. – Señor, la ave del orgullo se encuentra a las afuera de la ciudad. Ella logra recibirme.
-¡Bien! – Exclamaste casi hipeado. – Suzaku, estoy aqui.
- No ha sido nada fácil seguirlos, Alpha. – Exclama Suzaku ella a través del barril. - ¿Cómo te encuentras?
-Podría estar mejor. – Respondes. – Alice está conmigo. “El” se encontró con ella cuando intentaba capturar a uno de sus lugartenientes.
-Vaya, eso sí que es mala suerte. – Responde. – Pues… no tengo muchas buenas noticias.
- Infórmame…
- Estamos en el bosque a las afuera observando. Y ustedes están rodeados. Completamente rodeados. Están en la ciudadela pirata de la isla Bearded Coast. Eso no es lo peor. Susanoo ha volado y revisado el perímetro, aprovechando su pequeño tamaño y la oscuridad de la noche. Están todos Alpha. Desde el capitán, Sus tres sub líderes y los cinco lugartenientes restantes. Soldados por doquier. Son incontables. – Mirabas a Alice mientras se te termino de dar todos los detalles ya que ella estaba escuchando todo.
Ahora… ahora tocaba actuar.
- Te llamare si necesito algo. – El tiempo de vida que utilizaste en el homie regresa a ti. El barril vuelve a solo ser eso. – Básicamente… somos dos contra un ejército. -Dijiste mientras te levantabas.- Sin barcos, ni nada. Solo nosotros y nuestras akumas no mí. – Caminaste hacia la reja y colocaste tu mano en la cerradura de la entrada. – Ábrete. – El homie que generaste de esta obedece. Abre, pero tú no la empujas del todo. Porque sabias que una vez salieras, era momento de pensar poco y actuar mucho.
Pero antes, tocaba pensar mucho.
- Nuestra mejor oportunidad es huir al bosque. Allí será más fácil luchar allí. Pero primero, toca localizar tus cosas
Recolocarlos dolió bastante más de lo que esperabas. Ya no porque mover el hueso fuese desagradable, que lo era, sino porque para poder guiarlo tuvo que tocarte las heridas que acababas de hacerte. Siseaste un par de veces y se te escapó algún gemido lastimero. También un chillido momentáneo cuando consiguió colocar mucho más rápido de lo que esperabas tu pulgar derecho. Quedaste con las manos temblorosas por un buen rato intentando mover los pulgares cuidadosamente, haciéndote al dolor a medida que este se desvanecía poco a poco con cada lento giro. Respiraste profundamente, hinchando tu pecho, y apoyaste las palmas sobre tus caderas esperando que tarde o temprano se estabilizaran.
- Woao, eso ha sido intenso. -Resoplaste-. Espero no tener que hacerlo nunca más.
Sonreías, aunque no de gusto. El temblor remitió, pero el dolor seguía ahí. Atenuado, quizá, pero seguía ahí. Tardaste varios minutos tras eso en mover las manos con normalidad, y se durmieron poco más tarde regalándote un cosquilleo desagradable que por fortuna tampoco duró demasiado. Cuando pudiste mover las manos con normalidad asentiste a la petición de Alpha, no sin fijarte bien en sus grilletes. Por muy duro que fuese el kairoseki era difícil hacer de él piezas delicadas como los pitones o los muelles. La leva, tal vez, podría ser un bloque macizo, pero podrías desplazarlo con una ganzúa. Probablemente.
Acercaste el índice a un tornillo, concentrando oscuridad densa en un punto antes de tirar hacia ti. Le costó salir, pero lo hizo. Luego con otro, y otro más. Miraste de nuevo el ojal de los cierres: Un tornillo era demasiado ancho para entrar a la parte baja, para el segundo haría falta algo de imaginación. Era el uso más frívolo que ibas a dar nunca a Cataclismo, pero la sacaste de tu interior preparada para darle una forma más adecuada: Colocaste su filo a treinta grados y comenzaste a limarlo hasta que su cuerpo se estrechó lo suficiente.
Te pidió ayuda para el primer grillete. Normal. Dio algunas indicaciones, pero las ignoraste. Con un par de giros de muñeca y ejerciendo presión cuando escuchaste ese sutil "clic" de los pitones el cilindro giró con facilidad y la primera esposa cayó sobre Alpha. Diste gracias al cielo de que no hubiese tocado el suelo o habría resonado demasiado. A Alpha, sin embargo, se le vino otra pregunta a la cabeza que te hizo arquear una ceja.
- Soy ingeniera, -explicaste-. Nadie invierte en pistones de calidad si los prisioneros no van a poder acceder a ellos. -Abriste y cerraste las manos de nuevo. El hormigueo no cesaba.
Alpha terminó de liberarse solo. Luego... ¿Me vio? Tenía sentido, aunque preferí no darle importancia. Tú, sin embargo, te sonrojaste un poco. También respondió tu pregunta, aunque la respuesta no fue agradable. Estabas segura de que eras más poderosa que Alpha, pero también llevabas días sin comer y acababas de lesionarte las manos. En otra situación habrías aceptado la relación para lanzarte al ataque de todos modos, y si no lo hacías en ese momento era porque tenías la sospecha de que Alpha estaba siendo optimista. Él estaba sin armas y sin sus sirvientes, y tú estabas hecha polvo. No tenías claro del todo poder reaccionar a tiempo si te atacaban, por mucho que fueses capaz de utilizar la fruta.
Te mordiste el labio inferior. Eran malas noticias. Y vinieron cosas peores.
Bearded Coast ni siquiera era una isla seriamente cartografiada. Casi ningún cartógrafo se atrevía a visitarla, y para mucha gente era la clase de isla en la que Jaya podría haberse convertido de no haber estado en una ruta principal: Crimen, asesinatos, robos, asalto constante e inseguridad, mucha inseguridad. Más o menos como si cualquier calle de aquel lugar fuese el callejón más oscuro de Jaya, en medio de la noche sin luna y plagado de más escoria. Peor aún, la mayoría de habitantes del lugar habían sido expulsados de Jaya por su comportamiento. ¿Cómo de mal tenías que portarte para que una isla de anarquía pirata te exiliase?
Te quedaste demasiado tiempo pensando. No fue mucho, pero sí el suficiente para que Alpha se levantase y abriese la puerta dándole vida. Inmediatamente te pusiste alerta. ¿Cómo no comprobaba si alguien estaba al otro lado? Te acercaste deprisa y asomaste con cuidado la cabeza: No había nadie. De pura suerte.
Había poca luz, una bombilla cada varios metros, y tanto paredes como suelos eran de piedra gruesa. Granito, al tacto. Te gustaba el granito.
- Eso ha sido imprudente, ¿qué habrías hecho si hubiese alguien en la puerta? -Suspiraste-. Creo que vamos a necesitar ayuda de alguien. -El suelo a tus pies se ennegreció, humeante, y una cortina de oscuridad comenzó a elevarse a tu alrededor-. Quizá sobren las presentaciones, pero... -Espasmos en el rostro, tirones en algunos músculos, un ligero cambio postural. Cuando yo salía era más rápido que cuando me llamabas así-. Te presento a... -La oscuridad te envolvió. El vestido arruinado cayó en las sombras y sentí el abrazo del compresor, luego el tacto de mi camisa. Los pantalones, el chaquetón negro y el tricornio. Tenías el pelo recogido en una suerte de trenza, así que cayó a mi espalda en lugar de ocultarse como un moño bajo el sombrero. De golpe, la oscuridad se desvaneció y saludé con una reverencia-. Capitán Sebastian Miles Silvercat, a vuestro servicio.
Llevaba tanto tiempo sin usar mi voz. Sin fingir que era tú cuando debía salir... Gracias.
- Lamento que nuestro primer encuentro no sea en circunstancias más complacientes -me disculpé-, pero es momento de encontrar una salida. Como notaréis estoy sometido a las mismas limitaciones físicas que mi hermana, aunque mis habilidades -la oscuridad invadió los techos desde mis pies, haciendo estallar las bombillas del pasillo sin emitir ningún sonido- son un poco diferentes. Seguidme.
Al doblar la esquina había unas cuantas luces más, pero no le di importancia. Necesitábamos ver, al menos yo necesitaba ver.
- Hablando de eso. -Chasqueé los dedos y de pronto llevaba un parche cubriendo mi ojo derecho-. Ahora sí. Continuemos.
- Woao, eso ha sido intenso. -Resoplaste-. Espero no tener que hacerlo nunca más.
Sonreías, aunque no de gusto. El temblor remitió, pero el dolor seguía ahí. Atenuado, quizá, pero seguía ahí. Tardaste varios minutos tras eso en mover las manos con normalidad, y se durmieron poco más tarde regalándote un cosquilleo desagradable que por fortuna tampoco duró demasiado. Cuando pudiste mover las manos con normalidad asentiste a la petición de Alpha, no sin fijarte bien en sus grilletes. Por muy duro que fuese el kairoseki era difícil hacer de él piezas delicadas como los pitones o los muelles. La leva, tal vez, podría ser un bloque macizo, pero podrías desplazarlo con una ganzúa. Probablemente.
Acercaste el índice a un tornillo, concentrando oscuridad densa en un punto antes de tirar hacia ti. Le costó salir, pero lo hizo. Luego con otro, y otro más. Miraste de nuevo el ojal de los cierres: Un tornillo era demasiado ancho para entrar a la parte baja, para el segundo haría falta algo de imaginación. Era el uso más frívolo que ibas a dar nunca a Cataclismo, pero la sacaste de tu interior preparada para darle una forma más adecuada: Colocaste su filo a treinta grados y comenzaste a limarlo hasta que su cuerpo se estrechó lo suficiente.
Te pidió ayuda para el primer grillete. Normal. Dio algunas indicaciones, pero las ignoraste. Con un par de giros de muñeca y ejerciendo presión cuando escuchaste ese sutil "clic" de los pitones el cilindro giró con facilidad y la primera esposa cayó sobre Alpha. Diste gracias al cielo de que no hubiese tocado el suelo o habría resonado demasiado. A Alpha, sin embargo, se le vino otra pregunta a la cabeza que te hizo arquear una ceja.
- Soy ingeniera, -explicaste-. Nadie invierte en pistones de calidad si los prisioneros no van a poder acceder a ellos. -Abriste y cerraste las manos de nuevo. El hormigueo no cesaba.
Alpha terminó de liberarse solo. Luego... ¿Me vio? Tenía sentido, aunque preferí no darle importancia. Tú, sin embargo, te sonrojaste un poco. También respondió tu pregunta, aunque la respuesta no fue agradable. Estabas segura de que eras más poderosa que Alpha, pero también llevabas días sin comer y acababas de lesionarte las manos. En otra situación habrías aceptado la relación para lanzarte al ataque de todos modos, y si no lo hacías en ese momento era porque tenías la sospecha de que Alpha estaba siendo optimista. Él estaba sin armas y sin sus sirvientes, y tú estabas hecha polvo. No tenías claro del todo poder reaccionar a tiempo si te atacaban, por mucho que fueses capaz de utilizar la fruta.
Te mordiste el labio inferior. Eran malas noticias. Y vinieron cosas peores.
Bearded Coast ni siquiera era una isla seriamente cartografiada. Casi ningún cartógrafo se atrevía a visitarla, y para mucha gente era la clase de isla en la que Jaya podría haberse convertido de no haber estado en una ruta principal: Crimen, asesinatos, robos, asalto constante e inseguridad, mucha inseguridad. Más o menos como si cualquier calle de aquel lugar fuese el callejón más oscuro de Jaya, en medio de la noche sin luna y plagado de más escoria. Peor aún, la mayoría de habitantes del lugar habían sido expulsados de Jaya por su comportamiento. ¿Cómo de mal tenías que portarte para que una isla de anarquía pirata te exiliase?
Te quedaste demasiado tiempo pensando. No fue mucho, pero sí el suficiente para que Alpha se levantase y abriese la puerta dándole vida. Inmediatamente te pusiste alerta. ¿Cómo no comprobaba si alguien estaba al otro lado? Te acercaste deprisa y asomaste con cuidado la cabeza: No había nadie. De pura suerte.
Había poca luz, una bombilla cada varios metros, y tanto paredes como suelos eran de piedra gruesa. Granito, al tacto. Te gustaba el granito.
- Eso ha sido imprudente, ¿qué habrías hecho si hubiese alguien en la puerta? -Suspiraste-. Creo que vamos a necesitar ayuda de alguien. -El suelo a tus pies se ennegreció, humeante, y una cortina de oscuridad comenzó a elevarse a tu alrededor-. Quizá sobren las presentaciones, pero... -Espasmos en el rostro, tirones en algunos músculos, un ligero cambio postural. Cuando yo salía era más rápido que cuando me llamabas así-. Te presento a... -La oscuridad te envolvió. El vestido arruinado cayó en las sombras y sentí el abrazo del compresor, luego el tacto de mi camisa. Los pantalones, el chaquetón negro y el tricornio. Tenías el pelo recogido en una suerte de trenza, así que cayó a mi espalda en lugar de ocultarse como un moño bajo el sombrero. De golpe, la oscuridad se desvaneció y saludé con una reverencia-. Capitán Sebastian Miles Silvercat, a vuestro servicio.
Llevaba tanto tiempo sin usar mi voz. Sin fingir que era tú cuando debía salir... Gracias.
- Lamento que nuestro primer encuentro no sea en circunstancias más complacientes -me disculpé-, pero es momento de encontrar una salida. Como notaréis estoy sometido a las mismas limitaciones físicas que mi hermana, aunque mis habilidades -la oscuridad invadió los techos desde mis pies, haciendo estallar las bombillas del pasillo sin emitir ningún sonido- son un poco diferentes. Seguidme.
Al doblar la esquina había unas cuantas luces más, pero no le di importancia. Necesitábamos ver, al menos yo necesitaba ver.
- Hablando de eso. -Chasqueé los dedos y de pronto llevaba un parche cubriendo mi ojo derecho-. Ahora sí. Continuemos.
Freites D. Alpha
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
-Porque no hay nadie. – Respondiste. Cerraste los ojos y dejaste que tu odio captara todo lo que estuviera cerca. Vamos que tu instinto no es algo que se tenga que subestimar. Eres un cazador después de todo. Un cazador que se encuentra dentro del territorio de una sus presas. Y por ahora, sabía que los pápele se habían invertido.
Justo ahora, tú eres la presa.
- Y tampoco a nadie detrás detrás de aquella esquina – Indicaste señalando. Abriste los ojos nuevamente. – Supongo que pensaron que no podríamos hacer nada mientras tuviéramos el Kairoseki encima. De hecho… - Miraste nuevamente a Alice. – ¿No serian de ayuda para más adelante? No sabemos si tienen usuarios en sus filas. Tristemente no puedo usar mi poder en el kairoseki. Pero supongo que si pudiéramos llevarlo de alguna manera, serian de utilidad. – Al menos tus grilletes lo serian. No era indicado ponerse a intentar despegar las cadenas que aprisionaban a Alice de la pared. Eso sí que sería demasiado ruidoso.
De pronto. Alice poco a poco cambiaba su vestimenta y manera de pararse. Notaste como su otra mitad se integraba a la oscuridad y de pronto, cambiaba lugares con ella. Ahora ella era la observadora y él tomaba el lugar. Él se inclina en cordial saludo, Alpha. Se presenta ante ti como el capitán Sebastian Miles Silvercat. Lo miras directamente a los ojos levantas el puño. Golpeas tu pecho dos veces. – Capitan y Warchief de los Kurakimo no Kaizokudan, Freites D. Alpha. – Correspondiendo a su presentación. – No tiene que disculparse, Miles. Quien le debe una disculpa soy yo, mi falta de madurez trajo problemas para su hermana en el pasado.- Luego, observaste el con utilizaba su habilidad. Era perfecto. Con su ayuda y tu gran instinto podían avanzar de manera mucho más eficiente. – Te sigo.
Luego de eso, curiosamente el chaqueo los dedos y de pronto apareció un parche. Le quedaba cool, tenías que admitirlo. Avanzaron con sumo cuidado. Ojeabas el resto de las celdas y podías ver huesos de otras personas. Aparénteme tus captores no dejaban a nadie con vida una vez los apresaban. De hecho, lograste ver en algunas ropas de los esqueletos signos de cortadas y torturas. Era algo totalmente turbio para ti, al menos tú no disfrutabas de torturar a tus enemigos, simplemente les derrotabas y tomabas sus vidas.
Toca avanzar, Alpha. No de desenfoques.
- Miles… alto- Susurraste. Colocaste rodilla en suelo y dejaste que tus oídos hicieran su magia. Había un cruce doble delante de ustedes, pero a mitad del camino había una puerta del lado izquierdo del pasillo – Hay alguien durmiendo allí. – Señalaste la puerta, podías escuchar sus ronquidos. - ¿Deberíamos?
Justo ahora, tú eres la presa.
- Y tampoco a nadie detrás detrás de aquella esquina – Indicaste señalando. Abriste los ojos nuevamente. – Supongo que pensaron que no podríamos hacer nada mientras tuviéramos el Kairoseki encima. De hecho… - Miraste nuevamente a Alice. – ¿No serian de ayuda para más adelante? No sabemos si tienen usuarios en sus filas. Tristemente no puedo usar mi poder en el kairoseki. Pero supongo que si pudiéramos llevarlo de alguna manera, serian de utilidad. – Al menos tus grilletes lo serian. No era indicado ponerse a intentar despegar las cadenas que aprisionaban a Alice de la pared. Eso sí que sería demasiado ruidoso.
De pronto. Alice poco a poco cambiaba su vestimenta y manera de pararse. Notaste como su otra mitad se integraba a la oscuridad y de pronto, cambiaba lugares con ella. Ahora ella era la observadora y él tomaba el lugar. Él se inclina en cordial saludo, Alpha. Se presenta ante ti como el capitán Sebastian Miles Silvercat. Lo miras directamente a los ojos levantas el puño. Golpeas tu pecho dos veces. – Capitan y Warchief de los Kurakimo no Kaizokudan, Freites D. Alpha. – Correspondiendo a su presentación. – No tiene que disculparse, Miles. Quien le debe una disculpa soy yo, mi falta de madurez trajo problemas para su hermana en el pasado.- Luego, observaste el con utilizaba su habilidad. Era perfecto. Con su ayuda y tu gran instinto podían avanzar de manera mucho más eficiente. – Te sigo.
Luego de eso, curiosamente el chaqueo los dedos y de pronto apareció un parche. Le quedaba cool, tenías que admitirlo. Avanzaron con sumo cuidado. Ojeabas el resto de las celdas y podías ver huesos de otras personas. Aparénteme tus captores no dejaban a nadie con vida una vez los apresaban. De hecho, lograste ver en algunas ropas de los esqueletos signos de cortadas y torturas. Era algo totalmente turbio para ti, al menos tú no disfrutabas de torturar a tus enemigos, simplemente les derrotabas y tomabas sus vidas.
Toca avanzar, Alpha. No de desenfoques.
- Miles… alto- Susurraste. Colocaste rodilla en suelo y dejaste que tus oídos hicieran su magia. Había un cruce doble delante de ustedes, pero a mitad del camino había una puerta del lado izquierdo del pasillo – Hay alguien durmiendo allí. – Señalaste la puerta, podías escuchar sus ronquidos. - ¿Deberíamos?
El kairoseki habría sido de ayuda, pero no podríamos transportarlo cómodamente. Más tarde, de haber tiempo, quizá tuviésemos la posibilidad de recogerlo. Añadí a la lista encontrar una manta, o cualquier tipo de tela gruesa. Algo que nos permitiese llevarlo si entrar en contacto con él. Sin embargo en ese momento estaba más centrado en ignorar el dantesco espectáculo de muerte y depravación que había en las celdas a nuestro alrededor. A ratos me costaba mantener un rictus inerte, arrugando la nariz ante el ambiente viciado, intentando no aspirar con demasiada fuerza para ser escuchado. Alpha, que parecía tener un oído particularmente afinado -más que el nuestro, si cabe- iba atento a cualquier sonido que pudiese romper la calma más allá de nuestros pasos.
Me detuve en seco. Alpha mencionó a un hombre durmiendo, pero yo de alguna forma solo podía pensar en lo bien que se sentía caminar de nuevo. Aunque fuese ahí. No obstante dejé de prestar atención a ese sentimiento liberador para concentrarme en el brillo. Bajo el parche mi ojo tomó un color plateado y un mundo oscuro apareció ante mí, como superpuesto a la mismísima realidad. Gracias al brillo podía conceder que el pirata había escuchado bien, aunque no podría haber dicho si estaba dormido o despierto; ni siquiera su posición concreta. Lo que sí veía era que no era el único. A lo lejos relucían tres estrellas de distintos colores, una de ellas casi tan radiante como el sol de Alpha, mientras las demás apenas eran una nebulosa de cobre apenas perceptible.
- Son tres -contesté. Cómo había echado de menos oír mi voz. Me asomé a la esquina por un momento-. Uno de ellos peligroso, seguramente tras esa puerta.
Con todo no era buena idea confiarnos. Un solo hombre bastaba para dar la voz de alarma; un solo superviviente podía significar una huida prematura o una batalla a la que yo, por lo menos, no estaba en condiciones de enfrentarme. O tal vez sí. Llevé la mano a la cintura, juguetón, y extraje del fajín mi pistola. A ti nunca te había gustado utilizar armas de fuego, lo veías como un artefacto salvaje para aquellos sin habilidad, y recurrías a ellas solo como medida desesperada. Sin embargo, para mí tenían un carácter especial.
Levanté el cañón. Estaba cargada, pero hice caer la bala con un golpe seco. No podía usar una bala; demasiado ruido, y demasiado retroceso para que nuestras maltrechas manos lo aguantasen. La pólvora se derramó con el siseo propio de la arena cayéndome sobre las botas. No era suficiente para que un accidente nos matase, así que solo sacudí los zapatos perezosamente y apunté con el arma descargada. Cuando apreté el gatillo el arma no emitió ningún sonido, dejando libre una esfera de oscuridad que voló hasta la frente del guardia dormido, atravesándola y alojándose en su interior. Por un momento fantaseé con que devorase su cráneo por dentro, dejando solo una masa sanguinolenta donde solía estar su cerebro, pero solo murió. Desde tu mirador reprimiste una sonrisa entre asqueada y complacida; desde mi rostro, la mía no dudaba: Estaba contento de no haber perdido mi buena puntería.
- Aquí dentro todos son culpables. -Levanté el martillo, como si acabase de acomodar una nueva bala. No solía cargarla, pero mejor eso a perder la costumbre-. Fuera ya veremos.
Avancé cautelosamente por el pasillo hasta llegar a la puerta y registré al guardia. No parecía tener nada de valor más allá de un reloj de cuerda en un bolsillo, que me quedé y empecé a dar vueltas. Nunca había entendido esa necesidad, pero a mí también me ponía nervioso estar lejos de los relojes.
Una vez aliviada levemente la ansiedad por ellos miré más allá, todavía concentrándome en el brillo. Había más gente, pero tanta que parecía un cúmulo de estrellas metálicas. No podría haber precisado cuánta era, pero sí que resultaba peligroso. Aun así si nuestras cosas no estaban en esta sala no nos quedaría más remedio que asumir el riesgo, así que miré a Alpha una vez más.
- Dos dentro. Habría que ser rápidos -apunté-. ¿Te merece la pena el riesgo?
Me detuve en seco. Alpha mencionó a un hombre durmiendo, pero yo de alguna forma solo podía pensar en lo bien que se sentía caminar de nuevo. Aunque fuese ahí. No obstante dejé de prestar atención a ese sentimiento liberador para concentrarme en el brillo. Bajo el parche mi ojo tomó un color plateado y un mundo oscuro apareció ante mí, como superpuesto a la mismísima realidad. Gracias al brillo podía conceder que el pirata había escuchado bien, aunque no podría haber dicho si estaba dormido o despierto; ni siquiera su posición concreta. Lo que sí veía era que no era el único. A lo lejos relucían tres estrellas de distintos colores, una de ellas casi tan radiante como el sol de Alpha, mientras las demás apenas eran una nebulosa de cobre apenas perceptible.
- Son tres -contesté. Cómo había echado de menos oír mi voz. Me asomé a la esquina por un momento-. Uno de ellos peligroso, seguramente tras esa puerta.
Con todo no era buena idea confiarnos. Un solo hombre bastaba para dar la voz de alarma; un solo superviviente podía significar una huida prematura o una batalla a la que yo, por lo menos, no estaba en condiciones de enfrentarme. O tal vez sí. Llevé la mano a la cintura, juguetón, y extraje del fajín mi pistola. A ti nunca te había gustado utilizar armas de fuego, lo veías como un artefacto salvaje para aquellos sin habilidad, y recurrías a ellas solo como medida desesperada. Sin embargo, para mí tenían un carácter especial.
Levanté el cañón. Estaba cargada, pero hice caer la bala con un golpe seco. No podía usar una bala; demasiado ruido, y demasiado retroceso para que nuestras maltrechas manos lo aguantasen. La pólvora se derramó con el siseo propio de la arena cayéndome sobre las botas. No era suficiente para que un accidente nos matase, así que solo sacudí los zapatos perezosamente y apunté con el arma descargada. Cuando apreté el gatillo el arma no emitió ningún sonido, dejando libre una esfera de oscuridad que voló hasta la frente del guardia dormido, atravesándola y alojándose en su interior. Por un momento fantaseé con que devorase su cráneo por dentro, dejando solo una masa sanguinolenta donde solía estar su cerebro, pero solo murió. Desde tu mirador reprimiste una sonrisa entre asqueada y complacida; desde mi rostro, la mía no dudaba: Estaba contento de no haber perdido mi buena puntería.
- Aquí dentro todos son culpables. -Levanté el martillo, como si acabase de acomodar una nueva bala. No solía cargarla, pero mejor eso a perder la costumbre-. Fuera ya veremos.
Avancé cautelosamente por el pasillo hasta llegar a la puerta y registré al guardia. No parecía tener nada de valor más allá de un reloj de cuerda en un bolsillo, que me quedé y empecé a dar vueltas. Nunca había entendido esa necesidad, pero a mí también me ponía nervioso estar lejos de los relojes.
Una vez aliviada levemente la ansiedad por ellos miré más allá, todavía concentrándome en el brillo. Había más gente, pero tanta que parecía un cúmulo de estrellas metálicas. No podría haber precisado cuánta era, pero sí que resultaba peligroso. Aun así si nuestras cosas no estaban en esta sala no nos quedaría más remedio que asumir el riesgo, así que miré a Alpha una vez más.
- Dos dentro. Habría que ser rápidos -apunté-. ¿Te merece la pena el riesgo?
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Su puntería era excelente. Lo observaste disparar un pequeño proyectil de ese líquido negro extraño. Fue… tan rápido. El guarda no pudo hacer nada. Simplemente se desplomo y ya. Avanzamos con cautela, y simplemente este reviso al cadáver y solo pudo pescar un reloj de bolsillo. Miles se lo queda, curioso. Una de la madrugada, menuda manera de comenzar el día. Con una madrugada tratando de huir por vuestras vidas.
Miles te preguntan si valdría la pena el ataque. Pensaste uno dos segundos. –Podrían saber dónde están las cosas. – Susurraste. Hiciste un gesto rápido con las manos y te posicionaste del lado derecho de la entrada. Él estaba a la izquierda. Levantaste los dedos para hacer la cuenta regresiva. Respiraste profundo. Tres… Dos… uno… y se lanzaron al ataque. El primero de los dos te estaba dando la espalda. Ese se lo dejas a Miles. Tú te enfocaste en el más grande que no esperaba el ataque, puesto que estaba sentado jugando una partida de naipes frente a su compañero totalmente distraido.
Te balanzas contra su cuello ferozmente usando geppou. El intenta forcejar y pegarte, pero el intento es en vano. Tú no dudas en usar tu instinto letal para que este vea como muere cruelmente golpeado hasta la muerte por ti. Se asusta de ti, Alpha. Todos pueden ver como su esperanza de vida comienza a salir de su cuerpo. Tu aún no se a la arrancas, en su momento de dudas, te escabulles hasta su espalda y le propinas una mata león lo suficientemente fuerte para someterlo pero no tanto como para ahogarlo. – Tekai… una posición increíble y ventajosa para ti. Tu oponente para más asustado que otra cosa. Miraste a miles, que parece haber terminado con su parte del trabajo de una rápido y sin problemas.
- Callado, o te mueres. – Dijiste. Igualmente lo iban a matar pero tenían cosas que preguntar. – Hey, mete ese cadáver para adentro. Alguien podría verlo. Y cierra la puerta.- Musitate con calma a Miles. – Y hoy de muy mal humor, así que me vas a colaborar.- Dijiste a tu rehen.
Miles te preguntan si valdría la pena el ataque. Pensaste uno dos segundos. –Podrían saber dónde están las cosas. – Susurraste. Hiciste un gesto rápido con las manos y te posicionaste del lado derecho de la entrada. Él estaba a la izquierda. Levantaste los dedos para hacer la cuenta regresiva. Respiraste profundo. Tres… Dos… uno… y se lanzaron al ataque. El primero de los dos te estaba dando la espalda. Ese se lo dejas a Miles. Tú te enfocaste en el más grande que no esperaba el ataque, puesto que estaba sentado jugando una partida de naipes frente a su compañero totalmente distraido.
Te balanzas contra su cuello ferozmente usando geppou. El intenta forcejar y pegarte, pero el intento es en vano. Tú no dudas en usar tu instinto letal para que este vea como muere cruelmente golpeado hasta la muerte por ti. Se asusta de ti, Alpha. Todos pueden ver como su esperanza de vida comienza a salir de su cuerpo. Tu aún no se a la arrancas, en su momento de dudas, te escabulles hasta su espalda y le propinas una mata león lo suficientemente fuerte para someterlo pero no tanto como para ahogarlo. – Tekai… una posición increíble y ventajosa para ti. Tu oponente para más asustado que otra cosa. Miraste a miles, que parece haber terminado con su parte del trabajo de una rápido y sin problemas.
- Callado, o te mueres. – Dijiste. Igualmente lo iban a matar pero tenían cosas que preguntar. – Hey, mete ese cadáver para adentro. Alguien podría verlo. Y cierra la puerta.- Musitate con calma a Miles. – Y hoy de muy mal humor, así que me vas a colaborar.- Dijiste a tu rehen.
Alpha aceptó de inmediato. Incluso acertó el motivo por el que quería entrar. Consciente o inconscientemente seguramente se me estaba notando más de lo que yo creía, o solo se me notaba de la misma forma que se nota a ti. Al fin y al cabo compartimos expresiones, gestos, rostro... Las mismas limitaciones. No pude evitar sonreír.
- Vamos.
El pirata se me adelantó. Dejó atrás a un tipo de espaldas y se abalanzó sobre el otro. No parecía muy veloz, pero era sorprendente cómo por momentos era capaz de superarse a sí mismo. Yo dudé por un momento, pero en cuanto se movió lo repetí para mí mismo: Todos son culpables. Disparé de nuevo, penetrando la bala de oscuridad una vez más y cayendo él como un plomo contra el suelo. En ese momento no sonreí, aunque sentí el impulso alegre de darle una suave patada al cadáver y no vi por qué debía resistirme a él, así que golpeé su talón en un gesto que me resultó frívolo, infantil y lamentable, pero de alguna manera catártico. Luego me separé un poco de la escena y contemplé por unos segundos a Alpha, que ya había sometido a su rival con una técnica que nunca me habría atrevido a realizar yo mismo.
Cautivo y desarmado el pirata exhalaba nerviosamente, tratando de respirar pero sin conseguirlo del todo. Podía ver con cierto placer cómo su cuerpo languidecía poco a poco y su rostro iba cada vez siendo más y más pálido. Me habría quedado observando el espectáculo durante horas hasta ver sus labios azules y su piel gris, mortecina. Más por odio que por disfrute, aunque tenía la sensación de que esa rabia antinatural que me nacía era en parte tuya, ¿verdad? Sí, rugías desde dentro. Algo dentro de ti solo deseaba hacer sufrir a todos los cómplices de esa salvajada uno a uno.
- No soy la mejor persona para cargar pesos -mencioné, extendiendo la mano hacia atrás y dejando que mis dedos se estirasen en esquivas lenguas de oscuridad-. Pero por esta vez haré una excepción.
Eché la vista atrás para comprobar que lo había atrapado y latigueé ligeramente para hacerlo caer de su asiento. Luego con otro barrido lo arrastré por el suelo hasta dejarlo delante de la presa. No deshice el agarre y me acerqué a cerrar la puerta con cuidado, tratando de hacer el menor ruido posible. Tras ello, con suma precisión, la oscuridad de movió hasta la pierna del cadáver. Yo me quedé mirando fijamente al que quedaba vivo, sin decir nada durante unos segundos.
- Hablará -afirmé, apretando el puño, y entonces un borboteo resonó bajo la oscuridad. En partes más grandes el proceso era más complicado, ¿pero apenas una pierna por debajo de la rodilla? Dejé de concentrarme y la oscuridad se disipó, dejando una masa sanguinolenta tras el cuerpo-. No es un deseo, es una realidad. Porque estoy deseando de todo corazón que no lo haga.
Me senté en una de las sillas, subiendo los pies sobre la mesa. Había algunas uvas, unas pocas naranjas y pedazos de sandía. No pude resistirme a comer un poco mientras contemplaba el espectáculo.
- Por favor, dale un motivo -dije, con cierto aire de indiferencia, aunque por dentro deseaba que hablase. Creo que de no estar con Alpha encima se habría dado cuenta-. Dáselo, será divertido.
- Vamos.
El pirata se me adelantó. Dejó atrás a un tipo de espaldas y se abalanzó sobre el otro. No parecía muy veloz, pero era sorprendente cómo por momentos era capaz de superarse a sí mismo. Yo dudé por un momento, pero en cuanto se movió lo repetí para mí mismo: Todos son culpables. Disparé de nuevo, penetrando la bala de oscuridad una vez más y cayendo él como un plomo contra el suelo. En ese momento no sonreí, aunque sentí el impulso alegre de darle una suave patada al cadáver y no vi por qué debía resistirme a él, así que golpeé su talón en un gesto que me resultó frívolo, infantil y lamentable, pero de alguna manera catártico. Luego me separé un poco de la escena y contemplé por unos segundos a Alpha, que ya había sometido a su rival con una técnica que nunca me habría atrevido a realizar yo mismo.
Cautivo y desarmado el pirata exhalaba nerviosamente, tratando de respirar pero sin conseguirlo del todo. Podía ver con cierto placer cómo su cuerpo languidecía poco a poco y su rostro iba cada vez siendo más y más pálido. Me habría quedado observando el espectáculo durante horas hasta ver sus labios azules y su piel gris, mortecina. Más por odio que por disfrute, aunque tenía la sensación de que esa rabia antinatural que me nacía era en parte tuya, ¿verdad? Sí, rugías desde dentro. Algo dentro de ti solo deseaba hacer sufrir a todos los cómplices de esa salvajada uno a uno.
- No soy la mejor persona para cargar pesos -mencioné, extendiendo la mano hacia atrás y dejando que mis dedos se estirasen en esquivas lenguas de oscuridad-. Pero por esta vez haré una excepción.
Eché la vista atrás para comprobar que lo había atrapado y latigueé ligeramente para hacerlo caer de su asiento. Luego con otro barrido lo arrastré por el suelo hasta dejarlo delante de la presa. No deshice el agarre y me acerqué a cerrar la puerta con cuidado, tratando de hacer el menor ruido posible. Tras ello, con suma precisión, la oscuridad de movió hasta la pierna del cadáver. Yo me quedé mirando fijamente al que quedaba vivo, sin decir nada durante unos segundos.
- Hablará -afirmé, apretando el puño, y entonces un borboteo resonó bajo la oscuridad. En partes más grandes el proceso era más complicado, ¿pero apenas una pierna por debajo de la rodilla? Dejé de concentrarme y la oscuridad se disipó, dejando una masa sanguinolenta tras el cuerpo-. No es un deseo, es una realidad. Porque estoy deseando de todo corazón que no lo haga.
Me senté en una de las sillas, subiendo los pies sobre la mesa. Había algunas uvas, unas pocas naranjas y pedazos de sandía. No pude resistirme a comer un poco mientras contemplaba el espectáculo.
- Por favor, dale un motivo -dije, con cierto aire de indiferencia, aunque por dentro deseaba que hablase. Creo que de no estar con Alpha encima se habría dado cuenta-. Dáselo, será divertido.
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Miles logra intimidarlo aún más, pequeño. Tu rehén asiente y aligeras un poco el agarre. Sin dejarle libre obviamente. Tu enemigo se muestra aterrado, sabe muy bien que si la caga, sería el fin.
- Por favor, piedad. Hablare.
-¿Piedad? – Esa palabra te había molesto realmente. Tomas con tu mano la esperanza de vida que emana so cuerpo. Le muestras que puedes jalar eso que emana de él. – ¿Sabes qué pasa si jalo esto de ti y me lo cómo? Te mueres. Así que usa bien tus palabras o te puedes ir despidiendo.
- ¡Esta bien! ¡Está bien! – Dice el nerviosamente. – Hablare.
- Vale. ¿Dónde está la salida?
- Están en un laberinto. Es fácil perderse si no conocen bien como el camino. La salida se encuentra siguiendo el camino de la derecha. Luego derecha. Luego derecho. Luego a la izquierda. Allí encontraras unas escaleras que les llevaran hasta la salida– Te dice él. – No tengo mucho tiempo sirviendo al señor Jack. Él es encargado de la prisión. Aunque a estas hora probablemente este ya en sus aposentos durmiendo. Fuera de la prisión, en la fortaleza. El edifico más grande donde suelen estar todos los miembros de la banda.
- Vale… - Dijiste, no le habías preguntado lo segundo, pero te alegraba que estuviera cantando tan fácilmente. - Ahora ¿Donde guardan las cosa de los prisioneros?
- Realmente no lo sé…
- Ya estas comenzando a colmar la paciencia. – Dijiste mientras apretabas nuevamente el cuello. – Responde la pregunta…
- ¡No lo sé! – Te dice él. Entre la presión y nervios, por suerte, tu prisionero logra recordar algo. – Ya se, ya se. Si te puedo decir algo que los ayudara. Más adelante existe un cuarto donde esta el almacen. Este lugar también lo usamos para guardar una pequeña parte de nuestros suministros. Lo que realmente te importa, es el mapa del lugar que está allí. Un cuadro grande que está en todo el medio de la habitación. Tiene indicado cada punto del lugar. Para llegar allí, debes seguir el camino y cruzar a la izquierda. Luego izquierda. Derecha. Luego izquierda otra vez.
Miras a Miles por un momento. Haces un gento de que realmente sientes que no pudiera saber mucho. Cualquiera bajo tal presión cantaría todo lo que superas. Pero aun así, estabas enojado. – ¿Sabes, Miles? – Dijiste mientras suspiras. – Se ha ganado su oportunidad de vivir. – De pronto. Tomas su esperanza de vida y comienzas a jalar de ella. Tu presa no sentiría nada, simplemente vería como tu jalabas de ella. Abriste tu boca y llevaste la sustancia hasta tu boca. Comenzaste a devorar sin cesar. Luego de aquello, sueltas a tu objetivo, el cual aún se encontraba vivo. Le das un par de palmadas en el hombro. Sonríes con amabilidad para él, mostrándote amigable y como si realmente le fueras personado. Lo hichiste claro, pero solo le dejaste un pequeño tiempo de vida restante para disfrutar – Disfruta tus diez segundos restantes.
- Pero dijiste que…
Él estaba totalmente en shock. De pronto y sin previo aviso. Este se desploma. Muerto. Tú bufaste. Tu expresión era muy poco amigable. – Piedad… ja… ¿Como espera que le tenga piedad, despues de como la trataron a ella?- Los últimos recuerdos de tu victima llegaron a tu mente. En las últimas veinticuatro horas él había pasado por el lugar que te menciona. Lo demás no era muy visible, se la pasaba más borracho que otra cosa.
- Dijo la verdad. Toca movernos… - Dijiste. – ¿Algo de este lugar nos sería útil?
- Por favor, piedad. Hablare.
-¿Piedad? – Esa palabra te había molesto realmente. Tomas con tu mano la esperanza de vida que emana so cuerpo. Le muestras que puedes jalar eso que emana de él. – ¿Sabes qué pasa si jalo esto de ti y me lo cómo? Te mueres. Así que usa bien tus palabras o te puedes ir despidiendo.
- ¡Esta bien! ¡Está bien! – Dice el nerviosamente. – Hablare.
- Vale. ¿Dónde está la salida?
- Están en un laberinto. Es fácil perderse si no conocen bien como el camino. La salida se encuentra siguiendo el camino de la derecha. Luego derecha. Luego derecho. Luego a la izquierda. Allí encontraras unas escaleras que les llevaran hasta la salida– Te dice él. – No tengo mucho tiempo sirviendo al señor Jack. Él es encargado de la prisión. Aunque a estas hora probablemente este ya en sus aposentos durmiendo. Fuera de la prisión, en la fortaleza. El edifico más grande donde suelen estar todos los miembros de la banda.
- Vale… - Dijiste, no le habías preguntado lo segundo, pero te alegraba que estuviera cantando tan fácilmente. - Ahora ¿Donde guardan las cosa de los prisioneros?
- Realmente no lo sé…
- Ya estas comenzando a colmar la paciencia. – Dijiste mientras apretabas nuevamente el cuello. – Responde la pregunta…
- ¡No lo sé! – Te dice él. Entre la presión y nervios, por suerte, tu prisionero logra recordar algo. – Ya se, ya se. Si te puedo decir algo que los ayudara. Más adelante existe un cuarto donde esta el almacen. Este lugar también lo usamos para guardar una pequeña parte de nuestros suministros. Lo que realmente te importa, es el mapa del lugar que está allí. Un cuadro grande que está en todo el medio de la habitación. Tiene indicado cada punto del lugar. Para llegar allí, debes seguir el camino y cruzar a la izquierda. Luego izquierda. Derecha. Luego izquierda otra vez.
Miras a Miles por un momento. Haces un gento de que realmente sientes que no pudiera saber mucho. Cualquiera bajo tal presión cantaría todo lo que superas. Pero aun así, estabas enojado. – ¿Sabes, Miles? – Dijiste mientras suspiras. – Se ha ganado su oportunidad de vivir. – De pronto. Tomas su esperanza de vida y comienzas a jalar de ella. Tu presa no sentiría nada, simplemente vería como tu jalabas de ella. Abriste tu boca y llevaste la sustancia hasta tu boca. Comenzaste a devorar sin cesar. Luego de aquello, sueltas a tu objetivo, el cual aún se encontraba vivo. Le das un par de palmadas en el hombro. Sonríes con amabilidad para él, mostrándote amigable y como si realmente le fueras personado. Lo hichiste claro, pero solo le dejaste un pequeño tiempo de vida restante para disfrutar – Disfruta tus diez segundos restantes.
- Pero dijiste que…
Él estaba totalmente en shock. De pronto y sin previo aviso. Este se desploma. Muerto. Tú bufaste. Tu expresión era muy poco amigable. – Piedad… ja… ¿Como espera que le tenga piedad, despues de como la trataron a ella?- Los últimos recuerdos de tu victima llegaron a tu mente. En las últimas veinticuatro horas él había pasado por el lugar que te menciona. Lo demás no era muy visible, se la pasaba más borracho que otra cosa.
- Dijo la verdad. Toca movernos… - Dijiste. – ¿Algo de este lugar nos sería útil?
Fue... Desagradable. Por decir algo. Sentí tus escalofríos recorrerme la espalda, y yo no pude reprimir del todo una mueca asqueada. Alpha acababa de devorar un alma. Así alimentaba a las creaciones que animaba; quemaba la esencia viva de la gente. No soy mucho de ponerme moralista, y de hecho no tenía mucho derecho a hacerlo después de matar a dos personas por la espalda, pero lo que acababa de hacer me revolvió el estómago. En parte porque aprecio mi propia alma, pero sobre todo porque soy un hombre de principios y no me gusta romper mis promesas. Alpha había jugado con ese hombre sabiendo que su vida había de terminar. Peor aún, le había regalado una agonía letal en lo que su vida expiraba. Es cierto que podría haberle dejado una hora, o un día, y encadenarlo en la celda de la que veníamos, pero poder hacer algo más macabro no limpiaba el hecho de que había cruzado una línea.
- Todos son culpables -repetí, convenciéndome a mí mismo-, pero no debemos rebajarnos a su nivel. No hay por qué torturar a nadie.
Me metí una uva en la boca. Al morderla explotó, llenando toda la cavidad de un sabor dulzón que se entremezclaba con el pesado estertor de la muerte. La sangre derramada de los otros dos, pero también la presencia enrarecida del último, hacían el momento cuanto menos incómodo. Aun así sonreí y comí otra uva. Tenía hambre, mucha hambre, y la fruta no solo era lo bastante dulce como para darme energía rápida, sino que casi todo en ella era agua. Quizá nos sentase mal, claro, pero las probabilidades eran mucho más bajas en comparación a un trozo de capón guisado con yuca. Aunque bien pensado, me apetecía un buen guiso de capón a la vieja usanza.
Miré alrededor sin dejar de comer. Era una sala de guardia sin demasiado interés, apenas un porta armas bastante tosco con espadas maltrechas y unas pocas pistolas de chispa en un lado de la mesa, además de un sofá con aspecto no demasiado cómodo. Había algunos cuadros, algo de cuerda fina y unos pocos libros. Una de las pinturas parecía tener más volumen del que debía, así que me levanté para ver si detrás había algo pero no encontré nada. Bueno, había que probar.
- No estamos en un laberinto, creo. -De cerca la pared era extraña-. Es una cueva.
Alguien había tallado la sillería sobre el lecho de piedra. En algunos puntos quedaba algo de concreto para disimular la falta de juntas, pero se había desprendido en otras, de manera que era sencillo ver la continuidad de la roca. Chasqueé la lengua contra los dientes, emitiendo un sonido sordo. Que White no estuviera dentro de la prisión era una buena noticia, pero incluso con un mapa de la zona iba a sernos complicado encontrar la salida. O no. Mientras nos diese igual llamar un poco la atención salir de ahí sería fácil. A no ser, claro, que fuese una ventana falsa. Bah, ya lo veríamos luego si volvíamos.
- La manta -señalé-. Siempre viene bien llevar una por si acaso.
No era muy grande, pero eso era mejor aún. La doblé cuidadosamente en sobre y con la cuerda me la até al cinturón. Podría haberla guardado en la oscuridad, tal vez, pero corría el riesgo de olvidar que la llevaba. Un riesgo remoto, claro, pero existente.
- Yo estoy listo. ¿Izquierda, izquierda, derecha izquierda, entonces? -pedí confirmación mientras me acercaba a la puerta-. Habrá que estar atentos igualmente.
- Todos son culpables -repetí, convenciéndome a mí mismo-, pero no debemos rebajarnos a su nivel. No hay por qué torturar a nadie.
Me metí una uva en la boca. Al morderla explotó, llenando toda la cavidad de un sabor dulzón que se entremezclaba con el pesado estertor de la muerte. La sangre derramada de los otros dos, pero también la presencia enrarecida del último, hacían el momento cuanto menos incómodo. Aun así sonreí y comí otra uva. Tenía hambre, mucha hambre, y la fruta no solo era lo bastante dulce como para darme energía rápida, sino que casi todo en ella era agua. Quizá nos sentase mal, claro, pero las probabilidades eran mucho más bajas en comparación a un trozo de capón guisado con yuca. Aunque bien pensado, me apetecía un buen guiso de capón a la vieja usanza.
Miré alrededor sin dejar de comer. Era una sala de guardia sin demasiado interés, apenas un porta armas bastante tosco con espadas maltrechas y unas pocas pistolas de chispa en un lado de la mesa, además de un sofá con aspecto no demasiado cómodo. Había algunos cuadros, algo de cuerda fina y unos pocos libros. Una de las pinturas parecía tener más volumen del que debía, así que me levanté para ver si detrás había algo pero no encontré nada. Bueno, había que probar.
- No estamos en un laberinto, creo. -De cerca la pared era extraña-. Es una cueva.
Alguien había tallado la sillería sobre el lecho de piedra. En algunos puntos quedaba algo de concreto para disimular la falta de juntas, pero se había desprendido en otras, de manera que era sencillo ver la continuidad de la roca. Chasqueé la lengua contra los dientes, emitiendo un sonido sordo. Que White no estuviera dentro de la prisión era una buena noticia, pero incluso con un mapa de la zona iba a sernos complicado encontrar la salida. O no. Mientras nos diese igual llamar un poco la atención salir de ahí sería fácil. A no ser, claro, que fuese una ventana falsa. Bah, ya lo veríamos luego si volvíamos.
- La manta -señalé-. Siempre viene bien llevar una por si acaso.
No era muy grande, pero eso era mejor aún. La doblé cuidadosamente en sobre y con la cuerda me la até al cinturón. Podría haberla guardado en la oscuridad, tal vez, pero corría el riesgo de olvidar que la llevaba. Un riesgo remoto, claro, pero existente.
- Yo estoy listo. ¿Izquierda, izquierda, derecha izquierda, entonces? -pedí confirmación mientras me acercaba a la puerta-. Habrá que estar atentos igualmente.
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Fortaleza
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Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
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-Lo sé, Miles. – Dijiste sin dejar de mirar el cadáver. – Créeme que lo sé. Pero no soy alguien que tolere a los que torturan a otras personas. Solo les pago con la misma moneda. – Dijiste suspirando un poco. Miraste a Alice por un segundo. Suspiraste. – Sé que no debemos bajarnos a su nivel. Pero han hecho daño a la primera persona en recibirme con una sonrisa en este nuevo mundo para mí. – Dijiste, mientras abrías lentamente la puerta, chequeando que estuviera libre. – No esperes que no me enoje con estos piratas.
Estaba libre el paso. Hiciste una señal a miles. La formación aún se mantendría, el delante y tu detrás. El sigilo era su fuerte y tú con imitar sus acciones tenías. Aunque a decir verdad, tenías que admitir que la otra mitad de la dama, era un maestro del sigilo. Te resultaba incluso peligrosa la manera en la que él se desempeñaba para atacar. De hecho, llegaste a pensarlo.
“Si Miles fuera peleado en su lugar, quizás fuera perdido algo más que un ojo”
Siguieron en la avanzada. Siguieron las indicaciones. Las celdas no faltaban. Algunas vacías, otras llenas de huesos. Se notaba que esta gente le gustaba dejar morir a sus prisioneros. Pasado de un rato habría ambos llegado a un pasillo donde al final, se encontraba una puerta doble grande. -¿Crees que alguien esté allí? – Susurraste para él. Por suerte estaba vacío, agradeciste no tener que enfrentarte a nadie más nuevamente. Al entrar, allí estaba. Un almacén lleno de una gran cantidad de suministros de todo tipo. – Si esto es una pequeña parte… - Te imaginaste que esta gente estaba armada hasta los dientes. – Esto va a ser un problema. Necesitamos prepararnos para lo que viene.
Era momento de equiparse lo mejor posible. - ¿Si preparo explosivos, puedes llegar a guardarlos en tu cosa negra? – No sabias como referirte a su habilidad, así que preferiste llamarlo de esa manera. – A ver… Balas, rifles. Pistolas. Estas espadas son un asco… pero servirán. Pólvora… ¿porque tienen juguetes rotos? Allí hay comida… fruta… Agua... café... licor... ¡Oh el mapa! – Dijiste señalando la pared – Si… definitivamente ir al bosque es la mejor alternativa… -Colocaste la mano en tu mentón mientras analizabas todo detenidamente. - ¿Sugerencias? ¿Alice? ¿Miles? – Lo bueno de tener a un compañero con dos almas, es que las opiniones y sugerencias abundarían.
Una y media de la madrugada, aún quedaba antes de que amaneciera.
Estaba libre el paso. Hiciste una señal a miles. La formación aún se mantendría, el delante y tu detrás. El sigilo era su fuerte y tú con imitar sus acciones tenías. Aunque a decir verdad, tenías que admitir que la otra mitad de la dama, era un maestro del sigilo. Te resultaba incluso peligrosa la manera en la que él se desempeñaba para atacar. De hecho, llegaste a pensarlo.
“Si Miles fuera peleado en su lugar, quizás fuera perdido algo más que un ojo”
Siguieron en la avanzada. Siguieron las indicaciones. Las celdas no faltaban. Algunas vacías, otras llenas de huesos. Se notaba que esta gente le gustaba dejar morir a sus prisioneros. Pasado de un rato habría ambos llegado a un pasillo donde al final, se encontraba una puerta doble grande. -¿Crees que alguien esté allí? – Susurraste para él. Por suerte estaba vacío, agradeciste no tener que enfrentarte a nadie más nuevamente. Al entrar, allí estaba. Un almacén lleno de una gran cantidad de suministros de todo tipo. – Si esto es una pequeña parte… - Te imaginaste que esta gente estaba armada hasta los dientes. – Esto va a ser un problema. Necesitamos prepararnos para lo que viene.
Era momento de equiparse lo mejor posible. - ¿Si preparo explosivos, puedes llegar a guardarlos en tu cosa negra? – No sabias como referirte a su habilidad, así que preferiste llamarlo de esa manera. – A ver… Balas, rifles. Pistolas. Estas espadas son un asco… pero servirán. Pólvora… ¿porque tienen juguetes rotos? Allí hay comida… fruta… Agua... café... licor... ¡Oh el mapa! – Dijiste señalando la pared – Si… definitivamente ir al bosque es la mejor alternativa… -Colocaste la mano en tu mentón mientras analizabas todo detenidamente. - ¿Sugerencias? ¿Alice? ¿Miles? – Lo bueno de tener a un compañero con dos almas, es que las opiniones y sugerencias abundarían.
Una y media de la madrugada, aún quedaba antes de que amaneciera.
El brillo detectaba gente, muy difusa y a lo lejos. Apenas podía percibirla, mucho menos sentir plenamente su intensidad, por lo que asumí que habría varias paredes de por medio o algún que otro muro grueso que nos separaba. Eso era bueno, en realidad. Avancé con seguridad, apoyando cuidadosamente los pies desde el tacón a la punta evitando en la medida de lo posible que resonase el más mínimo topetazo sobre la piedra. Alpha me imitaba, y aunque estaba lejos de ser un maestro del sigilo no había nadie lo bastante cerca como para detectarlo. Y si lo había pero yo no era capaz de percibirlo no importaba que lo escuchasen, ya estábamos muertos. Así que sencillamente me mantuve en cabeza, cerca de las paredes y pegándome a cada esquina antes de comprobar si algo inesperado estaba aguardándonos.
No hubo nada.
Llegamos al almacén de forma extrañamente sencilla, pero algo no terminaba de cuadrar: Había demasiadas provisiones para la cantidad de gente en la cueva. También un exceso de pertrechos importantes. En realidad también me preocupaba mucho que en las celdas hubiese varios cadáveres, la mayoría de ellos ya huesos cubiertos de polvo, aunque de alguno todavía quedaba lo suficiente como para apestar cuando pasamos lo bastante cerca. Aquello podía parecer una prisión de alguna forma, pero no lo era: Estábamos en alguna suerte de polvorín con celdas. Habían aprovechado el espacio, eso estaba claro, pero nos dejaba una pregunta problemática por resolver: ¿Dónde demonios estábamos? No en particular, sino más bien, ¿cuando saliésemos de la cueva estaríamos en la boca del lobo? Parecía más que probable.
- El bolso -musité mientras ponía ojo en cada detalle-. Vic Lutton de hace dos temporadas, compacto. Anillos de oro, reloj de pulsera... ¡El de collar!
Iba recitando todo lo que necesitaba encontrar a medida que me acercaba por todas partes revisando, toqueteando y abriendo los barriles. No tenía mucha esperanza de encontrar nada, pero en una esquina húmeda estaba el bolso tirado. No había rastro del reloj de Illje ni del de pulsera, pero estaban los relojes del bolso. Quizá ni se habían planteado abrirlo, o si lo habían hecho no habían llegado a ver nada de valor. Sorprendente, ya que los relojes en su interior eran de colección y los bocetos de tus libretas podían tener un buen precio, pero me alegré de que hubiesen aparecido sin más.
Aun así, faltaba lo único irremplazable.
La voz de Alpha me devolvió a la realidad mientras seguía buscando y me detuve en seco. No, no era posible. No sin que resultase un peligro aterrador.
- Hay un límite bastante estricto a qué puedo introducir en mi interior sin destrozarlo -comenté, dándome cuenta más tarde de qué había dicho-. En el de mi oscuridad -acoté. Chasqueé la lengua-. En esta cosa.
Por un momento en mi mano se formó una esfera humeante que, cómo no, Ceniza detectó. Antes de poder ordenarle que se mantuviese quieto un caballo de casi dos metros de altura estaba de pie comiendo en mi mano una manzana hecha de pura oscuridad.
- Eres un glotón -le recriminé, pero acabé por acariciarle el cuello.
Me devolvió el cariño en forma de suave mordisco, ronqueó estirando las patas y se volvió a acomodar en mi espalda. Qué bien vivía ese maldito caballo.
Contemplé el mapa. El bosque era una opción lógica, ¿pero era de verdad la mejor? La isla era muy grande y en medio del bosque sería relativamente sencillo dar con nosotros, especialmente si alguien más dominaba el brillo. No sería una mala opción pagar por una taberna, especialmente si saliese yo a la calle en tu lugar... Pero Alpha no tenía esa posibilidad, mucho menos si sus siervos aparecían. Sería demasiado llamativo.
- En principio no hay un gobierno como tal en esta isla -dije, finalmente-. Podríamos huir a través del bosque, buscar una taberna. Tú puedes encontrar un barco fácilmente, o marcharte como quieras. Nosotros vamos a quedarnos unos días.
No hubo nada.
Llegamos al almacén de forma extrañamente sencilla, pero algo no terminaba de cuadrar: Había demasiadas provisiones para la cantidad de gente en la cueva. También un exceso de pertrechos importantes. En realidad también me preocupaba mucho que en las celdas hubiese varios cadáveres, la mayoría de ellos ya huesos cubiertos de polvo, aunque de alguno todavía quedaba lo suficiente como para apestar cuando pasamos lo bastante cerca. Aquello podía parecer una prisión de alguna forma, pero no lo era: Estábamos en alguna suerte de polvorín con celdas. Habían aprovechado el espacio, eso estaba claro, pero nos dejaba una pregunta problemática por resolver: ¿Dónde demonios estábamos? No en particular, sino más bien, ¿cuando saliésemos de la cueva estaríamos en la boca del lobo? Parecía más que probable.
- El bolso -musité mientras ponía ojo en cada detalle-. Vic Lutton de hace dos temporadas, compacto. Anillos de oro, reloj de pulsera... ¡El de collar!
Iba recitando todo lo que necesitaba encontrar a medida que me acercaba por todas partes revisando, toqueteando y abriendo los barriles. No tenía mucha esperanza de encontrar nada, pero en una esquina húmeda estaba el bolso tirado. No había rastro del reloj de Illje ni del de pulsera, pero estaban los relojes del bolso. Quizá ni se habían planteado abrirlo, o si lo habían hecho no habían llegado a ver nada de valor. Sorprendente, ya que los relojes en su interior eran de colección y los bocetos de tus libretas podían tener un buen precio, pero me alegré de que hubiesen aparecido sin más.
Aun así, faltaba lo único irremplazable.
La voz de Alpha me devolvió a la realidad mientras seguía buscando y me detuve en seco. No, no era posible. No sin que resultase un peligro aterrador.
- Hay un límite bastante estricto a qué puedo introducir en mi interior sin destrozarlo -comenté, dándome cuenta más tarde de qué había dicho-. En el de mi oscuridad -acoté. Chasqueé la lengua-. En esta cosa.
Por un momento en mi mano se formó una esfera humeante que, cómo no, Ceniza detectó. Antes de poder ordenarle que se mantuviese quieto un caballo de casi dos metros de altura estaba de pie comiendo en mi mano una manzana hecha de pura oscuridad.
- Eres un glotón -le recriminé, pero acabé por acariciarle el cuello.
Me devolvió el cariño en forma de suave mordisco, ronqueó estirando las patas y se volvió a acomodar en mi espalda. Qué bien vivía ese maldito caballo.
Contemplé el mapa. El bosque era una opción lógica, ¿pero era de verdad la mejor? La isla era muy grande y en medio del bosque sería relativamente sencillo dar con nosotros, especialmente si alguien más dominaba el brillo. No sería una mala opción pagar por una taberna, especialmente si saliese yo a la calle en tu lugar... Pero Alpha no tenía esa posibilidad, mucho menos si sus siervos aparecían. Sería demasiado llamativo.
- En principio no hay un gobierno como tal en esta isla -dije, finalmente-. Podríamos huir a través del bosque, buscar una taberna. Tú puedes encontrar un barco fácilmente, o marcharte como quieras. Nosotros vamos a quedarnos unos días.
Freites D. Alpha
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Al parecer habían encontrado lo que estaban buscando. Tú por tú parte, aun seguías mirando con tranquilidad el mapa. Ladeabas la cabeza de un lado a otro pensando en las posibilidades, hasta que Miles rompió tu momento y te sugirió irte de la isla. Tú levantas ambas cejas y cierras los ojos. Esa era una de las sugerencias más molestas que habías escuchado desde hace un tiempo ya. Pediste Alpha irse en un escenario como este, era algo poco agradable para él. ¿Acaso te subestimaban? ¿Acaso no te querían cerca? ¿Acaso él te está poniendo a prueba? Son demasiadas preguntas pequeño, las cuales te haces en unos segundos. Pero sin dar una respuesta como tal, te acercaste a la mesa de trabajo y te llevaste un montón de cosas contigo. Era momento de ponerse a trabajar.
- Deberías despreocuparte por contarme eso de tu fruta. – Dijiste mientras comenzabas a fabricar algo. – Si tu habilidad tiene que ver con la oscuridad, pues tarde o temprano llegara a ser infinita. Así como lo es el universo. - ¿Pero qué era lo que querías crear, pequeño? ¡Oh! Ya veo… digamos que es una manera bastante chistosa de darle forma y originalidad a las bombas que has estado pensando desde hace ya un tiempo. Aunque darle patitas y cuerda era algo bastante único de tu parte. Bueno, tenías que sacarle utilidad a esos juguetes que estaban por allí. Colocas la primera de tu lado derecho. La tocas y le das un poco de tiempo de vida. Esta comienza a pestañar y a dar saltitos. Ves cómo se da a si mismo cuerda y comienza a caminar rápidamente en círculos y luego se detiene. Sonríes satisfecho con el resultado. Repites el proceso y fabricas cuatro más para que diera un total de cinco. Diste vida a todas y con un rápido movimiento abriste el compartimiento de tu antebrazo. – Vamos, entren. – Todas ella saltan dentro de este y al acomodarse, cierras el mismo. Tu lanzador de bombas estaba cargado.
- Si me fuera otra vez, no sería más que un imbécil que no aprende de sus errores, Miles. – Dijiste colocándote de pie. – Además, necesitaras un ejército si quieres ir a por él. Y yo soy un ejército. – Luego te diste la vuelta y te colocaste justo frente a él. Sonreíste y extendiste la mano, con clara intención de estrecharla. – Espero poder disfrutar de esta casería con ustedes. Disfrutare cantar mientras libramos la batalla. Pero justo ahora, toca hacerlo a tu estilo. – Admitiste. Era momento de jugar a las escondidas.
Y esperar el momento indicado.
- Deberías despreocuparte por contarme eso de tu fruta. – Dijiste mientras comenzabas a fabricar algo. – Si tu habilidad tiene que ver con la oscuridad, pues tarde o temprano llegara a ser infinita. Así como lo es el universo. - ¿Pero qué era lo que querías crear, pequeño? ¡Oh! Ya veo… digamos que es una manera bastante chistosa de darle forma y originalidad a las bombas que has estado pensando desde hace ya un tiempo. Aunque darle patitas y cuerda era algo bastante único de tu parte. Bueno, tenías que sacarle utilidad a esos juguetes que estaban por allí. Colocas la primera de tu lado derecho. La tocas y le das un poco de tiempo de vida. Esta comienza a pestañar y a dar saltitos. Ves cómo se da a si mismo cuerda y comienza a caminar rápidamente en círculos y luego se detiene. Sonríes satisfecho con el resultado. Repites el proceso y fabricas cuatro más para que diera un total de cinco. Diste vida a todas y con un rápido movimiento abriste el compartimiento de tu antebrazo. – Vamos, entren. – Todas ella saltan dentro de este y al acomodarse, cierras el mismo. Tu lanzador de bombas estaba cargado.
- Si me fuera otra vez, no sería más que un imbécil que no aprende de sus errores, Miles. – Dijiste colocándote de pie. – Además, necesitaras un ejército si quieres ir a por él. Y yo soy un ejército. – Luego te diste la vuelta y te colocaste justo frente a él. Sonreíste y extendiste la mano, con clara intención de estrecharla. – Espero poder disfrutar de esta casería con ustedes. Disfrutare cantar mientras libramos la batalla. Pero justo ahora, toca hacerlo a tu estilo. – Admitiste. Era momento de jugar a las escondidas.
Y esperar el momento indicado.
Saqué el cuaderno de dibujo del bolso, también la pluma. Tú preferías el carboncillo, pero un mapa requería precisión, así que no protestaste. Con trazo firme fui recreando una versión minúscula del mapa que teníamos delante en un formato híper reducido. También en páginas sucesivas distintos puntos que parecían de interés. Más tarde podíamos ampliarlo con notas y leyenda, pero por el momento con tener una referencia cartográfica era suficiente. Era casi perfecta, apenas ignorando detalles que parecían marcas de humedad y dobleces del papel, y para qué mentir creo que nuestro estilo de dibujo era bastante mejor que el de quien había hecho ese mapa.
- Quedarte a luchar contra alguien que te ha derrotado con tanta facilidad no es un error. -Suspiré. La verdadera locura era quedarse en ella, más aún por un reloj-. Nosotros tenemos que quedarnos, a ti nada te ata aquí.
Aunque una cosa era cierta: Para poder enfrentarnos a esa gente en ese lugar necesitábamos un ejército. Quizá Alpha no fuese la persona más fiable del mundo, pero estaba allí con nosotros y como mínimo podíamos confiar en que no nos rajaría la garganta mientras dormíamos. Las probabilidades de éxito a su lado quizá fuesen escasas, pero sin él más nos valía marcharnos antes de que supiesen de nuestra fuga. En frío siempre medías al detalle los riesgos, minimizando los peligros que deberías afrontar, y hasta tú sabías que tratar de recuperar el reloj en una isla pirata solo haría que no pudiésemos salir de ahí. Con cierta resignación, asentiste. Y yo también.
- Está bien, pero vamos a tener que escondernos un tiempo -apostillé-. Nos van a buscar, especialmente al principio, y aunque pueda parecerlo nosotros no estamos precisamente en nuestra mejor forma. -El dolor de espalda se hacía más intenso por momentos, aunque trataba de ignorarlo-. Tú acabas de llegar, pero nosotros hemos pasado días colgados sin comer. Necesito una cama y tiempo. En fin... Primero hay que ver si conseguimos salir de aquí.
Me preocupaba que Alpha pudiese llamar demasiado la atención mientras nos recuperábamos, pero preferí o decir nada por el momento y tan solo centrarme en nuestros problemas más inmediatos: Tenía que salir de ahí cuanto antes. Aun habiendo comido unas pocas piezas de fruta seguía sintiendo un apetito voraz que en cualquier momento podía hacerme desfallecer, si es que el agotamiento no vencía a la adrenalina primero.
Revisé un poco más el almacén. Había mucha pólvora y brea. Si no me preocupase tanto llamar la atención quizá hacer saltar ese polvorín por los aires habría sido la opción idónea, pero en ese momento hasta las pocas horas de ventaja que nos regalaba la discreción eran imprescindibles. Guardé un saquito de pólvora, tres ampollas de aceite y alguna que otra bala de metal por si me eran útiles más adelante y me puse en marcha para salir del lugar.
- Deberíamos comprobar a dónde da el ventanuco de la celda -comenté, enfilando hacia allí-. Con un poco de suerte podríamos usarlo para huir sin llamar especialmente la atención.
Aunque no me sentía especialmente afortunado ese día.
- Quedarte a luchar contra alguien que te ha derrotado con tanta facilidad no es un error. -Suspiré. La verdadera locura era quedarse en ella, más aún por un reloj-. Nosotros tenemos que quedarnos, a ti nada te ata aquí.
Aunque una cosa era cierta: Para poder enfrentarnos a esa gente en ese lugar necesitábamos un ejército. Quizá Alpha no fuese la persona más fiable del mundo, pero estaba allí con nosotros y como mínimo podíamos confiar en que no nos rajaría la garganta mientras dormíamos. Las probabilidades de éxito a su lado quizá fuesen escasas, pero sin él más nos valía marcharnos antes de que supiesen de nuestra fuga. En frío siempre medías al detalle los riesgos, minimizando los peligros que deberías afrontar, y hasta tú sabías que tratar de recuperar el reloj en una isla pirata solo haría que no pudiésemos salir de ahí. Con cierta resignación, asentiste. Y yo también.
- Está bien, pero vamos a tener que escondernos un tiempo -apostillé-. Nos van a buscar, especialmente al principio, y aunque pueda parecerlo nosotros no estamos precisamente en nuestra mejor forma. -El dolor de espalda se hacía más intenso por momentos, aunque trataba de ignorarlo-. Tú acabas de llegar, pero nosotros hemos pasado días colgados sin comer. Necesito una cama y tiempo. En fin... Primero hay que ver si conseguimos salir de aquí.
Me preocupaba que Alpha pudiese llamar demasiado la atención mientras nos recuperábamos, pero preferí o decir nada por el momento y tan solo centrarme en nuestros problemas más inmediatos: Tenía que salir de ahí cuanto antes. Aun habiendo comido unas pocas piezas de fruta seguía sintiendo un apetito voraz que en cualquier momento podía hacerme desfallecer, si es que el agotamiento no vencía a la adrenalina primero.
Revisé un poco más el almacén. Había mucha pólvora y brea. Si no me preocupase tanto llamar la atención quizá hacer saltar ese polvorín por los aires habría sido la opción idónea, pero en ese momento hasta las pocas horas de ventaja que nos regalaba la discreción eran imprescindibles. Guardé un saquito de pólvora, tres ampollas de aceite y alguna que otra bala de metal por si me eran útiles más adelante y me puse en marcha para salir del lugar.
- Deberíamos comprobar a dónde da el ventanuco de la celda -comenté, enfilando hacia allí-. Con un poco de suerte podríamos usarlo para huir sin llamar especialmente la atención.
Aunque no me sentía especialmente afortunado ese día.
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